Ignacio Hutin (2ª parte): “Creo que volveremos a un escenario como el del Donbass entre 2015 y 2021, con un conflicto olvidado y sin mayores avances ni retrocesos”

Siempre hay que ver la historia. No se pueden entender los reclamos territoriales rusos en Donbass o Crimea sin ver qué pasó, al menos, en el último siglo. Los nacionalismos suelen potenciarse en un contexto de guerra, las identidades y los intereses se polarizan.

En la reordenación geopolítica a nivel mundial, quizás la más importante desde la desaparición de la URSS, desde los medios europeos nos están pintando a Rusia como un estado paria, que se está quedando sin aliados a nivel internacional, sin embargo, estamos viendo que en África son pocos los estados que han seguido las sanciones impuestas por Europa, también al papel que está jugando China, sobre la que la OTAN ha calificado sus políticas como un “desafío hacia nuestros intereses, seguridad y valores”, e incluso Turquía, un estado que está en la Alianza Atlántica, mantiene una postura ambigua con respecto al gobierno de Putin. ¿Este complejo tablero político que se está dibujando en el mundo dista mucho de aislar a Rusia, cómo quieren hacernos creer?

Rusia no es un Estado paria porque tiene básicamente tres tipos de apoyo: los países que le apoyan, sin importar lo que haga Rusia, ya sea porque dependen de Rusia o porque comparten rivales. Irán, por ejemplo, que también tiene sanciones comerciales, o Bielorrusia, que es casi un satélite ruso desde las elecciones del 9 de agosto de 2020, o Corea del Norte, Siria, Nicaragua, Venezuela y Cuba. En segundo lugar, los países a los que no les interesa lo que suceda en Ucrania o con la UE o con la OTAN, porque solamente les interesan sus propios problemas. En algunos casos, además se suma cierta tradición de cercanía a Rusia. Pienso en Egipto o Etiopía, por ejemplo, pero un poco también en Hungría e incluso en Turquía. Y por último, aparece China y algunos Estados que participan de las organizaciones internacionales que promueve Beijing como una vía alternativa. No es una disputa entre comunismo y capitalismo, pero es una disputa que parece tender a la bipolaridad de la Guerra Fría. La Organización de Cooperación de Shanghai tiene 9 miembros y ninguno de ellos va a romper relaciones comerciales con Rusia. El BRICS sigue una línea similar y buena parte de América Latina y África también. Pueden condenar la invasión en la Asamblea General de Naciones Unidas (o abstenerse, como hicieron muchos de ellos), pero al final importan mucho más las relaciones comerciales y las eventuales inversiones que el apoyar a Ucrania y/o a la OTAN a cambio de nada. Esta tendencia hacia la bipolaridad puede servirle a China, pero Rusia apunta a una multipolaridad, no a ser un lacayo de Beijing. En cualquier caso, esto significa que Rusia no es un Estado paria, por más de que la mayor parte de los miembros de Naciones Unidas hayan condenado la invasión.

El relato que se quiere instaurar desde la Unión Europea y desde EEUU es que en Ucrania se está luchando por los derechos humanos, aunque estos se vulneran todos los días en el Sahara, en Palestina o Kurdistán, sin embargo es difícil conciliarlo con el protagonismo que tienen los grupos neonazis armados como Práviy séctor o el Batallón Azov, la ilegalización de una docena de partidos opositores, y la persecución de las minorías. ¿Esos sectores nacionalistas que, como tu has señalado, “sienten una intensa hostilidad hacia todo lo que no fuera blanco, heterosexual, cristiano y ucraniano” tienen, ahora mismo, una presencia importante en el gobierno y en la sociedad ucraniana?

Yo diría que no. En primer lugar, Azov ya no es la misma agrupación que en 2014. Apaciguó sus discursos y ya no aparecen abiertamente con esvásticas. Praviy Sektor no tiene el mismo peso que en 2014. Sich tampoco. Yo diría que la situación ha mejorado un poco. Claro que siguen existiendo grupos realmente preocupantes, como Sich (que ahora cambió de nombre y no recuerdo cómo se llama). En 2019 quedó demostrado que el grueso de la población no apoya a este tipo de agrupaciones. Tanto es así que sólo Svoboda tiene un escaño en la Rada. Uno sólo. No creo que sirva sobreestimar a estas agrupaciones, pero tampoco obviarlas. No sólo es preocupante que existan, que en algunos casos sean peligrosas para civiles y que el Estado en general las ampare. También es preocupante que Ucrania nunca hizo ningún tipo de mea culpa o siquiera de reflexión respecto a su propia historia. Aún son honrados los colaboradores del nazismo. Pero una cosa es la incapacidad de analizar e interpretar su propia historia, y otra cosa, muy distinta, es creer que el nazismo tiene un apoyo relevante. También podríamos decir que casi todos los grupos más nacionalistas que se formaron entre 2013 y 2014 se incorporaron a las fuerzas regulares, con lo cual ahora forman parte del Estado. Y además, a partir de la invasión rusa, han ganado visibilidad y legitimidad, aún con un discurso bastante más apaciguado que en 2014. Pero el día en que termine la guerra, quién sabe cuánto apoyo tendrán estos grupos y qué tanto se habrán radicalizado para entonces.

La presencia de elementos fascistas en Ucrania no viene de ahora, si no que tiene antecedentes como la Organización de Nacionalistas Ucranianos (OUN), que colaboró con la Alemania nazi, o personajes como Stepán Bandera, reivindicado por Zelenski como héroe nacional. ¿Conviene hacer un repaso de la historia contemporánea para saber como hemos llegado hasta aquí, a ver otra vez banderas nazis por un lado, y por el otro, simbología soviética?

Siempre hay que ver la historia. No se pueden entender los reclamos territoriales rusos en Donbass o Crimea sin ver qué pasó, al menos, en el último siglo. Los nacionalismos suelen potenciarse en un contexto de guerra, las identidades y los intereses se polarizan. A veces se le denomina a eso identidad de refugio: a la potenciación de una identidad que se percibe amenazada. Si los étnicamente rusos en Ucrania se sienten perseguidos o amenazados, no es raro que reaparezca la bandera soviética, símbolo de un país en el que el territorio ucraniano dependía de Moscú. Al otro lado de la línea de contacto pasa lo mismo: no es raro que reaparezca la bandera rojinegra de la OUN, símbolo de lucha contra la URSS a favor de la independencia ucraniana. El hecho de que al menos parte de la OUN colaborara con el nazismo les resulta irrelevante en este contexto. Pero algún día, cuando la guerra se termine, Ucrania deberá hacer una relectura histórica, algún tipo de autocrítica y revisión del periodo entreguerras y de la Segunda Guerra Mundial. Claro, siempre y cuando a Ucrania le interese un camino más o menos democrático.

Hace tan solo dos años el presidente Macron afirmaba “Lo que estamos experimentando actualmente es la muerte cerebral de la OTAN”, y ahora toda Europa parece haberse puesto de acuerdo en rearmarse y mostrarles los dientes a Rusia, incluso países como Finlandia y Suecia, de fuerte tradición antimilitarista, han pedido la adhesión a la Alianza Atlántica. ¿Este viraje de Europa hacia la confrontación con Rusia, y también con China, es un camino sin retorno?

No creo que sea un camino sin retorno sino el camino que se emprende hoy en este contexto particular. Si el día de mañana asumiera el poder AFD en Alemania, Le Pen en Francia y Meloni en Italia, quizás el camino sería otro. En este momento se ve que la invasión rusa terminó potenciando a una OTAN que venía un tanto debilitada, especialmente durante la gestión Trump. Si no fuera por Rusia, quizás Finlandia y Suecia hubieran mantenido su neutralidad. Eso no significa que haya unidad absoluta en la alianza, países como Turquía y Hungría demuestran que existen desacuerdos y ambivalencias. La guerra en Ucrania está inmersa en un contexto de transición: hay quienes dirán que es hacia una nueva bipolaridad, en la que países como China y otros miembros de la Organización de Cooperación de Shanghái formen un bloque y la UE, la OTAN y un puñado de países más formen otro. Otros, como los rusos, suelen decir que la transición es hacia la multipolaridad y Rusia sería un polo de poder en ese contexto. De todas formas, ya sea una o la otra, vemos que existe una confrontación que, hasta ahora y por fuera de Ucrania, se limita a lo comercial.

En tu último libro, “Una renovada guerra fría. Ucrania/Donbass”, también dedicas especial atención a los brigadistas internacionales que combaten en las filas de las milicias de Donetsk y Lugansk. ¿Cuales son las motivaciones que mueven a combatientes colombianos, chilenos o españoles a movilizarse en la defensa del Donbass? ¿Se puede hacer una analogía con los voluntarios que luchan en otros lugares del mundo como Rojava?

En general hay dos visiones entre los combatientes extranjeros: hay quienes van a luchar con la idea de proteger civiles del avance (o supuesto avance, no es el punto) del neonazismo. En algunos casos, se reconocen internacionalistas, a veces comunistas. Entre los españoles de esta visión que conocí solían nombrar el antecedente de la guerra civil y las brigadas internacionalistas, como si hoy fueran a luchar para pagar aquel apoyo de los años 30s. Digamos que este es un sector más bien de izquierdas. Pero también hay extranjeros de derechas que ven en el Donbass una forma de parar el supuesto avance de la UE y de la OTAN, promueven el autonomismo y tienen discursos conservadores en lo social. Nada muy distinto a Le Pen, por ejemplo. La verdad es que no conozco demasiado del caso Rojava, pero asumo que debe haber puntos en común.

Para terminar, y dado tu amplio conocimiento del conflicto ucraniano, ¿qué escenarios se plantean para su resolución, a medio y largo plazo? ¿Qué potencias crees que saldrán fortalecidas de esta guerra y cuales quedarán debilitadas?

En este momento yo no veo mayores posibilidades de cierre de la guerra. No veo que Rusia ni que Ucrania puedan lograr una victoria bélica y tampoco veo posibilidad de acuerdo. Ninguno de los dos aceptará un acuerdo que implique ceder territorio. Así que no veo muchas más posibilidades que un estancamiento, que de a poco la guerra se vaya apaciguando, que algunos territorios queden de facto bajo control ruso y el tema vaya desapareciendo de los medios. Quizás se logre firmar un nuevo acuerdo, algo que formalice una tregua, pero sería violado regularmente. En pocas palabras: creo que volveremos a un escenario como el del Donbass entre 2015 y 2021, con un conflicto olvidado y sin mayores avances ni retrocesos. Rusia tiene la ventaja de que la guerra, por ahora, no afecta su territorio, con lo cual sería lógica pensar que el tiempo juega de su lado. Pero las consecuencias económicas de las sanciones se van a hacer sentir y entonces habrá que ver qué tanto dinero puede seguir gastando Rusia en esta “operación especial”. Ucrania sigue recibiendo armamento de la OTAN (que no es gratis, vale la pena aclarar) y en algunos casos los resultados son muy positivos, especialmente con los lanzamisiles HIMARS. Aun así, las diferencias en cuanto a personal y armamento entre ambos es abismal y no creo que debamos menospreciar la capacidad militar rusa, y tampoco la resistencia ucraniana, considerando que sus fuerzas armadas no son las mismas que en 2014, que hoy tienen más preparación y capacidad. Por eso creo que no hay posibilidades de victoria bélica, no por ahora al menos. De todas formas yo diría que el principal ganador de esta guerra es China. Todas las demás potencias quedan debilitadas: Rusia, porque aun en el mejor de los escenarios se queda sin poder blando; Estados Unidos, porque ve que ya no es la potencia hegemónica única en el mundo unipolar post guerra fría y pierde espacios; la UE, porque demuestra que no puede evitar ni terminar una guerra, termina buscando desesperadamente a proveedores incómodos como Azerbaiyán y no sabe cómo lidiar con el efecto rebote de las sanciones. Y que extraña a Merkel. Pero China gana a una Rusia que pasará a ser cada vez más dependiente si las cosas siguen como hasta ahora. En términos comerciales se asegura a un proveedor de hidrocarburos barato y se posiciona como el principal (o el único) referente de una vía de globalización alternativa. Pero también esto demuestra que la OTAN no está interesada en una guerra contra una potencia militar. Si algún día China quiere tomar el control de Taiwán, tendrá en cuenta este antecedente.

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