Ignacio Ezequiel Hutin es un reportero y escritor argentino, que después de licenciarse en Periodismo en la Universidad del Salvador (USAL), en Buenos Aires, en 2014, se especializó en Liderazgo en Emergencias Humanitarias en la Universidad de la Defensa Nacional (UNDEF), en 2019, para completar su formación en la Universidad de Lapland (Finlandia), donde fue becado por el estado finlandés para la realización de estudios relativos al Ártico. Su trabajo profesional le llevó a cubrir varios conflictos armados para medios tanto argentinos como internacionales. Especializado en el espacio post-soviético, es autor de varios libros: “Saturno” (La Oculta del Sur, 2009), “Deconstrucción: Crónicas y reflexiones desde la Europa Oriental poscomunista” (CADAL, 2018), “Ucrania: Crónica desde el frente” (IndieLibros, 2021), y “Ucrania / Donbass: Una renovada Guerra Fría” (‘apostrop, 2022). Actualmente sus crónicas pueden leerse en @CADAL, @Cultura979 y a veces @infobae.
Hace un año entrevistábamos en estas páginas al periodista Pablo González, sobre el espacio post-soviético, que él conoce muy bien, y nos respondía lo siguiente: “yo no creo que exista la zona de influencia rusa. Existe ya un espacio de tierra quemada, de puestos de avanzada, y lo que Occidente crea alrededor no es una zona de prosperidad.” Tu que también conoces bien ese espacio, especialmente, corrígeme si me equivoco, Ucrania y los Balcanes, ¿coincides en la apreciación de Pablo de que todavía es un espacio en disputa, no solo, como es evidente, en el Donbass, si no en muchas otras zonas donde el conflicto está latente?
Desde la disolución soviética, el territorio entre Rusia y los países que por entonces eran miembros de la OTAN, fue un territorio en disputa. Pero desde entonces, la OTAN sumó 14 nuevos miembros (sin contar la pronta incorporación de Finlandia y Suecia), de los cuales 10 fueron parte del Pacto de Varsovia y 3 de ellos, parte de la Unión Soviética. De alguna forma, podríamos decir que la disputa está saldada, para bien o para mal, en buena parte del oriente europeo. Pero después vemos a grupos o incluso a élites gobernantes de estos países que cuestionan o critican abiertamente a la OTAN o a la UE, que buscan un cambio, se muestran más autónomos y, en algunos casos, se terminan acercando a Rusia. El caso de Hungría es paradigmático. También existen países que solían pendular en su acercamiento a la OTAN o a Rusia según quién ganara elecciones, tal como sucedió en Moldavia o en Ucrania hasta 2014. Estos dos, junto con Georgia, hoy en día ya no están en disputa: no hay dudas de que los tres miran hacia occidente. No es casual que los tres tengan parte de su territorio fuera del control del Estado central y autoproclamado independiente. Por otro lado aparece la disputa en Asia Central, que sí, tradicionalmente es una región cercana a Rusia, pero hoy por hoy no tanto, como hemos visto en Kazajistán. Entonces sí, diría que en términos generales casi todo el viejo Pacto de Varsovia, incluidas las 15 ex repúblicas soviéticas, continúa en disputa, tanto política como comercial y militar.
“La verdad es la primera víctima de la guerra”, dijo el poeta griego Esquilo, 500 años antes de nuestra era, y parece que la guerra actual en Europa ha confirmado, como nunca se había visto hasta ahora, esa cita. La batalla por el relato está muy presente en los medios de comunicación occidentales, que están siendo un altavoz de las posturas otanistas, y vemos, cómo en el caso de Pablo González, que las primeras víctimas, además de la verdad, también son los periodistas. ¿Cómo valoras todo este circo mediático que se está desarrollando en torno a la guerra de Ucrania, y en particular qué opinas de la detención por parte de Polonia de nuestro compañero Pablo?
Lo más básico: un periodista no puede ser detenido por hacer su trabajo. No en un sistema democrático, no con los valores que autoproclama la UE. Menos aún sin acceso a abogado, sin contacto con sus familiares y sin ningún tipo de asistencia diplomática por parte de la embajada española. De Polonia no me sorprende: de la mano de Ley y Justicia, está muy lejos de ser un ejemplo de democracia. Pero lamento mucho que el Estado español haya abandonado a un ciudadano y particularmente a un periodista. Dicho esto, las primeras sanciones occidentales contra Rusia apuntaron a medios rusos, que hoy en día son inaccesibles desde la UE. Creo que esa actitud paternalista menosprecia a los ciudadanos. La censura nunca ayuda, por más de que se censure algo que pueda ser falso o ilegitimo. Nuestro rol como ciudadanos responsables es tratar de informarnos lo más posible, a través de la mayor cantidad de fuentes posibles, sobre temas tan relevantes. Y es nuestra responsabilizar analizar lo que consumimos, nosotros tenemos que intentar entender quién nos dice lo que nos dice y por qué. Censurar medios nos quita esa posibilidad, nos hace creernos meros consumidores que aceptan sin cuestionamiento lo que sea que se les ofrezca. Yo no coincido con esa postura. No diría nunca que Rusia dice siempre la verdad y todos los demás mienten, pero tampoco diría lo contrario. Se puede crear un circo mediático, tratar de imponer una sola visión como única e incuestionable, pero nosotros, los ciudadanos de a pie, tenemos que ir más allá de esa lógica y tratar de entender un conflicto complejo con todas sus aristas y a partir de la mayor cantidad de visiones posibles. Estemos o no de acuerdo con ellas.
Hace unos meses publicabas un artículo en NR, que se iniciaba con este análisis: “La división política y étnica en Ucrania no es nueva y es visible, notablemente obvia. Basta con mirar los mapas electorales desde la independencia en 1991: el sudeste suele votar partidos cercanos cultural y políticamente a Rusia, mientras que el noroeste se dirime entre el nacionalismo y los partidos pro-europeos.” ¿Crees que para entender el actual conflicto, tenemos que remontarnos a esta división cultural, política e incluso lingüística, para tener una visión más clara de lo que está sucediendo ahora mismo en Ucrania?
Creo que es un punto muy importante a tener en cuenta. Estas divisiones políticas, sociales, culturales, económicas en parte explican las últimas tres décadas en Ucrania y su relación con Rusia, pero también con la OTAN y la UE. Una parte del país buscaba un acercamiento a Rusia, otra parte buscaba un acercamiento a la OTAN. Pero eso queda un tanto de lado si se analiza el ahora mismo. La invasión de Rusia a Ucrania también tiene que ver con la expansión de la OTAN, que Rusia considera una amenaza; con el hecho de que Ucrania, un país muy cercano geográfica e históricamente a Rusia, se aleje; con una disputa mayor y vinculada particularmente a lo comercial que abarca a Estados Unidos y también a China, aunque también en parte a la UE. Pero aun así, las diferencias al interior de Ucrania son un antecedente relevante a tener en cuenta para imaginar cómo se llegó al ahora mismo y también qué puede pasar con Ucrania una vez que termine la guerra, cuando muchas de estas cuestiones, que hoy están debajo de la alfombra, reaparezcan.
Hablamos también hace poco con tu compañero de editorial Joan Salicrú, que nos ofrecía este titular: “Acabamos viviendo los conflictos internacionales de modo futboleizado: el espectador necesita que se le señale los buenos y los malos”. ¿Está el lector y, especialmente, el espectador de noticias, siendo infantilizado de un modo en que todo se resuma como un partido de fútbol, en el que te señalan a que equipo debes de seguir?
Sí, concuerdo. Esto tiene mucho que ver con la lógica paternalista de censurar medios rusos. Es mucho más fácil analizar cualquier conflicto como una disputa entre el Bien y el Mal, como si los seres humanos fuéramos héroes o villanos de alguna película. Los seres humanos no somos personajes de una trama maniquea y simple. Ninguna guerra enfrenta a 100% víctimas contra 100% victimarios. En una guerra las víctimas son siempre los civiles, al menos son las víctimas que me importan a mí. No me interesa en qué bando estén esos civiles, a quién apoyen, en qué lado de la línea de contacto viven o vivían. Sólo me importa que son civiles y que sufren las consecuencias de la guerra. Hoy en día, a partir de la invasión rusa, vemos la muerte de civiles ucranianos. Es muy difícil no empatizar con ese dolor colectivo. Pero eso no puede hacernos olvidar de que hay otras víctimas civiles, más de tres mil civiles muertos a ambos lados de la línea de contacto desde 2014 y hasta el 24 de febrero pasado. Me resulta inhumano creer que algunas muertes civiles son más dolorosas que otras. Entonces tenemos dos formas de analizar la guerra: por un lado, podemos decir que Rusia es malo porque invade otro país y mata civiles. Esa sería una forma de verlo, que no me parece errada. Yo también creo que la invasión es terrible y matar civiles está mal. Pero esa lectura no permite ningún análisis, no aporta nada, no profundiza, no ayuda a entender ni cómo llegamos a esto ni cómo saldremos de esto. Cuando el relato colectivo se limita a esa visión, pareciera que se buscara que el público no quiera ni pueda analizar. Un relato de buenos y malos, de víctimas y victimarios, es más sencillo. Pero creo que tenemos que ir por un segundo camino, un camino de análisis y reflexión, de intentar comprender procesos complejos. Y si eso nos aburre o no nos interesa, bueno, siempre está el fútbol o alguna película de superhéroes. Pero el mundo real no es nunca tan maniqueo.
Noviembre de 2013 supuso un punto de inflexión en la historia ucraniana, con los disturbios del Maidán, que derrocaron al presidente Víktor Yanukóvich, y derivaron en la guerra del Donbass, en abril del año siguiente. En tus libros documentas ampliamente, con testimonios recogidos sobre el terreno, una guerra que apenas despertó el interés de Europa en estos largos ocho años de conflicto, ¿Cual dirías tu que era el sentimiento mayoritario entre la población del Donbass, y en que dirección se movían sus líderes? ¿De cumplirse los acuerdos de Minsk estaríamos en un escenario bien distinto del actual?
Obviamente en Donbass no hay encuestas o sondeos de opinión, así que sólo puedo basarme en mi experiencia, en toda la gente con la que hablé. Conocí gente que no veía más alternativa que un Donbass como parte de Rusia, también a algunos que se reconocían ucranianos y querían volver atrás. Incluso conocí a algunos, muy pocos, que querían independencia reconocida. Pero creo que la posición mayoritaria es que no importa qué pase administrativamente en el Donbass, lo único importante es que la guerra termine. El resto se verá después. Hay que tener en cuenta que la DNR y la LNR son territorios en guerra, con élites de poder que se disputan internamente grandes negocios, como la exportación de carbón, por ejemplo. Se preocupan más por el poder y el negocio que por cómo avance la guerra. Además no existe libertad de prensa ni nada parecido, más bien se vive en un estado cuasi permanente de propaganda. Hasta en los boletos de autobús aparecen imágenes de propaganda. Y el mensaje suele ser simple: los ucranianos son nazis y nos quieren matar, no queda otra opción que alejarnos. Cuando se vive así, es difícil no terminar creyendo en esos mensajes. Dicho sea de paso, al otro lado de la línea de contacto los mensajes son bastante similares, sólo que no al mismo nivel en cuanto a ubicuidad. En cuanto a los Acuerdos de Minsk, creo que eran una opción bastante viable de alcanzar una paz relativamente estable. Claro que a muchos ucranianos no les gustaba nada el darle amnistía a lo que consideran terroristas. Pero el federalizar Ucrania, que las regiones tengan autonomía y puedan, por ejemplo, tener un segundo idioma oficial a nivel local, me parece que podría haber funcionado. Quizás hubiera terminado con la guerra, pero no sé si podría haber evitado el escenario actual. Quizás lo hubiera postergado.
El conflicto actual está mostrando la debilidad energética europea, dónde sus grandes motores, como Alemania, están pasando realmente aprietos por la dependencia del gas ruso, lo que está llevando a algunos aliados de la OTAN a replantearse las sanciones a Rusia. ¿Hasta que punto la economía está jugando un papel fundamental en el curso de la guerra y de sus consecuencias, y cómo puede condicionar la resolución de la misma?
Sin lugar a dudas el rol de Rusia como exportador de hidrocarburos es un aspecto fundamental a tener en cuenta. Todo lo relacionado a energía quedó por fuera de las sanciones y se termina convirtiendo en una herramienta fundamental para Rusia. Si Rusia no contara con ese gran punto a favor que es el alto nivel de dependencia de la UE, probablemente la historia sería muy distinta, las sanciones serían más duras y la economía rusa estaría en una situación aún más compleja. Es interesante que en los últimos meses China estuvo comprando petróleo ruso que nadie más compra. Pero la UE es bastante más dependiente con el gas. Por eso terminan recurriendo a países como Azerbaiyán, Nigeria o Argelia. Cualquier alternativa es buena. Pero por ahora sigue dependiendo de Rusia.
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