«Sufrir la explotación nunca ha sido condición suficiente para adquirir conciencia de clase y tomar partido por el movimiento obrero; tampoco en el caso de Pasionaria».
Por Abel Aparicio / iLeón
El año en el que se cumple el centenario del PCE ven la luz dos libros sobre Dolores Ibárruri Gómez, Pasionaria. Quizá sea, a través de su figura, la mejor forma de entender el Partido Comunista de España (PCE) y los movimientos políticos del Estado español del siglo XX. Una mujer criada en el ambiente minero de Bizkaia que desde muy pequeña entendió la división del mundo en clases sociales. El historiador Diego Díaz (Uviéu, 1981) nos regala un libro ‘Pasionaria. La vida inesperada de Dolores Ibárruri’ (Hoja de Lata, 2021) único por su estudio detenido, alejado —con la dificultad que ello conlleva— de una mirada parcial. Hablamos con Diego del libro y la vida de la dirigente política.
Desde su infancia se ve a una Dolores que sabe lo que cuesta ganar un jornal en una zona minera. Entiendo que esto marca su devenir político.
Totalmente. Ella siempre se presentó en público como la hija, hermana y esposa de mineros. En todo caso, y eso lo destaco mucho en el libro, su acercamiento al movimiento obrero seguramente nunca se hubiera producido de no haber conocido a su marido, Julián Ruiz, militante socialista. Sufrir la explotación nunca ha sido condición suficiente para adquirir conciencia de clase y tomar partido por el movimiento obrero. Tampoco en el caso de Pasionaria. Fueron su matrimonio con Julián, la efervescencia política que se vive en la Bizkaia del trienio bolchevique y el contacto con la Casa del Pueblo y su biblioteca, las «pasarelas» que condujeron a Dolores, en apenas un año, de ser una devota católica a una convencida bolchevique. Un cambio en su conciencia que vivió en un proceso personal no exento de sufrimiento. Perder la fe es una cosa dura.
En un principio está ligada al PSOE, ¿qué le hizo acercarse y posteriormente ayudar a fundar y militar en el PCE?
Muchos jóvenes de clase trabajadora se radicalizan entre 1917 y 1919 en toda Europa y en todo el mundo. Julián y Dolores son dos de ellos. Después de la carnicería de la Primera Guerra Mundial una parte importante de la clase obrera quiere ajustar cuentas con los burgueses que les han llevado al matadero, pero también con los políticos y sindicalistas socialdemócratas que lo han consentido. En Rusia, en Alemania y en Hungría se suceden las revoluciones, en el norte de Italia los obreros ocupan las fábricas, en todas partes hay huelgas y conflictos, incluso en el corazón de la nueva gran potencia capitalistas, EEUU… Los ecos de esa ola global que quiere construir un nuevo orden social más justo también llegan a las comarcas mineras vascas. En España en agosto de 1917 se declara una huelga general revolucionaria. Está convocada por la UGT y la CNT, con el apoyo de socialistas y republicanos, y su objetivo político es forzar la caída de la monarquía de Alfonso XIII. Julián y Dolores participan activamente en el movimiento. Tienen 27 y 22 años. Creen que la revolución se puede tocar con las manos y que Iglesias, Prieto, Caballero y Besteiro la están frenando desde la dirección del PSOE. Por eso ellos y otros jóvenes socialistas de todo el país rompen con el partido socialista y fundan el Partido Comunista Español, antecesor del Partido Comunista de España.
Llega un momento en el que se ve, de alguna forma, obligada a elegir entre la familia y el partido, y opta por la segunda opción. ¿Buscaba en la política, de alguna manera, lo que le faltaba en casa?
El libro trata de quitar polvo al mito de Pasionaria y retratar a una mujer de carne y hueso que se enfrenta a dilemas muy actuales: ¿Se puede ser al mismo tiempo una buena dirigente política y una buena madre? ¿Es compatible la crianza y la militancia? Son preguntas a las que claro está sus compañeros hombres no tenían que enfrentarse: ya tenían a sus mujeres para cuidar de sus hijos. Sin embargo, tras romper con Julián, que se queda en el pueblo, Dolores vive en el agitado Madrid de los años 30 con sus dos hijos, Rubén y Amaya, en condiciones muy duras y enfrentada a la permanente persecución de la policía. Tras la fallida huelga general revolucionaria de octubre de 1934 considera que seguir con ellos en Madrid es imposible y decide enviarlos a la URSS. Fue probablemente una de las decisiones personales más difíciles de su vida, pero le apasionaba la militancia, y la militancia también se lo daría todo: le permitió ser independiente económicamente, canalizar a través de la política su vocación frustrada de ser maestra, y escapar de una vida asfixiante y claustrofóbica como «ángel del hogar» que nunca había querido llevar.
En varios puntos del libro vemos como es más fiel al partido que a sus compañeras y compañeros de viaje, véase Irene Falcón o Vicente Uribe.
Fue fiel al partido, pero también fue fiel a sí misma. Brujuleaba bien en las broncas internas del partido. Ya lo demostró en 1932 cuando renegó públicamente de José Bullejos, su mentor y descubridor. Sabía, como decimos en Asturies, «Ir con los de la feria y volver con los del mercado». A Uribe le deja caer cuando los jóvenes piden su cabeza y ve que la suya también puede estar en peligro a cuenta de la desestalinización del partido. Torres más altas habían caído. Con respecto a la purga de su amiga Irene Falcón creo que la cosa es mucho más complicada y merece algunos matices importantes. Sabía que era una injusticia y una canallada purgar a una persona leal y comprometida, pero no podía mostrar en público debilidad ni favoritismos hacia su amiga. La protegió por detrás, le buscó un trabajo en China, y cuando Stalin murió y el ambiente se relajó un poco, hizo por rehabilitarla y que regresara a su lado. Irene de hecho la perdona en sus memorias.
No cabe duda que su voz es una de las más reconocibles dentro de la lucha antifranquista, su discurso del ¡No pasaran! ha sido reproducido miles de veces. Entiendo que tanto en España como en la URSS supieron ver esto y se dieron cuenta que ahí tenían un filón.
Es una bolchevique de acero que va vestida como una mujer española tradicional. Una obrera autodidacta que ha ido a la escuela hasta los 15 años, pero que tiene una oratoria portentosa. Es proletaria, pero con un porte elegante y una altura física que la hace destacar también físicamente. Es cercana y cariñosa con los suyos, pero dura e implacable con los enemigos. Tiene temperamento y es impulsiva, pero a la vez es disciplinada y obediente con sus superiores. Una mujer así no nace todos los días, y todo el mundo se da cuenta de ello: los soviéticos, los republicanos, los socialistas, los anarquistas, los corresponsales de guerra extranjeros, la gente común, y claro está, los golpistas alzados contra la República… Por eso, frente a esa imagen heroica de Pasionaria como una nueva Agustina de Aragón que guía al antifascismo español contra Franco, Hitler y Mussolini, tratan de oponer el mito de una Pasionaria sádica, cruel y sexualmente desenfrenada. Es decir, todos los atributos de ese mito misógino por excelencia que es la bruja, encarnación del mal asociado a la mujer con poder, independiente y sin tutela masculina.
Hay un momento clave en la vida de Dolores, que creo marca un antes y un después en su estado anímico, esto es, la muerte en el frente de Stalingrado de su hijo Rubén, ¿esto es así?
Si. Estaban muy unidos. Tenía una relación especial con Rubén, que no solo era el hijo de Pasionaria, sino además un comunista convencido que compartía con su madre convicciones y pasión política. Lucha como voluntario en el Ejército Popular y en el Ejército Rojo. Es un tipo que rechaza privilegios. No mueve influencias a través de su madre y se busca un destino seguro para cumplir el expediente, sino que se marcha al frente y se la juega dos veces, primero contra Franco y después contra Hitler, cuando Alemania invade la URSS. Cae herido una primera vez, pero en cuanto se recupera pide volver al frente y muere con 22 años en la batalla decisiva que cambia el curso de la Segunda Guerra Mundial. Creo que la muerte de Rubén sume a Dolores en una depresión y que su labor como secretaria general del PCE se resiente con ello, pero al mismo tiempo dar un hijo por la causa y convertirse en madre de un héroe de la URSS la termina de redondear como mito antifascista. Seguramente habría preferido ser un poco menos mito y haber conservado a aquel hijo al que lloraría e idolatraría durante el resto de su vida.
Otro momento decisivo es la batalla de Praga en 1968. Ahí Dolores ve caer ante sus ojos el concepto que tenía sobre la URSS, ¿compartes esto?
La llamada «Primavera de Praga» fue un intento de democratizar el socialismo desde dentro. Generó unas expectativas enormes en todo el movimiento comunista internacional, y probablemente Pasionaria también participó de esa ilusión de que podía ser posible un socialismo con pluralidad de partidos, libertad de prensa, sin presos políticos… Cuando el Partido Comunista de la URSS decide enviar los tanques del Pacto de Varsovia a frenar aquel experimento del «socialismo con rostro humano» se encuentra con la oposición en las calles de la población checa, empezando por la mayoría del propio Partido Comunista de Checoslovaquia. Dolores entonces está al lado de su partido, que condena la injerencia soviética en los asuntos de otro país y pide al Pacto de Varsovia que se vaya. Fue probablemente una de sus decisiones políticas más complicadas y tuvo que resistir presiones muy fuertes por parte de los dirigentes del PCUS, que incluso alentaron una escisión prosoviética del PCE. Vivía cómodamente en Moscú, admiraba desde su juventud a la URSS y consideraba que la «patria del socialismo» estaba amenazada y tenía derecho a defenderse, pero también entendió que el PCE no podía quedar callado ante un atropello como ese, y que apoyar otra invasión de un país socialista, como había hecho con la de Hungría en 1956, comprometía totalmente su credibilidad democrática en España. Fue la única vez que criticó en público a la URSS.
En el prólogo, Enric Juliana, igual que dijo en la fiesta del centenario del PCE, tanto Dolores como el partido eran partidarios de una reconciliación nacional para luchar contra el franquismo, atrayendo incluso a monárquicos y gente de derechas sin preguntar por su papel en la guerra. Un poco arriesgada esta postura, ¿no crees?
Fue la orientación de la Internacional Comunista durante la Segunda Guerra Mundial y Dolores la repite desde Radio España Independiente: hay que entenderse con cualquiera que esté contra el fascismo, venga de donde venga. En Francia e Italia funciona, y entre 1943 y 1944 toda la resistencia, tanto de izquierdas como de derechas, logra agruparse para luchar contra los nazis y el colaboracionismo. Aunque el peso de la resistencia lo llevan los comunistas, es verdad que en ambos países hay también una derecha patriótica que empuña las armas contra Hitler y sus aliados. En España la orientación no prospera porque las circunstancias son muy distintas a las de los países ocupados. Después, en 1956, se recupera esta orientación con algo más de éxito. La llamada Política de Reconciliación Nacional plantea que cualquiera que esté por la democracia va a tener en el PCE a un aliado. Es una buena idea, que permite por ejemplo abrir un diálogo con sectores democráticos de la Iglesia católica, pero que va a chocar con la cruda realidad de un país en el que la inmensa mayoría de la burguesía y de las fuerzas monárquicas y conservadoras se encuentran muy cómodas bajo el paraguas del franquismo. Quizá al empresariado más moderno y a algunos de esos sectores que eran «liberales en la intimidad» les parecería más estético una monarquía parlamentaria al estilo británico que una dictadura ultraderechista como la de Franco, pero de ahí a movilizarse y correr riesgos contra un régimen oligárquico que había hecho tanto por sus negocios… Hacerlo de la mano de los comunistas ya era política ficción. No tenían nada que ganar. Solo en 1974, con la formación de la Junta Democrática, el PCE va a lograr atraer a algunos demócratas de derechas, pero que se apuntan al invento más a título individual que en representación de algo organizado.
En la parte final del libro demuestras lo alejado que estaba Santiago Carrillo de lo que ocurría en el interior de España, tanto en la Jornada de Reconciliación Nacional de 1958, la Huelga Nacional Pacífica de 1959 o la estrategia electoral de 1977 ¿Fue Carrillo un mal compañero de viaje?
Un secretario general con más sombras que luces.
‘Hilar, parir y llorar’. Estas palabras se las dijo a Doleres su madre, una soriana emigrada a Gallarta. En el libro se observa el fuerte compromiso feminista de Ibárruri, muy por encima de otras mujeres de su época como Federica Montseny. ¿Estaba el PCE un paso o dos por delante en materia feminista del resto de partidos? Si es así, ¿qué responsabilidad tuvo en eso Pasionaria?
La memoria del feminismo español de los años 30 está incompleta si queda reducida solo a Clara Campoamor y la conquista del derecho al voto de las mujeres. En ese sentido, de cara a la construcción de una memoria feminista más plural, resulta imprescindible contar con el recuerdo de las obreras, estudiantes, campesinas, mujeres de clase media y trabajadoras de los servicios que pusieron en marcha Mujeres Antifascistas en 1933 y Mujeres Libres en 1936, dos organizaciones femeninas de masas que plantearon que la liberación de la mujer debía ir más allá del derecho al voto y al divorcio, e incorporar asimismo una nueva generación de derechos socioeconómicos como el derecho al trabajo, la igualdad salarial con los hombres, los permisos de maternidad, el aborto libre y gratuito, o las guarderías infantiles. Federica Montseny tiene un lugar por derecho propio en la historia de España como primera mujer en ocupar un ministerio, pero no fue nunca una organizadora de mujeres, como su compañera de la CNT Lucía Sánchez Saornil, fundadora y secretaria de Mujeres Libres. Sánchez Saornil y sus compañeras reaccionaron precisamente al éxito de la Agrupación de Mujeres Antifascistas que venía impulsando desde 1933 Pasionaria y la secretaría femenina del PCE, y quisieron responder desde el movimiento libertario al empuje de las comunistas en el campo femenino. Dolores, Irene Falcón y sus compañeras fueron especialmente lúcidas en entender que el movimiento obrero y las izquierdas no podía seguir desentendiéndose de los problemas específicos de las mujeres, y que además estas necesitaban espacios propios, no mixtos, para organizarse y luchar por sus propias reivindicaciones.
Para finalizar, te pediría que me dijeras el título de una canción, una película y un libro.
La canción ‘Opposite People’, de Fela Kuti; la película ‘El Sur’ de Victor Erice y el libro ‘La hora violeta’, de Montserrat Roig.
Artículo original publicado aquí:
https://www.ileon.com/cultura/123209/diego-diaz-la-pasionaria-era-una-bolchevique-de-acero-vestida-como-una-mujer-espanola-tradicional
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