Entrevistamos a David Ballester, Doctor en Historia Contemporánea por la Universitat Autònoma de Barcelona (UAB) y autor del libro “Las otras víctimas. La violencia policial durante la Transición”
Por Angelo Nero
Al igual que en los estamentos militares y policiales, en la justicia hubo una continuidad con el franquismo que, lamentablemente, ha lastrado al sistema judicial hasta hoy. Para muestra la creación de la Audiencia Nacional, a partir del Tribunal de Orden Público franquista. ¿Responde esta continuidad a la impunidad con la que también pudieron actuar las bandas de ultraderecha, responsables también de muchos crímenes?
Evidentemente. Aquí se produce un claro entramado, entre administración de justicia, cuerpos policiales y bandas fascistas, con amparo, por activa y por pasiva, de la administración del estado, sobretodo en el apartado judicial y policial, y no se puede entender el terrorismo de extrema derecha en España durante la Transición, que se cobró decenas de víctimas, sin este apoyo que le prestó, por una parte, la administración de justicia, y por otra parte sectores más reaccionarios, más involucionistas del aparato policial. Esto ha sido suficientemente estudiado y analizado.
La represión del movimiento obrero dejó también un reguero de muertes en la Transición, uno de los más graves fueron los incidentes del 3 de marzo de 76 en Vitoria. Las Compañías de Reserva General, las unidades antidisturbios creadas en 1969, no se disolvieron hasta 1989, bien avanzada la democracia. ¿Podríamos hablar aquí de una estrategia del estado para desmovilizar al incipiente movimiento sindical diciéndoles: “no salgas a la calle, que el próximo muerto puedes ser tu?
Si, esto es evidente. Especialmente en el gobierno de Arias-Fraga había una clara idea de utilizar la fuerza que fuera necesaria para que la situación no se desbordara, según los estrechos y tenues márgenes de cambio que ellos querían ofrecer a la sociedad española, y en el caso de Vitoria es más evidente. Las mismas declaraciones de Fraga, después del suceso, cargando la responsabilidad en el movimiento obrero, pero añadiendo, a continuación, de que era un aviso a navegantes, y de que los que siguieran esa línea ya sabían lo que se podían encontrar, es una muestra clara de utilizar la fuerza para que aquello que estaba cambiando, cambiar lo mínimo posible, según sus parámetros escasamente democráticos.
Con la llegada al poder del PSOE, muchos cronistas dan por finalizada la Transición, a pesar de que la represión seguirá causando víctimas, especialmente con la creación de los GAL, ¿que cambios se produjeron en materia policial en el primer gobierno del PSOE, que había sido muy crítico con la violencia institucional en los gobiernos de la UCD?
Esto ya queda un poco fuera del margen de acotación cronológico de mi libro, porque existe un consenso historiográfico en que la Transición se acabaría en el 82, y cuando los socialistas optan por continuar y ampliar el Terrorismo de Estado, que ya se había puesto en marcha en la época de la UCD, es de suponer que lo hacen en el sentido de que están desbordados y tienen una incapacidad total y absoluta para liquidar policialmente a la violencia que sangraba a la sociedad española, no hay que olvidar que en el cambio de década, 81, 82, fueron los años de más contundencia, de más violencia de ETA. Y desbordados por esta situación tomaron el camino equivocado, con aquel famoso proverbio que dijo Felipe González: “Lo importante es que el gato cace ratones”, pues en un estado de derecho la cacería de ratones, si me permite el eufemismo, tiene unos límites, y los socialistas no supieron respetarlos.
Con la Ley de Fuerzas y Cuerpos de Seguridad del Estado, en 1986, en el segundo gobierno de Felipe González, llegó un verdadero intento de cambiar las estructuras policiales, sin embargo este no fue muy eficaz en erradicar la práctica de la tortura. Solo en el Euskadi, según un informe del Gobierno en la década de los 80 se documentaron 1188 casos, pero en los 90 la cifra continuó siendo muy alta, 777. ¿Estás “otras víctimas” de la Transición y de la democracia, también deberían ser reconocidas por el estado y por la sociedad española?
Por supuesto, desde mi punto de vista todo aquel que haya sido víctima de un exceso de violencia policial, y más todavía, después de perder la vida, lo más grave que puede haber es la práctica de la tortura, que por otra parte es el crimen más escondido, el más difícil de demostrar, pero evidentemente deberían ser reparados, ya que en un estado de derecho estas prácticas no tienen lugar. Más aún después del poco tiempo del desbarajuste, del caos que fueron los ministerios del interior del mandato socialista, con Barrionuevo, con Corcuera, con ministros de perfil muy bajo, y que aportaron muy poco a la salud democrática de los cuerpos y fuerzas de seguridad de España. Cuando hubo un intento, realmente, desde la cúpula socialista para, y utilizo palabras que se han publicado de miembros de los gobiernos socialistas para hacer “limpieza” de Interior, que fue el equipo de Belloch, este equipo tuvo que saltar por encima de numerosos obstáculos, a veces obstáculos que les ponían sus propios compañeros de partido, y estuvieron muy poco tiempo en el poder. Llegaron las elecciones del 96, llegó Mayor Oreja, llegó el PP, y esta voluntad del equipo de Belloch de acabar con lo que en el País Vasco se le llamaba “trabajar en red”, que era el eufemismo que se utilizaba para encubrir la práctica de la tortura, y cuando Belloch y su secretaria de estado fueron al País Vasco y reunieron a la cúpula de la lucha antiterrorista e informaron de que se había acabado el trabajar en red, ya en el año 95, la oposición que encontraron en los mandos policiales fue total y absoluta.
La nueva Ley de Memoria Democrática, que se acaba de aprobar ¿crees que realmente abre la posibilidad de hacer justicia con estas víctimas olvidadas de la Transición?
Hay que verlo. En principio es una puerta abierta, el Secretario de Estado de Memoria Democrática, que es un colega, un historiador de reconocido prestigio, me merece un margen de confianza al respecto, se que es consciente de lo que se debe hacer, otra cosa es que lo pueda hacer. De momento tenemos una serie de interrogantes al respecto. De entrada, parece que la Ley no va a contemplar políticas indemnizatorias a las víctimas, en todo caso, yo que he hablado con bastantes familiares de las víctimas y te puedo asegurar que el tema indemnizatorio es el que menos les preocupa. Les preocupa el reconocimiento, el amparo, el tener constancia de que el estado no se ha olvidado de ellos, que es lo que lleva haciendo durante décadas.
Por otra parte, hay otro aspecto a tener en cuenta, en principio la Ley, de forma poco clara, desde mi punto de vista, habla que se puede llegar hasta el año 83. Este tope yo no lo entiendo, porque si la Transición se acaba en el 82, no tiene porque llegar hasta el 83, cuando empezaron a actuar los GAL. ¿Por qué no es en el 84? Yo creo que hay un marco difuso, desde el punto de vista de la cronología, entonces, sea el 82 o el 83, si que hay un aspecto importante, que supera la Ley de 2007, en la cual con el mínimo de margen cronológico para ocuparse de las víctimas de la violencia policial durante la Transición.
Dicho esto, hay otro problema, porque la Ley también dice que hay un reconocimiento para los que murieron luchando por la libertad. Si repasamos las 134 víctimas que yo he encontrado en el libro, una minoría de ellas estaban politizadas o murieron en actos que tuvieran un trasfondo político, entonces ¿cómo vamos a colocar la etiqueta de que murieron por la libertad? ¿como se gestiona? Yo creo que se debería ser generoso en este aspecto y reconocer que las fuerzas policiales españolas tuvieron un comportamiento lamentable durante este periodo que se cobro las vidas de decenas de ciudadanos inocentes, independientemente de que estos ciudadanos estuvieran luchando por la libertad o no, que es muy difícil de precisar, como estos ciudadanos si hubieran vivido en otro país donde la policía sirviera y protegiera a la ciudadanía, en vez de ocasionarle una víctima por exceso policial cada 18 días, entonces hay que reconocerlo, como víctimas de excesos policiales y no hilar tan fino de si luchaban o no luchaban.
Esta gente no tenía porque morir, y murió, y muchos de ellos, teniendo en cuenta, y en esto ofrezco cifras en el libro, la extrema juventud de muchos de ellos, tendrían que estar vivos entre nosotros, con una edad avanzada, pero podrían estar vivos, y no lo están porque fueron víctimas de un exceso policial, amparado y tolerado por las autoridades. Porque otra característica, y de eso también hablo largo y tendido en el libro, es la impunidad que tuvieron los perpetradores con respecto a sus víctimas. Pocos policías que cometieron estos crímenes fueron juzgados, y los pocos que fueron juzgados tuvieron unas penas que nos llevan a hablar clara y sencillamente de impunidad total y absoluta. Ya que los agentes que los cometieron gozaron de esta impunidad, como mínimo, tantas décadas después reconocer a sus víctimas, que un aspecto a tener en cuenta es que a estas alturas nos tendría que dar vergüenza que todavía estemos hablando de estos temas, y siga siendo una asignatura pendiente en la sociedad española.
Desde NR seguiremos recomendando este libro en al que David Ballester le ha dedicado, imaginamos, una cantidad importante de horas de trabajo.
A groso modo unas 4.500 horas. Yo, cuando hice el libro, tenía dos ideas claras. La primera, quería hacer el libro que creía que el tema merecía, y que el libro que a mí me saliera con el criterio de historiador, independientemente de las 250 páginas que te piden en las editoriales, que si no ya es demasiado. Y al final me salió un mamotreto de mil páginas, entre lo que es el libro en papel y lo que son los archivos en código QR. Porque si no no me lo iba a publicar nadie. Y si no lo hubiera colgado en Internet, con acceso libre, con su depósito legal, con su ISBN, y ya está. Pero tuve suerte que la Universidad de Zaragoza, aunque varias editoriales se mostraron interesadas pero me pedían recortarlo, tuvo la idea del código QR que es lo que se hace ahora, porque antes te daban un CD, pero ahora los Pcs ya no tienen lectores. Y pude hacer el libro que quería. Y estoy muy satisfecho con el trabajo que he hecho, pero, sobretodo, de que algunos familiares de víctimas, como los del Caso Almería, con los que coincidí en la presentación que hicimos en Madrid, que me pusieron la mano en el hombro y me dijeron: muchas gracias. Muchas horas, si, pero los que quieran saber de los muertos de la violencia policial de la Transición, aquí están.
Para terminar, para los que después de leer “Las otras víctimas” quieran seguir profundizando en el trabajo de David Ballester, ¿Qué otras obras tuyas podemos encontrar?
Mis otras obras han sido publicadas, mayoritariamente, en catalán, aunque pienso que cualquier persona que domine una lengua latina no tiene ningún problema en leer en una lengua hermana, aunque es una opinión personal. Mi libro anterior fue “Corre, democràcia, corre. Mobilització i repressió a la Catalunya de la Transició”, en el que se analizaban las movilizaciones populares que hubo en Cataluña durante la Transición, se analizaban, se cuantificaban, se valoraban e interpretaban, en el sentido de poner sobre la mesa un tema que también subyace delante de determinados discursos de la Transición, en el sentido de que las movilizaciones populares no tuvieron ningún papel, no fueron necesarias, porque, al fin y al cabo, todo estaba atado y bien atado, y utilizo la frase en el sentido contrario, a la que dijo el general Franco, en el sentido de que ya había un diseño claro de como tenía que ser la Transición, que se había de llevar de la mano del Rey, del Torcuato Fernández-Miranda, y que había que llevar el barco a un puerto que se llamaba Democracia y que hubiera pasado lo que hubiera pasado, el camino ya estaba marcado. En cambio yo, entre otros historiadores, discutimos esta tesis y abonamos la idea de que sin las movilizaciones en la calle, los políticos neo demócratas, es decir, Suárez y los suyos, la inmensa mayoría procedentes del franquismo, y otros procedentes de una oposición moderada, pero una minoría, como Oscar Alzaga y compañía, si no hubiera sido por la presión en la calle, una presión que se saldo con sus muertos, sus heridos, sus represaliados, pues el proyecto que le hubieran ofrecido a la sociedad española hubiera sido de una catadura inferior a la que, finalmente, fue un estado democrático, formalmente, aunque con algunas manchas negras evidentes, como comentábamos antes, en justicia, en los cuerpos de seguridad, etc.
Y antes de este trabajo, y en la misma línea, hice un libro titulado “Vides truncades. Repressió, víctimes i impunitat a Catalunya (1964-1980)”, en el que analizaba 18 víctimas de la violencia institucional, no solo policial, también incluyendo prisiones, en el sentido de poner de manifiesto también que hay una continuidad en la violencia institucional en España desde la etapa final de la dictadura que no es tan blanda como algunos publicistas nos quieren hacer ver, aunque evidentemente el franquismo cambia, evoluciona, pero la represión y la violencia fue una característica consustancial del régimen hasta el final. Entonces, analizando esta docena y media de víctimas pongo de manifiesto esta continuidad que yo veo.
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