Entrevista a Cristina Vela: «Más allá de definiciones técnicas, conversar es, fundamentalmente, escuchar y empatizar con los otros, cooperar y llegar acuerdos»

Más allá de definiciones técnicas, conversar es, fundamentalmente, escuchar y empatizar con los otros, cooperar y llegar acuerdos.

Por Ricard Jiménez

Los cambios en el espectro comunicacional se encuentran actualmente a años luz de lo que se barajaba en el plano teórico hace unas décadas. Las interacciones a través de las nuevas tecnologías han producido nuevos códigos. Este frenético desarrollo, a veces, conlleva lecturas catastrofistas sobre la sociedad.

Sin embargo, la comprensión de toda una nueva estructura necesita de una panorámica más amplia, con mayor resolución. Para entender los nuevos aspectos de la comunicación, sus retos, beneficios o carencias hemos hablado con Cristina Vela, licenciada en Lingüística y Doctora en Ciencias del Lenguaje por la Universidad Complutense de Madrid. Desde el año 2008 trabaja como profesora del Departamento de Lengua Española en la Universidad de Valladolid. Imparte clase de Retórica y Teoría del Lenguaje en la Facultad de Ciencias Sociales, Jurídicas y de la Comunicación, donde actualmente desempeña el cargo de Vicedecana de Relaciones Internacionales.

  • ¿Cómo explica usted el lenguaje de una conversación y qué relevancia tiene en nuestra sociedad?

La conversación está en el centro de nuestra capacidad comunicativa, como individuos y como sociedad. La conversación oral presencial constituye la forma más natural de comunicación humana: las primitivas palabras de nuestra especie debieron surgir en una conversación, de la misma manera que los vocablos que balbucean los bebés forman parte de pequeñas charlas en familia. Por eso es tan importante cuidar la conversación. Conversar implica cooperar, coordinarnos, reconocer al otro y darle su lugar en nuestros intercambios. No hace falta más que observar a los niños. Parte de su aprendizaje social pasa por adquirir los mecanismos que en su cultura regulan cómo ceder y tomar el turno en una conversación pero también, y sobre todo, cómo exponer sus argumentos de forma convincente y cómo modelarlos para llegar a acuerdos.

  • Sin embargo, ha escrito usted que este «presenta limitaciones» y que por ello se solventó con mecanismos tecnológicos, la escritura, las señales de humo, etc. siendo estos sistemas conversacionales tan antiguos, ¿por qué ahora representan un problema en la era digital?

Obviamente. Toda actividad humana está limitada, o más precisamente, condicionada por nuestra naturaleza física. Si yo quiero llegar a París en menos de tres horas, tendré que montarme en un avión. Porque de forma natural, a pie, el viaje me llevará mucho más tiempo. Lo mismo pasa con nuestra capacidad comunicativa. Salvo para aquellos hablantes que emplean la lengua de signos, la oralidad constituye la forma natural de comunicación. Y esta oralidad impone algunas condiciones: la evanescencia o las restricciones en su transmisión y recepción son algunas de ellas. Por mucho que quiera, las palabras que digo hoy aquí, en España, no pueden ser oídas de forma natural en Argentina, por poner un ejemplo, ni conservarse para que las escuchen mis tatatataranietos. Y es aquí donde interviene el milagro de la tecnología. La tecnología aplicada a la comunicación humana supone una revolución tan grande como el avión para nuestros viajes. Y si me apuras mayor. Ya que no solo hace posible que nuestras palabras viajen lejos muy, muy rápido (de forma casi instantánea), sino que permite que viajen en el tiempo (al menos hacía el futuro). Así, el milagro de la escritura, primera gran tecnología de la palabra, conserva las palabras de Borges para que yo pueda lleras en la actualidad.

  • ¿Qué opina sobre la mediación tecnológica en la era de «conexión ilimitada»?


La tecnología actual nos ofrece herramientas de comunicación muy poderosas. Pero ya se sabe que
un gran poder entraña una gran responsabilidad. En la época de los móviles parece que tengamos que estar siempre localizables. ¿Dónde queda el lugar para la soledad y la intimidad en un modelo así? No todo es blanco o negro. Las redes sociales nos ofrecen la posibilidad de conectar con gente muy diversa, lo cual resulta muy enriquecedor. Pero, también, exponen nuestras palabras a una audiencia muy grande y hay que aprender a manejar este grado de exposición. Una de las teorías más reputadas sobre el origen del lenguaje sostiene que nuestra capacidad de hablar está fuertemente ligada a nuestra necesidad de chismorrear. Pero claro, no es lo mismo criticar a alguien en un grupo reducido de individuos que hacerlo en una red social, en la que nuestras palabras pueden viajar de una parte a otra del planeta en segundos y permanecer, para nuestro desconsuelo, eternamente grabadas. Y hablando de criticar, tampoco podemos olvidar que el nivel y la intensidad que adquiere una crítica también dependen de las circunstancias en las que se produce, porque estas determinaran su interpretación. Los conocidos como haters de las redes sociales vierten sus opiniones desde el anonimato, mientras que los primeros chismorreos de los humanos debieron hacerse en los ratos destinados al acicalamiento mutuo, es decir, mirándose y tocándose. Nada que ver. El trato humano, la cercanía, el contacto, nos ayuda a cooperar y a rebajar la tensión que se dispara, muchas veces de forma descontrolada, en un modelo de comunicación en la distancia.

  • ¿Cómo influyen las características de las aplicaciones destinadas a la comunicación interpersonal en nuestra forma de conversar? Por ejemplo, Whatsapp. 

Decir que las características de las aplicaciones condicionan o influyen en nuestra manera de comunicarnos puede ser algo reduccionista. Es como pensar que hay una mano invisible que lleva a la tecnología en una dirección concreta y que las personas no estamos involucradas en este proceso. Desde mi punto de vista, se trata más bien de un proceso bidireccional. Las affordances, o prestaciones de las aplicaciones, condicionan la interacción de los usuarios, pero los sujetos también modelan las aplicaciones. Y no olvidemos que las tecnologías las diseñan personas. Pongamos un ejemplo. Para que se extienda el uso de notas de audio en Whatsapp, se necesita primero que la aplicación ofrezca esta funcionalidad. Pero es necesario también que los usuarios la integren en sus rutinas. Una vez incorporada, se produce una negociación entre las personas y las tecnologías, que, en el ejemplo de estamos comentando, puede dar lugar a funcionalidades nuevas como la de acelerar la velocidad de los audios, en respuesta a la demanda de algunos usuarios.

  • Como dice Whatsapp permite hablar mediante audios de voz, ¿no se asemejaría esto a una conversación real?

Claro, la introducción del audio en los intercambios por Whatsapp los acerca en cierta medida a las conversaciones naturales. Se recupera la calidez de la voz, los matices de las entonaciones, etc. Muchas cosas que, o bien se pierden, o bien son más difíciles de conseguir en los intercambios escritos. En sus orígenes chatear consistía fundamentalmente en intercambiar mensajes breves por escrito. Había surgido algo muy novedoso: el diálogo escrito. Hasta entonces la escritura se había reservado fundamentalmente para textos monológicos, en los que una persona escribe y otra, pasado un tiempo, lo lee. Con la extensión de internet la escritura tuvo que adaptarse a un tipo de intercambios nuevos en los que el destinatario recibía y contestaba al mensaje de forma casi inmediata. La escritura tuvo que adaptarse a la instantaneidad, sacrificando la corrección en aras de la rapidez. La escritura sale del dominio de la lengua formal, del texto editado para adentrarse en el imperio de la informalidad, territorio en el que, hasta entonces, reinaba la oralidad. Y así fueron surgiendo fenómenos nuevos como los emoticonos o los actuales emojis, junto con otras estrategias como la reduplicación de vocales o el acortamiento de palabras, que sirvieron para adaptar la escritura a ámbitos de uso en los que prevalece la expresión emocional.

  • Hemos estado hablando de la conversación, pero usted ha escrito que estos medios tecnológicos también tienen su repercusión hasta en el silencio, ¿a qué se refiere? ¿Qué repercusiones personales puede llegar a tener?

En una conversación tan importante es cuando uno habla como cuando calla. De hecho, los lingüistas consideramos que el elemento clave de una conversación es la alternancia de turnos. Es decir, conversar consiste en hablar y escuchar de manera alternativa. Es este engranaje de parlamentos y escucha activa el que estructura la conversación. A diferencia de lo que sucede en un debate televisivo, cuánto duran esos turnos no está pactado de antemano, por lo que los interlocutores han desarrollado mecanismos para saber cuándo es cortés tomar el turno y estrategias que les permiten informar sobre si quieren ceder o mantener la palabra. Y, aunque a veces pueden fallar, solapándose el habla de dos o más interlocutores, resulta milagroso observar lo bien que funcionan, por norma general, las conversaciones cotidianas. Las normas de la conversación también regulan los silencios, o intervalos entre turno y turno en los que nadie habla, y establecen las fronteras entre un silencio normal y uno demasiado largo que signifique que nos dieron la callada por respuesta. Pues bien, en la conversación por Whatsapp todas estas reglas se han deconstruido para reconstruirse bajo otros principios. Los turnos no se respetan y es normal que varios participantes escriban al mismo tiempo, solapando así sus intervenciones. El intervalo de tiempo que separa un mensaje y su respuesta puede ser mínimo, casi imperceptible, pero, también, puede extenderse en el tiempo tanto como quieran los interlocutores. La conversación se hace líquida. Se desdibujan los límites entre sus unidades. Y es, precisamente, en este punto, en el que me parece que los intercambios de Whatsapp se separan más de las auténticas conversaciones. En la conversación presencial tenemos que estar mutuamente disponibles, cuando guasapeamos gestionamos nuestra atención de forma más egoísta: hacemos caso cuando podemos o queremos y silenciamos los intercambios que no nos interesan.

  • ¿Son auténticas estas conversaciones?

En sentido estricto, alguien que como yo estudia la conversación como fenómeno lingüístico podría decir que no, que no son auténticas conversaciones, ya que sus reglas se han visto sustancialmente modificadas en esos entornos de comunicación. Pero esta respuesta podría inducir a error y llevar a interpretaciones muy pesimistas y catastrofistas. Si escuchamos al otro, si estamos mutuamente disponibles, si nos implicamos en los intercambios, cualquier entorno es apto para comunicar y, por lo tanto, para conversar. Porque más allá de definiciones técnicas, conversar es, fundamentalmente, escuchar y empatizar con los otros, cooperar y llegar acuerdos. En la medida en que mantengamos viva esta capacidad, la conversación (oral o escrita, en directo o en diferido) seguirá manteniendo su esencia. En las redes sociales se habla más de lo que se escucha y esto repercute en la calidad de los diálogos. De forma que la que podría ser una de las grandes ventajas de las redes sociales, la capacidad de escuchar voces y opiniones muy diversas, se desvirtúa hasta el punto de producirse un efecto conocido como “cámaras de eco”. Así se genera, en buena medida, la polarización ideológica en la que vivimos: escuchando una y otra vez rebotar nuestra opinión en el eco de otras voces. Hoy en día se habla mucho, pero se escucha poco, y ese es, creo yo, el verdadero problema de la conversación digital.

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