Por Angelo Nero
Anna Hovhannisyany nació en Ereván, la capital de Armenia. Lleva viviendo 12 años en Pontevedra y trabaja como profesora de inglés en Vaughan Systems en Vigo. Antes de llegar a Galicia, sólo conocía Madrid, donde tuvo la oportunidad de hacer un curso de verano de español en la Universidad Complutense. Fue una experiencia maravillosa que le dejó con muchas ganas de volver a España. Mientras trabajaba en Armenia en la Universidad, conoció a unos empresarios gallegos que se dedicaban a la comercialización de la piedra y estaban interesados en el travertino armenio. Trabajó con ellos como intérprete, luego coordinó también los pedidos y la suministración. Fueron ellos quienes la invitaron a trabajar en su empresa de Galicia porque tenían intención de salir al mercado ruso y también al indio. Fue así que llegó un día de verano a Pontevedra con la idea de trabajar y hacer un Master en la Enseñanza de Español como Lengua Extranjera.
Con Galicia fue un amor a primera vista. Trabajó menos de medio año en esa empresa, echaba mucho de menos la enseñanza y se le abrió la oportunidad de trabajar en Vaughan. Ahí está desde entonces, feliz porque hace lo que le encanta hacer. En Pontevedra conoció a su pareja, otro armenio de Ereván, y aquí siguen, con dos hijos ya y sin olvidar de dónde vienen. Con ella conversamos sobre la reciente guerra de Artsakh, sobre la agresiva política exterior de Turquía y sobre las consecuencias que este conflicto ha traído para el pueblo armenio.
¿Qué sensación tienes cuando saltan todas las alarmas en Europa por los recientes ataques islamistas en París, Niza y Viena, mientras que durante más de un mes ignoraron la llamada del presidente armenio Nikol Pashinyan, que ya desde el principio del conflicto había alertado de la presencia de mercenarios yihadistas –el propio presidente francés Emmanuel Macron los ha calificado así- de Siria y Libia, financiados por Turquía, en la guerra de Artsakh?
No me sorprendió mucho, no. No es que diera por hecho que pasaría algo tan horrible, pero no fue inesperado, sobre todo después de haber vivido más de un mes y medio rodeada de las noticias tan tristes que venían de Artsakh. Pero la sensación era de indignación, de furia y de impotencia. Desde el año 1994, cuando acabó la primera guerra de Artsakh, hubo momentos de tranquilidad, de creer que la paz podría ser permanente, pero sólo eran momentos, o mejor dicho fragmentos de tranquilidad. Sabíamos que era una ilusión de paz (quizás algunos lo veían mejor que los otros), nos agarrábamos a esa ilusión y alejábamos la realidad cruel de una guerra muy probable. Los ataques terroristas han sacudido Europa en varias ocasiones en los últimos años pero en general, la gente está acostumbrada a la paz, al estado de no guerra, mientras que Armenia aún tenía las heridas sin cicatrizar, y los acontecimientos del abril de 2016 y de julio de 2020 cada vez más revocaban aquellas imágenes de la guerra que podría estar ahí cerca. Es muy triste admitir que estás más acostumbrado a la idea de la guerra que mucha gente en el siglo XXI. Es como si la guerra fuera inevitable y tú tuvieras que aceptarla, plantarle cara o si no… dejar de existir.
En muchos medios leemos grandes análisis históricos del conflicto, que se remontan a la entrega de Nagorno Karabaj y Nakhchivan, ambos territorios de mayoría armenia, a la RSS de Azerbaiyán, en 1920, cuando era comisario de minorías, bien es cierto que en el caso de Nagorno como un óblast, una entidad subnacional, con lo que siempre mantuvo una cierta autonomía. Insisten estos medios en señalar una cierta continuidad entre este ataque azerí y la guerra 1988/1994, que comenzó todavía en el seno de la URSS, cuando el parlamento primero del óblast, y después la población de Artsakh decidió mayoritariamente la unión con Armenia o, de no ser posible, la independencia. Hay algunas similitudes, por ejemplo en el apoyo de Turquía, o en la presencia de mercenarios, entonces afganos y chechenos, en las filas azerís, pero sin embargo, también hay otros análisis que nos hablan de una estrategia global diseñada por el presidente turco, Recep Tayyip Erdoğan, como una pieza más del avance que está desarrollando en muchos países, como Libia, Siria, Chipre, Grecia o Egipto.
¿Cuál es tu visión del conflicto actual, crees que es una suerte de continuidad de la guerra 1988/1994, que no terminó en un auténtico tratado de paz, o más bien, como apuntan estos otros análisis, obedece más a las razones estratégicas de Erdoğan por aumentar el área de influencia turca? ¿Y crees que este nuevo tratado de paz, recién firmado, a pesar de ser beneficioso para Azerbaiyán, será respetado, o por el contrario, existe un riesgo de que, más adelante, vuelvan a intentar conquistar lo que les queda de Artsakh?
Toda la propaganda del odio hacia los armenios en los últimos 30 años en Azerbaiyán, los contratos de compra de armas a largo plazo con Israel, las reuniones militares en Najicheván entre Azerbaiyán y Turquía el verano pasado, indicaban que Azerbaiyán se preparaba a la guerra y cuando nos despertamos el 27 de septiembre en esa guerra, pensábamos que volvíamos al año 94 y que la guerra no se había acabado. Pero faltaron poco días para darnos cuenta que esta era otra guerra, una guerra en la que nuestros soldados de 18-19 años del ejército regular, muchos de los cuales estaban haciendo la mili entre sus estudios universitarios, estaban protegiendo nuestras tierras de los terroristas reclutadas por Turquía en Siria, de los generales turcos que dirigían todas las operaciones militares y de las armas más avanzadas, armas de la quinta generación.
También empezó a llegar más información y poco a poco se hizo más obvio que había intereses que iban mucho más allá, intereses geopolíticos, donde las dos potencias, la Turquía de Erdogán y Rusia, pretendían posicionarse más fuerte en esa zona, y por otro lado tener más presencia y poder, Turquía en Azerbaiyán y Rusia en Armenia.
Por otro lado, después de firmar el así llamado acuerdo de paz, se empezó a hablar que los mercenarios sirios no tenían prisa en abandonar Azerbaiyán y se encontraban en la frontera con Irán y hasta hubo algún tiroteo y de ahí, que se sospechó que las acciones militares podían reanudarse en cualquier momento y en cualquier dirección involucrando a más países.
Cuesta entender también que Europa, que siempre parece preocupada por defender la democracia en lugares tan dispares como Venezuela o Bielorrusia, esté mirando hacia otro lado, cuando para un observador imparcial es muy fácil comparar el régimen dictatorial del clan Aliyev, que lleva gobernando prácticamente Azerbayán desde principios de los años setenta del siglo pasado – Heydar Alíyev, padre del actual presidente, ya fue líder de la RRS-, con el que gobierna en Armenia, el del presidente Nikol Pashinyan, surgido en el marco de una auténtica revolución ciudadana, uno de los pocos casos en los que hubo una revolución pacífica que reemplazó a un régimen autocrático en los estados postsoviéticos.
¿Crees que la política exterior de Europa, como muchos pensamos, está marcada más por los términos económicos que por los derechos humanos, hasta el punto de ignorar como se están destruyendo los restos de democracia que quedan en esa región, ya muy devaluados, por otra parte, en Turquía, donde la represión de los kurdos y otras minorías nacionales no ha generado ninguna protesta por parte de los dirigentes europeos?
No cabe duda de que la política exterior de Europa se guía antes que nada por los intereses económicos. Sólo mirando como Europa hace caso omiso a las declaraciones bélicas de Erdogán, la violación de los derechos humanos en la misma Turquía tanto contra los kurdos y las otras minorías como contra la oposición turca, demuestra que el silencio de Europa no es una casualidad. Y para comparar, todas las sanciones que puso Europa contra Rusia por el envenenamiento de Navalni, y ninguna sanción contra Turquía que en todo el tiempo de la guerra de Artsakh, en la que apoyó públicamente a Azerbaiyán en la solución militar del conflicto y hasta mandó a callarse a los que se oponían. Todo eso en plena crisis por Covid 19 e infringiendo las resoluciones de la ONU. Europa era el testigo de los crímenes de guerra por parte de Azerbaiyán, del uso de municiones de racimo, de cómo quemaban los bosques de Artsakh con fósforo blanco. Y eso pasaba durante 44 días.
Llama también la atención, por los intereses geopolíticos tan dispares en la región, de la implicación, hasta ahora más o menos indirecta, de otros países, además de Rusia y Turquía, como pueden ser Irán e Israel, que parece contradecir a los que señalan este como un conflicto de naturaleza religiosa, ya que la República Islámica es aliada, hasta donde sabemos, de Armenia, un país católico, mientras que el Estado Sionista está vendiendo tecnología militar a Azerbaiyán, una nación de mayoría chiita.
¿Crees que el riesgo de que actores se involucrasen sobre el terreno, incluso con fuerzas militares –se vieron movimientos de tropas en la frontera iraní, y también se habló de la implicación de cazas turcos en los bombardeos-, hubiera podido incendiar todo el Cáucaso, un territorio que, como se ha demostrado a lo largo de la historia, es extremadanamente volátil?
Está claro que esa no era una guerra religiosa, sería muy ingenuo pensar así. Azerbaiyán tenía el apoyo de Israel, que fue el principal suministrador de los drones de última generación, también Ukrania les apoyaba por sus problemas con Rusia. Por otro lado, Irán, un país islámico, intentó intermediar entre los dos países para poder establecer paz en la zona. El Cáucaso de veras es un territorio muy volátil y la desestabilización de la zona esconde más peligros de lo que se puede creer.
Esta guerra ha resultando especialmente cruel, además del bombardeo azerí indiscriminado de la población civil en las ciudades y pueblos de Artsakh, se han visto terribles imágenes de decapitaciones de prisioneros armenios –algo que nos recuerda a la manera de actuar del ISIS en Kurdistán-, y una continuada violación de las treguas humanitarias, por parte de Azerbaiyán, y de los compromisos alcanzados en Moscú, bajo el auspicio del ministro de exteriores ruso, Serguéi Lavrov, así como por los copresidentes del Grupo de Minsk (Rusia, Francia y EEUU).
Organizaciones como Human Rights Watch denunciaron ataques azerís con municiones de racimo, cuyo uso en un entorno civil está prohibido por las convenciones internacionales, y que han usado fósforo blanco para incendiar bosques cercanos a las comunidades civiles, donde suele refugiarse la población durante los ataques.
¿Qué otros indicios necesitaba la comunidad internacional para reaccionar a lo que todo parece señalar como un nuevo genocidio del pueblo armenio? ¿No deberían llevar a Aliev a los tribunales internacionales por violar sistemáticamente todas las convenciones internacionales sobre la guerra y sobre los derechos humanos de los prisioneros?
Sé que tanto el Defensor de Pueblo de Armenia como el de Asrtakh, han hecho un trabajo enorme para documentar todos los crímenes de guerra llevados a cabo por Aliev y sus subordinados, y espero que todos estos tomos pronto serán entregados a los tribunales internacionales pero, aún hasta hoy y este momento, los crímenes de guerra siguen. El destino de los prisioneros de guerra no está claro, La Cruz Roja pudo visitar a algunos y habló de las condiciones infrahumanas que viven estos chicos, muchos de 18-19 años, ayer mismo apareció un video nuevo donde los soldados azeríes están destruyendo las tumbas armenias en Kalbajar y no pasa un día que no se sepa de algún nuevo crimen. En las redes sociales se puede leer a muchos azeríes hablando ya de su apetito hacia las regiones armenias de Syunik y Zangezur. Aliev no quiere parar.
Hemos asistido a la sorpresiva firma de un acuerdo de paz que más parece una capitulación militar, tanto el primer ministro armenio, Nikol Pashinyan, como el presidente de Artsakh, Arayik Harutyunyan, han insistido en sus comunicados en se ha llegado a esta situación ante el riesgo de perder todo el territorio de Nagorno Karabakh, y para evitar una pérdida mayor de vidas, tanto civiles como militares. Por otra parte vimos, la misma noche de la firma del acuerdo, la imagen de la ocupación del edificio del gobierno en Ereván, y las posteriores manifestaciones de la oposición, pidiendo la dimisión de Pashinyan, acusándolo incluso de traición. ¿Cómo se ve todo esto desde la diáspora, que sensaciones has vivido estos días y que valoración puedes hacer de toda esta avalancha de acontecimientos, que parece no augurar un futuro muy halagüeño, tanto para Artsakh como para Armenia?
La Diáspora ha vivido unos días muy intensos desde el 27 de septiembre. Al principio, fue esa sensación de parálisis que, por suerte, no duró mucho, porque la gente se dio cuenta de que había que actuar. Actuar en todos los ámbitos y mover todo lo posible. Lo que se vivió hasta el triste día de 9 de noviembre, fue una fantástica unión de toda la Diáspora para un único fin de ayudar físicamente, económicamente y moralmente. Ahora mismo, desde que se firmó el documento del 9 de noviembre, las sensaciones son mixtas. En general, la gente está viviendo una tragedia y quizás la palabra apatía es la que mejor describe el estado de ánimo de los armenios, tanto en Armenia y Artsakh como en la Diáspora. Espero que poco a poco podamos hacer frente a esa tragedia que vivimos y levantar la cabeza porque hay mucho que hacer y porque ahora, más que nunca, tenemos que estar unidos y fuertes.
La guerra por la información también ha sido importante, en Europa hubo una cobertura muy desigual del conflicto, cuando en otras guerras similares se han desplazado corresponsales de los grandes medios. En el estado español, quitando la buenísima labor de Pablo González y de Karlos Zurutuza, las noticias que nos han llegado han sido pocas, cuando no alguna bastante polémica, como la imagen de los supuestos habitantes de Shushi saliendo a recibir a sus libertadores con banderas azerís. ¿Qué te ha parecido la respuesta de la prensa de Europa, en general, y de España en particular?
Personalmente para mí, uno de los momentos más duros y decepcionantes fue justo la cobertura de prensa, en mi caso, de la prensa española. Ya he perdido la cuenta de cuantas veces tuve que buscar los correos electrónicos o el campo de mensajes o mensaje privados de las páginas web de los periódicos y canales de la tele para enviar enlaces, textos oficiales, reportajes de los mismos periodistas españoles que estaban en Arstakh para desmentir esa o aquella información. Mi sensación era la de que no les interesaba investigar más y por lo menos intentar cubrir la guerra de forma imparcial. Ni siquiera se pusieron en contacto con los periodistas que se encontraban en la zona de guerra. No se desmintió ni una mentira obvia aunque se les mandase las pruebas. La gente española que nos conoce, la mayoría de los amigos decían que se enteraban de la situación al leer nuestras publicaciones o en conversaciones privadas porque la prensa hacía caso omiso a la guerra de Nagorno Karabakh. De los periódicos más importantes del país, quizás fue El País que publicó varios artículos y se notaba el trabajo profesional detrás de cada artículo.
Si no fuese por Pablo, por Karlos, por ti, por la escritora Virginia Mendoza y unos cuantos españoles más, estaríamos gritando en un desierto. Gracias.
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