Entre cumbres y realidades: América Latina y el Caribe y la voluntad integracionista de avanzar

Es cierto que la CELAC no desapareció, era lo que deseaban los halcones del establishment estadounidense y sus acólitos, pero también lo es que menguó su peso hasta las cotas más bajas desde que vio la luz.

Por Hassan Pérez Casabona

Hace apenas unas jornadas, el 18 de septiembre, tuvo lugar en México la VI Cumbre de la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños (CELAC). Se trató, sin lugar a dudas, de uno de los eventos más trascedentes para la región desde que comenzó a hacer estragos la Covid-19, a inicios del 2020. Mucho tuvo que ver, en la concreción y éxito de la cita, el papel desempeñado por la nación azteca en la presidencia pro tempore de dicho mecanismo y, de manera particular, el liderazgo de su presidente Andrés Manuel López Obrador en rescatar, y fomentar, espacios de concertación entre los países del área, más allá del sesgo ideológico de los gobiernos.

En realidad, la CELAC demandaba a gritos revitalizarse, para poder llevar adelante uno de los mandatos esenciales que se le asignó, sino el principal, desde que irrumpió una década atrás en el concierto internacional: ser un foro deliberativo autónomo entre diversas realidades, de toda índole, y tener la capacidad de erigirse en interlocutor vigoroso frente al resto de los actores intra y extra regionales.

No en balde desde su nacimiento, en el encuentro fundacional de Caracas, entre el 2 y 3 de diciembre del 2011, y aún desde antes, en la Cumbre de la Unidad que tuvo lugar en la Riviera Maya, México, el 23 de febrero del 2010, quedó claro que, a diferencia de la Organización de Estados Americanos (OEA), Estados Unidos y Canadá no formarían parte de su membresía.

De igual manera se hizo énfasis por los líderes que propiciaron este alumbramiento, Hugo Chávez, Raúl Castro, Daniel Ortega, Lula da Silva, Evo Morales, Rafael Correa y Cristina Kirchner, entre otros estadistas, en que nacía una entidad que no se subordinaba, a contrapelo de lo que sucedía con la ya entonces muy desprestigiada OEA, a los designios de Washington ni de ninguna otra latitud. El reto mayor era alcanzar, como pilar sostenible en el tiempo, la unidad en la diversidad, en tanto dicha condición representaba a la vez pivote, y garante, para ser escuchados por el resto de los bloques internacionales en la misma medida en que se diseñaban, y concretaban, ámbitos de cooperación con las más variadas geografías.

Desde ese parto esperanzador hasta la fecha no pocos acontecimientos tensaron las fibras del accionar integracionista latinoamericano. Los últimos años, ello no puede soslayarse, fueron infelices para la CELAC. Se evidenció en ese período, por el contrario, un debilitamiento e inacción que, en no poca medida, paralizó tanto el funcionamiento vital, desde la óptica de latir y generar iniciativas, como su proyección foránea. Ese retroceso fue el resultado de la irrupción en determinados países de gobiernos que, por enésima ocasión en nuestro complejo devenir histórico a lo largo de dos centurias, volvieron a tomar como brújula actuar como “patrio trasero” de las políticas elaboradas por Estados Unidos, en detrimento de las miradas centradas en articular posicionamientos originales y genuinamente autóctonos.

Para poder participar en los entresijos de un mundo cada vez más signado por innumerables desafíos, de la más variada gama, lo primero es tener un desenvolvimiento que lleve a estar presente en el momento en que dichas problemáticas cobran cuerpo, y se manifiestan a través de hechos concretos. Es cierto que la CELAC no desapareció, era lo que deseaban los halcones del establishment estadounidense, y sus acólitos por estos lares, pero también lo es que menguó su peso hasta las cotas más bajas desde que vio la luz. Bastaría para ilustrarlo, siquiera mencionar que desde la V Cumbre que acogió el balneario dominicano de Punta Cana, el 25 de enero del 2017, no se materializó, hasta ahora, un intercambio similar entre jefes de Estado y gobierno.

En enero del 2014, para citar otro ejemplo, en la II Cumbre que se celebró en La Habana, asistieron 29 de los 33 jefes de Estado de la región, a los que se sumó el entonces Secretario General de la ONU, Ban Ki-moon. Fue justo la reunión donde se aprobó uno de los documentos de mayor hondura rubricados por los dirigentes del hemisferio en muchas décadas: la Proclama que estableció como Zona de Paz a América Latina y el Caribe.

Sobre la cita que acaba de transcurrir en la hermosa y multicultural capital mexicana pueden hilvanarse no pocas lecturas. La primera, y más estratégica, es que ratificó, si es que desde la izquierda (es obvia la postura invariable de los exponentes de la derecha reaccionaria, y los oligarcas transnacionales, acerca de los mecanismos alternativos al poder imperial) alguien tenía aún alguna duda sana al respecto —ya sabemos hacia dónde conducen y cuán caro se pagan las ingenuidades en el terreno político— la necesidad imperiosa, e impostergable, de unirnos, cómo única alternativa para sobreponernos a los escollos que, lejos de desdibujarse, irrumpen con mayor nitidez ante nuestros ojos.

Ese empeño no es, ni será, un lecho de rosas. Más bien su tónica, con independencia de las coyunturas, estará signada por entuertos variados que habrá que conjurar con inteligencia, y sin abandonar los horizontes que animan una proyecto emancipador de este calado. México, en ese sentido, demostró audacia y coraje, tanto para dejar a un lado provocaciones y lastres como para mantenerse erguido ante amenazas y presiones. Esa, más allá de las críticas e insatisfacciones que puedan tener algunos, ha sido la impronta del gobierno de AMLO, desde que asumió el mandato popular de conducir, inmensa tarea vista desde cualquier prisma, los destinos de una de las naciones donde la avalancha neoliberal hizo mayores estragos en los últimos decenios.

Ya en noviembre del 2019, a raíz del golpe de Estado contra el presidente Evo Morales, instigado por el informe tendencioso de la OEA, y las declaraciones de su infame secretario General Luis Almagro, AMLO dio muestras de esa valentía, al rescatar al mandatario andino, ante los riesgos inminentes que corría su vida. Los documentos revelados con posterioridad, y los testimonios de no pocos de los involucrados, confirman que se manejó en varios círculos golpistas el asesinato de Morales. El carismático líder indígena no solo encabezó la proclamación del Estado Plurinacional de Bolivia, y la colosal transformación llevada a cabo en todas las esferas a lo largo de 13 años de gestión, sino que ganó inobjetablemente, como reconocieron prestigiosos centros de estudios internacionales, los comicios presidenciales efectuados pocas semanas antes, en octubre del 2019.

En esa misma línea México concedió asilo a varios dirigentes del proceso de cambio a los cuales, literalmente, pretendían cazar, para ser también asesinados, tal como se jactaron en declarar, las huestes de la usurpadora Janine Añez, y su testaferro Arturo Murillo. Gracias a esa gestión pudieron salvar la vida, resguardados durante prácticamente un año en la sede diplomática mexicana en La Paz, figuras como el intelectual y ex ministro de la Presidencia Juan Ramón Quintana Taborga; el ex ministro de Justicia, Héctor Arce; el ex ministro de Defensa, Javier Zavaleta; la ex ministra de Cultura, Wilma Alanoca; el ex director de la Agencia de Gobierno Electrónico y Tecnologías de Información y Comunicación (AGETIC), Nicolás Laguna; el ex gobernador de Oruro, Víctor Hugo Vásquez y el pensador y también ex ministro de Evo, Hugo Moldiz.

En esta ocasión la hidalguía de AMLO se puso de manifiesto con respecto a Cuba. Primero, el 24 de julio del 2021, a propósito de la 21 reunión de cancilleres de la CELAC, la cual se hizo coincidir con el aniversario 238 del natalicio del Libertador Simón Bolívar, realizó un discurso que impactó profundamente en la Mayor de las Antillas, y fuera de sus fronteras, donde señalaba, entre múltiples razonamientos, que había que conceder el premio de la dignidad al pueblo del archipiélago, por las proezas escritas desde 1959.

Planteó, asimismo, que debía hacerse realidad el mandato de la Asamblea General de la ONU, la cual cada año, desde 1992, condena enérgicamente el criminal bloqueo de Estados Unidos hacia Cuba. Un mes antes del reclamo del dignatario mexicano, el 23 de junio, desde la sede neoyorquina de Naciones Unidas, la comunidad internacional enviaba nuevamente un mensaje potente a la Casa Blanca, al recibir la resolución presentada por Cuba, 184 votos a favor, solo 2 en contra y 3 abstenciones.

Eran los días donde en las redes sociales, y el ciberespacio en general, se desataba una implacable operación de odio para acabar con la revolución cubana, tomando como detonante los sucesos del 11 de julio. Todo ello en medio de un recrudecimiento brutal del bloqueo impuesto por Estados Unidos, a partir de la aplicación por el presidente Donald Trump de 243 medidas (55 de ellas en plena pandemia), con la finalidad de perseguir, y boicotear, las operaciones financieras antillanas con contrapartes de cualquier sitio.

Contrario a lo que prometió durante la contienda electoral, la administración del presidente Joe Biden no solo no ha modificado ninguna de esas penalizaciones impuestas por su predecesor, sino que, de su propia cosecha, afirmó que Cuba era un estado fallido. Expresión en verdad inverosímil, máxime si proviene del país con mayor número de víctimas provocadas por la pandemia, y que, para hacer alusión únicamente a dos casos, salió trastabillado de Afganistán el 31 de agosto, luego de permanecer 20 años en un atolladero, donde fue por demás incapaz de adiestrar a quienes darían continuidad a su labor, los cuales sucumbieron con facilidad ante el empuje de los talibanes. Del lado cubano no solo el hecho de resistir, y vencer, ante la escalada de agresiones sino el de haber enviado 57 brigadas médicas a 40 países, como parte del enfrentamiento a los embates provocados por el Sars-Cov-2.

A la mencionada postura en el intercambio junto a los ministros de Relaciones Exteriores, AMLO añadió el envío, algo que igualmente hicieron otras naciones hermanas, de ayuda solidaria al pueblo cubano, el cual ha venido atravesando en los meses recientes por el pico pandémico que en diversos países se presentó con antelación.

Por si fuera poco, invitó de manera especial al presidente Miguel Díaz-Canel a la conmemoración del 211 aniversario del Grito de Dolores y el 200 de la consumación de la independencia de México, concediéndole el honor al mandatario cubano de intervenir el 16 de septiembre, antes del desfile militar en el Zócalo. En su palabras, momentos después de que lo hiciera su invitado cubano, AMLO reiteró, aún con más fuerza, lo que expuso meses atrás resaltando la heroicidad del pueblo antillano, y condenando que se pretenda por parte de una potencia asfixiar de hambre a toda una población, provocando privaciones en la salud y en el resto de las actividades, con el objetivo de que se produzca un cambio político.

La cumbre, volviendo a ella, dejó al descubierto el escabroso panorama actual, marcado por la conjunción de diversas crisis, fundamentalmente en lo político, económico, social, medioambiental y en la salud. En esa misma medida confirmó que es posible encontrar espacios de diálogo, y concertación, incluso cuando se poseen visiones opuestas sobre diferentes temáticas.

Quedó claro también que si bien para muchos de los fundadores, y quienes les dan continuidad en Cuba, Venezuela, Nicaragua, México y otras naciones, el objetivo cenital era fomentar con la CELAC una cooperación integral, la cual contribuyera a un integración multidimensional, no han desaparecido los enfoques reduccionistas (piénsese, por ejemplo, en la intervención del presidente ecuatoriano Guillermo Lazo) que aspiran únicamente a entretejer nexos económicos, echando a un lado el resto de los cauces por los cuales tiene que transitar cualquier propuesta, si aspira a ver coronados el ideal de los próceres independentistas.

La cita sirvió además, no es la primera vez ni será la última que ello sucede, para apreciar el rol servil a los intereses yanquis de determinadas figuras. En el pasado fueron otros, de los cuales ya nadie prácticamente recuerda siquiera sus nombres. Ahora les correspondió desempeñar esa infausta tarea a los presidentes de Uruguay, Luis Lacalle Pou, y a su homólogo paraguayo Mario Abdo Benítez. El guión tampoco fue original. Que esos peones la emprendieran contra Cuba, Venezuela y Nicaragua, de las cuales recibieron contundentes respuestas, reveló, en última instancia, la rabia que provocó en el águila imperial, sus amos reales, que se efectuara una reunión integracionista, en la cual brillaran con luz propia naciones que no se pliegan a sus postulados.

No fue casual que horas antes del encuentro en México un personaje como Mauricio Claver-Carone —impuesto por Trump al frente del Banco Interamericano de Desarrollo (BID), su responsabilidad en el presente, y que antes fue uno de los cerebros grises de esa administración que se enseñoreó contra América Latina y el Caribe desde el Consejo de Seguridad Nacional estadounidense— se paseara por Montevideo y Asunción.

Menuda coincidencia que nos releva, conociendo la manera de operar de las élites políticas de la norteña nación, fundamentalmente tras bambalinas, de ampliar sobre las orientaciones emitidas por el emisor Carone, con las zanahorias como promesas, y la pleitesía manifiesta por los receptores Lacalle y Abdo, en aras de hacer méritos ante el grandulón continental. La opereta montada no logró desvirtuar ni la esencia de la Cumbre ni la profundidad de los planteamientos realizados por varios de sus participantes, en especial el propio Díaz- Canel, el presidente Bolivariano Nicolás Maduro, y el mandatario boliviano Luis Arce.

Tal como apuntó, con datos demoledores, en relación a la inequidad en la distribución de las vacunas contra la Covid-19 la Secretaria de la CEPAL, Alicia Bárcenas, existe una enorme brecha en la mayoría de las naciones que desborda el tema de la salud. Ello es uno de los tantos botones de muestra que expresa la envergadura de los desafíos que se erigen. La Declaración Final de la Cumbre insufla aliento, aunque queda mucho aún por recorrer de cara a concretar y, hacer perdurable en el tiempo, el tantas veces postergado ideal integracionista bicentenario de nuestros pueblos.

Cuando la CELAC apareció, despertando una esperanza de fuerza telúrica, Fidel Castro señaló, idea con la que coincidieron numerosas personalidades, que se trataba del acontecimiento institucional de mayor alcance en 200 años. Hugo Chávez, por su parte, afirmó que había triunfado al fin las aspiraciones bolivarianas, derrotando a las pretensiones monroistas.

En la actualidad los obstáculos son superiores. En la misma proporción la voluntad de los que no nos doblegamos. Tener la certeza de que se trata de una batalla integral, desde el terreno de las ideas, nos coloca más cerca del arduo e irrenunciable proceso de emanciparnos por nosotros mismos. Lo acontecido en México es una demostración, tal como dijo Raúl Castro en los años 90, en el instante en que se envalentonaban los agoreros de la historia con la desaparición de la URSS, y la caída del campo socialista europeo, de que si se puede y siempre se podrá. Está en las manos de las mujeres y hombres de carne y hueso de Nuestra América, que se hagan realidad los sueños, tal como lo exigió José Martí, de andar unidos como la plata en las raíces de los Andes.

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