Entre barricadas y batucadas

Por Daniel Seixo

La Revolución empieza ahora, la Revolución no será una tarea fácil, la Revolución será una empresa dura y llena de peligros.

Fidel Castro

«¡Que los músicos canten no solo las glorias pasadas de nuestro pueblo, sino también a su futuro radiante y prometedor!«

Thomas Sankara

«Yo no se lo que es el destino,
Caminando fui lo que fui.
«

Silvio Rodríguez

Tras un breve paréntesis debido a la pandemia, el pueblo chileno regresa a las calles. La céntrica Plaza Italia, rebautizada por los manifestantes como «Plaza Dignidad», vuelve a ser escenario de duros enfrentamientos entre Carabineros y manifestantes ataviados con mascarillas que enfrentaron las cargas policiales antes de verse obligados por la presión policial a dispersarse por las calles colindantes. Durante las duras cargas represivas más de 20 personas fueron detenidas y acusadas formalmente por desórdenes públicos. Poco a poco también en Ecuador las centrales sindicales, los maestros, los sanitarios y los indígenas se suman a las protestas callejeras que exigen medidas reales y efectivas para lograr paliar la enorme crisis sanitaria y económica que agobia al país. También se suceden las protestas en Colombia, Estados Unidos o en nuestro país vecino, Francia, en donde los Chalecos Amarillos retoman sus protestas incendiando numeroso mobiliario público y enfrentándose de forma directa a unas fuerzas de seguridad que han empleado gases lacrimógenos y han cargado duramente contra los manifestantes. Los efectos de la pandemia, la deficiente gestión pública de la misma y los primeros pasos de una crisis económica que amenaza con afectar de nuevo de forma desigual a los sectores proletarios, reavivan la llama contestataria en diversas coordenadas a lo largo del planeta. No se trata nada de todo esto de un movimiento organizado, se trata más bien de una sensación de impotencia y una depauperación generalizada de las condiciones de vida de la clase trabajadora.

El corte de la A-8 entre Galiza y Asturias por parte de trabajadores de Alcoa en defensa de sus puestos de trabajo y la garantía futura de empleo, supone sin duda alguna la cara más visible de esas protestas de clase en nuestro país. Curiosamente, no ha sido esta movilización obrera la que mayores focos ha concentrado en sus reivindicaciones, ni tampoco la que ha provocado una reacción rápida y precisa de nuestro presidente del gobierno. Todavía a día de hoy los sainetes partidistas, los culebrones entre partes y los posados con banderas, con muchas banderas, demasiadas banderas, son los encargados de ocupar los grandes titulares en detrimento de los grandes debates que deberían ocupar la agenda de cualquier estado que se precie. La preocupación por nuestra industria y sus puestos de trabajo, ceden inevitablemente terreno ante la nada en términos de gestión, las medidas huecas y promesas vacías resultantes de un bochornoso espectáculo en el que nada cambia, para que todo siga igual.

No podemos seguir supeditando nuestras necesidades, nuestro hartazgo y nuestra rabia a su agenda partidista

Y esa es la clave de todo este asunto. El problema no son las batucadas, ni los tambores, ni la música en las manifestaciones, ni tan siquiera el coro del ejército rojo. El principal problema de nuestra sociedad y especialmente de la izquierda, lo monopoliza desde hace mucho tiempo el derrotismo, la renuncia a todo proyecto común de cambio social y la rendición incondicional de amplios sectores sociales ante la aplastante maquinaria del capitalismo. Hemos renunciado a plantar batalla en cualquier campo que pueda suponer tener que desafiar el modelo global neoliberal y por tanto llegar a retomar cierta soberanía como estado. El problema se basa en que si hace un par de décadas «cualquier chorrada» de la derecha más reaccionaria resultaba suficiente para contemplar el reflejo de los cócteles mólotov en nuestras calles, contenedores ardiendo para impedir la marcha de las lecheras y cargas policiales repelidas en ocasiones y sufridas en el cuerpo de los militantes en muchas otras, hoy hemos llegado a un punto en el que en medio de una crisis sanitaria sin precedentes, Ayuso y los suyos, con el beneplácito ratificado esta misma mañana del presidente del gobierno, han confinado a los barrios obreros del Sur de Madrid entre controles policiales y programas especiales emitidos en los mass media para lograr hacer oportuna caja de la distopía. Todo a la espera de que las pistolas TASER y el refuerzo de nuevos cuerpos represivos ofertados por Moncloa, confirmen la imposición de la única medida real ante el aumento de casos de coronavirus: el jarabe de palo.

Usted podrá ir a trabajar, desplazarse a echar una partidita a la casa de apuestas, consumir alegremente, meterse en un transporte público abarrotado y precarizado, enviar a sus hijos a escuelas sin medida real alguna para evitar nuevos contagios, incluso podrá esperar de forma paciente interminables colas en los centros de atención primaria o servir copas a turistas y ciudadanos acomodados de su misma ciudad, pero tras eso deberá regresar apretujado en el metro a su barrio humilde sin apenas parques o zonas abiertas para ver como sin remordimiento alguno la Comunidad de Madrid y el Gobierno de España se ríen de usted en su cara. Y sé que hay medios y periodistas que se lo cuentan de forma distinta, pero personalmente me gusta plasmar las cosas sobre el papel de la forma más clara posible: se están riendo de nosotros, pero es que se lo permitimos.

Comenzamos a permitírselo cuando aquel mayo de 2011 tildamos de indignación lo que a todas luces era la rabia y la frustración de todo un pueblo al que habían atracado a mano armada los grandes organismos económicos internacionales al servicio de Washington. Profundizamos en ese mismo error cuando posteriormente contribuimos a criminalizar a aquellos que en las Marchas de la dignidad se enfrentaron a las porras y las cargas policiales con unidad y adoquines, los señalamos como Ultras, terroristas y les dimos la espalda incluso compadeciendo al represor. Finalmente completamos la tarea de nuestra rendición y la asimilación definitiva de las normas de la burguesía y sus fuerzas policiales, al normalizar la pasividad ante la represión desmedida de esas mismas porras y esas mismas fuerzas que habían combatido la denominada ultraizquierda, la alternativa fue asumir los golpes, simplemente poner la otra mejilla al grito de «estas son nuestras armas» con nuestros brazos en alto. La gran alternativa de la nueva política fue cambiar las barricadas por batucadas. Hoy resulta ya habitual ver a supuestos votantes de izquierda lamentarse e incluso condenar la quema de contenedores en las calles de Madrid, Bilbo, A Coruña, Sevilla o Barcelona, sin llegar ni tan siquiera a imaginarse que tras ese fuego se esconden un par de minutos vitales para lograr evitar una nueva carga policial contra quienes a pie de calle defienden nuestros derechos.

El problema es el espacio conquistado por un reformismo que ni tan siquiera es tal, pasando en la actualidad simplemente a ser la constatación de la derrota de las vías socialdemócratas

«En comparación con la violencia al por mayor del capital y del gobierno, los actos políticos de violencia no son sino una gota en el océano» En esta frase de «La psicología de la violencia política» de Emma Goldman se esconde la clave del gran error que se terminó de instaurar en la mente colectiva en aquel entonces y que todavía hoy sufrimos, no se trata de que el pueblo deba salir a la calle a ejercer violencia sin sentido o motivo, no se trata de quemar la ciudad, los conventos o las instituciones como símbolo de radicalidad desmedida o izquierdismo infantilista, no se trata de eso y cualquier órgano represor lo sabe perfectamente, lo saben dado que ellos conocen a la perfección la violencia previa que ejercen desde su control desmedido del poder contra el pueblo apenas armado y fragmentado ante la violencia de las crisis económicas, los desahucios, las privatizaciones, los despidos, las subidas de precio continuadas o las restricciones injustificadas marcadas por un claro componente de clase.

Es el poder económico y su apéndice político el que determina el inicio de la violencia que el pueblo sufre ante la mirada inmisericorde de las necesidades propias del sistema y aquellos que lo manejan o al menos creen manejarlo, son los barrios obreros, los trabajadores, usted y yo los que soportamos una tras otra las arremetidas del poder hasta que decidimos decir basta y tomar las calles. Y saben queridos lectores que cada día cuesta más conseguir eso, saben queridos lectores que en medio de esta situación de continua dependencia económica, precariedad e incertidumbre, cuesta mucho tomar las calles. Cuesta cada vez más y cuando finalmente logramos hacerlo, las porras, los gases lacrimógenos y en más ocasiones de las deseadas los puños y las botas de las fuerzas represivas, ponen desmedido esmero en silenciar nuestra voz. Lo saben en Gamonal, los saben los compañeros en Barcelona, en Vallecas, en Bilbo o todos aquellos que día a día quieren poner freno al fascismo y a la desmedida agenda neoliberal. Lo conocen de primera mano y por ello es mi deber en este pequeño escrito dejar plasmado en negro sobre blanco que aquellos que condenan la respuesta proletaria, aquellos que renuncian a la rabia y la resistencia frente a la represión gubernamental, no merecen ser llamados compañeros, ni merecen el respeto o la mano tendida de la militancia de izquierda.

La gran alternativa de la nueva política fue cambiar las barricadas por batucadas

El problema no son las batucadas, ni los tambores, ni la música en las manifestaciones, ni tan siquiera el coro del ejército rojo, el problema es el espacio conquistado por un reformismo que ni tan siquiera es tal, pasando en la actualidad simplemente a ser la constatación de la derrota de las vías socialdemócratas. Lumpenburgueses, hippiepijos, posmodernillos y demás fauna que no son otra cosa que proletarios renegados jugando a la revolución light, al sálvese quien pueda y a salvar sus propias condiciones de vida y sus negocios del activismo patrocinado antes de observar ni por un momento que el barrio se muere ante sus narices y su disfrazada indiferencia. El problema es que basta ya de promesas electorales vacías, basta ya de poner límites a nuestra rabia, basta de tildar de violentos a los que únicamente intentan evitar que las porras muelan de nuevo manifestación tras manifestación el poco orgullo de clase y las pocas esperanzas que todavía nos quedan. Lo hacen tal y como hicieron nuestros bisabuelos, nuestros abuelos y nuestros padres. Tal y como ha hecho toda la vida la clase obrera y todavía hoy se hace en Ecuador, Colombia, Chile o Francia. Se trata pues de tornar el reformismo por socialismo, también en las calles y en las manifestaciones contra el sistema. Quizás aquí de forma primordial para poder construir desde la base de la rabia del pueblo.

Y esto es lo que parece molestar a esos que denigraron y persiguieron con una sonrisa a muchos movimientos contestarlos en Madrid, los que no gustaban de CSOA, ni el feminismo radical, ni la izquierda radical, ni cualquier otra alternativa que pudiese permanecer en la calle si es que en algún momento llegaban a las instituciones. Del mismo modo que muchos de ellos dieron la espalda a la revolución bolivariana en su momento para vender su candidatura al parlamento, tampoco dudaron ni por un momento en vender a gran parte de la militancia madrileña cuando resultó oportuno. Así hoy, entre excisiones, peleas entre errejonistas, garzonistas, pablistas y oportunistas de todo tipo y realeza, son ellos quienes juegan a ser oposición en la calle al tiempo que son gobierno. Son ellos los que primero silenciaron la rabia y tras eso condenaron la respuesta a la represión como violenta para finalmente ocupar el silencio resultante con batucadas y payasadas varias. No se trata de que el problema sean los tambores, se trata de que el sonido de esos tambores silencian de forma atronadora la falta de perspectiva que desde hace mucho tiempo se palpa en cada manifestación puntual y efímera que toma las calles en Madrid o en cualquier otro punto de este estado. Se trata de denunciar la performance por la performance, la manifestación de la futilidad política, sin esperanza alguna por cambiar realmente las cosas, sin proyecto transformador, sin otro sentido más allá un vano intento por hacer ver que se puede cambiar algo con esos métodos que nos han llevado a la situación en la que nos encontramos. Son los mismos que en redes sociales patrocinan esta visión de las protestas quienes precisamente hoy ocupan las instituciones encargadas de cambiar las cosas, son en definitiva el poder aunque se nieguen a asumirlo.

Hemos renunciado a plantar batalla en cualquier campo que pueda suponer tener que desafiar el modelo global neoliberal y por tanto llegar a retomar cierta soberanía como estado

Y es que resulta sumamente ridículo ver la convocatoria de manifestaciones contra Ayuso por parte de quienes hoy han asistido al despiporre, al escupitajo en la cara de los madrileños que Sánchez y la presidenta de la Comunidad de Madrid han protagonizado como parte de una tregua política que en nada cambia la agónica situación sanitaria de los habitantes de Madrid. Y es que esa es la clave, la taumaturgia, el ocultismo con la que algunos nos quieren vender que mediante batucadas, cánticos y celebraciones se van a poder cambiar las cosas, para a continuación mostrarse sumamente incapaces de desarrollar decisiones o programas políticos desde el espacio de poder de las instituciones. Vicen inmersos en una gran mentira y nos quieren hacer partícipes de la misma. La revolución necesaria en nuestra sociedad requiere de rabia, requiere de organización, requiere de sacrificios. Todo lo que no sea poner eso sobre la mesa, todo lo que no sea sincerarse con el pueblo y tratarlo como un igual, es en definitiva contribuir a ocultar la verdad a ese mismo pueblo, se trata de silenciar los gritos de rabia, las protestas al borde del abismo y la organización proletaria de base que les aseguro también ha salido y seguirá saliendo a las calles de Madrid y del conjunto del estado. Otra cosa es que medios de comunicación, periodistas que no actúan como tal y partidos que quieren todo en calma para continuar con esta enorme farsa, prefieran poner el foco sobre las batucadas y el cachondeo, como si con eso pudiésemos cambiar algo. No podemos seguir supeditando nuestras necesidades, nuestro hartazgo y nuestra rabia a su agenda partidista. No cuando no existe una explicación clara, ni los resultados evidencian tal sacrificio.

No se traga de no hacer batucadas en nuestras manifestaciones, no se trata de desmovilizar a la gente, ni de señalar a quienes en ocasiones salen a expresarse de la forma que mejor saben y pueden en medio de esta tormenta perfecta de la versión más despiadada del capitalismo y el poder de la naturaleza desatada por ese mismo sistema. Se trata de hacer ver a esa misma gente, al pueblo, a todos nosotros, que los verdaderos cambios no se darán sin conflicto social. De lo contrario, volveremos a 2014 y las marchas de la dignidad, volveremos a señalar al compañero y rendirnos sumisamente ante el opresor. Si ustedes quieren, esta vez al ritmo sedante de las batucadas. Pero no cuenten con que este humilde columnista les haga los coros: si no va a traer cambios estructurales, no es mi revolución.

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