Enseñando en el olvido (reseña de «La asignatura pendiente»)

Por Angelo Nero

Educada en la transición, casi nadie sementaba en mí las demandas políticas interrumpidas en la Guerra Civil. Asegurada la desmemoria a través de la deseducación, seríamos ciudadanos de una democracia que partía de cero, libre de cuentas pesadas y pasadas.

SUSANA TRIGO ARCOS

Para que no germine la semiente, lo mejor es dejar el campo yermo. Dejar un vacío para que la tierra pierda la memoria de los pasos, de los trabajos, de las palabras. Durante décadas esa ha sido la política educativa en este país dónde generaciones se han alimentado del olvido, un olvido cultivado, que ha tratado a la memoria como una mala hierba que había que erradicar. No en vano uno de los primeros objetivos del fascismo fueron los maestros, que por cientos fueron sepultados en el olvido, después de regar con su sangre tantos campos que ya nadie se atrevió a sementar. Y fueron tantas, la mía, la de los que vinieron detrás, las que crecieron en el convencimiento de que la historia contemporánea del estado español comenzaba en la transición, que se olvidaron de la longa noite de pedra que le precedía. Generaciones sin pasado, sin historia, demasiado ocupadas con el presente, sin saber que no es posible un presente sin pasado. Todo esto me ha golpeado nuevamente con la lectura del libro de Enrique Javier Díez Gutiérrez, “La asignatura pendiente. La memoria histórica democrática en los libros de texto escolares”, en la que refleja una minuciosa investigación a través de las lecturas obligatorias en nuestras escuelas e institutos, donde se constata la trama de la desmemoria que se impuso con la llegada de la democracia, que pretende ignorar, o minimizar casi 40 años de historia negra de España, la brutal etapa del franquismo.

El alumnado, como sujeto de ciudadanía, debe vincularse en y desde la escuela con el ejercicio de la democracia –entendida como espacio de libertad y responsabilidad a través de la participación en lo colectivo- y con el compromiso activo por la justicia social y la igualdad entre los seres humanos, tanto en la perspectiva de clase como de género. La memoria histórica aporta a la mirada escolar una información indispensable para entender nuestro pasado reciente y las raíces de la resistencia social a la dictadura sobre las que se asiente la convivencia democrática del presente.

Este es un libro que analiza muchos libros de texto, pero que, sobretodo, da muchas razones como las apuntadas en el párrafo precedente, razones para que el fascismo no vuelva a germinar en la ignorancia del pasado, en el miedo del presente, en la incertidumbre del futuro, porque una ciudadanía libre se construye con argumentos más fuertes que los que nos dicen, todavía hoy, que no es tiempo de hurgar viejas heridas, a sabiendas de que una herida que no se airea tiene el riesgo de infectarse, de extenderse y de no curar nunca. O incluso de caer en la tentación negacionista, como la que se impuso tristemente en la última década en muchos sectores, la teoría de los dos demonios, para equiparar a las víctimas con los verdugos, a un gobierno elegido democráticamente, el de la República, con la de los militares golpistas que impusieron el terror y gobernaron ilegítimamente el régimen del general Franco.

El gran poeta Juan Gélman, también víctima de otra dictadura, escribió sobre esto: Dicen que no hay que remover el pasado, que no hay que tener ojos en la nuca, que hay que mirar hacia delante y no encarnizarse en abrir viejas heridas. Están perfectamente equivocados. Laten en el subsuelo de la sociedad como un cáncer sin sosiego. Su único tratamiento es la verdad. Y luego la justicia. Y sospecho que no pocos de quienes preconizan la destitución del pasado en general, en realidad quieren la destrucción de su pasado en particular.

La necesidad de construir una verdadera memoria histórica democrática es realmente nuestra asignatura pendiente, y esta debe comenzar a gestarse en los colegios e institutos para que los principios de Verdad, Justicia, Reparación y Garantías de No Repetición germinen definitivamente en toda la sociedad, como una tarea que una sociedad realmente democrática no puede, no debe aplazar más. No se puede dejar la construcción de la memoria colectiva de todo el estado en la competición por el relato partidario, puesto que la historia debe ser transmitida con rigor científico y sin tutelas políticas, más aún en esa etapa de nuestra vida en la que estamos formándonos como hombres y mujeres libres.

El olvido interesado sobre los hombres y mujeres que lucharon contra la dictadura, sobre los que sufrieron la derrota, la cárcel o la muerte, sobre los que les fueron arrebatados sus bienes, o incluso sobre los hombres y mujeres a los que robaron sus hijos, parece que no tienen lugar en los libros de historia, reservados para las batallas y los generales, para las fechas y los lugares, en un país que cuenta con 140.000 desaparecidos, en el que se calcula que se robaron 300.000 bebés, tendría que tener el derecho y la obligación de que se reflejara todo esto en los libros de texto, para que nuestros escolares conocieran un horror que no se puede repetir.

Cada capítulo de este libro es una denuncia de un sistema educativo que educa en ese olvido sobre el que se ha cimentado esta democracia hipotecada por unas instituciones heredadas de la dictadura, desde la monarquía hasta el poder judicial, el ejército y esa iglesia cómplice de tantos crímenes del franquismo. La amnesia del memoricidio, La teoría de la equidistancia, Ocultar y minimizar la represión, Las cifras de la represión, Los temas tabú… Enrique Javier Díez no escatima en su trabajo de investigación en señalar todas las lagunas de nuestra memoria colectiva, que empieza a forjarse en las aulas, como la silenciada represión sobre las mujeres, o la creación de las grandes fortunas del país en base al trabajo esclavo, a la incautación de bienes, y a las prebendas del régimen.

Cómo señala Alberto Garzón en el prólogo: Básicamente los protagonistas de la Transición acordaron hacer borrón y cuenta nueva, para lo que contaron con el apoyo de los llamados poderes fácticos y, muy especialmente, de los medios de comunicación. Y no olvidemos que muchos de esos medios de comunicación pertenecen a los mismos grupos editoriales que publican los libros de texto, donde desgraciadamente, nuestra memoria sigue desdibujada, silenciada, o incluso falseada.

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