Conversamos con Encarna, quien explica su experiencia dentro del Opus Dei: ‘Controlaban nuestras lecturas, amistades y hasta la ropa que usábamos. Todo debía ser aprobado’.
Por Isabel Ginés | 28/02/2025
¿Cómo fue tu primer contacto con el Opus Dei? ¿Qué te atrajo a la institución?
Desde pequeña, el Opus Dei fue parte de mi vida porque mi madre era miembro. Crecí en ese ambiente y nunca cuestioné si era para mí o no, simplemente parecía el camino natural.
Mi madre siempre hablaba del bien y maravilloso que era el Opus Dei. Decía que era el mejor camino para estar cerca de Dios y tener una vida con sentido. Me lo presentó como una oportunidad única. Y desde pequeña, mi madre nos llevaba a actividades del Opus Dei: retiros, liturgias especiales, clases de formación, convivencias. Era parte de mi educación y lo veía como algo normal. Cuando cumplí cierta edad, en casa se daba por hecho que debía hacerme numeraria. No era tanto una invitación, sino algo que debía aceptar como parte de nuestra vida Mi madre me animó a unirme porque ella estaba convencida de que era lo mejor para mí. Confiaba en que dentro del Opus Dei estaría protegida y tendría un buen futuro.
¿Cómo era tu rutina diaria como numeraria auxiliar o como miembro del Opus Dei?
Mi día comenzaba con el ‘minuto heroico’, que significaba levantarse en cuanto sonaba el despertador, arrodillarse y besar el suelo en señal de obediencia. Nos levantábamos temprano y nos dedicábamos a las tareas domésticas: limpiar, cocinar, lavar ropa. Todo gratis. Yo era una esclava pero lo vi más tarde. A pesar de que nos decían que ‘servíamos a Dios’, en realidad éramos mano de obra gratuita para numerarios y sacerdotes. Una explotación diaria y una vergüenza. Teníamos momentos de oración, misa diaria y formación doctrinal, pero prácticamente no teníamos tiempo libre, ni privacidad. No podías hacer nada por ti misma y casi ni pensar. No tenías hobbies, vida propia. Eras sierva, criada y anulada.
¿Qué tipo de control ejercía el Opus Dei sobre sus miembros? ¿Había prácticas de castigo o mortificación?
Controlaban nuestras lecturas, amistades y hasta la ropa que usábamos. Todo debía ser aprobado. Lo de televisión o salir solas era una quimera. Yo todo lo vivía con normalidad hasta que algo en mi hizo clic. Nos enseñaban que el sufrimiento era una forma de acercarnos a Dios, así que muchas veces ignorábamos nuestro propio dolor físico y emocional. No podías llorar porque esto es parte del proceso. Tu no sufres, tú te acercas a Dios.
¿Cómo afectó tu vida en el Opus Dei a tu relación con tu familia y amigos?
Nos decían que nuestra verdadera familia era el Opus Dei y que la familia de sangre no debía interferir en nuestra vocación. Si alguien dejaba esto morís para nosotros. Era mala persona y un traidor. No importaba quien fuera: ese moría para todos y no hablabas jamás. Dejaba de existir. Si lo veías por la calle lo ignorabas y lo debías decir si rondaba cerca. Las llamadas y visitas eran controladas. Si un familiar cuestionaba algo, nos aconsejaban alejarnos de él. Mis amigas solo eran del Opus y solo veía el bien en ellas. Estaba aislada, sola y sin vida.
¿Hubo un momento clave en el que decidiste que tenías que salir? ¿Cómo fue ese proceso?
Fue un proceso largo. Empecé a notar contradicciones entre lo que predicaban y lo que hacían. Mi salud empezó a deteriorarse por la carga de trabajo y la presión psicológica. Me di cuenta de que si no me iba, no sobreviviría. Yo era una muñeca en manos de personas que solo les importaba el dinero, la secta y los esclavos. Vi cómo trataban a otras numerarias que querían irse y me di cuenta de que yo también estaba atrapada. Fue duro ver castigos físicos, insultos, decirle a su familia que ella estaba muerta que era un mal ejemplo y una traidora. Fue muy duro el proceso. Era mi vida y toda mi familia estaba ahí pero yo no quería eso. Sufrí miedos, ataques de ansiedad, pesadillas. Hasta que lo hice. Yo quería vida, privacidad, ir al cine, tener más amigos y un mundo que descubrir.
¿Cómo fue la transición a la vida fuera del Opus Dei?
Fue muy difícil. Salí sin dinero, sin trabajo y con mucha confusión mental. Sin amigas, sin familias, sin entender el mundo eso, sin una red de apoyo. Me costó años quitarme la culpa. Durante mucho tiempo sentí que estaba traicionando a Dios. Me ayudaron asociaciones de ex miembros y terapia psicológica. Sin eso, no sé si hubiera podido salir adelante. Pensé en suicidarme porque no tenía a nadie y sentía que debía volver, pero no era querida.
Después de todo lo que viviste, ¿cómo ves hoy en día al Opus Dei?
Creo que es una institución que encubre abuso y manipulación. Aún me cuesta hablar de ello, pero quiero ayudar a que otras mujeres no pasen por lo mismo. Salir de ahí, sois esclavas y hay un mundo fuera. Sigo creyendo en Dios, pero no en el Opus Dei. Voy a la iglesia, a misa y tengo una congregación. Pero con libertad, amor y respeto.
Visión clara y clarificadora de una parte de las actividades del Opus Dei.
Harían falta muchas entrevistas para llegar a conocer todas las facetas de esta organización.