En Nueva Revolución entrevistamos a Montserrat Sagot: «El núcleo duro de la desigualdad y de la opresión de las mujeres no podrá ser transformado con reformas parciales»

Por Daniel Seixo

En Nueva Revolución entrevistamos a Montserrat Sagot, Doctora en Sociología especializada en Género y Licenciada en Antropología. Con ella charlamos sobre las repercusiones del movimiento #MeToo y la realidad del feminismo en América Central.

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¿Cómo definiría el movimiento #MeToo?

El movimiento #MeToo es una acción colectiva surgida en EEUU para visibilizar y denunciar la violencia sexual que experimentan y han experimentado muchas en el mundo. La fundadora de este movimiento fue la activista negra Tarana Burke, que inició el movimiento hacer más de una década (2016), pero que no tuvo mucha acogida ni resonancia mundial hasta que en el año 2017 varias actrices de Hollywood levantaron la bandera y propusieron la utilización del hashtag #MeToo. A partir de ese momento #MeToo se convierte en un movimiento transcontinental de denuncia de la violencia sexual con presencia en más de 85 países, lo que demuestra su amplia aceptación y su atractivo para mujeres de diferentes generaciones, clases sociales y pertenencias culturales.  En ese sentido, el movimiento ha ayudado a demostrar la amplia prevalencia de la violencia sexual, en particular, del hostigamiento sexual, así como sus efectos en las mujeres e incluso en algunos hombres.

¿Se llegó a banalizar el movimiento #MeToo por la presencia de caras conocidas en el mismo?

La forma en que las mujeres famosas llegaron a representar las caras visibles de este movimiento acarrea una serie de problemas. En primer lugar el problema de quién habla por quién y quiénes son capaces de levantar la voz frente a la problemática del abuso sexual. Evidentemente se requiere de mucho valor para hablar y para reconocer que se es víctima de esta forma de violencia. Pero también se requiere de una cierta dosis de privilegio y protección para hacerlo. Es evidente que no cualquier mujer puede darse el lujo de hablar, en particular las mujeres empobrecidas, las que no pueden arriesgarse a perder sus trabajos, las migrantes en condición de irregularidad, etc. Es probable que estas mujeres nunca puedan levantar sus voces para denunciar las múltiples formas de violencia de las que son y han sido víctimas. En ese sentido, si bien las celebridades ayudaron a darle visibilidad al movimiento, la narrativa se construyó a partir de testimonios individuales de mujeres y se perdió el foco en las relaciones estructurales de poder que están a la base de la problemática. Por otra parte, la presencia tan visible de las celebridades promovió la construcción de un tipo particular de víctima, con una cierta imagen corporal, de feminidad y de belleza. Con esta construcción se contribuyó entonces a fomentar la imagen de que las víctimas son fundamentalmente las mujeres hermosas, “respetables”, heterosexuales y que esas características las hace creíbles. Es decir, se fomentó la construcción de la “víctima ideal”. Como contraste se podría analizar el ejemplo de Nafissatou Diallo, la mucama que acusó a Dominique Strauss-Kahn de asalto sexual en un hotel en Nueva York en el 2011. Aunque en su momento el caso tuvo una amplia cobertura de los medios de comunicación, la situación no provocó la emergencia de un movimiento global y las únicas que protestaron y se mantuvieron al lado de Diallo fueron otras mucamas, la mayoría de ellas inmigrantes y mujeres de color. La misma situación ocurrió con Tarana Burke, fundadora del movimiento #MeToo, pero que pasó más de una década sin reconocimiento hasta que las celebridades salieron a escena.

Los femicidios juegan un rol importante en un clima de aumento de la desigualdad, del autoritaritarismo y del neo-conservadurismo

¿Homogeniza demasiado la violencia el movimiento #MeToo?

Mi opinion es que el #MeToo homogeniza a las mujeres y nos hace aparecer a todas como potenciales víctimas de las mismas formas de violencia. Si bien la violencia contra las mujeres es un problema universal e histórico, no todas las mujeres están expuestas a los mismos niveles de riesgo y peligro o a las mismas formas de violencia. La violencia contra las mujeres no es un fenómeno monolítico.  Hay personas y grupos que están desproporcionadamente expuestas a la violencia e incluso a la muerte al estar en relaciones personales o íntimas más peligrosas o en posiciones sociales más riesgosas, o ambas. Investigaciones realizadas en diferentes países muestran que variables como el desempleo, la pobreza, la edad, el grupo étnico, el aislamiento geográfico, el estatus migratorio y las tasas de criminalidad de la región donde se vive, así como la falta de redes de apoyo, tiene un impacto en cuales mujeres se verán más afectadas por la violencia. En ese sentido, por la forma en que #MeToo se ha configurado y por los discursos que se han privilegiado, se omite un análisis de cómo las diferentes formas de desigualdad crean condiciones diferenciadas de riesgo y peligro para las mujeres, de cómo las mujeres individuales experimentan y enfrentan esa violencia, de cómo otros responden a esa violencia, y de cuan probable es o no que las mujeres puedan vivir seguramente, poner fin a la violencia o denunciar a sus abusadores, dependiendo justamente de sus posiciones en esos múltiples sistemas de opresión.  Adicionalmente, el #MeToo solo ha hecho visibles ciertas formas de violencia, sobre todo las que tienen lugar en los espacios de trabajo o educativos, pero ha dejado por fuera otras formas generalizadas de violencia como la violencia doméstica o intrafamiliar y ha omitido también un análisis de los impactos del racismo y del clasismo en la violencia que se ejerce contra ciertas mujeres.

Centroamérica es probablemente una de las regiones más violentas del mundo, ¿cómo afecta esto particularmente a las mujeres de la región?

En efecto, Centroamérica es una de las regiones más violentas del mundo, con países como El Salvador, Honduras y Guatemala presentado algunas de las tasas más altas de homicidios (UNODC, 2013). Muchos de los países de la región también presentan las tasas de femicidios más altas del mundo. Por eso yo argumento que en Centroamérica está en funcionamiento un proceso letal de grandes proporciones. Según lo demuestran muchos estudios, en las regiones dónde se han implementado políticas neoliberales de forma descarnada, lo que ha generado explotación, pobreza, hambre, deterioro de los servicios sociales, hay una gran propensión a la construcción de ambientes sumamente violentos. De esta forma, la historia, la economía, la política, el sexismo, el racismo, la xenofobia, la heteronormatividad actúan sinérgicamente en la región para vulnerabilizar a ciertos grupos de mujeres y hacerlas víctimas más fácilmente del femicidio. Los cuerpos de las mujeres asesinadas son entonces el resultado concreto de los múltiples sistemas de desigualdad que terminan produciendo un contexto de “descartabilidad” de mujeres en Centroamérica. Por ejemplo, El Salvador tiene la tasa de homicidios de mujeres más alta del mundo. Igualmente, en Honduras, después del golpe de estado del 2009 la tasa de homicidios de hombres se incrementó un 60%, pero la de mujeres se incrementó en un 263% (UNAH, 2013). De hecho, como tendencia regional, los homicidios de mujeres se han incrementado a una tasa mayor que los de los hombres en los últimos años (Estado de la Región, 2012).  Los femicidios juegan un rol importante en un clima de aumento de la desigualdad, del autoritaritarismo y del neo-conservadurismo y se convierten en una especie de pedadogía de la crueldad con un discurso punitivo y disciplinario. Adicionalmente, Centroamérica, en particular los países del Triángulo Norte, se caracterizan por la segregación, la exclusión social, la inseguridad, el resurgimiento de los fundamentalismos religiosos y relaciones renovada con los centros globales de poder. Esto ha producido sociedades políticamente democráticas en términos formales, pero profundamente autoritaria en sus relaciones sociales, creando una bio-aritmética para la descartabilidad de muchas cuerpos, aquellos que no se consideran valiosos o útiles. Por eso también se descartan jóvenes y personas de otras grupos históricamente discriminados, lo que afecta a las mujeres ya no solo como mujeres, sino como madres, como cuerpos racializados, como trabajadoras, como activistas sociales, etc.

Si bien la violencia contra las mujeres es un problema universal e histórico, no todas las mujeres están expuestas a los mismos niveles de riesgo y peligro

¿Existe una conciencia política feminista en América Central?

Existe en los grupos y organizaciones feministas que existen en todos los países de la región, algunos de los cuales tienen largas trayectorias de lucha y compromisos con los procesos de transformación social. De hecho, es imposible pensar en los procesos que se vivieron después del fin de la guerra y de las firmas de acuerdos de paz sin la participación de las feministas y de sus organizaciones que contribuyeron a la creación de institucionalidad pública, a reformar las Constituciones y las diferentes normas legales con el fin de incorporar leyes y políticas sobre violencia contra las mujeres, igualdad, equidad y cuotas de participación política, etc.

¿Qué papel juega la justicia en la región de cara a frenar la violencia machista? 

Muchos de los logros del movimiento feminista mencionados arriba fueron cooptados por la democracia liberal y acomodados a las necesidades del sistema capitalista con el fin de producir reformas, pero sin tocar el núcleo duro de la desigualdad y la opresión.  Es decir, hay una tensión permanente entre planteamientos feministas y su incidencia en la agenda pública. Cuando esa incidencia es exitosa, las instituciones empiezan a apropiarse del discurso y planteamientos feministas, pero a acomodarlos a su lógica e intereses. En ese sentido, se asume el discurso de la igualdad como parte de la retórica, pero no se incorpora como una dimensión inherente de la justicia social. En realidad, la justicia en la región se asocia más con la mentalidad carcelaria y punitivista del Estado, que con procesos de garantía y restitución de derechos. Es decir, se persigue cierto tipo de delitos, como los delitos contra la propiedad o el narcomenudeo, pero no realmente los crímenes contra las mujeres o contra activistas sociales. De hecho, la gran mayoría de los femicidios en la región nunca han sido ni serán judicializados. Tampoco hay políticas de Estado que desestimulen el ejercicio de las diferentes formas de violencia contra las mujeres. Más bien, el neoliberalismo y las ideologías del mercado en su versión salvaje que prevalecen en la región refuerzan la construcción de una masculinidad que se expresa en poder, dominación y control sobre las mujeres. Por otra parte, los Estados también contribuyen al incremento de la violencia con sus “guerras contra las drogas”, aumento de la militarización y políticas de “mano dura”, las que terminan siendo guerras contra las mujeres y contra otros grupos excluidos.

¿Es el feminismo Occidental excesivamente etnocentrista?

Hay algunos feminismos occidentales que son etnocentristas, pero no todos lo son. Los llamados feminismos hegemónicos, sobre todo los de origen ilustrado, han tendido a centrarse en un cierto tipo de mujeres y han ignorado a otras, pero, como digo, hay otros, también surgidos en occidente que han cuestionado a esos feminismos blancos. Por ejemplo, el feminismo negro surgido en los Estados Unidos ha desarrollado una crítica profunda y contundente a los feminismos hegemónicos, pero también está surgido en Occidente. En ese sentido, a lo mejor también habría que problematizar el término “Occidental” y después de ahí discutir sobre el etnocentrismo de ciertos feminismos.

¿Qué relación tiene la clase social con la violencia machista?

Existe un amplio debate sobre este tema. Algunas teorías plantean que la violencia contra las mujeres es un problema social de grandes dimensiones que atraviesa todas las clases sociales, grupos étnicos, nacionalidades, etc. Pero la verdad es que hay grandes diferencias en las tasas de violencia por países, por regiones y por ciudades. Es decir, se parte de la premisa que las condiciones de desigualdad tienden a fomentar todas las formas de violencia y en particular la violencia contra las mujeres. Hay también posturas que argumentan que la precariedad de la vida tiende a construir ambientes muy violentos.  Es decir, en respuesta a la precariedad, al racismo y a la exclusión, en muchas comunidades se refuerzan los tradicionalismos de género, los fundamentalismos religiosos y la valoración positiva de la sumisión de las mujeres y de la masculinidad agresiva y autoritaria. Cuando la exclusión social despoja a muchos hombres de las oportunidades económicas, de la posibilidad de tener un trabajo bien pagado, del prestigio y del rol de proveedor, la violencia se convierte en un medio para afirmar la masculinidad, en ausencia de otras alternativas. Lo anterior construye una fuerte tendencia para que las mujeres sean definidas como posesiones, como trofeos, como objetos de placer o como mercancías, lo que abre muchas oportunidades para la explotación y la violencia. En estos contextos, la aceptación social de la violencia contra las mujeres se “normaliza” y la masculinidad tóxica se convierte en la forma rutinaria de ser hombre. Sin embargo, como hay tan pocos estudios empíricos sobre las clases altas, sabemos poco sobre la incidencia y la prevalencia de la violencia contra las mujeres en esos espacios y sobre las manifestaciones que asume, así que podríamos estar frente a un panorama en que la clase social en realidad no determina la incidencia de la violencia, pero a lo mejor sí las formas en que se manifiesta.

Hay una tensión permanente entre planteamientos feministas y su incidencia en la agenda pública

¿Existen demasiados Harvey Weinstein en la sociedad?

En realidad lo que existe es un Sistema que sostiene, reproduce e incluso recompensa la violencia contra las mujeres y a los hombres que la ejercen. Hablar de hombres particulares no resuelve el problema ni ayuda a identificar las causas estructurales de estas formas de violencia. Centrarse en hombres particulares refuerza la narrativa de que lo que existen son algunos depredadores, monstruos o “manzanas podridas” individuales y nos hace perder la perspectiva sobre un sistema construido sobre la base de múltiples desigualdades, de género, clase, edad, sexualidad, racialización, etc.. que genera la violencia contra las mujeres y refuerza la construcción de un modelo de masculinidad que se expresa como poder, dominación y control sobre las mujeres y otros grupos definidos como subalternos.

¿Ayudo el movimiento #MeToo a que muchas mujeres perdieran el miedo?

Este movimiento ayudó a muchas mujeres a perder el miedo, pero, como lo dije arriba, en particular a las mujeres que gozan de algunos privilegios y por eso pueden darse el lujo de hablar. La voz y la palabra son privilegios de los que no gozan todas las mujeres.

¿Cómo definiría el proceso de empoderamiento hasta poder expresar en voz alta «yo también»?

Estos procesos generalmente son colectivos  y así es como se han denunciado las diferentes formas de violencia contra las mujeres. Iniciando en la década de los años 70 del siglo XX cuando las primeras mujeres víctimas de la violencia doméstica empezaron a hablar, lo que llevó a la creación de los primeros refugios, leyes y políticas. El proceso fue seguido por las víctimas de incesto que empezaron a hablar del “secreto mejor guardado” y a derrumbar los mitos sobre la paz y la seguridad del hogar para niños, niñas y mujeres. Todos estos procesos fueron el resultado de construcciones colectivas de grupos de mujeres que se empezaron a juntar y a hablar de sus experiencias comunes para luego sacarlas a la luz pública. El movimiento #MeToo sigue una misma lógica, solo que esta vez estamos en el mundo de las redes sociales, los hashtags y la globalización de las comunicaciones lo que abre la posibilidad de hacer viral el movimiento a escala mundial.

¿Debe ser el feminismo revolucionario?

El núcleo duro de la desigualdad y de la opresión de las mujeres no podrá ser transformado con reformas parciales. Por eso, si el feminismo se ha planteado la la tarea de construir un mundo mejor para las mujeres lo que redundaría en la construcción de un mundo mejor para la humanidad en general, para los animales no humanos y para el planeta, no tiene otra opción más que ser revolucionario-.

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