En el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo…

Por María José Robles Pérez

En el nombre del Padre. Se puede contar por decenas, cientos y miles, las personas que han tenido el valor y han encontrado un poco de respaldo para denunciar los abusos sexuales que sufrieron por parte de algún miembro de esa Institución conocida como “La Intocable”; porque la persona que se atreve a eso, sabe de sobra que le espera un largo camino, lleno de obstáculos, donde se encontrará a numerosos sujetos e instituciones –a modo de telaraña- que harán todo lo posible para que nunca se haga Justicia. Se puede contar por decenas, cientos y miles, los casos cuyas pruebas y escalofriantes testimonios les han dado la razón a las víctimas, que aún se andan preguntando como van a recuperar sus vidas mientras los culpables siguen luciendo sus impecables sotanas al mismo tiempo que con el cáliz en la mano predican el amor al prójimo.

A Mauricio V. le suena esto que digo porque se ha podido demostrar que hace 20 años abusó de dos de sus monaguillos. Y aunque cuenta con tres denuncias más, estas han prescrito porque ha pasado el suficiente tiempo para… ¿para qué? ¿Para que la víctima olvide el sufrimiento que este le ha causado? ¿Para que hagamos como si no hubiera pasado nada?

Bernardino P. -al cual lo han calificado como “una hermosa historia viviente«- sabe de lo que hablo, pues a sus 103 años se ha visto envuelto en una monstruosa historia hiriente: la denuncia que lo acusa de violar a una menor de edad. Nadie le hubiera dicho que, después de tantos años, ese «caso» pudiera salir a la luz, puede que incluso se le hubiera olvidado, pero no cayó en la cuenta de que para la víctima eso es algo que nunca podría borrar el tiempo. No obstante, Don Bernardino no está asustado, sabe el gran respaldo que tiene a sus espaldas, sabe que no le va a pasar nada y, por eso, se escuda bajo la repulsiva frase «cuesta creer en una denuncia que se hace más de 50 años después«. Él no entiende que ni 50 ni 100 ni 1000, ni siquiera 2000 años serán suficientes para tapar todo el dolor que han provocado en tantos cuerpos y en tantas almas.

Renato P. también sabría de lo que estoy hablando, pues son ya 22 los casos de abusos que han salido a la luz y que lleva la marca de sus manos. Lo acusan de cometer abordajes sexuales muy «violentos» -como si la propia palabra «abordaje» no fuera lo suficientemente violenta ya-, lo acusan de besar y toquetear a niños y niñas durante no sé cuántos años, lo acusan de obligar a mujeres a abortar tras haberlas violado, y un largo etcétera que solo puede producir escalofríos y un gran dolor de tripas. Pero esos 22 casos que han salido a la luz -sin contar los que todavía se esconden bajo las cloacas- no son suficientes para que la Justicia se ponga en pie y les conceda a todas esas víctimas al menos una parte de la dignidad que un día Renato P. decidió quitarles sin más. Veintidós abusos son pocos, por ello, otro alto cargo de «La Intocable» sentenció orgulloso y con una sonrisa de oreja a oreja: «Renato es un santo«. Y, entonces, los escalofríos y el dolor de tripas se multiplican, cuando una cae en la cuenta del significado de esa palabra: «santo es aquel que está dedicado o consagrado a Dios o a la religión«. Dios cruel donde los haya, entonces.

 En el nombre del hijo. Imagínese por un momento que sufre unos dolores indescriptibles en su vientre que, poco a poco, se va traspasando a todo su cuerpo. Desea con todas sus ganas que esos dolores pasen porque, una vez pasados, le pondrán en sus brazos esa vida que ha estado creciendo dentro de usted durante nueve meses. Está ansiosa por escuchar el llanto y poder tocar esa piel suave y arrugadita. Pero imagínese, que entonces le duermen. Y cuando se despierta le dan la noticia de que su bebé ha nacido muerto. Imagínese que le dan en sus manos un cuerpo frío e inerte. Imagínese que rápidamente se lo vuelven a quitar y que ya nunca más podrá ver esa carita. Imagínese que la tumba a la que le ha estado llevando flores durante tantos años, no contiene más que un ataúd vacío.

No es ciencia ficción, son testimonios que se repiten unos tras otros, de mujeres a las que les robaron sus bebés tras nacer, mientras le decían que este había nacido muerto y le ponían en sus brazos el cadáver de un bebé que tenían guardado para la ocasión o, en otros muchos casos, ni siquiera le mostraban un cuerpo. Cualquier guion de película se quedaría corto ante esta tragedia y monstruosidad humana.

Catalina R. y Olivia M. son dos de esas mujeres. Catalina tuvo un bebé cuando solo contaba con 16 años, y los que la trataron le dijeron que su bebé había nacido muerto, pero ni siquiera le dejaron verlo. A Olivia, le dieron la noticia de la muerte de su niña a los tres días de esta nacer. Tampoco le dejaron ver el cadáver de dicho cuerpo. En su incesante lucha por descubrir la verdad, el ayuntamiento donde vivía les negó la exhumación que querían llevar a cabo, pero, aun así, Olivia siguió adelante y allí descubrieron algo macabro: un ataúd lleno de algodón y piedras. Paloma, es otro ejemplo –ella que nunca tuvo la oportunidad de llamar a su niña Susana-, a quién le insistieron en repetidas ocasiones que diera en adopción a su niña tras nacer, pero se negó a pesar de que no tenía una vida fácil; le durmieron, le practicaron una cesárea y, cuando despertó, le dijeron que su niña estaba muy enferma y que no podría verla. Más tarde le anuncian que la niña a muerto, pero tampoco dejan que la vea.  María, Rebeca, Carmen, Dolores, Rosario, Mar, Rocío, Mercedes, Luisa, Josefa, Ana María, Concepción o Teresa, son mujeres que pueden contar historias como esta. Los casos se pueden contar por decenas, cientos y miles.

Juan Luis M. y Antonio B. son dos ejemplos, de la otra parte de estas historias que han destrozado tantas vidas, ambos buscan a sus madres biológicas, pues ellos saben que fueron niños comprados y no encuentran documentos que se demuestren que sus madres los dieron en adopción voluntariamente; por tanto, saben que fueron niños arrancados de los brazos de unas mujeres que, probablemente, ni siquiera sepan que sus hijos están vivos. Inés es otro ejemplo, quien busca a su hermana que fue arrebatada en 1982 de los brazos de su madre bajo amenazas. Otro ejemplo, María L., quien descubre que las personas que aparecen en su foto de bautizo no eran parientes suyos, sino personas que le hacían un favor a la misma comadrona que, probablemente, la raptó de los brazos de su madre biológica al nacer: la única que puede echarle una mano es la Justicia, pero esta no le da respuesta alguna. David, por su parte, empezó una desbordante búsqueda de su madre biológica cuando descubrió lo que había pasado en realidad, pero cuando fue a la clínica donde nació para pedir documentos y explicaciones, solo recibió esta respuesta: “¿Eres adoptado? ¿Naciste en San Ramón? Pues yo que tú lo dejaría estar porque todo se hizo por el bien de los niños…”. Por el bien de los niños…

 

 En el nombre del Espíritu Santo. La Mujer es la culpable del Mal en el mundo, ya lo dice ese famoso verso que a todas nos enseñaron con mucho esmero cuando éramos pequeñas. La Mujer es fuente del Mal, es una pecadora, es inferior a todo lo que aquí en este mundo –y en el otro- se mueve, por tanto, no merece el mismo respeto ni el mismo trato e igualdad que sus hermanos. Y a partir de esa premisa se ha creado toda una cultura y una sociedad que, aún hoy en día, nos impide llegar a esa igualdad tan anhelada que desesperamos encontrar.

Por ser seres inferiores, no tenemos derecho a elegir sobre lo que ocurre o no sobre nuestro cuerpo. Si el Supremo ha decidido poner un ser en mi vientre, solo él puede decidir el destino de dicho ser, y mucho mejor si hay dinero de por medio. Porque que una mujer decida abortar es un delito abominable, pero arrancarle un bebé de los brazos a una madre y vendérselo a otra familia es algo que sí es bello, está justificado y… ¿cómo era? Ah sí, se hace por el bien de los niños. Cabe preguntarse cuándo se ha dado el caso de una sola vez que La Intocable haya pensado de verdad en el bien de los niños. Que tire la primera piedra aquel que alguna vez haya visto con sus propios ojos un caso así.

Por ser seres inferiores, tras haber sido una mujer violada no debe quejarse ni lamentarse por ello y, mucho menos, denunciarlo, sino que lo que tiene que hacer es sentirse culpable por haber dejado que eso pase y no preferir la muerte. “Resistirse hasta la muerte para defender la castidad”, que alguien diga estas declaraciones en público y, acto seguido no salga ardiendo La Intocable, es para echarse a temblar, desde luego.

Y así, con palabras bañadas en oro, cada semana cientos de personas escuchan enviciados como hay que hacer el bien al prójimo y todas esas cosas que representa una Institución que tiene las manos repletas de quemaduras y llenas de sangre. Un cesto pasará de cuerpo en cuerpo para cada uno expíe la parte de culpa que su cartera le permita. Pero ni en el nombre del Padre, ni del Hijo, ni del Espíritu Santo ni, aunque pase 50 o 2000 años más, se podrá borrar ni tapar todos esos libros y cuerpos que fueron quemados, todos esos niños y niñas que fueron violados y humillados, todas las lágrimas que derramaron esas madres a las que les robaron sus hijos.

Hay cosas que no se pueden olvidar. Ni se deben olvidar. Ni vamos a olvidar.

Por el bien de nuestros niños…

Amén.

María José Robles Pérez

 

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