Alejandro Jodorowsky no ha muerto. Ni en cuerpo, ni en alma. Su carne sigue aquí. Terminó hace escasos meses su último proyecto, que él define como “experimental, hecho a base de fotos”, que se estrenará en 2025.
Por Juan Doporto | 4/11/2024
Cuando hablamos de Clint Eastwood y, por consiguiente, de su extensa carrera frente y tras las cámaras, que abarca casi 70 años, solemos hacer mención de esa misma prodigiosa y prolífica longevidad, pues no son pocos los elogios y los premios que ha recibido a lo largo de su vida. Ya sea como director o como actor, a través de papeles tan memorables como el ‘Hombre sin nombre’, esa figura misteriosa y estoica, representante de la virilidad de mediados del siglo pasado de la mano de Sergio Leone (Trilogía del dólar), del sargento de hierro o, más recientemente, el anciano vengador en Gran Torino. Es por todo lo que ha aportado, de una manera o de otra, que a una figura que ha visto más que casi todos nosotros se le rinde culto y, más de uno, se postraría a sus pies.
Es una leyenda viva. La última cara conocida de ese Hollywood que nos suena ya a polvo y desván. El último vaquero, que parece tener siempre el ceño fruncido, aún no ha dicho su última palabra, pues acaba de estrenarse en España Juror #2, un drama judicial en el que un adicto (Nicholas Hoult) que se prepara para ser padre por segunda vez, es llamado a ser jurado en un juicio de un asesinato de alto perfil.
Interesante ¿no?
Puede ser, pero nunca me ha llamado mucho su mundo, a excepción de ese tríptico que rodó Leone en los 60s. Un El Francotirador, estrenada 6 años antes de la retirada de tropas estadounidenses de Afganistán, que me desbordó cuando era un niño, poco tiempo después de su estreno. Sin embargo, revisitada varios años más tarde, en 2023, uno se da cuenta de lo desastrosa que es. Un alegato probelicista protagonizado por un Bradley Cooper ansioso por hacerse con la estatuilla dorada de la que, por cierto, aún no ha logrado desenamorarse. Tras esa cápsula de cianuro: Sully, Mula, Richard Jewell y Cry Macho. Nada de lo que merezca mucho la pena hablar.
Pero Alejandro Jodorowsky sigue vivo.
Autor de las obras de culto El Topo, The Holy Mountain o Santa Sangre, sigue al pie del cañón, pese a todas las trabas que, durante más de 50 años, le ha puesto el sistema de estudios estadounidense.
El último hippie no lo ha tenido nunca nada fácil para dar a luz a sus obras. Acosado por un Estado mexicano que aún se relamía las heridas dejadas por el gobierno de Díaz Ordaz en Tlatelolco, espantado por la dictadura de Pinochet, negado por las ‘majors’ en Estados Unidos y, finalmente, acogido por los franceses, donde reside desde hace décadas.
Siempre se han referido a él desde los mayores de los opuestos, y no es para menos.
Tremendamente optimista en cada uno de sus desempeños, lleva la sonrisa dibujada en la cara – cosa que a más de uno puede volver loco – y, por la apariencia de sus filmes, casi pareciera que consume alucinógenos a diario, pero allegados suyos ya han confirmado que no es así. De hecho, en la vida le ha hecho falta hacer uso de psicotrópicos para revelar al mundo su desbordante imaginación, plasmada en pantalla como una suerte de imaginería misticista, esoterismo, tarotismo y surrealismo del más alto calibre. No es de extrañar tampoco que le negaran su proyecto más ambicioso: la mejor película de ciencia ficción que nunca vio la luz.
¿Cómo se hubiera sentido un fan del Steaua en el 86 si, en vez de la Copa de Europa, su equipo, tras juntar a la mejor plantilla de su historia, hubiera caído en la infame tanda de penaltis de Sevilla frente al Barcelona?
Quizás Ceausescu fuera un dictador implacable, pero el sistema de estudios resultaba infernal para un eremita, un vagabundo como Jodorowsky.
Años planificando un trabajo revolucionario tiempo antes de que George Lucas cambiara la forma que teníamos de hacer y ver cine con Star Wars. Años diseñando un mundo de lo más estimulante y reuniendo a un equipo equivalente a ese Leicester de 2016. Él captó a Moebius, llamó a Dan O´Bannon, descubrió a H.R. Giger y fichó a Chris Foss. Pero no solo eso, el genio chileno había logrado llamar la atención y convencer para protagonizar la película a personalidades tan variopintas como Mick Jagger, Orson Welles (al que convenció con una botella de vino) y al mismísimo Salvador Dalí.
Cinco décadas más tarde, ahí sigue Jodorowksy´s Dune, enterrado en las catacumbas angelinas, desperdigado en pedazos, remordiendo la conciencia de los directivos que negaron que viera la luz, es la gran espinita del último lisérgico.
Pero como ya dije antes, Alejandro Jodorowsky no ha muerto. Ni en cuerpo, ni en alma. Su carne sigue aquí. Terminó hace escasos meses su último proyecto, que él define como “experimental, hecho a base de fotos”, que se estrenará en 2025. Y su alma, aunque parezca mentira, se encuentra desperdigada por los grandes éxitos de la ciencia ficción de los últimos 45 años. Ridley Scott colaboró con Giger para crear al famoso ‘Xenomorfo’ de Alien; la forma de luchar ideada para su Dune se imitó en los enfrentamientos de espadas láser de Star Wars y su semilla alcanzó a blockbusters esenciales de la historia del cine como Indiana Jones o Blade Runner.
Mires donde mires, si pones un pie en el amplio campo del sci-fi, un escalofrío de nombre Jodorowsky te recorrerá la espalda.
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