El Trumperialismo en América Latina

Por Silvina Romano

El Gobierno de Trump es el que mayor antipatía ha encontrado en América Latina en lo que va de siglo, no solo por su retórica polémica y provocadora hacia la región, sino también por su forma de hacer política en Estados Unidos; forma que, invariablemente, termina proyectándose hacia fuera. Trump ha puesto en evidencia, como nunca antes, la polarización, injusticias y tendencias antidemocráticas del sistema político estadounidense. Las elecciones de noviembre serán las primeras en las que: se habla abiertamente de fraude, el sistema de correos ha advertido de que no puede garantizar la gestión de los votos, se asume que habrá “injerencia extranjera” y ha adquirido mayor visibilidad el rechazo de la población al sistema electoral indirecto.

También la gestión de Trump deja al desnudo, como ninguna otra, la injerencia en política interna de los países de la región, por su retórica propia de Guerra Fría y su postura abiertamente opuesta a la doble moral demócrata: sus funcionarios vuelven a citar, sin titubeos, la Doctrina Monroe. Es por ello el Gobierno que mejor da cuenta del proceso histórico de presencia permanente de EE. UU. en América Latina. Es el que otorga mayor visibilidad, por su sinceridad e impunidad, a los intereses de ciertos sectores del ámbito privado y del Gobierno de EE. UU., que logran penetrar y condicionar el devenir político y económico de países de la región. Intereses que vienen operando con sistematicidad y persistencia en la disputa con los gobiernos progresistas de la región, que se exacerbaron en los últimos cuatro años.

Asistimos al Trumperialismo, el “imperialismo recargado” de la era Trump. Con este novedoso concepto hemos titulado al más reciente libro colectivo del Centro Estratégico Latinoamericano de Geopolítica (CELAG) y que tuve el privilegio de coordinar. En esta obra desentrañamos las principales características de esa presencia permanente de EE. UU. en cuestiones económicas, políticas y militares en América Latina. Nos preguntamos cómo es que esta presencia sigue operando y, sobre todo, cómo es justificada. Aquí aparecen las supuestas voces expertas y los think tanks de renombre que encuentran eco en medios de comunicación de alcance masivo. Vale la pena profundizar en el modo en que desde esos lugares se piensa y “construye” América Latina, resguardando ciertos intereses, vinculados en mayor o menor medida a las grandes corporaciones que los financian, como también financian a buena parte del sistema político estadounidense. Una manufacturación de consenso que opera de modo sistemático, como reproductora de un sentido común, una forma de ver y entender la realidad y de imponerla frente a otras. Este engranaje funciona desde hace décadas, pero en ocasiones adquiere enorme impacto en la política, al articularse con otras estrategias de desestabilización. Por ejemplo, por la vía de judicialización de la política o lawfare, o por el recurso directo a la fuerza, como evidencia el golpe de Estado “tradicional” en Bolivia de noviembre de 2019.

Todo es posible en un contexto geopolítico convulsionado, caracterizado por una disputa abierta y en ocasiones con tintes de guerra comercial, tecnológica o política con Rusia y China, no solo a nivel mundial sino también en América Latina. Disputa por el acceso a mercados, inversiones y recursos estratégicos, donde EE. UU. concibe a las demás potencias como poderes “extraños” que intentan usurparle su patio trasero, y son calificadas entonces como “amenazas para la seguridad nacional de EE. UU.”.

La política exterior de la era Trump, sea éste reelegido o no, ya compone una las páginas más convulsionadas de la historia del siglo XXI, especialmente para América Latina, con procesos progresistas en permanente reflujo, la toma de las calles, la pandemia, las crisis económicas y la permanente presión de las derechas por reapropiarse de los gobiernos y del Estado. Son tensiones agudizadas por un Gobierno estadounidense que no duda en recurrir a estrategias de intervención tanto clásicas como novedosas, recargadas y auspiciadas por una recalcitrante retórica de Guerra Fría que muestra las garras de un imperio en paulatina decadencia.

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