El teorema de las ratas

Por Virginia Mota San Máximo

Es un error muy común eso de considerar que las ratas son las primeras en abandonar el barco. Muy al contrario, prefieren ondear la melena con el perfumadísimo viento de cubierta, y asomarse, a estribor, como lo hacía el de Delibes, “que mostraba sus dientes podridos en una sonrisa ambigua, entre estúpida y socarrona”. Porque las ratas siempre han sido ratas y, por altura, toda la vida han tenido las mismas costumbres: trepar, llegar, y quedarse bien agarraditas a la cintura del escamoteo.

El teorema de las ratas se basa en una proposición eterna e inmodificable. Es esta: vocear la mitad menos uno mientras se dan brazadas en mareas populistas. No hay ratonera en el mundo que no se rija por este principio húmedo. Porque las ratas atajan y hablan, simplifican y hablan, se desvían —o desvían algo— y hablan. Chillan y juegan sin pronunciarse, como los trileros. Por eso pachanguean alrededor de mesas cromadas mientras levantan un 0,25, envidan con el IRPF, y tiran un tasazo, o un contrato único, o 900 euros de salario mínimo. Después ya, apuntan. A las ratas les gusta apuntar: un Lezo para ti y un Nóos para mí; un ERE más una Gürtel igual a un Lino más una Púnica, y me llevo 90.000 millones al año.

Las que recortan y aplastan desde la cubierta de vetas oscuras se recrean con los presupuestos estatales para no tener que bajarse del barco. A veces los atrasan por el color del cielo andaluz y otras los adelantan para poder agarrarse a la bóveda de todo un país, ese al que invitan a la comodidad maloliente y apestosa de las bodegas.

Pero el inframundo repleto de fangos y chapatales que las ratas presentan como un ateneo vintage es el que lleva, en realidad, todo el peso del barco: “España sois vosotros, no los extranjeros”, dicen algunas muy patriotas que disimulan la separación de poderes y se ceban con subvenciones públicas de instituciones que pretenden dinamitar. De este modo, la quilla —que no pasa de taberna arrabalera— se alicata con la contribución y el IVA, con las sucesiones y la basura, con los módulos; se pinta con comisiones hipotecarias de apertura, con “la ley está para cumplirla”. Por la quilla pasa el SAAD lo justo, pero suena, sin embargo, la música de los conciertos privados en sanidad y de la turba justiciera, la que pega más fuerte con el mazo cuando es el pobre a quien se le reprocha que no sea demasiado pobre.

Esta musiquilla de fondo es el precio que tiene que pagar la bodega por haber vivido por encima de las partidas presupuestarias esqueléticas, de la cultura vendida a precio de oro, de la educación elitista y meritocrática que no sigue el progresivo embellecimiento de los currículums laborales. Eso de pobres, patanes y miserables, ¿eh, rata? La moda es el queso en forma de adjudicaciones y volquetes, bonos de guardería, dietas con cama en propiedad, o jubilaciones millonarias un minuto antes de una quiebra de aúpa; lo que se estila es el 1% de las sicav y sus 99 mariachis; lo que más viste es la Comisión Nacional del Mercado de Valores.

La trampa del teorema de las ratas consiste, precisamente, en confundir el poder con el gobierno y animar con ello a la bodega, que está llena de Pacos y Marías: ¿Quiere invertir su cochambre como los ricos? ¡Puro espectáculo! A las ratas les gusta el circo. Por eso, cada poco, abren la escotilla y tiran a la bodega 100 o 200 empleos a 400 euros para ver cómo los hombres y las mujeres se sienten afortunados por hacerse con uno de ellos; para que aplaudan, extasiados, el modelo social ratonil que genera riqueza solo para los que ya son ricos. O marcan 155 veces sus banderas cuando llega la época de la berrea ratonera. Entonces hablan de estabilizar (para roer) el barco, de crecer (para amenazar naufragios), de responsabilidad (para ser intocables). Bisbisean eufemismos para hacerse superhéroes de algún movimiento transversal y, de igual modo, prometen reformar los códigos penales solo cuando el barco lleva la empatía a flor de piel tras el asesinato de un niño o después de una violación escandalosa a manos de una piara de cerdos.

Y así alcanza el teorema la vejez, con mucho amor por el queso del vecino y con las facturas por cuenta ajena. Mientras, mira con desdén las inmundicias de la bodega con la que se llena la boca cuando la ocasión la pintan urna: Toma, viejo; un euro más para que cierres boca. Y muérete contento.

“Total, que siempre hay función”, ¿eh, rata? La bodega es un aliviadero para la honestidad. Por ahí no pasan las ratas, que no abandonan el barco y tampoco se ahogan: quienes se ahogan son las personas. En general, es un error muy común eso de tener alguna consideración hacia las ratas.

4 Comments

    • Metáforas mediocres, además las ratas son los roedores menos sucios y agresivos de todos. Es de incultos seguir creyendo en ellas como un saco de enfermedades y parasitismo, para luego ir de profundo con tus anáforas.

  1. Madre mía que absurdo y empalagoso mar de metáforas por no querer decir las cosas claras, o por pretender decirlas de forma «original».
    Para lo primero: bueno, nada nuevo. Para lo segundo hay que hilar muy fino, y la autora definitivamente no da la talla.

  2. Me ha encantado…. Pero, ¡Ay si fueran la mitad de solidarios que las ratas…! Estupendo escrito, injusta comparación. Ya sabemos que no hay animal en el planeta que se aproxime, ni remotamente a la estulticia y miseria moral del «ser político» o el «ser patrón».
    Un último apunte: Pocos animales sociales son tan rigurosos en su solidaridad social y protección a los débiles como son las ratas (las de alcantarilla, las de 4 patitas)
    Salud y República.

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