El sujeto revolucionario es Inda (o quizá el mercado)

"A menudo el que quiere consolar, ser cariñoso, etc., es en realidad el más feroz de los verdugos. Incluso en el afecto es necesario ser, ante todo, inteligente" - Antonio Gramsci

Ricard Jiménez

Con el resultado de una «nueva normalidad», dispuesta a olvidar toda reflexión o aprendizaje, se están estableciendo los mismos marcos de debate previos al inicio de la pandemia: el sujeto como epicentro, como sujeto individual revolucionario, como identidad subjetiva como elemento de supervivencia. Este deambular entre sujetos náufragos de toda capacidad ideológica son el culmen del pánico, la agonía y la asfixia de un modelo de sociedad de mercado.

La forma en que deben entenderse estos nuevos sujetos, promovidos como entidad revolucionaria, deberían ser analizados, en primer lugar bajo la lógica de consumo. Desde Greta a los postulados de las teorías queer favorables a la prostitución o la pornografía.

«La cultura de los medios sin duda engendra nuevas necesidades y deseos a través de cuadros y narraciones imaginarios en los medios», escribía Byung – Chul Han y es precisamente esta sobrerepresentación la que ha venido promoviendo los últimos movimientos identitarios (o de las subjetividades).

Esto ya ni tan solo es un teorizar sobre un ente o un sujeto metafísico, puesto que incluso Aristóteles afirmaba que lo «aparente es falso», se trata más bien de una conceptualización teleológica imbricada en el fin último del mercado.

En cuanto sujetos, o humanos, como expone Zizek en su últim libro, «tan solo somos uno más de los actantes en un ensamblaje complejo», un ensamblaje, escribió Eva Illouz, que mediante la hipersensibilidad y el exceso de «información», promovida por el mismo mercado, «contribuye a la posición del individuo moderno como sujeto deseante que anhela ciertas experiencias, fantasea con objetos o estilos de vida y vive en un universo imaginario o virtual».

En este mismo contexto debería situarse al academicismo de izquierdas, que en su batalla con molinos de viento saca rentabilidad con aspavientos dependiendo de por donde salga el sol.

«La cultura de consumo – continúa Illouz – engendra nuevas necesidades y deseos a través de cuadros y narraciones imaginarios de los medios». Así expuesto la búsqueda del sujeto o la identidad, entretejido con el mercado, no se preocupa de la buena vida, sino de la mera supervivencia y «así el capitalismo se hace obsceno», concluye Han.

El problema de todo esto no es meramente un formalismo, es que en esta lógica de carroña y pataleo por la supervivencia es donde reside la posibilidad de establecerse el totalitarismo reaccionario y donde es imposible hacer prevalecer o luchar por la potencialidad revolucionaria de una sociedad de clases sometida. La comunidad frente al ‘yo’, el ego frente al eros, el odio frente al amor, el individuo incapaz de concebir un nosotros.

Esta comunidad o ‘nosotros’ contrahegemonico no es aquello que defiende aquel que prefiere compartir con Inda un plató de televisión antes que bajarse al barro, a la realidad. No es un individuo abrazado a Obama o a Ada Colau con una trans defensora acérrima de la prostitución.

La alienación por el abandono de la organización ideológica es fruto de la sublimación y decadencia de la izquierda por los postulados revolucionarios, la falta de planteamientos superadores del capitalismo y por el desempeño del neoliberalismo en aparentar y alejar de la vida política todo elemento social. Imaginar la utopía no es blanquear esta sociedad. Es de nuevo abrir el cerrojo ideológico en torno a la democracia liberal y la economía de mercado. «La imposibilidad de la transformación social relata Atilo Borón – ya no viene dada tanto por un gigante burocrático y militar, sino porque cualquier planteamiento superador del capitalismo se convierte en impensable. Del conservadurismo reaccionario pasamos a gobiernos que no tienen problemas en adoptar un talante progresista y un conservadurismo que es capaz de hacer concesiones culturales, siempre que no se toque lo que se considera indispensable e incuestionable, que es el conjunto de las formas de producción, distribución y consumo sobre las que se cimienta la circulación del capital».

En esta sociedad de sometimiento por coerción, pero sobre todo por consenso, el producto de consumo es el sujeto que se explota a sí mismo de forma voluntaria. En nombre del progreso es amo y esclavo a la vez, sujeto de cambio de lo que se mantiene.

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