El segundo sexo

Por Daniel Seijo

Pese a las leyes de su país, Samia como tantas otras niñas dejó la escuela en sexto grado para casarse con un hombre mucho mayor que ella al que su familia la había entregado. Hollywood no gobierna en Yemen, las eternas historias de amor con las que todos hemos crecido nunca suceden en las calles de Hardh, en ellas el amor es demasiado caro, un privilegio no al alcance de todas. Más de 700 millones de mujeres en el mundo se casaron cuando tenían menos de 18 años, la inmensa mayoría de ellas lo hicieron obligadas por absurdas tradiciones, la pura necesidad económica de sus familias o alguna oscura interpretación religiosa, diferentes máscaras sociales para ahogar la culpa de quienes facilitan a hombres adultos abusar de menores con total impunidad.

El hecho de arrebatarle la infancia a esas menores, las continuas violaciones físicas y psicológicas a las que estas se ven sometidas, suponen una realidad demasiado dura para cualquier informativo de sobremesa occidental, por ello hemos decidido obviar el tema, al igual que hemos decidido obviar el continuo flujo de menores refugiados desaparecidos en su odisea en Europa o las redes de prostitución que continúan captando niños para los burdeles españoles. Nuestra indiferencia nos convierte en cómplices.

La violencia sexual institucionalizada que se deriva de los matrimonios con menores no es una realidad ajena a Occidente, los tratados y convenios internacionales que prohíben explícitamente el matrimonio infantil no suponen solo papel mojado en recónditos países como Yemen, incluso en Estados Unidos -uno de los países más desarrollados del mundo- entre 2000 y 2010, 67.000 jóvenes menores de 17 años contrajeron matrimonio en la mayoría de las ocasiones obligados por sus propias familias. Simples niñas cosificadas a lo largo de todo el planeta en una de las más dramáticas caras de la crueldad del patriarcado. Hoy en muchos lugares del planeta ser mujer significa no ejercer ninguna decisión a lo largo de tu vida, ser violada cada día por una persona a la que te ha entregado tu propia familia.

Ionela llegó a España con 20 años, en aquel momento simplemente conocía de nuestra cultura ciertas costumbres básicas y tópicos que había aprendido gracias a las series de televisión españolas que emitía la televisión rumana, su realidad pronto pasó ser la de las entre 30.000 y 40.000 mujeres que en nuestro país son presas de la trata de seres humanos con fines de explotación sexual. Una realidad que se esconde en los miles de prostíbulos que total impunidad invaden las ciudades españolas, los pisos en donde la explotación se lleva en nuestros propios barrios o  los polígonos y carreteras en donde las mujeres son expuestas como mera mercancía, totalmente invisibles para una democracia que debería velar también por sus derechos. Mujeres esclavizadas por hombres que ejercer su dominio sobre ellas, una realidad más cercana de lo que puede pensar cualquier de los que estáis leyendo estas líneas. Por la cama de Ionela no solo pasan lo desheredados, los parias, ella quizás su marido tras una larga noche de fiesta con los compañeros del trabajo también haya sido su cliente, Ionela puede haber sido la primera relación sexual de su hijo, su regalo de cumpleaños o una noche loca más con los amigos. El sexo de pago en España todavía no es visto como el cruel ejercicio de poder que los hombres ejercen las mujeres. En España una relación sexual con una esclava sexual, todavía no es considerada una violación, los desafiantes neones de los burdeles así nos lo hacen saber. El sexo de  una noche, tu diversión, es su infierno, su esclavitud. Tu dinero no es inocente, tú no eres inocente.

Cubrir su cuerpo, ver reducidas sus oportunidades laborales, ser insultada por la forma de ejercer su sexualidad, humillada, agredida, violada, asesinada…todas ellas realidades que cada día, cada hora, sufren mujeres de todo el mundo a manos de hombres que actúan sobre ellas por el simple hecho de ser mujeres

Aquella tarde Gina  había decidido vencer al miedo y salir a la calle, pese al infierno que todavía sufría, pese a las continuas amenazas de su expareja, aquella decisión le costó caro. El ácido que le arrojaron sobre su rostro le produjo un daño irreparable, una mutilación permanente que sin duda suponía el principal objetivo de su agresor, un hombre que decidió que sí Gina no era de él, no sería de nadie. Aquella era una demostración más de las consecuencia que para una mujer podía tener su libertad, una tradición muy alejada de los matrimonios infantiles en Yemen, pero que tenía un mismo componente: el dominio del hombre sobre la mujer, su posesión. India, Colombia, Irán…pero también Inglaterra o Alemania sufren en sus calles la amenaza del ácido contra la mujeres libres, un ataque destinado a mutilar a sus víctimas que debe encontrar una firme respuesta de apoyo continuado a las víctimas por parte de la sociedad civil y las instituciones.

Tan solo en el segundo trimestre de 2017, en España se registraron un total de 42.689 denuncias por violencia de género, una autentica pandemia que desde enero se ha cobrado al menos la vida de 44 mujeres asesinadas a manos de sus parejas o exparejas. El terrorismo machista supone la violencia patriarcal llevada al extremo, una amenaza real para la mitad de la población de un país en el que el 27,4% de los jóvenes de entre 15 y 29 años cree que la violencia machista supone «una conducta normal» en el seno de una pareja, el feminismo continua siendo mirado con recelo, los celos, el dominio, la posesión ganan terreno en unas generaciones más jóvenes que continúan sin tener acceso especializado a este tipo de problemáticas en sus estudios básicos. Ningún gobierno hubiese permitido tal silencio acerca de las víctimas de ETA en los libros de texto, pero a día de hoy la vida de las mujeres sigue sin suponer una prioridad en la agenda política. Solamente tras la intensa presión social han comenzado a llegar los primeros pactos descafeinados, meros parches destinados a intentar contener una realidad que hace mucho se nos escapó de las manos y sigue manchando de la sangre de nuestras mujeres nuestras calles,.

Las mujeres en España tienen más años de educación formal que los hombres, pero los hombres cobran  5.982,42 euros al año más que las mujeres, la tasa de empleo masculina se sitúa en el 53,33%, en comparación que la femenina que es del 42,17% , la brecha entre el paro masculino y femenino vuelve a crecer con la recuperación económica, cerca del l 57% de las trabajadoras está ocupada a tiempo parcial porque no ha logrado encontrar un trabajo a jornada completo y las posibilidades de que las mujeres puedan alcanzar altas cuotas de poder en el mundo laboral, continúan limitadas por el famoso pero desconocido techo de cristal. En muchas ocasiones la mujer encuentra hoy en el mundo laboral ciertos obstáculos por el simple hecho de ser mujer. La discriminación en el mercado laboral supone una limitación a la capacidad de emancipación de la mujer, una barrera entre sexos por la que ningún sindicato ha decidido convocar todavía una huelga general.

Cubrir su cuerpo, ver reducidas sus oportunidades laborales, ser insultada por la forma de ejercer su sexualidad, humillada, agredida, violada, asesinada…todas ellas realidades que cada día, cada hora, sufren mujeres de todo el mundo a manos de hombres que actúan sobre ellas por el simple hecho de ser mujeres. La violencia patriarcal, la cultura machista, suponen un enemigo al que sólo podemos hacerle frente siendo conscientes de su verdadera cara, basta de banalizar la lucha feminista, basta de consentir a quienes emponzoñan con mentiras y manipulación a los colectivos que pretenden erradicar esta lacra de nuestra sociedad, basta de complicidad activa o pasiva con quienes lanzan comentarios machistas, con los maltratadores, los violadores, los asesinos. Basta de soportar a quienes respaldan una cultura patrialcal que nos está arrebatando a nuestras mujeres.

La democracia será feminista o no será. 

 

 

 

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