El ruido

Por Victor Marrero Rdguez

La dimisión de Màxim Huerta como ministro de Cultura y Deporte no pasó desapercibida para los que nos gusta analizar la comunicación y la actualidad. El tono y la puesta en escena del periodista y escritor vinieron acompañados de una dura crítica hacia algo que vive con nosotros desde hace ya muchos años, y que con la extensión y universalidad de las redes sociales y otras plataformas, se ha expandido como la pólvora: el ruido.

“Me voy para que el ruido de esa jauría no estropee el proyecto del presidente Sánchez”. Con esta frase tan potente y significativa se despidió Huerta de su efímero paso por el Gobierno de España; una frase que en un plano personal denota enfado e ira hacia lo que ha considerado una “cacería” mediática contra su persona, comenzando por viejas declaraciones personales en Twitter acerca de su (nulo) gusto personal por el deporte, y terminando con la filtración en la prensa de un fraude tributario hace una década.

Desde el plano periodístico-mediático, el ruido es un elemento amplio y difuso, notablemente incontrolable debido a la facilidad de expresión y difusión de la masa social en su conjunto. ¿Qué es el ruido, entonces? Con no sobrada seguridad, me atrevería a decir que es la inviabilidad y el sonoro fracaso de difundir opiniones de cosas que las personas no conocen. Me atrevo a profundizar más la idea, e insistir en que no sabemos prácticamente nada, pero opinamos como si así fuese. Cada minuto se vierten en la red infinidad de opiniones, juicios de valor, críticas, sin argumentación de peso y sin conocer detalles coyunturales que sustenten una realidad que desconocemos ampliamente o no conocemos en su totalidad. ¿Es incontrolable? En el momento en el que una persona se ve obligada a abandonar una red social, ya sea el caso de Màxim Huerta, o el de Dulceida, me parece que sí. La finalidad positiva de las plataformas sociales se ve ennegrecida por la insostenibilidad que produce que todos podamos opinar sin tener nuestras ideas y juicios de valor claros. El problema viene cuando los datos sesgados no articulan de por sí la realidad a la que se sujetan; hay imágenes que parecen una cosa y luego resultan ser otra, como la viral que se hizo del príncipe Guillermo de Inglaterra en la que aparentemente estaba haciendo una peineta, pero que al cambiar de ángulo observamos que no fue así en absoluto. En la red, por decirlo de una forma concisa, los árboles no nos dejan ver el bosque.

El periodismo digital funciona, es digno y está en proceso de cimentarse y de ser un elemento que aporta credibilidad. 

En el gremio periodístico esto supone un severo problema a erradicar. Hace poco, tuve la oportunidad de asistir a un foro de periodismo con presencias del nivel de Nacho Escolar o Raquel Ejerique, ambos periodistas de eldiario.es y artífices principales del caso ‘máster de Cifuentes’. En una de las mesas redondas se abordó el tema del papel del periodismo en un mundo digital tan descontrolado, rápido y volátil. La respuesta a este fenómeno, el contraataque, es algo que ya conocía de mis años de universidad: la especialización y la credibilidad. Algo que debe ir en paralelo al auge y consolidación de medios digitales, el espacio que abarca el futuro más inmediato del periodismo. El ejemplo más claro está en el propio medio de Escolar: desde que se destapó el mástergate, los suscriptores han aumentado en más de 8000 en apenas dos meses y medio. La rigurosidad y el compromiso de que lo que se está leyendo es un contenido fiel y de calidad, es la herramienta más prometedora con la que el periodismo cuenta para ganar la batalla al ruido y a la desinformación. Y la ganará, estoy seguro.

Tenían razón los ponentes de dicho foro, y mi asombro no fue menor al descubrir por varias voces presentes, que la desinformación y el ruido estaban tan arraigados que hasta los niños que ahora manejan con soltura los smartphones y, por tanto, la ola gigantesca de datos (falsos o no), decían conocer de un asunto público-mediático porque “alguien lo puso en Instagram”. A tal punto ha llegado el desenfreno de la red, que el periodismo tiene en sus manos un papel clave de pedagogía informativa: hay que explicar qué es periodismo y diferenciarlo de lo que no lo es pero lo parece.

El periodismo tiene que estar alerta para frenar y revertir los bulos, las medias verdades, la desinformación que una noticia puede generar por estar incompleta o no haber sido redactada de manera concisa. El periodismo necesita periodistas comprometidos con su trabajo. Hay una cantera de periodistas que estamos formados y que (y ya hago un alegato al estado del periodismo como negocio) estamos deseando tener armas con las que combatir la desinformación, con las que regular este nuevo tiempo y poner al servicio de los ciudadanos. Mientras el periodismo no consolide esta nueva etapa y siga carcomiéndose en su crisis de modelo de negocio, el ruido amenaza con ganar más espacio.

Viñeta de cuantarazon.com

El periodismo digital funciona, es digno y está en proceso de cimentarse y de ser un elemento que aporta credibilidad. El periodismo ha tumbado a presidentes en el pasado; lo sigue haciendo ahora. En esa ventana que se abre para defender y dar voz a la ciudadanía, es por donde tenemos que empezar. El periodismo, más que nunca, es el contrapoder y nada, ni siquiera el ruido, lo puede parar o manipular.

Se el primero en comentar

Dejar un Comentario

Tu dirección de correo no será publicada.




 

Este sitio usa Akismet para reducir el spam. Aprende cómo se procesan los datos de tus comentarios.