La izquierda continúa reivindicando su creencia en el progreso pese a que se está produciendo paulatinamente en los últimos años una desintegración del marco de referencia que se basaba en la creencia de que el progreso y mejora de la humanidad estaba garantizado en el tiempo de forma acumulativa generación tras generación.
Por Remedios Copa | 2/02/2024
El progreso es uno de esos temas que se menciona a diario y que a su vez, como dice Laura Vicente, el término progresista se ha convertido en el cajón de sastre dónde se mete de todo, desde un gobierno, un partido, o una propuesta.
Cuando el progresismo, “ideología y doctrina que defiende y busca el desarrollo y el progreso de la sociedad en todos los ámbitos, y especialmente en el político social”, toma la terminación –ista y el relato del planteamiento de que la sociedad humana era pobre material y moralmente antes de que la comunidad humana alcanzara el progreso técnico que la condujo del estado salvaje al civilizado pasa a la política se distorsiona al identificar progresista con “ser de izquierdas”. Ante esta consideración, Corcuff habla de que la “muerte cerebral de la izquierda” pudiera ser la causa insensata de auto-eliminarse como izquierda para meterse en el cajón de sastre del progresismo.
La izquierda continúa reivindicando su creencia en el progreso pese a que se está produciendo paulatinamente en los últimos años una desintegración del marco de referencia que se basaba en la creencia de que el progreso y mejora de la humanidad estaba garantizado en el tiempo de forma acumulativa generación tras generación. Esa idea ha sido uno de los grandes errores de la izquierda del siglo pasado. Una creencia de evolucionismo y progreso que la realidad se está encargando de desmentir sistemáticamente. Aún así, las fuerzas “progresistas” siguen ancladas en el pasado.
El progreso nos ha llevado además a que la distinción entre el ser humano, los objetos y las mercancías tiendan a desaparecer y a borrarse. Cada vez está más presente e implica el uso del poder social y político para dictar cómo algunas personas pueden vivir y cómo algunas deben morir en función de intereses que nada tienen que ver con la evolución moral ni social; únicamente con la mejora de los intereses de unos pocos a costa del empobrecimiento, penurias y muerte de muchos otros. Porque el progreso en las posibilidades de matar es terrorífico, como se está viendo estos días en varias partes del mundo; progreso que se viene perfeccionando a lo largo de la historia, hasta el punto de que una guerra nuclear podría acabar con la especie humana en el planeta.
El progreso tecnológico e industrial nos ha puesto al borde del precipicio con un capitalismo suicida que expolia el planeta, (tanto recursos como personas), provocando una degradación medio ambiental que nos coloca ante un futuro distópico con riesgos climáticos y biológicos, y un desarrollo de la informática y la inteligencia artificial, (I A), cuyo avance y los peligros que conlleva ya se han escapado de control según están advirtiendo muchos de los técnicos puntera en la materia.
A propósito del tema, los autores Daren Acemoglu y su colega Simon Jhonson, han publicado un libro titulado “Poder y Progreso: una lucha de mil años por la tecnología y la prosperidad”, en el que nos ofrecen nueva evidencia empírica del impacto de la tecnología en el crecimiento de la productividad o en los ingresos de muchos en comparación con unos pocos. En el libro y en sus notas y artículos encontramos un relato histórico global de cómo la tecnología ha llevado a la humanidad hacia adelante en términos de niveles de vida, pero también a menudo ha creado miseria, pobreza y una mayor desigualdad.
Daren Acemoglu es uno de los principales expertos en el impacto de la tecnología en los empleos, las personas y las economías. Afirma que, por supuesto, “el progreso científico y tecnológico es una parte vital de esa historia y tendrá que ser la base de cualquier proceso futuro de ganancias compartidas”. Ambos autores manifiestan que esa mejora en la prosperidad de las generaciones no se debe solamente al progreso científico sino gracias a que “los ciudadanos y los trabajadores de las primeras sociedades industriales se organizaron, desafiaron las decisiones impuestas por la élite sobre la tecnología y las condiciones de trabajo, y las obligaron a compartir las ganancias de las mejoras técnicas de manera más equitativa”. Se necesitó el desarrollo de las organizaciones obreras, la legislación gubernamental y los comienzos de una cierta distribución de la asistencia social para lograr un aumento significativo, según los autores.
A finales del siglo XIX fue un periodo de cambio fulgurante en el desarrollo tecnológico y también de desigualdades alarmantes, situación similar a la que se está produciendo en la actualidad. En los EE UU las primeras personas en invertir en tecnologías punteras y en los sectores más dinámicos progresaron obteniendo ganancias gigantescas y creando grandes empresas y fusiones con negocios rivales. “A medida que la economía se expandía, la desigualdad se disparó y las condiciones de trabajo eran horribles para millones de personas que no tenían protección contra sus poderosos jefes económica y políticamente. Los barones ladrones, como se conocía a los magnates más famosos y sin escrúpulos, hicieron grandes fortunas no solo por su ingenio a la hora de introducir nuevas tecnologías. Las conexiones políticas también fueron importantes en la búsqueda de dominar sus sectores”.
Desde cualquier vertiente que se mire, el progreso sin freno resulta destructivo y el desarrollo tecnológico está plagado controversias como lo están las mal llamadas energías verdes, (porque no son tales), y muchas de las alternativas que se pretenden implementar como correctoras de los efectos del calentamiento global son cuestionables e incluso más perjudiciales que los daños que dicen evitar.
Como declara Miguel Amorós, el denominado progreso ha atrapado a los individuos y los ha moldeado y amaestrado a placer. Las tecnologías digitales han culminado la colonización e industrialización de la vida, convirtiendo así a los seres humanos en habitantes de un espacio virtual, consumidores autómatas y ciudadanos sumisos, plenamente controlados y perfectamente intercambiables. Por consiguiente, la sociedad entera se está convirtiendo en una inmensa industria automatizada y el desarrollo cintífico-técnico se vuelve eminentemente destructivo.
Personalmente coincido con Houria Bouteldja en que, en la actualidad, necesitamos un pensamiento global que visualice una alternativa a una civilización occidental en declive y que ha alcanzado su límite. Hay que salir de la «muerte cerebral» de la alternativa progresista y encaminar el progreso a un Decrecimiento racional, justo y equitativo.
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