Los informativos, los periódicos y demás programas de actualidad, en las últimas semanas, han rellenado horas y horas hablando de másteres regalados, asignaturas de grado aprobadas misteriosamente o tesis doctorales plagiadas. Ciertamente, nuestros políticos consiguen titulaciones más rápido o más fácil que sus humildes votantes, pero tampoco debería resultarnos extraño si buscamos información sobre su familia. Esto es, gente de clase alta, burguesa, que se podía permitir mandar a sus hijos a Inglaterra, una universidad privada y un posgrado en una universidad extranjera. Además, claro está, de contactos en distintas empresas, instituciones públicas o universidades. Un ejemplo, nuestro presidente, Pedro Sánchez, viene de una familia acomodada; su padre fue un importante economista y director general del INAEM. Pablo Casado es hijo de un médico y una profesora universitaria. Ambos poseen una de las clínicas oftalmológicas más importantes de Palencia. La formación de ambos pasa por varias instituciones privadas, como la universidad pontificia de Comillas o el Real Centro universitario María Cristina (centro privado adscrito a la Universidad Complutense). Es claro que, para permitirse esos centros, al menos en España, hacen falta una gran cantidad de billetes y también de contactos. El plagio, inventarse titulaciones o la obtención de créditos es éticamente cuestionable, pero el problema no radica en el individuo, sino en lo social, es decir, en la adscripción a una determinada clase social y las posibilidades académicas y, en la mayoría de los casos, laborales que conlleva pertenecer a un sector social u otro.
La educación de un hijo, aunque en España se presupone que es pública y gratuita, tiene un alto coste económico: libros, material escolar, transporte, uniformes y otras actividades extraescolares o idiomas. De igual modo, y por suerte, las escuelas, institutos y universidades públicas tienen el mismo nivel o más alto, en algunos casos, que los privados y son valoradas de manera similar a la hora de buscar un empleo. Ahora bien, los estudios superiores, aun por la universidad pública, suponen un gran esfuerzo económico. Por ejemplo, realizar la tesis doctoral, sin estar becado, son cinco años más, que, o bien se multiplican al intentar compaginarlo con un trabajo, o bien los padres, siempre que puedan, han de seguir haciendo un gran esfuerzo económico. Otros tipos de titulaciones superiores, ya sea cursos u otro tipo de formación postgrado, no suelen ser subvencionadas o becados. Por no hablar de la formación en universidades extranjeras.
En consecuencia, las personas que nazcan en el seno de una familia de clase alta tendrán más posibilidades de ampliar su formación, ya sea mediante grandes sumas de dinero o el uso de contactos. La clase obrera se habrá de conformar con la educación obligatoria y, supuestamente gratuita, siempre y cuando las tasas universitarias no aumenten. Si queremos realizar una tesis, aprender idiomas o realizar algún curso para ampliar la formación, deberemos y nuestros padres hacer grandes esfuerzos económicos o directamente renunciar a ello. Todo ello implica, como se muestra en Chavs, la demonización de la clase obrera, que, y en este caso concreto: 1) los políticos están en otro nivel socioeconómico y que, por ello, están alejado de la mayoría de los votantes y 2) que la movilidad social es un timo, puesto que esta es imposible si no se puede conseguir una formación superior y, si después de obtenerla, resulta complejo acceder a ese tipo de puestos. Esto se ejemplifica en la figura de Pedro Sánchez: ejerció de profesor asociado en la universidad Camilo José Cela sin poseer la tesis doctoral que se sacó tres años después de terminar su relación laboral. Para una persona que no cuenta con la posibilidad de estudiar uno o varios másteres en el extranjero o que, y lo más probable, tenga contactos en la universidad o en algún círculo económico cercano a dicha institución. No quiere esto decir que a Pedro Sánchez le hubiesen “enchufado”, sino que su nombre venía acompañado de una relaciones familiares y económicas favorables que las personas de clase obrera no tienen.
La clase trabajadora ha de hacer el doble de esfuerzos económicos y, en consecuencia, tiempo y pérdidas asociadas para poder siquiera soñar con obtener una tesis. De igual modo, el publicar en revistas de alto impacto u adquirir idiomas también se vuelve tarea difícil si no se cuenta con dinero y contactos. Por tanto, la clase obrera se ve obligada a invertir más tiempo y dinero para conseguir la mitad de formación. En consecuencia, una plaza de profesor universitario, un escaño o otros puestos similares son casi inaccesibles.
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