El problema de las alianzas políticas en el internacionalismo socialista en 1900

Eduardo Montagut

En el Congreso de París de la Segunda Internacional, celebrado en París, tuvo lugar una intensa discusión sobre la posible colaboración o alianza de los Partidos Socialistas con otras fuerzas políticas, y su posible entrada en los gobiernos, coincidiendo con el ingreso del político Alexandre Millerand, que había comenzado su carrera política en el radicalismo para acercarse al socialismo, en un ejecutivo presidido por el radical Pierre Waldeck-Rousseau. La Segunda Internacional reafirmó la independencia del proletariado, que debía estar representado por los partidos socialistas, en su proceso autónomo de emancipación, pero abrió la puerta a determinadas posibilidades de colaboración con otras fuerzas de signo progresista.

En el Congreso de París se presentaron dos proposiciones contrarias a la entrada en gobiernos “burgueses”, tanto de Guesde como de Ferri, pero Kautksy defendió una tercera distinta, que abría la posibilidad de colaboración en casos “forzosos, transitorios y excepcionales”, y siempre previo acuerdo de los partidos, es decir, no de forma individual, además de que aquellos elementos que entrasen debían estar a las órdenes de sus respectivos partidos socialistas.

La proposición de Guesde establecía un principio fundamental del socialismo que tenía que ver con que la conquista del poder político se entendía como una suerte de expropiación política de la burguesía, de la clase capitalista. Esa expropiación podía realizarse de forma violenta o pacífica. Pero el poder solamente podía alcanzarse por las propias fuerzas organizadas del proletariado en un partido de clase, por lo que no cabía la colaboración socialista en gobiernos burgueses, contra los cuales siempre había que adoptar una oposición beligerante.

Pierre Waldeck-Rousseau

Por su parte, Kaustky insistía en el principio socialista de la conquista del poder político por parte del proletariado para conseguir su emancipación, una lucha que solamente se podía realizar por ese proletariado organizado en un partido de clase, es decir, dentro de la ortodoxia socialista. La lucha sería contra los partidos burgueses. Pero, y aquí comenzaba la diferencia con Guesde y con la línea tradicional socialista, eso no era impedimento para que en determinados casos se pudiera marchar de acuerdo con los “partidos de la democracia burguesa”, para debilitar a un gobierno hostil al proletariado, ya fuese para emprender reformas urgentes, ya para combatir atentados contra la clase obrera o contra los derechos y libertades. Pero las alianzas de los partidos socialistas con las formaciones burguesas no podrían ser permanentes, ya que podrían comprometer la independencia de los primeros, con graves consecuencias para la lucha de clases.

Kautsy explicaba que en los estados democráticos modernos ya no cabía la conquista del poder de forma violenta, sino a través de la obra “larga y penosa” de la organización política y económica del proletariado, conquistando paulatinamente los puestos electivos en los parlamentos y en los municipios, pero había una diferencia en relación con el poder ejecutivo. Aquí no valía una conquista de forma fragmentaria.

En consecuencia, la entrada de un socialista en un gobierno de signo burgués no podría concebirse como un comienzo normal en el proceso de la conquista del poder, sino como algo transitorio y excepcional y, en cierta medida, forzado por las circunstancias. Sería una cuestión de táctica, pero no de principios. En este sentido, el socialdemócrata alemán opinaba que sobre esto no tenía por qué pronunciarse el Congreso, pero, en todo caso, no debía esperarse nada positivo. Esta entrada de un socialista debía realizarse siempre por acuerdo mayoritario del partido, y su actuación tendría que estar supeditada al mismo.

Alexandre Millerand

El problema surgía cuando el ingreso se realizaba de forma independiente al partido o cuando solamente representaba a una parte del mismo. Esa situación generaba confusión, amenazando con debilitar la organización socialista, además de poner obstáculos a la conquista obrera final del poder.

Plejanov presentó una adición a esta propuesta, a la que se adhirió Jaurès. El francés opinaba que, en todo caso, aún en situaciones extremas un socialista debía dejar el gobierno cuando el partido observara que aquel daba pruebas evidentes de parcialidad en la lucha entre el capital y el trabajo.

En el debate, el socialista belga Vandervelde, en nombre de la Comisión, resumió el consenso sobre la excepcionalidad de las alianzas. Habló del caso italiano en la lucha por la defensa de la libertad, de la lucha por la conquista del sufragio universal en Austria y Bélgica, además del francés por la “defensa de los derechos de la humanidad”. En todo caso, sabemos que el caso francés generó no poca polémica en el seno del socialismo francés y europeo.

La cuestión de las alianzas fue resuelta por la Comisión votándose por unanimidad que el Congreso recordaba que la lucha de clases prohibía todo tipo de alianzas con cualquier parte de la clase capitalista. Aún admitiendo que la existencia de circunstancias excepcionales hiciesen necesarias las coaliciones, aunque sin confusión de programa y táctica, estas alianzas, que el partido socialista correspondiente debía reducir al mínimo hasta su eliminación completa, no debían ser toleradas mientras que su necesidad no fuera contemplada por el propio partido, en clara alusión a que no valían soluciones individuales de colaboración.

En una sesión posterior, Ferri se opuso a la entrada de socialistas en los gobiernos. En relación con las alianzas contempló su posibilidad en aquellos países donde el partido obrero fuera lo suficientemente fuerte para establecerlas, siendo transitorias y excepcionales. Esas alianzas tendrían como objetivo la defensa de las libertades públicas o los principios fundamentales de la civilización, ante la posibilidad de un golpe de estado. Al parecer, la intervención de Ferri suscitó grandes ovaciones.

Jaurès volvió a intervenir en el debate para defender la postura de Kautsky. Guesde, en cambio, combatiría la misma.

Al final, las secciones votaron la moción de Kautsky, que fue aprobada. Hay que aludir que la española se pronunció a favor. En este sentido, debemos recordar que en el Congreso del PSOE, celebrado el año anterior en Madrid, se había aprobado una resolución parecida, al establecerse que en las luchas electorales de todo tipo -generales, provinciales y municipales- los socialistas debían cumplir con el acuerdo que tomase el Partido con relación a las mismas, a propuesta del Comité Nacional. Se excluirían a las colectividades e individuos que hicieran pactos o alianzas con partidos burgueses o con sus candidatos, o trabajasen a favor de dichas candidaturas. Pero, el PSOE, consciente de que las libertades eran necesarias para la lucha del proletariado y para alcanzar todas las mejoras posibles en el orden social vigente, no veía obstáculo para cooperar con partidos, denominados por el socialismo español, como avanzados dentro del “campo burgués” cuando los principios democráticos corriesen serio peligro.

En todo caso, el proceso para que el socialismo español colaborase con las fuerzas republicanas sería arduo, ya que el intento de cambio de política electoral de 1903 propuesto por la Agrupación Madrileña favorable a cierto entendimiento fue rechazado por el Comité Nacional, y claramente por Pablo Iglesias. Las circunstancias excepcionales derivadas de la represión y la política llevadas por Antonio Maura a raíz de la Semana Trágica terminarían allanando el camino para formar la Conjunción Republicano-Socialista.

Hemos consultado como fuente histórica el número 761 de El Socialista.

Bibliografía: Luis Gómez Llorente, Aproximación a la Historia del Socialismo Español (hasta 1921), Madrid, 1972.

Santos Juliá, Los socialistas en la política española, 1879-1982, Madrid, 1997.

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