El Pollo de Mañana, que se creó en los años 50 como una panacea para solventar el hambre y la pobreza de la posguerra mundial, a día de hoy es un pollo, sobremedicado y deforme.
El aspecto del pollo que vemos en cualquier supermercado no era así hace décadas. Tampoco las elevadas cifras de pollos de engorde a nivel mundial, que alcanzan la cantidad estimada de 23 billones de aves, siendo la carne más consumida del planeta. ¿Por qué? La respuesta está en la relación de ambas afirmaciones: a mediados de los años 50 se buscó una proteína barata para alimentar a la población. Se logró seleccionar genéticamente una raza de pollo que crecía y engordaba mucho más rápido que las conocidas hasta el momento. La industrialización en la producción de este nuevo pollo abarató los costes, más que el de ningún otro tipo de carne, hasta el día de hoy.
Un estudio publicado por The Royal Society en 2018 pone de ejemplo a esta especie como indicador de los cambios producidos por la intervención humana a nivel planetario. Un equipo de investigadores de la Escuela de Geografía, Geología y Medio Ambiente de la Universidad de Leicester (Reino Unido) corroboró esta afirmación, llevando a cabo un estudio de los cambios experimentados por esta especie desde los época romana hasta hoy, a partir del análisis de los huesos hallados en 74 yacimientos arqueológicos del Reino Unido. Los resultados no dejaron lugar a dudas: la morfología del esqueleto, las patologías, la geoquímica de los huesos o la genética del pollo moderno es muy diferente al de sus ancestros. Con el añadido de las denominadas «enfermedades de producción», moderno eufemismo con el que el sector denomina las distintas afecciones que padecen los pollos de engorde en las naves industriales de producción intensiva.
A estas enfermedades propias de la producción intensiva influyen factores medioambientales y de gestión, como la elevada densidad de población, la falta de luz y el entorno árido en el que viven. Pero son los factores genéticos los que provocan las patologías físicas más graves: deformidades y fracturas óseas por el peso desproporcionado que alcanzan; ascitis (acumulación de líquido en la cavidad abdominal); fallo cardíaco y enfermedades en la piel (dermatitis). Además, para prevenir estas enfermedades tan comunes, se les suministran antibióticos con carácter profiláctico en cantidades cuestionables, que pueden provocar futuros problemas de resistencia bacteriana a los antibióticos. Resistencia que nos afectaría también a las personas, ya que son antibióticos que se usan tanto en veterinaria como en medicina humana.
Cuesta creer que hubo un tiempo en el que la cría de pollos era una actividad secundaria a otras actividades ganaderas. En la primera mitad del siglo XX, con la selección de determinadas razas de pollos y gallinas, se buscaba optimizar la puesta e incluso, conseguir razas por motivos estéticos. La carne de estas aves se consideraba un subproducto. En algunos países, un lujo para comidas especiales.
¿Cuándo y dónde tuvo lugar la transformación del sector? Se dieron los primeros pasos entre los años 1920 y 1930 en EE. UU. Las granjas de gallinas ponedoras se extendieron por el país, apareciendo algunas que añadieron la cría de pollos de engorde a su actividad previa. Pero aún era algo puntual y anecdótico.
Fue tras la Segunda Guerra Mundial, y los cambios radicales que el conflicto trajo consigo, que la industria alimentaria empezó a cambiar. EE. UU. era un importante proveedor de carne de vacuno y cerdo a la, en ese momento, devastada Europa. El crecimiento demográfico que siguió al fin de la guerra provocó una gran demanda de proteína barata. Esta necesidad fue el detonante para que la industria avícola desarrollara un pollo de crecimiento rápido para consumo, que asegurase mayor productividad al menor coste para abastecer la creciente demanda.
La Great Atlantic & Pacific Tea Company (conocida comúnmente como A&P), el mayor minorista avícola de EE. UU. en esa época, fue la primera en reconocer esta necesidad. Y aprovechó la ventaja, ideando un pollo que creciera más rápido, alcanzara mayor tamaño y tuviera más porcentaje de carne en zonas clave, como la pechuga y los mulos. Así, entre 1956-57, se convocaron varios concursos por todo el país, llamados El Pollo de Mañana, animando a productores y granjeros a desarrollar la genética de un pollo que recogiera estas características físicas. Con el aliciente de un cuantioso premio económico para el que lo lograra. Fue tal la campaña propagandística que incluyó un día nacional y Hollywood realizó una película.
Se presentaron 720 huevos, que se incubaron en instalaciones especiales, donde también nacieron y se alimentaron en condiciones controladas los pollitos. Tras un seguimiento exhaustivo, las aves que alcanzaron las 12 semanas se sacrificaron, se pesaron y se contrastaron datos. Así, en 1951 se premió el cruce de machos de raza Cornish y hembras New Hampshire, dando la raza Cornish Rock Cross.
A partir de este momento, mediados de los años 50, una producción que no superaba los 200 pollos por granja pasó a industrializarse, haciendo que los nuevos procedimientos no fueran ya rentables por debajo de 20.000 o 30.000 aves, llegando en algunas granjas a las 100.000.
Con este cruce también se consiguieron las características genéticas que las grandes empresas de producción de pollos están comercializando hoy en día. El mercado lo lideran la empresa estadounidense Aviagen y la francesa Groupe Grimaud.
El pollo pasó a ser la principal industria cárnica del mundo en cuanto a producción y consumo, a costa de su bienestar. Con 41 días de vida es sacrificado. Durante este periodo, alcanza una masa corporal de 5 veces la de sus ancestros. Para acelerar tanto su crecimiento, cuenta con una mutación genética que le hace voraz, y una dieta basada en piensos creados para aumentar su peso.
El Pollo de Mañana, que se creó en los años 50 como una panacea para solventar el hambre y la pobreza de la posguerra mundial, a día de hoy es un pollo, sobremedicado y deforme.
Se el primero en comentar