El papel del Arlequín

«En todo el mundo, allí donde hay capitalistas, la libertad de prensa significa libertad para comprar periódicos, para comprar escritores, para sobornar, comprar y falsear ‘opinión pública«‘.

«No hay teoría revolucionaria sin práctica revolucionaria y viceversa»

Vladímir Ilich Lenin

«¿Dónde han ido a parar las audiencias que eran capaces de elegir y discriminar?»

Charles Bukowski

«La política es el arte de controlar tu entorno.»

Hunter S. Thompson

Combatir el fascismo, sin combatir sus causas. Curiosa paradoja esta.

A lo largo de esta semana hemos visto como la actualidad política se cerraba en torno a la defensa de un antifascismo necesario, pero quizás no demasiado afinado. Me explico, no cabe la menor duda de que en plena efervescencia del discurso ultraderechista y con Vox situado como permanente tercera fuerza política del arco parlamentario español, resulta preciso dejar a un lado las vicisitudes de la pugna electoralista y los matices en torno al encaje de la formación de Santiago Abascal en el marco del concepto “fascismo”, para abocarnos con premura y convicción a una defensa firme frente a su avance social, electoral y programático.

Tras años de aletargada espera y aupados por una crisis sistémica en el capitalismo y la continua  atención de todas las grandes corporaciones mediáticas del estado, Vox ha conseguido en un relativo breve período de tiempo asentarse en unas instituciones que sin duda alguna le sientan como un guante. Si bien formaciones como Unidas Podemos siempre han remado a contracorriente en un río de escollos impuesto por un ecosistema de poder antinatural para una formación que en su momento coqueteo con apuestas novedosas y escoradas a la izquierda, esta nueva formación ultraderechista, comandada por un “segunda fila” del Partido Popular, ha recibido una cálida acogida en las instituciones judiciales, las fuerzas de seguridad o los platós de televisión, incluso sus rivales electorales en la derecha no han podido dejar de verlo como una especie de hijo pródigo descarriado, pero fiel.

No nos dejemos imponer agendas o salvadores, ni aceptemos el marco para combatir al fascismo que nos quieren imponer aquellos que sin lugar a dudas lo han alimentado hasta ahora

Ante esto, Abascal y los suyos simplemente han tenido que aprovechar las buenas aguas para lograr tensar el ambiente parlamentario con intervenciones populistas, efectistas alusiones a sus rivales en las múltiples oportunidades que los medios generalistas le brindaban para ello y una cultura política tan degradada y presta al puro marketing electoral, que sin dudarlo un segundo decidió entrar al juego de la serpiente fascista para lograr así aunar simpatías entre los posibles votantes movilizados en la polarización, pese al riesgo que ello conllevaba de enrarecer sobremanera el ambiente social. El fascismo no ha estallado en España sin previo aviso, nunca lo hace. La víbora fascista ha salido de su agujero alimentada y animada por todos aquellos que en su momento pretendieron dotarla de una voz ilegítima en un debate electoral con la única intención de caldear el ánimo y las audiencias, espoleada por aquellos que modifican su discurso para retroalimentar una falsa interpretación de un trágico sainete en el que ambos actores se dirigen únicamente a su audiencia –al tiempo que espolean a la del rival– y presta a ocupar cada plató de televisión en el que estómagos agradecidos y tontos útiles siguen puntualmente las pautas que marcan la agenda que el veneno fascista precisa para infectar el guirigay político.

Así hemos visto como un problema de vivienda se convertía en un problema de okupación en un país que sufre desahucios a diario, el problema de la inmigración se centraba en expulsar a niños de nuestro país entre aplausos generalizados o el terrorismo machista era negado en antena, llegando a tildar de meros chiringuitos a las asociaciones que se ocupan de atender las necesidades de sus numerosas víctimas. Y para que todo esto tuviese lugar, sin duda ha resultado preciso que parte de la izquierda –o al menos parte de aquellos que se denominan como tal– se prestasen a participar de una indignante representación en la que su papel ha resultado sin duda alguna el más vital. ¿Se imaginan acaso ustedes una tertulia política con la única presencia de Eduardo Inda, María Claver o Paco Marhuenda?

Si lo hacen por un segundo, pronto comprenderán la vital importancia en esta representación oportunamente mediatizada de quienes desde su aparente cercanía a la izquierda deciden sentarse noche tras noche, semana tras semana, mes tras mes, en el mismo plató en el que estos personajes adecuan oportunamente el discurso de Vox al transcurrir del programa, denigran de forma puntual la lucha de la izquierda o equiparan un proyecto transformador como el comunismo con una empresa criminal e ignominiosa como el fascismo. El papel de todos estos estómagos agradecidos no es otro que el de dotar de cierto equilibrio a la representación, evitando de este modo que la tramoya tras la misma sea demasiado evidente, pudiendo dejar de ese modo al descubierto las notorias conexiones de estos programas televisivos con el renacer del fascismo en nuestra sociedad.

No es casualidad que Eduardo Inda aparezca diariamente en nuestras pantallas, ni es tampoco fruto del azar su cordial relación con Ferreras, ni el silencio de La Sexta acerca de las cloacas del estado, como tampoco es casual el veto en sus platós a periodistas a causa de este espinoso asunto para sus intereses o el sorprendente silencio de Antonio Maestre acerca del contrato de 14,5 millones otorgado en plena campaña electora por Isabel Díaz Ayuso al Grupo Planeta, para que en contra del criterio de los expertos el conglomerado al que pertenece La Sexta obtenga una licencia para embarcarse en la creación de una universidad privada.

Cuando uno participa en este circo, tarde o temprano comprende que debe bailar al son de la música que marca el sistema, ese precisamente el papel que algunos han aceptado de buen grado a cambio del puntual y generoso sustento que la cadena de Antonio García Ferreras ofrece. El bufón hace reír con su ingenio y goza del privilegio ante los poderosos para decir lo que a nadie le estaba permitido pronunciar o reírse de quien nadie osaría hacerlo. Pero como comprobaréis, este no es el caso que nos ocupa. Al contrario, nos encontramos en esta ocasión frente a la realidad oculta tras la máscara del arlequín, un personaje con camaleónica personalidad y un lugar reservado en la corte del rey para lograr desempeñar un trabajo más elaborado que el del bufón, distrayendo oportunamente mediante la  imitación burlesca de los campesinos pobres a los posibles enemigos políticos del reinado. Una especie de criado tragón, humanizado ante las humillaciones y con una inigualable capacidad de supervivencia.

Tras años de aletargada espera y aupados por una crisis sistémica en el capitalismo y la continua  atención de todas las grandes corporaciones mediáticas del estado, Vox ha conseguido en un relativo breve período de tiempo asentarse en unas instituciones que sin duda alguna le sientan como un guante.

Y es por eso que en esta oportuna representación debemos cuidarnos de evidentes enemigos y falsos amigos engordados al compás del discurso que alimenta también al fascismo. No se dejen embaucar queridos lectores, la única participación digna en tan grotesco espectáculo es la que en 2017 nos dio el economista Juan Torres abandonando el plató al negarse a participar de semejante sainete trágico dispuesto para embrutecer el pensamiento y entorpecer la creación de un discurso y una agenda propia vitales para la izquierda transformadora. Aquellos que oportunamente guardan silencio ante la corrupción que atañe a sus amos, se enojan al ser tildados como comunistas o dicen combatir el fascismo participando de un espectáculo necesario para la estrategia política de la burguesía y su brazo armado fascista, no son otra cosa que sirvientes de su ego, dependientes de la paga del patrón y tristes muñecos esperando a que las apetencias del dueño del plató los vuelva a quemar en el escenario como símbolo de la expulsión del tonto útil del teatro burgués al que en la actualidad llaman democracia.

Sea como sea, cuídense de tan encandilante espectáculo, pues a diferencia del ascenso de la ultraderecha, la revolución no será televisada. No esperen que la solución a la triste encrucijada a la que nos abocamos cuente con mesías puntualmente invitados a las tertulias políticas, no cuenten con especiales sobre nuevos partidos salvadores o animadas piezas periodísticas loando las medidas rupturistas y transformadoras de un socialismo real. No cuenten con ello, como tampoco deberían esperar a que los grandes conglomerados mediáticos les señalen las voces de periodistas y analistas coincidentes con sus intereses. El patrón nunca ha pagado al agitador un sueldo de buen agrado por sus proclamas. No sean tan inocentes como para esperar pacientemente a que otros les dicten sus opiniones y por ello sean siempre críticos, comenzando por serlos con este medio y con el que aquí escribe. En su razón crítica y en su correcto uso de la misma nace la esperanza para la izquierda. Seamos conscientes de los pasos a dar dentro de nuestras limitaciones, pero nunca nos dejemos embaucar para llegar a pensar que esto tendrá que ser siempre así. No nos dejemos imponer agendas o salvadores, ni aceptemos el marco para combatir al fascismo que nos quieren imponer aquellos que sin lugar a dudas lo han alimentado hasta ahora. Aunque nos quieran hacer creer lo contrario, somos mejor que eso. Siempre lo hemos sido.

«No tienen que dar las noticias, sino educar a las masas»
Iosif Stalin

 

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