El odio

«Por ahora todo va bien… por ahora todo va bien… Pero tarde o temprano alcanzará el suelo, y eso es lo peor. Lo importante no es la caída, si no el aterrizaje.»

La Haine

«Los hombres han sido siempre, en política, víctimas necias del engaño ajeno y propio, y lo seguirán siendo mientras no aprendan a descubrir detrás de todas las frases, declaraciones y promesas morales, religiosas, políticas y sociales, los intereses de una u otra clase»

Lenin

Daniel Seixo

43 años sin Franco, casi medio siglo ya desde que el pequeño dictador que le arrebato al pueblo español la oportunidad de granjearse su propio futuro, fallecía entre las secuelas del párkinson, continuas hemorragias y tres operaciones a todas luces desesperadas, que  tenían como único objetivo intentar alargar la vida del caudillo con la intención de ganar tiempo de cara a dar los últimos retoques a una pantomima que finalmente pasaría a la historia como la incomprensiblemente laureada transición española.

No deberíamos olvidar nunca que Franco murió en la cama. Que en el estado español el dictador muriese ostentando el poder y no fuese derrocado, ha marcado firmemente el devenir político y social de una construcción democrática torpemente cimentada sobre lo que hasta ese mismo momento fuese una dictadura fascista abiertamente aliada del nazionalsocialismo cuando las dictaduras asolaban Europa y totalmente volcada con la lucha anticomunista liderada por Washington cuando Franco consideró oportuno e inevitable el cambio de chaqueta.

A todas luces, en el estado español los fascistas no solo no han sido juzgados, sino que todavía a día de hoy gran parte de ellos continúan monopolizando impunemente grandes puestos de responsabilidad en todas las instituciones del estado, basta para comprobarlo un breve repaso por la trayectoría vital de las grandes familias del franquismo. A nadie debería por tanto sorprenderle el regocijo con el que el torturador Billy el Niño posa en celebraciones y demás jolgorios en el interior de las comisarías españolas, al igual que a ninguno de nosotros nos debería asombrar la corrupción y desfachatez de la monarquía española en sus sombrías atribuciones como jefatura del estado. Ambas realidades, matonismo e institucionalismo, hunden sus raíces en un régimen caduco, pero vivo, una realidad pseudodemocrática y añorante del fascismo que en nuestros días vuelve a la calle en su versión popular, espoleada por la creciente desigualdad y la galopante crisis económica e identitaria a la que hacen frente los barrios de nuestras ciudades. El peligro de recaer en la lógica del odio y la confrontación abierta, vuelve a estar más vivo que nunca en España. Un estado incapaz de reconocer sus errores y que de la mano de unos partidos claramente incapacitados para gestionar los tiempos que nos ocupan, regresa de nuevo a la tensión y el odio como herramiente política.

No debemos olvidar a los 591 asesinados por la violencia política entre 1975 y 1983, no podemos olvidar la represión y el miedo permanente ejercido por los residuos del franquismo durante el intento de construcción democrática en el estado español. El continúo ruido de sables y la amenaza permanente a una sociedad temerosa de su pasado, supuso sin lugar a dudas un factor político clace a la hora de evitar un salto rupturista en el estado español. De ningún modo la muerte de Franco significó la llegada de la libertad, los conflictos territoriales, obreros o políticos fueron acallados con la amenaza de sublevación del sempiterno búnquer. Aquellos que todavía reacios a la idea de instaurar un sistema político democrático, únicamente terminarían cediento cierto control del monopolio político ante la amenaza del aislacionismo internacional y el deslumbramiento fruto de las suculentas oportunidades económicas que una transición excesivamente pautada por las vacas sagradas de la burguesía y el empresariado les propocionaría.

Hoy, 20 de noviembre, los nostálgicos volverán a sacar sus banderas, retomarán el odio, usando un símbolo que dicen de todos para agredir a todos aquellos que se sientan diferentes, a todos aquellos que crean en una alternativa rupturista de una vez por todas con el franquismo. Un franquismo reencarnado hoy en una monarquía parlamentaria y una constitución «elegida» bajo el ruído de los sables por una parte cada vez menor de los españoles. 

No se trata de un número reducido de exaltados haciendo rudio en las calles, ni de partidos extremistas como Vox o Ciudadanos fomentando la tensión desde sus demagógicos atriles. Hoy, al igual que ayer, se trata de toda una cultura política y social en el estado español, un estado que nunca ha renunciado al odio como herramienta política, que en pleno siglo XXI, nunca ha juzgado su pasado, ni pedido perdón a sus víctimas. 

No se trata de remover viejas heridas, sino de cicatrizar las que todavía sangran. Sin justicia, sin igualdad, sin memoria, no puede existir democracia. En la cultura, en las redes, en los parlamentos, pero también en las calles, es hora de exigir una ruptura con el legado fascista del estado esapañol, es hora de que cada pueblo pueda elegir su futuro de una manera libre. Gritemos unidos una vez más: ¡No pasarán!.

 

 

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