El movimiento obrero, el gran olvidado en el patrimonio industrial

Estos restos industriales tuvieron distintos usos entrelazados, no se puede separar unos de otros. Fueron centros productivos, pero también lugares de represión -centros de trabajo forzado o de despidos disciplinarios-, también escenarios de luchas obreras, democráticas y populares.

Por Alejandro Martínez

“¿Por qué a veces, en el debate sobre las ciudades de hoy, se olvida, quiero suponer que sin intención, la memoria obrera, de los trabajadores y las trabajadoras que la han hecho posible? ¿Por qué a veces se pierde el recuerdo de las luchas y las conquistas de derechos que significaron y que ocuparon espacios obreros cómo este [se refiere a la Fàbrica de Creación Fabra i Coats de Barcelona]? ¿Por qué a menudo, a la hora de reflexionar sobre sus usos, es realmente difícil encontrar un espacio de encuentro que haga vivas y compartidas nuestras raíces?”.

Estas preguntas se las hace el sindicalista Toni Mora en la presentación del libro “Restos y rastros. Memorias obreras, patrimonio y nuevos usos de los espacios industriales”, una obra colectiva que reflexiona sobre el patrimonio inmaterial, la cultura y el trabajo.

Minas, fábricas, infraestructuras ferroviarias o portuarias, líneas de baldes o centrales térmicas forman parte de nuestro patrimonio industrial. Un patrimonio que debe ser recuperado, pero al que debemos darle un nuevo enfoque que enlace patrimonio, memoria, cultura obrera e identidad comunitaria.

En los últimos años han surgido distintas iniciativas para recuperar el patrimonio industrial. Son esfuerzos muy importantes e interesantes de asociaciones o instituciones públicas o privadas, pero que tienen un denominador común, en ellos el movimiento obrero no es más que una nota al pie de página, un decorado o un comentario de la guía turística, en el mejor de los casos.

Las reconstrucciones industriales no son asépticas, son memoriales, tanto por lo que enseñan, cómo por lo que ocultan. La mayoría se enfocan y se centran en la parte técnica, productiva, en una especie de reproducción económica abstracta, evocan la parte empresarial y/o los adelantos tecnológicos, pero ocultan la parte mayoritaria, la obrera. Especialmente a la clase trabajadora organizada, sus sindicatos y reivindicaciones.

La musealización y conservación del patrimonio muestra cómo nos representamos de forma colectiva. Las minas, las térmicas o los talleres son espacios de conflicto, no solo de “progreso”. Espacios que deberían convertirse en lugares de memoria, que rescaten las ausencias, el olvido al que ha sido condenado el movimiento obrero en estos lugares. La gran paradoja es que quienes consiguieron muchos de los fondos que han sufragado estas iniciativas, son los grandes ausentes en los proyectos.

Esos edificios albergaron la lucha por el sustento, pero también por el progreso social, fueron escenarios de reivindicaciones, de organización obrera, de desarrollo sindical y lucha por la mejora de las condiciones de trabajo, de salud e higiene, de derechos sociales y laborales para el colectivo laboral que los protagonizaba, pero también para toda la comunidad, los pueblos y comarcas que las albergaban, centros de salud, de estudio, becas, economatos o infraestructuras de otra índole.

No sólo hay que contar la historia de una producción de forma instrumental, de sus cantidades y procedimientos, hay que contar la historia de quienes lo producían, de sus problemas, de sus sueños, de sus condiciones de trabajo, de cómo las sufrieron y como las mejoraron.

Aunque queda mucho por hacer, España cuenta con un conjunto de patrimonio industrial recuperado, o en vías de ello, que puede ser una base de dinamización turística y cultural, restos que aportan una valiosa información sobre nuestro pasado reciente. Sin embargo, estas iniciativas corren el riesgo de permanecer descontextualizadas y hasta deshumanizadas si se olvida la cultura obrera que definió y define nuestra sociedad.

Este es un gran patrimonio cultural inmaterial, nuestro mejor patrimonio. La UNESCO reconoce que el “patrimonio cultural no se limita a monumentos y colecciones de objetos”, sino que “el patrimonio cultural inmaterial o «patrimonio vivo´´ se refiere a las prácticas, expresiones, saberes o técnicas transmitidos por las comunidades de generación en generación. (…) El patrimonio inmaterial proporciona a las comunidades un sentimiento de identidad y de continuidad” y reivindica su conservación.

Un patrimonio inmaterial, el patrimonio obrero, de organización, de vivencias, de lucha y de vida a preservar. Reivindicar las culturas del trabajo no es simplemente recuperar la técnica, los edificios y los instrumentos con el que realizaban sus actividades.

Los astilleros, fábricas, minas y centrales térmicas fueron espacios de lucha y hoy deben serlo de memoria, también de lucha, pero contra el olvido y por el reconocimiento. Los espacios industriales no fueron únicamente centros productivos, también de conflicto. Fueron espacios de cohesión, de solidaridad de clase y de creación de identidad obrera.

La memoria pública no puede olvidar a quienes pusieron en marcha estos espacios, quienes vivieron momentos de tensión y peligro en encierros o huelgas, o traumáticos por el cierre y la pérdida de puestos de trabajo, por citar algunos. Este patrimonio inmaterial está conformado por elementos visibles e invisibles de la realidad de la sociedad minera e industrial. Luchas de clases que se deben visibilizar y no ocultar, pasados vencidos sí, pero que no pueden ser eliminados.

Estos restos industriales tuvieron distintos usos entrelazados, no se puede separar unos de otros. Fueron centros productivos, pero también lugares de represión -centros de trabajo forzado o de despidos disciplinarios-, también escenarios de luchas obreras, democráticas y populares.

Estos elementos deben quedar reflejados en la musealización, de lo contrario estaríamos olvidando lo más importante, a las personas. Además, esto sería una forma de resarcir, aunque sea en parte, la deuda contraída con quienes se lo jugaron todo, en lo laboral y lo personal, en lo político y lo sindical, para conseguir conquistas sociales y democráticas. No podemos olvidar que las organizaciones obreras y sindicales fueron las asociaciones que vertebran la sociedad comarcas mineras e industriales durante el siglo XX.

El historiador francés Pierre Nora acuño el término “lugares de memoria”, espacios en los que se recuperan hechos significativos del pasado. Fundamentales, pues crean memoria colectiva. Al contrario, podemos decir que a día de hoy la mayoría de los espacios industriales, incluso aquellos musealizados, son “lugares de olvido”, como apuntan Andrea Tappi y Javier Tébar. Pareciera que estos lugares fuera centros de convivencia armónica entre quienes producían la riqueza y quienes se la apropiaban.

Tendemos a recordar lo positivo o lo resultante, rechazamos lo no conseguido, ocultamos las derrotas y olvidamos los sinsabores. Destacan las condiciones del trabajo estable, bien pagado y con derechos que se pudo ver en algún momento en la industria y la minería, pero se olvida la parte negativa, las consecuencias en la salud, el paro, las dificultades, todo lo que costó conseguirlo.

Se idealiza el pasado ante un presente de incertidumbre. Se recuperan raíces con más nostalgia que visión de futuro. Las cuencas mineras de El Bierzo y Laciana, desde donde se escriben estas líneas, conservan un reconocimiento social, y un sentimiento de orgullo, pero no tanto por la actividad productiva en sí, que también, sino por la lucha de los mineros. No es por la mina cómo tal, sino por el papel que han jugado estos obreros y sus comarcas.

Los colectivos humanos necesitan certezas y hoy las incertidumbres se apoderan de las comarcas mineras e industriales en reconversión ante el declive industrial. Por tanto, es necesario actualizar la identidad para comprender quienes somos, para dar continuidad a una sociedad en crisis. Para no caer en el vacío, para saber de dónde venimos, cómo se fraguó lo que tenemos, cómo se ganó y perdió, o lo que costó conseguir tantas cosas. Evitar una crisis de identidad en una sociedad con falta de expectativas es un aspecto clave. De lo contrario, estos vacíos serán ocupados por discursos que apelan a un sentir de pertenencia alejado de la clase y vinculado a sentimientos de una nacionalidad excluyente y antidemocrática. Ejemplos del avance de la extrema derecha en las cuencas del Nord Pas-de-Calais-Picardie (Francia), nos deben servir de aviso.

Las autoridades, desde el Estado a las Comunidades Autónomas, pasando por los ayuntamientos, deberían hacer un esfuerzo por promover grupos que se encarguen de estudiar, recuperar, conservar y difundir la memoria, los recuerdos, los sonidos, los objetos materiales, las imágenes, los vídeos, los olores, los saberes, los documentos y cualquier otro elemento relacionado con la cultura del trabajo, especialmente del producto más genuino de este, el movimiento obrero.

Los museos de fábricas y minas musealizadas deberían conservar un archivo sobre su entorno, también de historia oral. Esto debe ser un esfuerzo público, no algo vinculado al interés concreto de historiadores, aunque contar con técnicos y profesionales es imprescindible.

A día de hoy existen  distintas iniciativas de recuperación patrimonial en las que la memoria obrera y sindical suele ser anecdótica. En España son escasos los esfuerzos en este sentido. Podemos señalar el Museo del Movimiento Obrero de Cáceres o el futuro Museo de Historia Industrial y Memoria Obrera de Puerto Sagunto. Sin embargo, enlazar las políticas públicas de atracción del turismo con las de memoria se convierte en una oportunidad por la escasez de estas formas de musealización.

La desindustrialización ha terminado con el tejido productivo, pero… ¿Vamos a permitir que nos roben también la memoria de lo que vivimos, luchamos y sufrimos?

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