Por Eduardo Montagut
Aunque no sea un asunto muy conocido, las verduleras de Madrid tuvieron un enorme protagonismo en protestas y motines del siglo XIX, y también en los inicios del siglo XX. Algunos de estos motines tenían que ver con las epidemias de cólera que afectaban a las ventas de sus productos, mientras que otros se vinculaban a la presión fiscal que recaía sobre las ventas ambulantes, como en el caso de 1892.
Pues bien, a mediados del mes de abril de 1914 las verduleras madrileñas intentaron amotinarse desde primera hora de la mañana, como informaba el diario ABC del día siguiente. El movimiento de protesta iba encaminado, en este caso, contra los abastecedores, los intermediarios. Las verduleras buscaban impedir que se vendiese hortalizas en el mercado de la calle de Toledo.
Al parecer, el motín llevaba algunos días fraguándose, por lo que el director de Seguridad había tomado precauciones para evitarlo, y se habían cerrado las puertas de la plaza de la Cebada. Este hecho calmó a las verduleras, pero cuando volvieron a abrirse las puertas estalló el motín. Se calcula que más de doscientas mujeres trataron de impedir todo tipo de venta. Se produjeron algunos forcejeos, como el que tuvo lugar con un individuo “vestido con blusa”, que fue detenido por las formas violentas que, al parecer, protagonizaba en la protesta, aunque consiguió escapar ante la presión de las mujeres. Por otro lado, un carro de hortalizas fue saqueado y el género se pisoteó.
A lo largo de la mañana el motín se extendió por otras zonas de venta y mercado de la capital, obligando a cerrar tiendas de fruta y verdura, y a que las de ultramarinos no vendiesen patatas. Las verduleras de los mercados del Carmen, Mostenses, San Miguel, Santa Isabel y San Ildefonso secundaron el motín de las de la plaza de la Cebada.
El periódico informaba que, al parecer, el conflicto era inevitable por la “insaciable codicia de los asentadores”. El artículo incluía la vertiginosa subida de una amplia variedad de productos desde el año anterior. Las verduleras se quejaban que con estas subidas vendían mucho menos.
Una comisión de verduleras fue al Ayuntamiento, hablando con el vizconde de Eza, y el alcalde, que no les quitaron la razón, prometiendo intervenir, pero pidiendo que cesase su actitud levantisca. Se prometió crear una bolsa de contratación pública en los mercados para acabar con los abusos, así como la posibilidad de hacer desaparecer los asentadores. A mediodía volvió la calma y se abrió el mercado. Los asentadores rebajaron los precios, y las verduleras depusieron su actitud.
El motín de las verduleras llamó a atención de los socialistas, ya que se incluyó un artículo en el número del 25 de abril de Acción Socialista donde se analizaba el conflicto, y firmado por Fermín Blázquez. Las verduleras se habían amotinado en Madrid pidiendo que se les ofreciera el género más barato para que tuvieran un margen de beneficio mayor al que disfrutaban en ese momento, y que el público no saliera perjudicado. El autor del artículo quería saber que era un intermediario, y para ello fue a entrevistarse con una verdulera para que le explicase el mecanismo del mercado de la Cebada. La mujer consultada le informó de que había tres tipos de “gorgojos” que se comían lo mejor del garbanzo: el introductor, el asentador y el revendedor.
El introductor era el que traía la fruta y las hortalizas de fuera (Valencia y Murcia), que las vendía en función de la cotización del mercado, pero como ésta obedecía a las existencias que había en la plaza, y era muy fácil ponerse de acuerdo, nunca hacían un mal negocio. El género siempre estaba caro.
El asentador era el que entendía de las hortalizas que se vendían al peso, cobrando por cada kilo tres céntimos cuando el género estaba en comisión. También traía género por su cuenta. Exigía por cada envase dos pesetas en depósito, y daba una chapa para acreditarlo. Si la chapa se perdía, se quedaba con el envase y con las dos pesetas.
Por fin, el revendedor era el que compraba a los arrieros la verdura que se vendía por docenas. Llegaba el arriero con un carro de lechugas, y el revendedor le ofrecía una cantidad por todo el cargamento, si se resistía no tenía otra posibilidad para dar salida a su mercancía que venderla al por menor a las verduleras, pero éstas no solían comprarlo porque corrían el riesgo de sufrir represalias. De ese modo, el arriero debía ceder ante el revendedor.
Fermín Blázquez abogaba por establecer un nuevo sistema de administración y que la Sociedad de Vendedores, en unión con arrieros y hortelanos, eliminasen todos estos intermediarios.
Como fuentes hemos empleado la Hemeroteca Digital del ABC para consultar el número de 15 de abril de 1914, y la Hemeroteca Digital de la BN para hacer lo propio con el número 6 de Acción Socialista.
Bibliografía:
AYALA, V.L., 2002. “Amotinadas: las mujeres en la protesta popular de la provincia de Zaragoza a finales del siglo XIX”. Ayer, pp. 185–207.
CRUZ, LUIS DE LA, “Verduleras: un sujeto político por descubrir”, en Somos Malasaña (2016).
PARÍS, ÁLVARO, [2015], “Se susurra en los barrios bajos”: policía, opinión y política popular en Madrid (1825-1827). Tesis doctoral inédita. Madrid: Universidad Autónoma de Madrid.
POUSADA, R.V., 1990. “Pervivencia de las formas tradicionales de protesta: los motines de 1892”. Historia Social, pp. 3–27.
SIMÓN DÍAZ, LUIS, 2014. “El cólera de 1885 en Madrid catástrofe sanitaria y conflicto social en la ciudad epidemiada” en Veinticinco años después: Avances en la Historia Social y Económica de Madrid. Ediciones UAM-Grupo Taller de Historia Social. Madrid: s.n., pp. 463.
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