Posmodernismo. El montaje definitivo (I)

Por Daniel Seixo

Diane tenía razón. El mundo está cambiando, la música está cambiando, las drogas están cambiando, hasta los tíos y tías están cambiando. Dentro de unos años no habrá ni tios ni tías, solo gilipollas.

Trainspotting

«Sobre todo, sean siempre capaces de sentir en lo más hondo cualquier injusticia cometida contra cualquiera en cualquier parte del mundo. Es la cualidad más linda de un revolucionario.«

Ernesto «Che» Guevara

«Vivir no consiste en respirar sino en obrar.«

Mao Zedong

Elige una identidad. Elige el individualismo. Elige disgregar tu experiencia a la mínima expresión y dinamitar con ello cualquier proyecto de transformación social. Elige el activismo. Elige la marca más inclusiva para identificarte con ella. Elige tarjetas de crédito, marcas de ropa, series de televisión e incluso alianzas militares intergubernamentales lo más inclusivas posibles. Elige priorizar tu vivencia personal a la lucha colectiva, adaptarte a la última moda de Washington y tuitear mierda para atacar a Bielorrusia o Venezuela. Elige pagar hipotecas a interés fijo en un barrio multicultural pero monoclase. Elige un piso en el centro limpio ya de vecinos proletarios. Elige a tus amigos. Elige moda queer por un ojo de la cara y complementos a juego. Elige pagar a plazos un hijo robado a alguna mujer en un país tercermundista del que apenas sabes situar su capital. Elige “luchar” mediante una performance viralizable como falsa transgresión y preguntarte quién coño eres los domingos por la mañana. Elige sentarte en el sofá a ver programas de cotilleos que embotan la mente y aplastan el espíritu, mientras te convences de que alguno de esos parásitos televisivos tiene algo de rojo para lograr identificarte con su discurso. Elige pudrirte de viejo cagándote y meándote encima en un asilo miserable mientras echas pestes sobre la familia, todo para continuar girando la rueda del individualismo capitalista hasta que seas una carga para los niñatos egoístas y hechos polvo que has engendrado para reemplazarte. Quizás, con suerte, alguna jodida pandemia termine contigo en una residencia pública hecha añicos por los recortes. Elige no luchar por tu futuro. Elige el capitalismo… ¿Pero por qué iba yo a querer hacer algo así? Yo elegí no adaptarme al sistema: yo elegí otra cosa. ¿Y las razones? Sobran las razones cuando durante décadas se han empeñado en aplastar la capacidad de acción de tu clase social. ¿Quién necesita una jodida identidad ególatra y prefabricada cuando tiene la absoluta seguridad de pertenecer a proyecto común destinado a cambiar el mundo?

La posmodernidad surgía como brindis ante el proyecto social fallecido, cuando la sangre todavía no había cesado de brotar de su cuerpo

Nunca antes un muro se llevó por delante tantos proyectos, ni la derrota de un sindicato minero supuso una brecha tan profunda para toda la clase trabajadora. Los lazos sociales, las tradiciones compartidas y los valores dominantes durante gran parte del Siglo XX se derrumbaron ante nosotros en apenas un abrir y cerrar de ojos. Cuando al fin logramos comenzar a despertarnos de aquella ensoñación trágica, el nihilismo, la incerteza y el individualismo más absoluto como único dogma, suponían un nuevo orden mundial para millones de personas. El “Nada es imposible”, el “hágalo usted mismo” o el simple, pero efectista, “Me encanta”, se transformaron en lemas bajo los que, para bien o para mal, se guiaron toda una nueva ornada de individuos transformados en consumidores. El consumo como posicionador social permanecería desde entonces inexorable al paso del tiempo e incluso a la entrada de un nuevo siglo. No olvidemos que todas las civilizaciones tienen un ciclo vital propio que tarde o temprano las dirige al ocaso de la luz de sus mejores etapas. Aunque quizás, fruto del etnocentrismo y la prepotencia de la metrópoli, por un segundo los occidentales nos creímos poseedores del fin de la historia, inmortales e imperturbables al paso del tiempo. Nos equivocábamos claramente.

Todas las expectativas y los proyectos históricos que durante siglos han caracterizado la “cultura occidental”, se han ido apagando poco a poco con el supuesto crepúsculo de la razón ilustrada. Sin lugar a dudas, ninguno de nosotros podrá argumentar que no existan sobradas razones para motivar la pérdida de esa fe ciega en el progreso continuo que caracterizaba la búsqueda de un designio conjunto para nuestra especie, pero como contraparte, tampoco existirá grito alguno capaz de contraargumentar ante este razonamiento una postura alternativa que no suponga un absoluto abandono al derrotismo y la asunción de una condena inevitable cuando se describe como fútil todo el recorrido de la ilustración hasta nuestros días. No es menester de este artículo citar pormenorizadamente los horrores de las guerras, los conflictos sociales, raciales o culturales producto de la ciencia y de la modernidad, tampoco pretende el que aquí escribe analizar las pulsiones y la oscuridad presentes en realidades como las de Mauthausen, Srebrenica, Kibeho o Nagasaki, pero lejos de los aberrantes detalles del dolor y la muerte, siempre tan impactantes y perturbadores para el espíritu humano, la razón nos obliga reparar en la capacidad de decisión del ser humano, en su facultad para elegir, en su dominio de la realidad material y en los conflictos por ella generados. Las expectativas de libertad e igualdad siempre han sido combatidas por el horror y la represión, gigantescos demonios son arrojados frente a las inexorables posibilidades de triunfo de la verdadera voluntad humana. Por ello resulta vital para nosotros identificar y reaccionar ante los proyectos de imposición de una sumisión eterna e imperecedera bajo las falsas promesas del fin de la historia y las ideologías. Todavía hoy resulta urgente y necesario un proyecto de transformación social, todavía hoy resulta necesario el combate contra la tiranía impuesta por diverso que sea el ámbito del consumo en la misma.

La decadencia occidental es narrada hoy como algo ajeno a los proyectos comunes de transformación social, para situarse en un marco delirante de experiencias individuales y disgregadas en las que el propio marco teórico carece de una unidad claramente identificable

La visión onírica de la socialdemocracia europea supuso durante décadas el bálsamo necesario para lograr desarrollar la coerción de la más dominante ideología que el ser humano ha experimentado a lo largo de la historia. Como cómplices del trilero capitalista, las democracias burguesas implementaron en mayor o menor medida una red de seguridad social y libertades políticas capaces de engatusar al pueblo con una falsa sensación de triunfo tras la guerra eterna entre ideologías aglutinadoras y los desastres producidos por esta conflagración en el tejido social. La prosperidad del consumo floreció ante nosotros como la gran esperanza, como la autorrealización terrenal capaz de desterrar e incluso asesinar nuestro propio reflejo sacro como especie, para a continuación centrar nuestro devenir en la decisión individual y en la “sana” competencia entre “iguales”. Este hechizo lanzado por el capitalismo al común de los mortales era capaz de obtener cualquier cosa que se plantease, capaz incluso de modificar el pasado para borrar su huella de la colonización, el esclavismo o desdibujar la realidad y la razón de las recientes Guerras Mundiales para convertirse mediante el lenguaje y la propaganda en héroe único de una ficción compartida. Se mostraba capaz también de borrar los efectos perniciosos de la explotación del hombre por el hombre para transformar la creciente desigualdad y la miseria de amplias capas sociales en un mal necesario aceptado incluso por círculos que en otra hora se identificaron con los postulados de la izquierda. El principal componente de este mágico hechizo, pasaba precisamente por desdibujar lenta pero inexorablemente cualquier grandilocuente distinción entre diferentes ideologías. Si la historia había muerto, las ideologías debían perecer con ella.

Surgía así la clase trabajadora como mero elemento folclórico, como nicho de mercado, como elemento a diluir y domesticar lejos ya de su fuerza como clase social capaz de oponerse al desarrollo del más elaborado sistema de opresión social visto hasta ese momento. El comunismo pasó a dibujarse entonces como un mero fetiche representado por Dolph Lundgren dando vida a Iván Drago o algún “maldito Vietcong” asesinado eficazmente, casi como una máquina lista para matar en manos de la burocracia capitalista, por Rambo, trama ligeramente diferente de Rocky, pero en el fondo la misma basura pseudocultural y alienante con la que durante décadas nos bombardearon incesantemente al tiempo que decenas de países sufrían el fósforo blanco de la OTAN como nuevo y único iluminismo del proyecto común de la imposición cultural occidental. Mientras tanto, el individualismo dibujaba para occidente su propia guerra, la de los barrios depauperados por la reconversión industrial, las interminables listas del paro, los trabajos precarios, los recortes, las privatizaciones, la jeringuilla en el brazo y el billete, indiferentemente de la divisa, a cada paso más fusionado con la nariz como droga final y conducto utilitario para lograr esnifar un poco de calma y pasividad no recetada ante la inseguridad vital que nos atenazaba a muchos. Cuba, Nicaragua, Venezuela o cualquier de las plazas de nuestras ciudades y sus disidencias silenciosas, todas ellas procreadas por una disidencia controlada sin posibilidad alguna de éxito en un mundo descreído y desesperanzado. Una realidad en la que posmodernidad surgía como brindis ante el proyecto social fallecido, cuando la sangre todavía no había cesado de brotar de su cuerpo.

Sexo, raza, etnia, sexualidad, cualquier factor es válido para enfatizar la diferencias, cualquier excusa es buena para abjurar de los valores universales

Indistinguible ya por aquel entonces la factoría del absurdo de sus productos y embotados como se encontraban los hijos bastardos de 1960 en las celebraciones hedonistas y onanistas de su propia particularidad, alquilada por un módico precio al sistema en forma de estamentales identidades, el neoliberalismo pretendió soterrar el proyecto ilustrado mucho antes de que este diese por perdida definitivamente la batalla. Quizás en las calles de Hanói​ o en Bahía de Cochinos sean más reacios a esta fantasiosa división histórica propia del capitalismo y vean únicamente en estos compartimentos estanco una discontinuidad perteneciente a la unidad histórica guiada por las contradicciones internas de un sistema altamente inestable y opresivo, pero por desgracia, la capacidad de transformación social, la reflexión y el debate, abandonaron a la izquierda Europea cuando está cayó presa de las redes del discurso como razón final y ser particular y específico. Lo que en otra hora llegó a ser resistencia frente al absurdo final, se encontraba inexplicablemente encandilada por las luces de neón del capitalismo, mostrándose totalmente incapaz de reaccionar ante los retos del sistema y viéndose inmersa en un derrotismo cómplice y cómodo basado en la inacción revolucionaria. Sea como sea, la decadencia occidental es narrada hoy como algo ajeno a los proyectos comunes de transformación social, para situarse en un marco delirante de experiencias individuales y disgregadas en las que el propio marco teórico carece de una unidad claramente identificable. Este delirio será usado por sus defensores para evitar las críticas, casi como aludiendo a que resulta imposible criticar aquello que no existe, aunque lo inexistente lo impregne todo como un plasma tóxico que envenena como nunca antes la realidad y la capacidad de incidir políticamente para mudar la misma. El cinismo y el relativismo son las grandes “cualidades” del pensamiento posmoderno, no como algo deseado o consciente, sino como un elemento impuesto sobre la base del mero descreimiento plenamente ejercitado.

Sexo, raza, etnia, sexualidad, cualquier factor es válido para enfatizar la diferencias, cualquier excusa es buena para abjurar de los valores universales y la igualdad fruto de la razón, para abandonarse totalmente a experiencias distantes y distintas entre sí capaces de hacer de la opresión un concurso de popularidad que en nada incomode al sistema y a la razón original de la desigualdad. Este delirio ha llegado a rematar con un concurso de miss camiseta mojada inclusivo, miles de mujeres jóvenes practicando sexo por limosnas virtuales como visión relativa de libertad o con todo un conjunte de activistas afianzando la opresión del género como placebo sustitutivo de la realidad material y las redes de opresión tejidas en torno a ella. Incapaces de cambiar la realidad social, prefieren tipificarla de una forma inocua y aparentemente menos dolorosa. Incapaces de afrontar el desafío de crear una alternativa común al sistema, deciden abandonarse en identidades fluidas e inciertas incapaces por origen de crear una experiencia común, un interés colectivo. Lo humano resulta para ellos opresivo, las visiones liberadoras son consideradas totalizantes.

La visión onírica de la socialdemocracia europea supuso durante décadas el bálsamo necesario para lograr desarrollar la coerción de la más dominante ideología que el ser humano ha experimentado a lo largo de la historia

Este cinismo epistemológico y este derrotismo político, suponen a día de hoy unas cadenas incluso mayores que las de la propia opresión neoliberal, contemplada esta ya en su decadencia y absurdo por la mayor parte de la población. El ataque a la identidad compartida y la traición a los valores universales identificados por toda la humanidad dibujan la ruptura con un horizonte común más necesario que nunca para abandonarnos únicamente ante el vacío reaccionario dibujado de falso progresismo. Quienes niegan la existencia de estructuras y sus conexiones para justificar su inacción política y su miedo a la rebeldía frente al sistema, niegan también la necesidad de conocer y encarar el origen de los poderes que nos oprimen sustituyéndolos por falsas microbatallas sin recorrido real alguno. Niegan también con ello la posibilidad de concretar algún tipo de oposición unificada para lograr la definitiva emancipación humana. Ellos traicionan al conjunto para centrarse en meras resistencias particulares que en el mejor de los casos logren tejer débiles e inestables conexiones entre individuos sin intereses comunes reales tras el preliminar proceso de disensión. Sin lugar a dudas, esta tarea deja al neoliberalismo en un plano cómodo para su distópica aspiración de permanencia globalizante bajo sus apetencias y necesidades. El opresor solo debe asimilar y garantizar una falsa ilusión de rebeldía en aquellos que dicen combatirlo, pero que realmente se abandonan a sus particularidades y beneficios inmersos en su cegador consumo de particularidades. Es así también como nace una falsa transgresión comercializada muy habitual en nuestros días: la rebeldía S.A.

La irracionalidad y el rechazo absoluto a la historia con mayúsculas, lleva a estos falsos rebeldes a caer víctimas de un proceso ácrata en el que la opresión es vista como un factor contradictorio fruto de tensiones disgregadas e inabarcables en su totalidad y por tanto inexplicables desde el punto de vista de un proceso causal que pudiese dar lugar a un origen común y por tanto a una resistencia unificada que logre aunar una razón común para la lucha por la emancipación humana. Fruto del pesimismo y el derrotismo que emana por cada poro de su piel, el posmodernismo se refugia en la sumisión al mayor de los proyectos globalizantes, abrazando a su vez sin temor o duda alguna el aspecto más dominante del capitalismo, ese consumismo capaz de relajar su crítica al sistema hasta confundirla con la aceptación o incluso con el elogio a los supuestos beneficios del mismo. Confesándose en sus propios análisis incapaces de comprender o elaborar una crítica profunda al sistema capitalista desde sus nuevos postulados, muchos de estos inmaduros gurus de la rebeldía S.A. únicamente han concentrado sus esfuerzos en el trilerismo conceptual con el que en gran medida han conseguido imponer la noción de los estilos de vida y la práctica intelectual como nuevo “valuarte” del universo social destinado a desplazar desde el más onanista academicismo a la vieja vanguardia política y obrera que hasta ese momento había desarrollado el papel de motor histórico de resistencia frente a la opresión capitalista. Solo aquellos que no son realmente devorados por el sistema pueden dedicarle alabanzas.

Resulta vital para nosotros identificar y reaccionar ante los proyectos de imposición de una sumisión eterna e imperecedera bajo las falsas promesas del fin de la historia y las ideologías

Transformando un supuesto diagnóstico de los males capitalistas en un claro síntoma del quintacolumnismo y el oportunismo más descarado, se equivocan quienes cegados por su derrotismo pretenden proyectar en la izquierda proletaria sus propios tics inmovilistas o su tendencia a la nostalgia. Resulta imposible negar la necesidad de repensar nuestro proyecto común tras los fracasos y las tragedias colectivas sufridas el pasado siglo, tal y como también resulta indispensable replantear las aristas y las necesidades de un sujeto político mucho más amplio en su vivencia material y cultural. Es este último plano también un punto vital en el desarrollo de la resistencia al sistema cuando en los símbolos y la comunicación empapan hoy cada una de nuestras experiencias. En un mundo en permanente avance, resulta infantil acusar al marxismo de negarse a identificar, asumir e integrar estas “recientes” realidades a sus estrategias políticas, mientras se hace un intencionado caso omiso a la apisonadora capitalista y a la intención de transformar nuestra realidad en una simple subasta de experiencias fluidas y personalizadas. Es precisamente en el vértice en el que el posmodernismo y el neoliberalismo comparten inquietudes y un enemigo común, en el que el materialismo histórico resurge no solo como un enfoque de análisis, sino como una herramienta transformadora. El respeto por la diversidad humana y la pluralidad de las luchas políticas contra diferentes tipos de opresión, no debe nunca suponer una renuncia a los valores universales ligados al pensamiento marxista, tal y como la Operación Carlota o la propia Revolución Cubana han demostrado a lo largo de los años. Es en el abandono de esos valores universales en donde se encuentra el peligro de disgregación total y absoluta que supone el deseo más profundo de la lógica capitalista.

Sin un nexo de unión real, sin un camino compartido más allá de la aflicción o la piedad por las opresiones ajenas a nuestra propia vivencia, resulta imposible tejer verdaderos puentes de solidaridad o lucha común. Si cada contienda es contemplada por el individuo como algo propio de su identidad, ajeno a la participación de la visión crítica colectiva y únicamente desarrollado desde la experiencia personal, resulta difícil poder llegar a contemplar un mundo nuevo en el que la democracia plena, la justicia social y la igualdad puedan reinar. Lejos de la lucha colectiva y ajenos a la oposición frontal al capitalismo, los eternos aspirantes a la menguante clase media alienada bajo el canto de sirena del consumo, se niegan a aceptar que el paso del tiempo ha demostrado fallida cualquier otra alternativa que reniegue de un proyecto universalista. Lesbos, Kutupalong, Palmira, Fukushima, las interminables colas del hambre, los mercados de esclavos en Libia o la comercialización de la maternidad o la sexualidad humana en términos nunca antes vistos, son hoy la clara muestra de que si bien no todos los males de la modernidad responden al germen capitalista, sí debemos buscar en sus entrañas la razón imperante en el desarrollo destructivo de este sistema. El sistema más universal que el mundo ha conocido, arroja un reflejo irracional e ilógico de una visión posmoderna que insiste en que la realidad es fragmentaria y por tanto accesible apenas por un conocimiento con esas mismas características. El sistema nos acorrala hoy en todas las dimensiones imaginables, nacemos en una realidad empaquetada, nos desarrollamos intelectual, sexual, afectiva e intelectualmente en medio de un torbellino de intereses propios del sistema capitalista y apenas podemos respirar sin contribuir al lucro de nuestro cruel verdugo inmersos como estamos en una desgarradora competencia en la que nuestras decisiones individuales no importan nada. Sé que les han hecho sentir especiales como individuos y que necesitan sentirse así, pero nunca antes su experiencia individual ha importado tan poco a la eterna rueda que funciona como motor del mundo y eso no va a cambiar por muchas vacuas transgresiones estéticas que logren incorporar a su desarrollo vital. Incluso su odio por el mundo, mañana puede llegar a ser comercializado.

Elige una identidad. Elige el individualismo. Elige disgregar tu experiencia a la mínima expresión y dinamitar con ello cualquier proyecto de transformación social

El posmodernismo sabe que aquí se cimenta la realidad irrefutable de nuestra experiencia común, vive consciente de su derrota frente al mayor de los proyectos totalizantes y simplemente navega sus propias contradicciones degradando su propia autoestima en la imparable decadencia de un activismo hoy ya parodia del propio academicismo elitista del que siempre ha bebido. A la espera de lograr “asombrar al mundo” con otra ocurrencia extraída de la marginalidad a la que continuamente vampirizan, pero con la que nunca han convivido, las estrellas y los faros morales de esta degradada legión de derrotados orgullosos, hoy únicamente se muestra capaz de contemplar como la opresión “se combate” en una conferencia patrocinada por el Banco Santander o en una campaña publicitaria de Gucci. Ridículo, pero real. Solo quienes niegan lo evidente podrían soportar tal obvio desengaño. Su respuesta es seguir igual y a la mierda con todo. Acumular miseria tras miseria. Apilarla sobre una competición de egos en redes sociales y disolverla con una gota de bilis. Después “chutarla” por una apestosa vena purulenta capaz de hacerles soportar un nuevo día y vuelta a empezar. Seguir igual. Levantarse, salir, atacar a todo el que cuestione mínimamente su derrotismo, “unirse” bajo la diferencia, “putear” a la gente…lanzándose con anhelo en pos del día en que todo saldría mal…” 

Pero la realidad es caprichosa, mientras la miseria moral y material acorrala a las mal llamadas democracias burguesas y la ficción parece llegar a su fin entre incipientes disturbios y distopías identitarias abandonadas a la rabia desencantada de fenómenos tan dispares como la violencia hooligan, la delincuencia organizada o el terrorismo salafista, 1.400.500.000 de razones surfean el fin de la historia para desde el interés común lograr un inapelable aumento del bienestar social que el capitalismo se muestra a día de hoy incapaz de igualar. Apelan por ello sus críticos a la libertad individual frente a una supuesta tiranía, al consumo, a la experiencia vital, lo hacen al unísono, identificándose como un mecanismo indistinguible, basado en los mismos intereses. El derrotismo de la ex izquierda y el triunfalismo capitalista aúnan fuerzas contra cualquier alternativa al capitalismo con particular rencor y odio por quienes osan cuestionar el modelo impuesto y comienzan a recordar la crítica real al sistema, comienzan a pensar contra su imposición. La ira está sobre la mesa y tan solo resulta preciso volver a pensar en como organizarla, regresar al materialismo histórico y construir una agenda capaz de volver a avanzar bajo un prisma sustentado en la clase social, el poder y el Estado. Resulta preciso volver a pensar contra el sistema, regresar a la crítica marxista. Organizarse dejando a un lado el derrotismo de quienes han decidido agazaparse al margen de nuestra experiencia común.

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