En España, el mayor proyecto que pretendió universalizar y democratizar el acceso a la educación, fue implementado por el gobierno de Manuel Azaña durante la Segunda República.
Por Pablo Molejón
INTRODUCCIÓN: LA EDUCACIÓN EN LA SEGUNDA REPÚBLICA
Desde las altas esferas estatales y mediáticas, a la sociedad española postfranquista le han “colado” dos grandes mitos: la transición, y la idea de que la educación se había universalizado a todos los niveles con la llegada del parlamentarismo (por no llamarlo democracia, concepto que el autor considera no adecuado en este caso), algo que, como se pretende demostrar con este artículo, es manifiestamente falso.
En España, el mayor proyecto educativo desde un punto de vista progresista, que pretendió realmente universalizar y democratizar el acceso a la educación a todos los niveles, fue implementado por el gobierno de Manuel Azaña durante la Segunda República (1931-1939). El tema de la educación fue, en palabras de Luis Palacios Bañuelos, parte de la esencia misma de la República, ya que un modelo educativo se corresponde, igual que un estilo artístico, a una manera concreta de ver y entender la vida. El modelo educativo que se pretendió impulsar en la República era bastante progresista teniendo en cuenta la época de la que hablamos: por primera vez, la escuela se unificaba y la obligatoriedad de la enseñanza de la religión se suprimía.
Desde la Dirección General de Primera Enseñanza, dirigida por el socialista Rodolfo Llopis1, se publicó una circular que detallaba los objetivos y puntos principales de la reforma educativa, entre los que destacan: a) El núcleo de la reforma es el profesor, que es ante todo un educador. b) Para renovar la sociedad hay que renovar primero a los niños. c) No se trata sólo de instruir sino de enseñar a aprender. d) Se trata de crear ciudadanos de la República. e) El trabajo debe ser el eje metodológico de la educación. f) La escuela debe ser el hogar del niño, donde aprenda a amar el trabajo. g) La escuela es el núcleo de renovación de la sociedad. h) El ámbito será un Estado laico. (Palacios Bañuelos, 2021).
Asimismo, se reorganizó fuertemente la enseñanza primaria, como el propio Llopis explica en su libro de 1933 La revolución en la escuela, a través de medidas como la política de construcción de escuelas (9.620 escuelas entre abril de 1931 y diciembre de 1932), se fusionaron escuelas de hombres y mujeres, se aumentó el número de maestros y sus sueldos, se creó la Inspección de Enseñanza Primaria con profesores formados en pedagogía, y se pusieron en marcha importantes proyectos como las Misiones Pedagógicas o la compañía de teatro La Barraca, dirigida por Lorca, que pretendían llevar la cultura y la educación a las aldeas más retiradas (Palacios Bañuelos, 2021).
En definitiva, el gobierno reformista de la República trató de implementar una gran reforma educativa que de verdad universalizaría la educación, algo que en parte se logró, ya que se consiguió reducir el analfabetismo significativamente, y en muy poco tiempo. Asimismo, destacan por su novedosidad en aquella época los valores e ideas sobre los que se sustentaba el modelo educativo soñado por el gobierno y las instituciones progresistas, y que se consiguió poner en marcha, aunque sólo fuese en parte, tales como la enseñanza basada en la acción, la enseñanza cíclica, la coeducación, el cultivo de la tolerancia y la libertad, el contacto con la naturaleza para fomentar su respeto, el fomento de la creatividad… (Palacios Bañuelos, 2021)
Todo este proyecto que se impulsó durante la Segunda República quedó destruido y obligatoriamente olvidado con la llegada del franquismo, y nunca en España se volvería a hacer, en relación a la educación, nada tan ambicioso como lo que se planteó e impulsó durante la Segunda República.
LA FORJA DEL MITO
Antes se dijo que los dos mayores mitos que habían calado en nuestro país fueron la Transición y la “educación para todos”. Falta uno: el de la clase media.
Ya durante el desarrollismo franquista, pero sobre todo después de la muerte del dictador, más concretamente en los 80 (con los gobiernos de Felipe González, miembro del PSOE y votante de VOX), comenzó a extenderse y popularizarse el concepto de “clase media”, con el que una parte importante de la ciudadanía comenzó a identificarse. Y es que con el desarrollo económico que venía experimentando el país, la clase trabajadora se vio expuesta a un mayor acceso a ciertos bienes a los que anteriormente no podía acceder, así como a servicios y derechos de los que antes no gozaba.
Este relativo crecimiento en el nivel de vida de la clase trabajadora provocó que esta se alejara de los prejuicios y estereotipos arquetípicos asociados a ella, por lo que desde las élites políticas e intelectuales decidieron asignar el estatus de clase media a toda esa clase trabajadora cuyo nivel de vida se había incrementado. Y lo cierto es que ese discurso tuvo éxito entre una amplia cantidad de gente, que realmente se llegó a creer que, efectivamente, pertenecía a la clase media, debido a una fuerte influencia de la cultura mediática-audiovisual que recordaba constantemente esta idea. Lo describe maravillosamente Pablo Iglesias2 en la presentación del libro La clase obrera no va al paraíso (Akal, 2016): “Clase media no es una noción sociológica […]; es fundamentalmente una manera de autopercibirse que tiene que ver con las expectativas. El éxito político del PSOE en los años 80 se debió a que fue capaz de construir un amplísimo concepto de clase media en el que asalariados de todo tipo dicen coño, voy a poder tener una segunda vivienda, me voy a poder ir de vacaciones una semana, voy a poder conducir un coche y mis hijos van a ir a la universidad, yo soy clase media”. Iglesias continúa en su intervención y da en un punto clave, que es el papel de la publicidad. Así lo expresa: “La publicidad siempre presenta los sujetos de clase a los que el espectador querría aspirar, siempre un poquito por encima, un poquito más guapos, un poquito más ricos, con un perro un poco más bonito que el suyo”.
Tenemos entonces que el concepto de clase media es más una forma de encuadrar a la clase trabajadora del siglo XXI para alejarse de los prejuicios asociados a la palabra “proletariado”, que una clase social diferenciada. Sin embargo, desde múltiples sectores de la izquierda posmoderna-intelectual se defiende este concepto, e incluso se intenta definir como una clase independiente, dando como resultado sentencias que, en ocasiones, van acompañadas de un marcado sesgo clasista. Entre las múltiples “definiciones” de clase media, destaca como elemento diferenciador entre proletariado y clase media el nivel educativo. Lo dice Rafael Saura, autor del libro El paradigma. Por qué somos como somos los de clase media en su cuenta de Facebook: “Un obrero industrial del siglo XIX o principios del XX, miserable y casi siempre analfabeto, no encajaría en mi definición de clase media. A día de hoy, ser un trabajador por cuenta ajena o un desempleado no lleva, en absoluto, aparejada la ignorancia, y es por esto que yo prefiero considerarlos clase media”3. Es decir, como el concepto de clase trabajadora es, en la línea de sus prejuicios asociados, sinónimo de ignorancia y analfabetismo, nos alejamos de él y optamos por agruparnos en torno a una “clase media” que no implica tener que ser un ignorante (Romero Laullón & Tirado Sánchez, 2016).
Vemos pues, que los mitos “todos somos clase media” y “educación para todos” están relacionados entre sí: si uno es clase media por el hecho de haber recibido educación, y todos somos clase media, entonces es que todo el mundo puede no sólo acceder, sino acabar satisfactoriamente los estudios, todos al mismo nivel. Este es el pensamiento que se ha extendido entre un importante sector de la ciudadanía, debido al nacimiento, como decíamos, del mito de “todos somos clase media”, y a la expansión, ya en el posfranquismo, de la escuela pública a la que, teóricamente, podía entrar todo aquel que quisiera. Y es que por fin, desde la Segunda República, la educación no sólo se declaró obligatoria, primero hasta los 14 años y, en 1999, hasta los 16 (en contraposición a la educación franquista, que era obligatoria tan sólo de los 6 a los 12 años); sino que además, gracias al modelo de escuela pública, todo el mundo podía matricularse. Sin embargo, no debemos olvidar que de lo que estamos hablando es de que esta idea es un mito, de que por mucho que una matrícula en la escuela sea gratis (ya no así la universidad), no existen posibilidades reales, debido a múltiples factores socioeconómicos, de que muchos niños terminen sus estudios.
EL PROBLEMA DE LA ESCUELA NO-PÚBLICA
Antes de analizar qué es lo que ocurre en la escuela pública, es de recibo dedicar un apartado de este artículo a las diferentes modalidades de escuela no-pública de nuestro país. En España, existe la escuela pública, de propiedad y financiación 100% estatales (de momento); la escuela privada, de titularidad y gestión 100% privadas (pero que aún así reciben generosas subvenciones públicas en ocasiones); y la escuela concertada, de propiedad y gestión privada pero de financiación mixta, es decir, la concertada es financiada entre el dinero público que le aporta el Estado (que suele suponer el grueso de la financiación) y el dinero que recibe el centro en particular de todo lo que pueda cobrar (bachillerato, excursiones, actividades, donativos, Iglesia en el caso de los colegios católicos, etcétera.).
Se podría escribir una tesis doctoral acerca de lo escandaloso de las acciones de las escuelas privadas y concertadas en nuestro país y de la mafia que suponen o que, al menos, parecen. Podría hablarse sobre cómo las escuelas privadas ensanchan las notas de sus alumnos en función de lo que paguen sus padres, sobre cómo en las concertadas y en las privadas el centro hace lo que sea con tal de que sus alumnos aprueben y les aportan todo tipo de facilidades, medios y vías; sobre su bajo nivel educativo en general, sobre que los profesores de los colegios/institutos concertados cobran dinero público sin haber pasado por una oposición como el resto de personas que cobran dinero público, sobre sus desastrosos programas bilingües, etcétera, etcétera. Sin embargo, me gustaría centrarme en dos aspectos de las escuelas no públicas: la burbuja social que suponen, y el hecho de que lo que se ofrece en este tipo de centros no es educación.
Sobre la burbuja social que suele ser un centro concertado/privado. Sí es cierto que en la escuela concertada este fenómeno no se da de forma tan habitual o, al menos, no de forma tan marcada, debido a que la educación primaria y secundaria en estos centros es gratuita4. En los centros privados es muy inusual encontrarse a un alumno/a que proceda de una familia obrera, principalmente porque, si no es con una beca, las familias obreras no pueden costear el pago de una escuela privada. La mayoría de alumnos proceden de familias de alto estatus económico (empresarios, herederos de fortunas…), es decir, la mayor parte viven en situaciones materiales, económicas y sociales similares, si no iguales.
El hecho de que un niño, desde su infancia, esté constantemente rodeado y únicamente se relacione con personas que viven en su misma situación crea alrededor de él una burbuja, que le hace pensar que su realidad y su situación es la misma que la del resto de personas, y que todo el mundo es igual que él. Esta burbuja social, fortalecida por la influencia paterna y por gran parte de la cultura audiovisual, le impide ver lo que hay fuera, le imposibilita vislumbrar que su situación no es normal, sino privilegiada. Esto es lo que lleva a muchos niños ricos a ser, por ejemplo, liberales: el niño piensa que todo el mundo tiene la capacidad económica para fundar una empresa, por ejemplo, ya que no ha estrechado lazos con ese trabajador de Citröen que trabaja 12 horas al día por 800 € y que, cuando llega a casa agotado, en lo último en lo que piensa es en invertir en una empresa porque no tiene ni dinero ni tiempo ni, posiblemente, la tranquilidad mental adecuada para hacerlo.
Pasemos ahora al segundo punto en el que nos queremos centrar: la escuela no pública no ofrece educación. Es cierto que, a priori, esta afirmación puede sonar algo desacertada o, cuanto menos, confusa. En realidad, esta idea no es mía, sino del filósofo y profesor de la Universidad Complutense de Madrid, Carlos Fernández Liria. Él, en un vídeo-entrevista en el que participa5, sostiene, a grandes rasgos, que la única modalidad escolar que puede ofrecer verdadera educación es la escuela pública, y que la concertada y la privada no pueden, por su naturaleza, dar educación. Expliquemos esto.
¿Qué hubiera pasado si ese niño, hijo de padres empresarios, hubiera ido a la escuela pública? Pues que se habría rodeado de gente muy diferente a él y muy diferente entre sí, de distinto estatus social, condición económica, procedencia o color de piel, y se habría dado cuenta de que su realidad no era ni por asomo parecida a la del resto de sus compañeros. Incluso puede que entendiese que no todo el mundo tiene la capacidad económica o social como para, por ejemplo, fundar una empresa, al ver al que es su amigo del colegio trabajando 12 horas al día en Citröen por 800 €.
Entendamos “educación” como un proceso mediante el cual se aportan al niño/adolescente las herramientas y claves necesarias para abandonar el círculo familiar e integrarse en el círculo social, es decir, educación como vía para insertarse en la sociedad como un miembro activo más. Si tomamos esta definición de educación, debe ser la escuela, de forma independiente y separada de la familia, la que otorgue al alumnos estas claves y herramientas. ¿Puede, entonces, hablarse de educación si son los padres los que deciden qué, dónde, cómo y con quién estudian sus hijos? Es evidente que no. Podemos hablar únicamente, en palabras de Liria, de una extensión del círculo familiar hacia otros ambientes, pero no de educación, ya que el niño no está siendo independiente de su círculo familiar, no se está integrando de forma autónoma en la sociedad, es decir, no está siendo educado. La única manera, pues, de educar a una persona es en la escuela pública, una institución que debe (o debería) funcionar de forma independiente y adecuada a los procesos sociales que se vivan6.
Hay quien puede no aceptar este planteamiento, acogiéndose a la supuesta “libertad de enseñanza”, un concepto habitualmente asociado a la “libertad” de los padres para llevar a sus hijos a los colegios que deseen, y aquí hay que matizar varios puntos. Para empezar, el hecho de llevar a un niño a un colegio privado no es una “libertad”, es un privilegio, ya que es una posibilidad que únicamente existe cuando la familia lo puede pagar. Y, para continuar, creo que existe una concepción errónea de lo que debería ser la libertad de enseñanza. Libertad de enseñanza debería consistir en que el alumno, sujeto protagonista en la educación (algo que parece que se les olvida a multitud de padres) pueda recibir todo tipo de conocimiento, que se pueda hablar en clase de cualquier tema, sin restricciones, algo que sólo pasa en la pública (cuando las instituciones no intervienen alterando los currículum). Sin ir más lejos, muchos de mis compañeros recién llegados de colegios concertados se mostraban profundamente sorprendidos ante el hecho de que los profesores, en la pública, expresaban su opinión abiertamente, y se hablaba de política en clase, y se debatía, y no pasaba nada. Se quedaban perplejos porque en los centros de los que venían, eso no ocurría; según muchos, había completo silencio respecto a temas político-sociales en la mayoría de esos lugares. ¿Dónde está ahí la libertad de enseñanza? ¿Dónde está la libertad del niño de oír hablar y de aprender de todos los temas? Sencillamente, no está.
El problema es, como señalábamos antes, que se asocia “libertad de enseñanza” con “la libertad de los padres de llevar a sus hijos al centro que deseen, y a que cursen las asignaturas o asistan a las charlas que ellos, y no sus hijos, decidan”. El núcleo de la libertad de enseñanza no pueden ser los padres, porque tampoco son el núcleo de la propia enseñanza. Si el sujeto protagonista en la educación es el niño, este debería ser el núcleo de todo cuanto se pretenda presentar como libertad de enseñanza. Es decir, libertad de enseñanza no puede ser “la libertad de los padres para…”, sino que debe ser “la libertad del niño para…”: la libertad del niño para crecer y educarse en un ambiente diverso y plural, la libertad para ser educado en la tolerancia y el respeto al diferente (no porque así lo quiera el Estado, sino porque así lo necesitan los demás miembros de la sociedad), la libertad para obtener las claves necesarias para integrarse en el entorno sociolaboral que le espera fuera de la escuela, etcétera.
Sería idóneo que la libertad del alumno y la libertad de los padres en la educación pudieran ser compatibles, pero precisamente el problema reside en que no lo son. En cuanto a educación se refiere, la libertad de los padres coarta la libertad del niño: la libertad de los padres para que su hijo sea religioso coarta la libertad del niño para ser educado desde una visión científica y rigurosa, la libertad de los padres de tener un hijo que no tenga respeto por otras orientaciones sexuales coarta la libertad del niño de aprender precisamente a normalizarlas, la libertad de los padres para decidir que a su hijo no se le hable de política (y que este vote o apoye lo que ellos) coarta la libertad del niño de tener una mínima cultura política y un criterio y pensamiento propios. Podría continuar poniendo ejemplos, pero considero que ha quedado la idea claramente ilustrada.
NOTAS:
1 Quien, tras la Guerra Civil, ocuparía el cargo de Presidente de la UGT, Secretario General del PSOE y sería elegido Presidente del Gobierno de la República en el exilio.
2 Del que me separan abundantes diferencias.
3 Ejemplo extraído de: Romero Laullón, R., Tirado Sánchez, A. (2016). La clase obrera no va al paraíso (5th ed., pp. 42-43). Madrid: Ediciones Akal.
4 Claro, luego llega bachillerato y aaaaah, carallo, mandamos a los chavales a la pública.
5 En You Tube: “Las Trincheras de la Pública”.
6 Más adelante comprobaremos, cuando analicemos la estructura de la escuela pública, que no es así, por desgracia.
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