El miedo en tiempos de coronavirus

¿Que es el miedo? Lo sentimos, o incluso a veces alegamos palparlo en el ambiente. Todos, seguramente, podríamos dar una respuesta, pero ¿estaríamos hablando del mismo miedo?

En la literatura occidental se habla, y se tiene como primera referencia, del miedo, el ‘phóbos‘, en la Ilíada de Homero. No obstante, el jónico utiliza el término como una personificación divina. Hijo de Ares y Afrodita y junto a Deimo (‘terror’) y Éris (‘disputa’) se presenta en la batalla como derivado de ‘phobómai‘, que significa ‘huir’.

Estos días, de la mano de Deimo y Éris, estamos viendo la cara amarga del la huida, del ‘phobos‘. Ni punto de fuga, ni cobijo estable. El terror de Deimo que conlleva a la huida por la disputa de Éris incluso por el papel higiénico. Y aquí entra en juego lo que enunció Wittgenstein, el límite del lenguaje como límite del mundo.

En el presente es obvio que nuestro mundo se ha roto de par en par. En el contexto que nos encontramos actualmente, frente a lo desconocido, día a día y sin saber muy bien como vislumbrar el camino que deberá leerse a través de lo que sucede. Nos encontramos sin referencias tangibles más allá de descripciones vagas de hechos históricos o de una amplia filmografía de zombies y apocalíptica, que poco prometen a resolver la aporía, el callejón sin salida.

Lacan, Sartre o Cassirer pivotando sobre lo propuesto por Wittgenstein advirtieron que el mundo está simbolizado, pero estos signos debe reconocerse que están marcados por las grandes corporaciones, el gran capital y el poder. Ellos simbolizan la realidad y marcan el vaivén del devenir de los acontecimientos. De este modo podemos vemos ahora, el incesante bombardeo de los grandes medios de comunicación, la desesperación y desatino de opinadores, de políticos varios y de la ‘huida’ hacia adelante de los grandes grupos empresariales (ERES, ERTES, suplicas de rescate, etc). Es el pretexto perfecto para dar sentido a lo que entendemos por terror social. Del mismo modo que en la Ilíada de Homero encontramos grabado en el escudo de Ares la cabeza de Gorgona, monstruo terrible que produce terror y espanto, genera la huida, la retirada.

El caso contrario lo ejemplificaré, tomando para ello lo simbólico, la primera temporada de la serie surcoreana Kingdom, ya que ante una terrible enfermedad, que convierte a los humanos en una especie de zombies sedientos de sangre, Deimo y Éris también se sitúan al frente, al pie de cañón, pero el príncipe en su conspiración por salvar la vida parece ser consciente del proceso y la importancia de tomar las riendas del ‘phóbos‘, de la huida, y es consciente de que está tan solo es posible en el contexto de lo social, en lo común.

Es, fue y será con el tiempo que podrá hablarse del ‘phobos‘, la huida, como miedo. En perspectiva y desde la distancia. En la antigua Grecia quien afrontó el concepto fue el estagirita, Aristóteles. Aunque a modo de apunte es reseñable destacar que previamente en un breve diálogo de su juventud Platón ya mencionó por encima el asunto hablando de ‘deos‘, el ‘terror’.

Para Aristóteles el miedo es una de las ‘pathé‘ (‘emoción’), de la ‘psyché‘ que él entendía como alma*, pero que en un mundo tecnocientífico debemos referir como mente (o psicología humana para los más exquisitos). Este atemorizarse pues se da en ser humano corpóreo ‘con’ el alma. Pero no entraremos en profundidad, no viene al caso.

En su Ética Nicómaco nos habla del término medio en cuanto a lo relativo a las acciones y señala tanto el exceso como el defecto como principios de destrucción. Expone de este modo al cobarde quien de todo huye y un temerario quien no teme a nada. Lo acertado se encuentra en ‘lo medio’.

Es complicado hablar de sensatez y de proponer, sin desatino, un parámetro medio en la situación del hoy, de incertidumbre, ya que andamos a ciegas. Lo que es bien cierto es que debe afrontarse el reto, de lo contrario el exceso puede volverse en contra. Esto mismo puede extrapolarse de la dialéctica de la razón de Adorno y Horkheimer, que sostienen como tesis que la Ilustración por miedo de apartarse de la razón perdió el sentido.

Los augurios hacia el futuro nos reflejan una dura crisis, dentro de la cual perder el sentido en el seno social puede convertirse, y suele ocurrir, en cualquier tipo de marciano de La guerra de los mundos de Orwell (con el cual atemorizó, a través de la radio a los habitantes de Nueva York). Ahora el marciano es el marciano inmigrante, el marciano pobre, el marciano del colectivo por encima de la identidad individual, todo y según la agenda que se marque desde la mezquinidad de los poderosos.

Para ello, decía José Pablo Feinmann (en su fantástico programa. Filosofía aquí y ahora), se crea la paranoia, el resentimiento, el odio contra el ‘otro’ que se muestra como contrario, «pero esto se da en el capitalismo porqué es el sistema de centralización de la riqueza en pocas manos. Esa es la causa. No hay otra causa. La idea de concentración de la riqueza en mano de pocos que no distribuyen». El inmigrante o el diferente se expone como la metáfora que viene a robarnos el país, los derechos, la poca «riqueza» que tengamos.

«La vida va a perderse en la muerte, los ríos en el mar y lo conocido en lo desconocido. El conocimiento es el acceso de lo desconocido», escribió Georges Bataille y el momento de reflexionar es ahora y no más tarde que se vuelve nunca. Derrotando a Deimo y Éris en la batalla, sin exceso ni defecto de miedo, desde lo común y sin marcianos habidos y por haber.

* «el horizonte dentro del cual Aristóteles debate el problema del alma difiere notoriamente del horizonte intelectual en que se encuentra instalado el lector moderno en virtud de diversas circunstancias históricas de las cuales tal vez merezcan destacarse las dos siguientes: las connotaciones religiosas asociadas a la idea de alma y la decisiva influencia ejercida por el Cartesianismo sobre la psicología metafísica a partir de la modernidad. (…) Aristóteles, sin embargo, no plantea la cuestión del alma en conexión con creencias religiosas, sino desde una perspectiva estrictamente naturalista. (…) La perspectiva en la que se sitúa es la explicación del fenómeno de la vida. El razonamiento subyacente a su planteamiento es, más o menos, el siguiente: en el ámbito de los seres naturales los hay vivientes y no-vivientes; entre aquellos y éstos existe una diferencia radical, una barrera ontológica infranqueable; ha de haber, por tanto, algo que constituya la raíz de aquellas actividades y funciones que son exclusivas de los vivientes. Este algo –sea lo que sea– es denominado por Aristóteles alma (psyché)» (Tomás Calvo, 1978)

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