El miedo al coronavirus

Por Daniel Seixo

Histeria colectiva

1. f. Comportamiento irracional de un grupo o multitud producto de una excitación.

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Cadenas de WhatsApp, mensajes incesantes en redes sociales, conversaciones de barra del bar, en el trabajo o en nuestras comidas familiares… El COVID-19, o como comúnmente lo conocemos, el coronavirus, parece haber llegado a nuestra actualidad para instalarse definitivamente en ella.

Ha sucedido antes con la gripe H1N1, el Ébola o el Zica  y con total seguridad sucederá en un futuro con cualquier otra emergencia sanitaria. Si algo debemos aprender de esta situación y algo debemos analizar en profundidad, es la instauración del miedo y el alarmismo. Pese a los continuos mensajes de las autoridades médicas y de las diferentes instituciones destinados a mantener la calma y propiciar un flujo constante de información veraz y puntual, cada día nos resulta más complicado poder llegar a discernir entre la información contrastada y real y la información sesgada, manipulada o directamente falsa. Un imperio de las llamadas Fake News que no solo imposibilita nuestro empeño por conocer la verdad, sino que en casos de emergencia global como el que nos ocupa, puede llegar a suponer una auténtica emergencia sanitaria extra para nuestra sociedad.

La información nos hace fuertes, el miedo, sin embargo, nos retiene

Resulta complicado llegar a señalar exactamente el punto en el que nuestras dinámicas psicosociales se han dejado influir definitivamente por el miedo, el temor irracional e incluso la histeria. La escritora y periodista canadiense Naomi Klein, señalaba ya en 2007 en su  ensayo «La Doctrina del Shock» que «En momentos de crisis, la población está dispuesta a entregar un poder inmenso a cualquiera que afirme disponer de la cura mágica, tanto si la crisis es una fuerte depresión económica como sí es un atentado terrorista.» Y podríamos añadir a tenor de la actualidad informativa de medio mundo: un virus.

El 11 de septiembre de 2001 y el atentado contra el World Trade Centerlos estadounidenses nunca han decepcionado con sus grandilocuentes nombres– supuso quizás el inicio del fin de una época. Al tiempo que el mundo Occidental se encogía con el derrumbe de las Torres gemelas sobre el suelo de Manhattan, los últimos rescoldos de la estructura internacional de poder creada a principios de la década de los noventa tras el colapso del sistema comunista, lo hacía a su vez en un segundo plano con ellas. Estados Unidos y el neoliberalismo global, emergieron de esa nube de polvo como la única alternativa real y factible en un nuevo mundo dominado por el miedo.

La llamada guerra al terror de la administración Bush aprovechó el pánico y el estado de shock causado por los mayores atentados terroristas llevados a cabo contra objetivos occidentales, para lograr implementar una dinámica internacional basada en la acción militar “de carácter preventivo” y las continuas violaciones a los derechos humanos en cualquier territorio del planeta basándose únicamente en un supuesto bien mayor: la seguridad.

En nombre de la estabilidad y ayudados por la histeria colectiva, muchos ciudadanos alrededor del planeta renunciaron sin inmutarse a la presunción de inocencia, a su privacidad, a la libre circulación u a otros muchos derechos básicos para cualquier ser humano, por una sensación, en la mayor parte de los casos ficticia, de seguridad.

El nuevo orden neoliberal nos quiere con miedo, el sistema bebe de ese pánico que nos inmoviliza, nos paraliza y en la mayor parte de ocasiones nos impide actuar. Personas dispuestas a evitar la infección con una bacanal de cocaína, orín infantil y baños de cloro, profesionales de la salud robando alijos de mascarillas, quién sabe si por humanitarismo u oscuras intenciones lucrativas, brotes racistas

Como ciudadanos, no podemos hacer nada para contener este nuevo brote vírico más allá de implementar unas medidas básicas de higiene que cualquiera de nosotros debería haber desarrollado ya en su día a día

Con la propagación del coronavirus hemos visto como mientras la población entraba en pánico al ritmo de los bulos de internet y el alarmismo informativo de los grandes medios de comunicación, los sectores económicos y políticos comenzaban a mover fichas en pos de lograr introducir en nuestras sociedades nuevas dinámicas sociales de una forma más o menos soterrada.

La cancelación del Mobile World Congress (MWC) de Barcelona pese a no existir en aquel momento un riesgo sanitario concreto en nuestro país y sus implicaciones en la guerra del 5G en Europa y la geopolítica global, los cierres fronterizos decretados por diversos gobiernos a ciudadanos de una determinada nacionalidad o el anuncio de La dirección de Volkswagen de un expediente de regulación de empleo de suspensión temporal de contratos (ERTE) ante la posible falta de suministro de piezas de proveedores italianos, suponen a esta hora alguna de las muestras más visibles de esos movimientos estructurales a la sombra del pánico producido por la propagación del virus.

¿Aceptaríamos en un futuro que uno de estos virus pudiese suponer la implementación de medidas económicas restrictivas para el conjunto de la sociedad?, ¿resultan lícitos los despidos por los efectos colaterales del coronavirus?, ¿supone la nacionalidad un factor de riesgo de cara a cerrar una frontera?, ¿deberíamos sancionar el uso de una emergencia sanitaria internacional con fines geopolíticos? Y de ser así, ¿dónde situaríamos la línea roja entre prevención y manipulación?

Resulta necesario mantener la calma y la serenidad en la sociedad de cara a lograr afrontar este tipo de crisis. El alarmismo nunca es bueno y el miedo mucho menos, se trata de un sentimiento intrínseco al ser humano muy difícil de contener una vez lo despertamos. Debemos de preguntarnos en todo momento como nuestros actos nos afectan en nuestro día a día para lograr sobrellevar esta nueva situación ¿Realmente salir a la calle con una mascarilla nos ayuda en algo?, ¿podemos aceptar que en nuestras sociedades se den brotes racistas por un virus cuya mortalidad es similar a la de una gripe común?

Socialmente, deberíamos atender con mayor premura a ese virus global que es la desconfianza y la desinformación que al coronavirus. Como ciudadanos, no podemos hacer nada para contener este nuevo brote vírico más allá de implementar unas medidas básicas de higiene que cualquiera de nosotros debería haber desarrollado ya en su día a día. Pero sin embargo, sí podemos actuar a la hora de bucear en nuestros instintos más primarios, regresando a una sociedad en la que la información y el conocimiento supongan de nuevo nuestra mayor protección frente al miedo y al desconocimiento.

No podemos seguir consintiendo que la nuestra sea meramente una sociedad de la inmediatez, una existencia en la que cada día resulte más complicado discernir entre la verdad y la mentira, dejando en manos de los grandes conglomerados de la información, con intereses muy concretos, el dominio de la verdad, el mensaje, y por tanto, el posible uso del miedo. Poseemos gran parte de responsabilidad los profesionales de la comunicación, pero también ustedes, los lectores, ese gran público que arrastrado por las trepidantes dinámicas del día a día, cada vez dedica menos tiempo a contrastar y verificar la información.

Puede que ese tic irreflexivo que nos lleva a compartir información sesgada, bulos o noticias falsas, se trate en cierto modo de un mecanismo de defensa o una disfunción producto directo de la sociedad de la inmediatez, puede que al compartir con nuestro circulo de amistades esa información alarmista e impactante, busquemos en ello la validación de nuestros temores o de la propia información. Pero con esta forma negligente de actuar, estamos contribuyendo a hacer girar una rueda del miedo que socialmente nos mantiene paralizados en un continuo estado de shock.

Resulta complicado llegar a señalar exactamente el punto en el que nuestras dinámicas psicosociales se han dejado influir definitivamente por el miedo

Desconocemos si el coronavirus ha llegado a nuestras vidas para quedarse o si solamente se tratará de una temporada más de ese terror global exprimido continuamente desde hace años por  los mass media, lo ignoramos, pero si no queremos que el fin del mundo en el capitalismo sea un compendio de tertulias con toreros dando su opinión, productos básicos a precios escandalosamente abusivos e infinidad de consejos inútiles en redes sociales que harán cundir el pánico, eclipsando cualquier opinión meramente racional. Quizás debamos comenzar a actuar definitivamente contra ese otro riesgo para la salud pública que supone el alarmismo y la desinformación.

Sea en la defensa contra el coronavirus, el N1H1, el Zica, la recesión económica o los efectos del aumento de la deuda pública, humildemente pediría calma, serenidad y un esfuerzo global, real y continuo por conocer la verdad. Solo así lograremos controlar nuestro miedo como sociedad, solo así lograremos volver a ser ciudadanos libres. La información nos hace fuertes, el miedo, sin embargo, nos retiene.

2 Comments

  1. Gracias por el comentario y por señalar ese fallo, efectivamente quería decir geopolíticos. En cuanto a la interpretación, no nos esperemos grandes alegrías en ese sentido viendo lo que cuesta derogar la reforma laboral. Saude compa!

  2. Donde escribiste «geológicos», ¿quisiste decir «geopolíticos»? Supongo que es así. Por lo demás tu articulo respira sentido común.
    En cuanto a los ERTES la Constitución deja claro al supeditación de los recursos económicos, sean privados o públicos, al interés general. Debería ser suficiente con eso aunque quienes interpretan y aplican la Ley (recordemos a Aznar por ejemplo, que tenía en su boca siempre lo del interés general), la interpretan y aplican confundiendo la general con lo particular.
    Saude!

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