El papel de la OEA contra los gobiernos progresistas y la integración de Latinoamérica y el Caribe llegó a su punto culminante y visible con el Golpe de Estado llevado a cabo por la oposición al gobierno boliviano de Evo Morales.
Por Aníbal Garzón
El pasado 24 de julio el Presidente de México Manuel López Obrador “abrió un gran melón” en la geopolítica internacional tras su pertinente discurso en la conmemoración del 238 aniversario del natalicio del libertador latinoamericano Simón Bolívar. En el evento el mandatario propuso “la substitución de la OEA (Organización de Estados Americanos) por un organismo verdaderamente autónomo, no lacayo de nadie, sino mediador a petición y aceptación de las partes en conflicto en asuntos de Derechos y de Democracia”1.
La OEA fue una de las primeras organizaciones supranacionales creadas por Estados Unidos al inicio de la Guerra Fría, incluso por delante de la OTAN, justo en 1948, con el fin de combatir el comunismo o cualquier proyecto soberanista en América Latina. Con su sede en Washington, justo en la Avenida Constitución a tan solo 200 metros de la Casa Blanca, se iniciaba un proyecto para dar mayor legitimidad imperialista a la Doctrina Monroe aprobada en 1823 bajo el principio de “América para los (norte)americanos” y su enmienda del Corolario Roosevelt de 1904 donde se daba carta blanca a la injerencia de Estados Unidos sobre cualquier país latinoamericano y del Caribe que ponía en peligro las propiedades e intereses de los estadounidenses.
Mientras Estados Unidos en un nuevo mundo bipolar iniciaba un proyecto militarista de “Hard Power” en la Europa Occidental, fundándose la OTAN en 1949 con el punto de mira al Bloque del Este, hacía lo mismo en América con un proyecto diplomático vestido de “Soft Power” con la fundación de la OEA en Bogotá por 21 países.
La primera actuación considerada fue en Guatemala. Tras el Golpe de Estado en 1954 contra el gobierno progresista liderado Jacobo Arbenz, con la intervención de la CIA, la OEA aplaudió el Golpe como un “retorno de la democracia”, la de los intereses de Estados Unidos al no permitir políticas soberanas como la reforma agraria en un país latinoamericano que ponían en jaque sus intereses imperialistas.
8 años después, en 1962, la OEA expulsó a Cuba como Estado miembro tras la Revolución de 1959 y su proclamación socialista en 1961, con 14 votos a favor, 6 abstenciones, y el único voto en contra de la misma Cuba. Según la OEA, “la adhesión de cualquier miembro al marxismo-leninismo es incompatible con el Sistema Interamericano». Una política continuista del inicio del bloqueo en 1960 de Estados Unidos hacia Cuba. Mientras la posición de la OEA contra Guatemala o Cuba se fundamentaba como una amenaza a la “democracia” latinoamericana, no se hizo lo mismo con las dictaduras militares del Cono Sur en los años 70. El golpista y genocida Augusto Pinochet tras su Golpe de Estado en 1973 contra la democracia chilena mantuvo su sillón en la OEA durante 16 años de dictadura. Lo mismo con la dictadura militar en Argentina iniciada en 1976, Uruguay en 1973, Bolivia en 1971, Brasil en 1964, o la de Stroessner en Paraguay de 1954 a 1989. La OEA no solo legitimó las dictaduras anticomunistas del Cono Sur en el escenario diplomático occidental al no expulsar a ningún Estado, como hizo con Cuba, sino que fue cómplice de toda la operación militar orquestada por Estados Unidos con el nombre de Operación Cóndor para asesinar a militantes y activistas comunistas y progresistas. La OEA cumplía con la Doctrina Monroe y el Corolario Roosevelt, validando cualquier Régimen que violara los Derechos Humanos pero no los intereses de Estados Unidos.
No solo la OEA evidenciaba el carácter expansionista y hegemónico de Estados Unidos a escala continental, sino también a escala global, con todas sus contradicciones. En 1947, como precursor a la fundación oficial de la OEA, la mayoría de países miembros de la organización firmaron el Trato Interamericano de Asistencia Recíproca (TIAR), conocido como Tratado de Rio, un acuerdo defensivo continental. Si un país americano era amenazado por un país externo sería considerado como un ataque hacia todos. Aun así, lo de ““América para los (norte)americanos” se hizo evidente en los años 80. Tras el inicio de la Guerra de Las Malvinas el 2 de abril de 1982 por la disputa del archipiélago entre Argentina y el Reino Unido, exigiendo Argentina su soberanía contra el dominio colonial británico, la dictadura militar argentina invocó y promulgó el TIAR como defensa militar continental, pero finalmente no fue aplicada porque Estados Unidos dio prioridad a su obligación como miembro de la OTAN apoyando en la guerra al Reino Unido, y arrastrando ocultamente a otros socios latinoamericanos como la dictadura chilena. Fue tan evidente que una de las patas de la OEA, el TIAR, se aplicaría o no según los intereses de Washington, como tras los atentados del 11 de septiembre de 2001, que la crítica a la OEA ya podía verse no solo como una apuesta política del progresismo latinoamericano sino podría transformarse en la construcción de un nuevo proyecto regionalista. Así, en la 42 Asamblea de la OEA, celebrada en la ciudad boliviana de Cochabamba en julio de 2012, varios países del ALBA-TCP en ese momento (Nicaragua, Cuba, Bolivia y Venezuela), dieron un paso adelante y se retiraron del tratado militar del TIAR, como ya había hecho México en 2002 criticando lo sucedido en la Guerra de las Malvinas y analizándolo como un acuerdo obsoleto de la Guerra Fría.
Varios años antes al gesto del ALBA-TCP la propuesta de transformación de la OEA, para dejar de ser un instrumento de Washington, estaba sobre la mesa. En 2009, tras propuesta de Ecuador y Venezuela, se aprobó el reingreso de Cuba a la OEA. Cuba felicitó la resolución, viéndola no solo como una victoria de Cuba sino de toda la región, pero reiteró que no le interesaba volver al organismo que le excluyó durante 47 años. La posición de Cuba abrió todavía más el debate sobre si el asunto no era reformar la OEA desde adentro, sino abolirla para crear un nuevo organismo más democrático, horizontal y multilateral, que rompiera la dominación del Norte sobre el Sur. Y a propuesta del mandatario ecuatoriano, Rafael Correa, nació la idea de crear una entidad nueva, sin presencia de Estados Unidos y Canadá y con la adhesión de Cuba, la Organización de Estados Latinoamericanos. Una organización que sería un avance cualitativo del Grupo de Río.
La idea, que parecía difusa o incluso una utopía discursiva, fue cogiendo su entonación en febrero de 2010. En la Playa del Carmen de México se celebró el prefacio de un proyecto de integración de América Latina y el Caribe como un foro con la participación de 32 países, y justo un año después, con Venezuela como anfitrión se constituyó en diciembre de 2011 oficialmente el nuevo organismo regional, etiquetado como Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños (CELAC). Con América Latina donde la izquierda y el progresismo era hegemónico (gobiernos de Argentina, Ecuador, Brasil, Nicaragua, Cuba, Paraguay, Uruguay, Bolivia,..), pese a sus diferencias apostaron por un proyecto propio y autónomo creado por el Sur y para el Sur, que rompía con el monopolio histórico de la OEA dirigido por el Norte, concretamente Estados Unidos.
Estados Unidos, con su hegemonía amenazada en la construcción de un nuevo mundo multipolar con el crecimiento del papel de China y Rusia en la geopolítica internacional, no podía permitir perder su influencia en “Su” patio trasero, América Latina. Con su gasto militar dirigido a sus guerras en Irak, Afganistán, o en 2011 el inicio de la invasión de Libia o Siria, la injerencia en América Latina debería ser mediante otro tipo de golpes para derribar a los gobiernos progresistas y al proyecto de la CELAC para recuperar la hegemonía de la OEA.
El Golpe de Estado militar en Honduras en 2009 contra el gobierno progresista de Manuel Zelaya, apoyado el Golpe por la Secretaria de Estado norteamericano Hillary Clinton, generó una división en la OEA, consiguiendo gobiernos latinoamericanos suspender temporalmente a Honduras de la OEA. Este efecto dejó claro que se deberían llevar otro tipo de estrategias de injerencia contra los gobiernos progresistas. Golpe parlamentario contra Lugo en Paraguay en 2012, Las Guarimbas en Venezuela contra el gobierno de Maduro y el inicio de las sanciones económicas de Estados Unidos en 2015, el impeachment en Brasil en 2016, o la traición de Lenin Moreno en Ecuador contra la Revolución Ciudadana en 2017. Desestabilizaciones internas en países de América Latina apoyadas por Estados Unidos, tanto por Obama como Trump, y el nuevo Secretario General de la OEA desde 2015, el derechista Luis Almagro, contradictoriamente el excanciller del gobierno progresista uruguayo de Pepe Mujica. Un nuevo Secretario dedicado a centrar sus esfuerzos en desestabilizar a Venezuela, Bolivia, Nicaragua e incluso Cuba, a pesar de no ser miembro de la OEA.
El papel de la OEA y Almagro contra los gobiernos progresistas y la integración de Latinoamérica y el Caribe llegó a su punto culminante y visible con la complicidad del Golpe de Estado llevado a cabo por la oposición política, y fuerzas extrajeras contra el gobierno boliviano de Evo Morales. Tras la reelección de Evo Morales en octubre de 2019 con su victoria en la primera vuelta, la OEA criminalizó, sin prueba alguna, de existir un fraude electoral generando así un clima de conflicto nacional que llevó a Evo Morales y a su gobierno al exilio. La OEA legitimó al nuevo gobierno golpista de Jeanine Añez sin condenar sus masacres como la de Sacaba y Senkata.
Con una OEA desprestigiada en la opinión pública internacional por sus injerencias no democráticas, y una vuelta en América Latina hacia gobiernos progresistas o el crecimiento de su hegemonía a nivel social (en Argentina vuelve el Kirchnerismo, en México gana López Obrador, en Perú vence al fujimorismo la izquierda de Perú Libre, en Bolivia retorna al gobierno el Movimiento al Socialismo, en Chile se inicia la Convención Constituyente, en Ecuador la Revolución Ciudadana está cerca de ganar las elecciones pese a la represión de Moreno y su campaña contra Correa, o en Brasil con la libertad de Lula hay esperanza de ganar a Bolsonaro en las elecciones de 2022,…) vuelve a resurgir la importancia de la CELAC como mecanismo soberano y autóctono por la integración de América Latina y el Caribe como contrapeso a la OEA.
La CELAC, tras un amplio espacio de más de 4 años sin celebrarse la última V Cumbre en República Dominicana en Enero de 2017 y la salida del gobierno ultraderechista de Bolsonaro del organismo, hacía dibujar un tono de proyecto regionalista del Sur fracasado (como tantos otros por presiones del Norte) y una victoria diplomática de la OEA. Pero desde este 18 de septiembre, siendo México el país anfitrión de la VI Cumbre de la CELAC y visto como un peón de Estados Unidos desde el TLCAN de 1994 hasta la llegada al poder de López Obrador, ha dejado claro el nuevo liderazgo de México para recuperar el papel de la CELAC y extinguir a la OEA al ser un organismo que es parte de la injerencia y la Doctrina Monroe de Estados Unidos contra la soberanía y la integración de América Latina y el Caribe.
La VI Cumbre de la CELAC, a pesar de los fracasados intentos de desestabilización de los gobiernos derechistas de Paraguay y Uruguay contra Venezuela, o la crisis de gobierno en Argentina tras cesar a su canciller en pleno vuelo hacia la Cumbre y su conflicto diplomático con Nicaragua, acabó con la “Declaración de la Ciudad de México” firmada por 33 países. 44 amplios acuerdos, sobre democracia, educación, género, pobreza, pueblos indígenas, Derechos Humanos, cambio climático, cooperación contra el Covid, entre otros, que refleja más un acuerdo diplomático enfocado en la Agenda del 2030 de la ONU. Pero detrás de este acuerdo de mínimos se ha reiniciado una pugna histórica entre el Norte y el Sur que persiste desde las independencias de los países de América Latina y el Caribe en el siglo XIX. Seguir atados a las directrices del imperio norteamericano y su Doctrino Monroe con la hegemonía de la OEA desde 1947, o construir un proyecto regionalista y soberano como la CELAC, y decolonial, para una América Latina soberana e independiente, su Segunda Independencia. La CELAC se ha movido para realizar un jaque a la OEA en esta larga partida de ajedrez. Como decía José Martí en su ensayo de 1891 “Nuestra América”: “¡Estos hijos de nuestra América, que ha de salvarse con sus indios, y va de menos a más; estos desertores que piden fusil en los ejércitos de la América del Norte, que ahoga en sangre a sus indios, y va de más a menos!” 2
1 https://www.youtube.com/watch?v=5U5_EI5fbJc
2 http://bibliotecavirtual.clacso.org.ar/ar/libros/osal/osal27/14Marti.pdf
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