No quiso nada a los republicanos en los años de la Guerra Civil Española. Sin embargo, dejó su país para convertirse en falso espía del Reich durante la Segunda Guerra y luego en doble agente del MI5. Todo lo que hizo fue inventar, incluyendo el punto de desembarco aliado y una red de 22 espías ficticios.
Por Oscar Guisoni / Socompa
Pocas veces en la historia del espionaje internacional hubo alguien tan enigmático e influyente como “Garbo”. Su historia y su verdadera identidad permanecieron bajo un manto de misterio hasta muchos años después de la Segunda Guerra Mundial y aún hoy son objeto de controversia. Treinta y cinco años después de su muerte, ocurrida en Venezuela en 1988, los historiadores parecen no albergar dudas: Joan Pujol García fue uno de los más grandes maestros del engaño que alumbró el siglo XX. Y esta es su odisea personal.
Mucho antes que sus mentiras cambiaran el rumbo de la Segunda Guerra, Joan Pujol era apenas un señor burgués con aires de dandy que había nacido en Barcelona el 14 de febrero de 1912. Tenía sólo 24 años cuando estalló la Guerra Civil española y el mundo al que pertenecía comenzó a derrumbarse. En Cataluña los anarquistas protagonizaron una revolución radical apenas comenzar el conflicto, que Pujol no vio con buenos ojos. Y cuando el ejército Republicano lo obligó a alistarse decidió huir arriesgándose a que lo fusilaran por desertor.
Pensando que el conflicto duraría apenas unos meses, buscó un escondite donde esperar el fin de la guerra. Pero las cosas no salieron como él pensaba. “Estuve quince meses escondido, perdí más de veinte kilos y todo el cabello” contará más tarde en sus memorias. “Parecía un hombre decrépito de 40 años, aunque sólo tenía 25”. Antes de que la depresión acabara con él, decidió al fin sumarse a los republicanos y se presentó ante los militares diciendo que era un especialista en comunicaciones, una de sus primeras mentiras clamorosas.
Su intención era que lo mandaran al frente y una vez ahí pasarse al bando franquista. Apenas tuvo una oportunidad, se decidió a intentarlo. Un día salió de patrullaje con otros compañeros de armas y aprovechó un descuido para desengancharse del grupo. Ya estando solo, comenzó a caminar en lo que él creía era la dirección contraria a las líneas republicanas y cuando llegó a un puesto militar les gritó “No disparéis, soy un republicano que quiere pasarse al bando nacional”. Lo recibieron a balazos. Se había equivocado de trinchera. Luego de varias horas de huida al fin consiguió llegar a donde estaban los franquistas, salvando la vida de pura casualidad. “La pasé muy mal”, recordaría años más tarde “Si tuviera que volver a hacerlo no lo haría”. Pero la verdadera aventura de Pujol no había hecho más que comenzar.
El espía voluntario
Al finalizar la Guerra Civil, en 1940, Joan Pujol se casa con Araceli González, su novia de toda la vida, y se muda a Madrid. “En mi cabeza tenía un plan”, dirá después. “Tenía que hacer algo factible, tenía que poner un granito de arena para el bien de la humanidad”. Con esta idea se presenta en el consulado británico en la capital española para ofrecer sus servicios como espía. Pero los ingleses no quieren saber nada: “no te incumbe” le responden, “tú eres neutral, mantente al margen, esta guerra es asunto nuestro”.
Sin preocuparse demasiado por la negativa, se fue a la embajada alemana. Allí dijo que era un gran admirador de Hitler y ofreció sus servicios al Reich. Los nazis lo aceptaron encantado, lo entrenaron en escritura secreta, le enseñaron el manejo de sus códigos y lo enviaron a Inglaterra. Pero él en realidad se estableció en Lisboa junto a su mujer y su hijo y desde ahí comenzó a mandar información al servicio secreto alemán. Información que inventaba, luego de pasar largas horas en la biblioteca, donde leía la prensa de diversos lugares del mundo. Pujol tenía una gran imaginación y no tardó en demostrarlo. Los alemanes al principio no le dieron demasiada importancia a sus informes.
Poco a poco fue inventándose la existencia de una red de informantes totalmente verosímiles, entre los que figuraba un piloto de la aerolínea KLM, una supuesta amante que se suponía era secretaria del Ministro de Guerra, a la que los alemanes sugerían agasajar con costos regalos para lo cual nunca dejaban de enviarle dinero extra, unos obreros del puerto de Londres a los que había sobornado ¡con una botella de vino! (en aquella época era difícil encontrar trabajadores ingleses que bebieran vino) y hasta llegó a inventar que gracias ¡al calor! que hacía en la capital en el verano, las embajadas neutrales se habían trasladado a las playas de Brighton y que, por supuesto, él tendría que dirigirse allí a buscar más información.
Quizá fuera por el tamaño de sus mentiras, o por el elaborado lenguaje con el que las adornaba, o tal vez, como sugiere el magnífico documental Garbo, el espía, con el que el director Edmon Roch ganó el premio Goya en 2009, porque los nazis tenían una ideología basada en mitos y por lo tanto les resultaba fácil creerle; la cuestión es que cada vez le creían más.
Agente doble
Consciente de la peligrosa situación en la que se había metido y antes que todo el andamiaje de sus mentiras se derrumbara, se volvió a presentar ante la embajada británica en Lisboa y esta vez les dijo que era un auténtico espía alemán y que deseaba ayudar a los aliados. Pero de nuevo no le creyeron. Aunque ahora Pujol tenía forma de demostrarlo. Y lo hizo. Con ese propósito envió un informe a la inteligencia alemana avisando de la partida desde Liverpool de un gran convoy destinado a acabar con el asedio a la isla de Malta. Los alemanes movilizaron inmediatamente gran cantidad de aviones desde el sur de Francia con el objetivo de interceptarlo. El servicio de inteligencia británico quedó impresionado con la demostración.
Una vez que se aseguraron de sus buenas intenciones, los ingleses lo trasladaron a Londres, convencidos de tener entre sus manos un instrumento que llegado el momento iba a resultar muy útil. Después de once meses fingiendo estar en la capital británica, por primera vez Joan Pujol veía el Támesis. Para ese entonces, su red estaba ya conformada por 22 agentes ficticios, cada uno de los cuales trabajaba en lugares estratégicos que le permitían inventarse una ingente cantidad de información falsa destinada al Reich. Para darse una idea de la magnitud del engaño basta saber que Pujol llegó a transmitir durante tres horas seguidas desde Londres sin que del otro lado del Canal de la Mancha nadie nunca se preguntara cómo era posible que no lo interceptaran.
Los ingleses lo sometieron a duras pruebas durante esos primeros meses de 1942. Por un lado, les interesaba saber si realmente era quien decía ser, pero también se interesaron por sus ideas políticas y por sus motivaciones más profundas. ¿Por qué lo hacía? ¿Por dinero, por diversión, por profundos ideales?
Bajo la supervisión de la inteligencia británica las mentiras de Joan Pujol, bautizado “Garbo” por los ingleses, comienzan a volverse aún más importantes para los servicios secretos alemanes. Londres le provee a Pujol información verídica, pero hace que llegue con retraso a Berlín, con lo cual los generales de Hitler cada vez tienen más en consideración los informes de Pujol. Cuando la existencia de alguno de sus agentes se vuelve insostenible o arriesga ser inverosímil, Pujol hace que mueran o que se enfermen, o directamente se inventa que han sido atrapados por el espionaje inglés y para corroborar que no miente se asegura que la noticia aparezca hasta en la prensa. Poco a poco, va construyendo el escenario donde se habrá de desarrollar el gran engaño.
Normandía. 6 de junio
En 1944 era evidente para los alemanes que los Aliados estaban preparando un desembarco en Europa continental. Pero no sabían cuándo ni por dónde. El Reich no tiene demasiadas unidades disponibles en el frente occidental, empeñado como está en la guerra contra Rusia en el este, por lo cual la información de inteligencia se vuelve crucial.
Garbo informa de los preparativos con mucha antelación e informa que el ataque se hará por el paso de Calais, el lugar más obvio por su cercanía con las islas británicas. Tanto los convence que cuando se produce la invasión a Normandía, el 6 de junio, los alemanes le preguntan asombrados qué es lo que está sucediendo y él les dice “no se preocupen, es una maniobra para distraerlos, la verdadera invasión se hará por Calais”. El Reich decide entonces no mover sus divisiones y permite que los Aliados consoliden sus cabezas de playa en el norte francés.
Con el correr de los días el alto mando alemán se impacienta. Entonces “Garbo” le da una vuelta de tuerca a su mentira. “La invasión verdadera iba a hacer por Calais”, les dice, “pero la de Normandía salió tan bien que al final se ha descartado el segundo desembarco”. ¡Y los alemanes le vuelven a creer! De esa manera, “Garbo” Pujol seguirá mandando información falsa al Reich hasta el final del conflicto, aunque después de esta hazaña su red poco a poco fue siendo desmantelada, volviendo sus agentes al lugar imaginario del que salieron gracias a su brillante imaginación.
Nadie sabe qué hubiera sucedido si el desembarco fracasaba, pero es evidente que la Segunda Guerra Mundial hubiera terminado de otra manera y es probable que la influencia soviética sobre Europa Occidental hubiera sido mucho mayor de la que fue en la segunda mitad del siglo XX.
En 1945, con el Reich ya derrotado, “Garbo” lleva a cabo su última humorada. Se reúne en Madrid con un antiguo responsable de los servicios de inteligencia alemana que le paga honorarios atrasados y lo condecora por sus brillantes servicios a la Alemania nazi. Unos meses después su rastro se pierde para siempre. Juan Pujol abandona a su familia y desaparece envuelto en el misterio. La leyenda dice que murió en Angola unos años después de terminado el conflicto.
Pero no todos creyeron en esa leyenda final. Tres décadas más tarde el investigador americano Nigel West, especialista en servicios de inteligencia, comienza la búsqueda del misterioso Garbo, quizá el espía más influyente de la Segunda Guerra. En 1984, luego de infructuosos resultados, da con uno de sus sobrinos que vive en Cataluña, quien le cuenta que hace años recibió una postal de su tío desde Venezuela. West informa al Palacio de Buckingham de su hallazgo. Faltaban apenas unos meses para que se cumplieran los 40 años del desembarco en Normandía y Garbo nunca había ido a recoger la medalla que le dieron los ingleses por sus excelentes servicios. A los ingleses les hacía ilusión volver a encontrar a Garbo si es que de verdad estaba vivo y autorizan a West para que intente contactarlo. Cuando el investigador americano lo llama por teléfono a Venezuela Pujol no duda en confirmar sus sospechas “Sí”, le dice, “soy Garbo y estaría muy feliz de conocer por fin del Palacio de Buckingham”. Juan Pujol había vuelto a casarse, tenía dos hijas y nunca había dicho a su nueva familia nada sobre su rol en la Segunda Guerra Mundial. Su primera mujer y sus tres hijos españoles no supieron que estaba vivo hasta que West lo encontró. Murió a los 76 años, en 1988, con el mérito de haber sido el único agente secreto condecorado tanto por los Aliados como por los nazis.
Según sus propias palabras, hizo todo lo que hizo porque quería evitar que el extremismo político destruyera la civilización.
Oscar Guisoni
Estudió periodismo en la Universidad Nacional de La Plata. Productor de contenidos, guionista de documentales y director. Entre sus trabajos: Deja-Vu (1995); Ciao, Diego (1996); Rapsodia (2011); Cubillo, historia de un crimen de Estado (2012). Jurado en el Décimo Festival Internacional de Cine Político (FICiP 2021).
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