El gran carnaval

Cuando escribo estas líneas, puede que el ejército de la Federación Rusa se haya quedado sin combustible, tal y como los medios occidentales señalaban durante el pasado febrero

Por Dani Seixo

«Hoy es más difícil que nunca antes en la historia comprobar la veracidad de la información que nos llega. No hay tiempo, nuestra adicción a los datos no nos deja detenernos. Los datos al alcance de la gente son demasiados, imposibles de manejar.»

Rosa Moro

«Como preguntes algo que se salga del manual, pues no volverás a salir en televisión. Nuestra libertad de prensa y de expresión.»

Pascual Serrano

«El comerciante no vende su producto al consumidor, vende el consumidor a su producto. Mejora o simplifica su mercancía, sino que se degrada y simplifica al cliente.»

William Burroughs

“El periodismo es libre o es una farsa.”

Rodolfo Walsh

Desde que se inventó la imprenta, la libertad de prensa es la voluntad del dueño de la imprenta. No se engañe Ana”, con esas palabras respondía el ex presidente de Ecuador Rafael Correa a la entonces asalariada de Televisión Española, Ana Pastor. Hasta ese momento, la entrevista había transcurrido en un tono tenso, enmarañado, más propio del espectáculo sensacionalista que del periodismo que uno espera encontrar como seña de un ente público. La periodista española insistía en «acorralar» a su entrevistado con un discurso estructurado desde una visión profundamente etnocentrista, parcial, en la que las iniciativas políticas del gobierno ecuatoriano en su contienda por erradicar los desmedidos privilegios de los que históricamente habían disfrutado hasta aquel momento los medios de comunicación privados del país, eran vistos y presentados ante la audiencia española como medidas de corte autoritario, claramente ajenas a los valores relativos al concepto burgués de libertad de prensa.

Quizás desconocía en aquel momento Ana Pastor el nocivo uso político que las grandes corporaciones mediáticas ecuatorianas hacían de su incontestable monopolio informativo, tal vez durante el desarrollo de aquella entrevista ignorase o fuese incapaz de interconectar la profunda relación de las oligarquías más reaccionarias del continente con la represión, los desaparecidos entre la disidencia, los numerosos golpes de estado y la profusión de un clima guerracivilesco y profundamente antidemocrático, emitido y publicado puntualmente a modo de terreno abonado para la violencia, por esos actores mediáticos/empresariales a todas luces escasamente parciales o pacíficos.

Puede que fuese así o simplemente puede que por aquel entonces la periodista española, hoy adalid del periodismo más corporativista y el autogalardonado progresismo televisivo español, ya actuase como parte de un mecanismo perfectamente engrasado y coordinado, que únicamente pretendía falsear y desfavorecer el relato, con la intención de transformar la toma y ampliación del poder popular ecuatoriano, también en el campo de la información y las comunicaciones, en una crónica de clase centrada en la falacia del autoritarismo y la falta de democracia en el país. Democracia transformada por Occidente en un significado carente de contenido para muchos pueblos todavía colonizados, más allá del obligado intercambio de su soberanía y recursos por el derecho a participar en una performance electoral en la que llegar a elegir entre diferentes figuras partidistas, todas ellas con un mismo dueño. Parafraseaba por tanto muy oportunamente Rafael Correa al ensayista y novelista ecuatoriano, Juan María Montalvo Fiallos, para desmontar la cínica prepotencia del periodismo europeo, creyéndose libre ante el indio bajo la censura capitalista y la dictadura de la precariedad y el desempleo.

Cuando escribo estas líneas, puede que el ejército de la Federación Rusa se haya quedado sin combustible, tal y como los medios occidentales señalaban durante el pasado febrero, puede que lo que realmente se estén agotando entre las tropas rusas sean sus reservas de misiles, extenuadas por dejar a gran parte de Ucrania sin luz, a base de bombardear únicamente parques infantiles y diversos objetivos civiles, o quizás, en Moscú se haya producido ya el tan anunciado y esperado golpe de estado contra Putin, justo un segundo antes de que las perfectamente equipadas y mejor moralizadas tropas democráticas ucranianas hubiesen llegado a la capital rusa, fruto de su avance imparable, puntualmente narrado y difundido en todas las tertulias políticas europeas. Por otra parte, quizás la realidad sea más terca que la ficción televisiva a la que algunos llaman periodismo y cuando ustedes se encuentren leyendo estas líneas, simplemente miles de soldados ucranianos y rusos se encuentren en un frente de batalla muy distinto al que ocupan las plumas de los mercenarios de la información que, a su alevoso, indigno y remunerado modo, hoy también libran una cruenta batalla por intentar blindar la hegemonía occidental frente al enemigo ruso.

En los tiempos de la información como mero espectáculo sensacionalista, la inmediatez como dopamina ponzoñosa para el debate público y la veneración al maremoto de datos fríos, aislados e impersonales como cuerpo sacrosanto del periodismo burgués, se produce la paradoja de sociedades que viven rodeadas de información, pero a su vez se muestran totalmente incapaces de huir de la mentira, la manipulación y la propaganda. Un pueblo abrumado por la información que se muestra totalmente incapaz de informarse con veracidad, incapaz de utilizar la verdad y el conocimiento como elementos revolucionarios. Como herramientas de cambio.

Por todo ello, cuando el petulante Pedro Rodríguez adorne con su fútil verborrea cada puntual sarta de falacias mañaneras, cuando los hobbits del belicismo occidental, Jesús M. Pérez Triana, Yago Rodríguez o Fernando Arancón, repitan en antena las consignas precisas para la Alianza Atlántica, cuando los corresponsales Alberto Sicilia o María Sahuquillo reproduzcan sobre el terreno punto por punto la teoría de la Agenda Setting, aderezada con innumerables falacias y oportunas imprecisiones o la censura alcance en el seno del supuesto medio progresista Público al exembajador de Nicaragua Augusto Zamora, pero no al relativista y equidistante Santiago Alba Rico, recuerden las palabras de Rafael Correa y pregúntense por el dueño de la imprenta, pregúntense por la financiación, por los beneficiados tras cada pieza informativa y los intereses e hilos ocultos tras la representación que en ese momento ocupa el escenario. Quizás solo así, mediante la cruda elección de la píldora azul, logremos al fin tomar conciencia y comenzar a comprender y dar uso a la verdad como un elemento claramente revolucionario.

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