Por Juanlu González
La imagen de Jeanine Áñez en procesión, enarbolando un Nuevo Testamento de tamaño gigante, seguida de militares y policías con el fin de exorcizar del país a un presidente indígena, que representa a un estado plurinacional inclusivo y claramente orientado a proteger a los más débiles de Bolivia, nos retrotrae inevitablemente a los tiempos de la colonización española. A sangre y fuego, a cruz y espada. Esta icónica imagen del golpe se superpone con la del ultra “Macho» Camacho rezando, de rodillas, sobre el escudo de la nación colocando una carta de renuncia para Evo Morales bajo una biblia, mientras el pastor evangelista que le acompañaba gritaba “la Pachamama nunca volverá a Palacio… Bolivia es tierra de Cristo”
A pesar de los intentos propagandísticos de ocultar lo que es imposible esconder, lo sucedido días atrás en Bolivia es un golpe de Estado de manual. Y lo es porque no se puede llamar de otra manera cuando unos militares, a quienes nadie ha votado, exigen la renuncia de un dirigente político que tiene el apoyo de la mayoría de la población y que acaba de ganar unas elecciones democráticas. Sí, las ha ganado, informes independientes han demostrado que la OEA, el ministerio para las colonias en América Latina de EEUU, ha mentido cuando ha denunciado irregularidades electorales. Incluso de aceptar sus interesadas conclusiones, el número de votos sobre los que cabrían dudas sobre su legitimidad, no es suficiente como para hacer variar el resultado final: la victoria en primera vuelta de Evo Morales sin necesidad de segunda vuelta.
Pero la farsa a la que hemos asistido estupefactos no es sino es la crónica de un golpe anunciado. Llevamos años diciendo que el imperio y sus secuaces no iban a dejar que las mayores reservas de litio del mundo, indispensables para el cambio tecnológico de la industria de la automoción en coches eléctricos, permaneciesen en manos de un gobierno antiimperialista, orientado a mejorar la calidad de vida de su población y no a llenar las arcas de Estados Unidos y sus todopoderosas multinacionales.
No sólo eso, muchos dirigentes de EEUU ya señalaron hace tiempo que Bolivia estaba en la lista de gobiernos a tumbar por todos los medios posibles. La decadencia norteamericana, la pérdida del control sobre Asia y la progresiva retirada de Oriente Medio, fuerzan a Estados Unidos a hacerse con el control de las materias primas del continente americano para mantener su poder omnímodo unos cuantos años más.
Incluso la oposición política a Morales, de dentro y fuera del país, habían manifestado previa y claramente que no iban a reconocer los resultados electorales surgidos de las elecciones de octubre. Todo estaba más que preparado para intentar dar el golpe final al periodo más brillante de la nación boliviana. Y así fue. No podían permitir que la más exitosa encarnación del socialismo del siglo XXI latinoamericano siguiese mostrando al mundo que hay otras formas de hacer política distintas a las del liberalismo salvaje, que reducir la desigualdad es posible y compatible con aumentar ininterrupidamente los parámetros macroeconómicos como ningún otro país de la región. Evo era un mal ejemplo para muchos.
No, nadie en su sano juicio puede negar que ha sido un golpe de estado. Si el problema es el resultado de las elecciones presidenciales ¿por qué obvian a los representantes electos de las cámaras legalmente constituidas en elecciones anteriores? ¿cómo autoproclaman a alguien como presidenta interina que no tiene la más mínima legitimidad democrática? ¿por la cruz, por la espada? No cabe duda de que estamos ante un golpe de vieja escuela adaptado al siglo XXII, como los otros seis cometidos en el continente en esta centuria. Que nadie piense que por poner a una mujer civil al frente del gobierno “provisional”, se va a suavizar la imagen pública de una asonada de viejo cuño. Basta ver sus ojos inyectados de odio para comprender el futuro que le espera al país hermano. Ya comenzó la represión en las tierras de las naciones originarias de Bolivia y es sólo el principio de lo que se avecina. Los muertos llenan las morgues, los heridos abarrotan los hospitales, los periodistas huyen del país, los ministros anuncian la caza de disidentes.
Un gabinete político provisional cuya misión es convocar elecciones, no puede tomar decisiones de calado como la salida del país del ALBA o la retirada de embajadores. Jamás han tenido suficientes votos para ello y tampoco los tienen ahora. Solo los fusiles los amparan. La elección de Áñez no contó con el quórum suficiente para nombrarla, es por tanto ilegal. No obstante, es la máxima responsable de las muertes en Cochabamba y en otros lugares del país donde las fuerzas golpistas se han cebado con los manifestantes y tarde o temprano, tendrá que enfrentar la justicia por sus execrables actos.
El gabinete que la autoproclamada presidenta ha conformado es fundamentalmente patriarcal, racista y oligarca. Evidentemente, no representa a la mayoría indígena del pueblo boliviano (60% de la población), ni si quiera es respetuoso con la diversidad étnica y cultural del país. Las declaraciones de la presidenta golpista contra la wiphala, la bandera multicolor que representa a los pueblos originarios de América, han salido a la luz, la policía ha confiscado muchas banderas en manifestaciones, incluso se han visto muchas imágenes de cómo se las arrancaban del uniforme. Ese ha sido uno de los mayores errores de cálculo de los golpistas. Han desatado la ira de aquellos a los que este gobierno iba a volver a dejar en la estacada.
Las imágenes de biblias durante el golpe ya anunciaban lo que se les venía encima. Las referencias contra la Pachamama y sobre Cristo de los golpistas se han vertido como desprecio a la cultura de los pueblos originarios, contra su religión y a su modo sincrético de comprender el cristianismo. Nadie les va convencer de lo contrario con unos pocos espejitos brillantes ni unas palabras huecas dichas sin convencimiento real, eso ya pasó hace muchos años, cientos de ellos. La disminución del analfabetismo y la drástica reducción de la pobreza extrema y la pobreza son algunos de los logros más importantes de las políticas de Evo.
Como tras el golpe contra Chávez de abril de 2002, cuando las clases populares bajaron de los cerros hacia el centro de Caracas para restituir a su presidente, hoy los pueblos originarios bolivianos también bajan a La Paz para exigir la vuelta de la democracia. Y están pagando con su vida por ello. Lo que sucederá en los próximos días y semanas es una incógnita. El plan golpista es descabezar al MAS, infundir el terror entre la militancia, desarticular su organización para que no pueda recuperarse del golpe y convocar unas elecciones pseudodemocráticas amañadas previamente con el apoyo de la OEA y EEUU para ratificar a los usurpadores en el poder. Su planificación es conocida desde hace mucho con bastante detalle y eso es una baza a utilizar en su contra.
No obstante, tras el reconocimiento del gobierno de facto golpista interino por parte de muchos países que no quiere cerrar ninguna posibilidad comercial futura o frente a la alternativa de la guerra civil que ya anuncian algunos analistas, la única salida pacífica posible que puede acabar con la espiral de represión iniciada, es el reconocimiento de la legitimidad del Senado y la Asamblea Legislativa bolivianas, la dimisión del gobierno «interino” liderado por Áñez y la convocatoria de elecciones libres, abiertas y democráticas pilotadas por ambas cámaras con supervisión internacional, al margen de los instrumentos coloniales de Estados Unidos y de las iglesias usadas por este país como caballo de Troya para su injerencia política.
Juanlu González
Miembro del Frente Antiimperialista Internacionlalista y del colectivo Ojos para la Paz. Colaborador de medios de comunicación internacional, como las televisiones RT, HispanTV y TeleSUR y diversas webs contrainformativas en castellano.
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