El futuro de la Italia neofascista

Los resultados de la extrema derecha en Italia no son fruto de un rápido crecimiento del pensamiento ultraderechista sino de su normalización prolongada en el tiempo.

Por Tomás Alfonso / Al Descubierto

El pasado domingo se cumplieron todas las encuestas y la extrema derecha ganó las elecciones en Italia, uno de los países del corazón de Europa y tercera economía de la Unión Europea.

Los comicios se convocaron tras un ultimátum del Movimiento 5 Estrellas a Mario Draghi, jefe del ejecutivo, que fue aprovechado por Silvio Berlusconi y Matteo Salvini para retirar su apoyo al presidente del Consejo y situarse en la misma posición que Giorgia Meloni, la única oposición hasta ese momento al gobierno de concentración. Sin los apoyos necesarios, Draghi se vio obligado a presentar su dimisión y Sergio Mattarella, el presidente de la República, convocó elecciones.

Los resultados de los principales partidos fueron los siguientes: Hermanos de Italia obtuvo el 26% de los votos, el Partido Democrático un 19%, el Movimiento 5 Estrellas el 15%, la Liga un 9% y Forza Italia también por debajo de la barrera del 10%.

En total, el bloque de la derecha (denominado «coalición de centro derecha») ha obtenido un 44% de los votos pero, debido al sistema electoral, esto se ha transformado en el 60% de los escaños, lo que le da la mayoría absoluta al partido de Meloni y su bloque reaccionario, que supera holgadamente los 200 escaños necesarios, si bien se queda fuera de los dos tercios, por lo que no podrá realizar cambios constitucionales.

El resultado de la izquierda, por su parte, ha sido de los peores de la historia y ha provocado ya la dimisión de Enrico Letta, el secretario del Partido Democrático, quien ha afirmado que no volverá a presentarse a la reelección en el siguiente Congreso de su partido.

¿Qué explica los resultados de Meloni en Italia?

Los resultados de la extrema derecha en Italia no son fruto de un rápido crecimiento del pensamiento ultraderechista sino de su normalización prolongada en el tiempo. Para entender el fenómeno de Meloni, que ha pasado del 4,3% al 25,99% de los votos desde 2018, no se puede pasar por alto que para alcanzar el Gobierno Silvio Berlusconi contó con el apoyo de la Liga (en aquella época Liga Norte, un partido regional y secesionista) y de Alianza Nacional, partido heredero del Movimiento Social Italiano (MSI), fundado en 1946 por miembros del Partido Nacional Fascista del dictador Benito Mussolini cuando fue ilegalizado tras la Segunda Guerra Mundial. Así, la propia líder de Fratelli d’Italia fue la ministra más joven de la historia de Italia de la mano del accionista principal de Mediaset, ocupando la cartera de Juventud.

En este sentido, si se observa la tendencia histórica en Italia, se ve que la derecha tradicional ha sido superada ideológica y electoralmente por la extrema derecha al tratar de coexistir y cooperar con ella. Del mismo modo, Salvini ya estuvo en el Gobierno italiano como Vicepresidente gracias a un acuerdo con el Movimiento 5 Estrellas, que también contribuyó así a normalizar partidos que debería quedar excluidos del poder o ilegalizados.

Así, desde 1994, la ultraderecha ha sido normalizada por partidos políticos de casi todo signo, y blanqueada por los grandes medios de comunicación. Poco a poco, esto ha contribuido a que la sociedad italiana no perciba como radicales, extremos o peligrosos ciertos postulados que amenazan con los derechos humanos. Que descendientes de la familia de Mussolini aparezcan como estrellas del mundo del corazón o del amarillismo periodístico tampoco ayuda.

Otro factor a tener en cuenta para comprender esta aceptación es que incluso los partidos políticos de la izquierda han comprado el marco de debate de la extrema derecha marco de debate, centrándose en los aspectos y en las cuestiones que más beneficiaban a la coalición de derechas, como la vinculación entre inmigración y delincuencia, una lectura que han adelantado personas expertas en política italiana como Alba Sidera.

Partidos de izquierda que no solo no han sabido crear un proyecto propio para el país, sino que tampoco han conseguido construir un bloque fuerte que dispute el liderazgo del neofascismo. Y esto era muy importante debido al sistema electoral, que es en parte mayoritario, lo que provoca que el que queda en primera posición en la circunscripción obtiene el único escaño en juego, dando igual así los resultados del resto de partidos.

Por esto motivo, en Italia los partidos con ideologías afines se presenten en coalición electorales para tratar de superar este hándicap. En estas últimas elecciones, Salvini, Meloni y Berlusconi consiguieron firmar un acuerdo mientras que la izquierda se presentó disgregada en varias candidaturas, lo que también ha supuesto un lastre a la hora de competir por este tipo de escaños.

A todo esto, además, se le debe sumar que en la conformación del nuevo Parlamento ya se aplicará el recorte de 630 a 400 parlamentarios, lo que también afecta a la proporcionalidad y beneficia, por tanto, al partido o coalición ganadora. Si el Movimiento 5 Estrellas, el Partido Democrático, Europa Verde e Izquierda Italiana se hubieran presentado en coalición, habrían podido disputar en votos al bloque liderado por Meloni y quizá habrían movilizado más el voto, pues también ha habido una alta abstención.

Hermanos de Italia consigue este resultado tras ser el único partido que no ha formado parte de los Gobiernos de la última legislatura, lo que también ha ayudado a Meloni a canalizar el malestar en un contexto social difícil al tiempo que evitaba el desgaste propio de asumir responsabilidades de Gobierno. Probablemente, esto es lo que le ha pasado a Salvini, que ha sufrido un fuerte retroceso electoral que ayuda a comprender el éxito del otro partido de extrema derecha, dado que comparten potenciales electores.

También hay que tener presente el desencanto con la política de amplios sectores sociales, lo cual siempre contribuye al ascenso de partidos populistas, como también se puede caracterizar al partido de Giorgia Meloni, que también ha sabido proyectarse como la única alternativa al no haber participado en el gobierno de concentración de Mario Draghi.

En este sentido, la participación ha sido la más baja de la historia, si bien no existen motivos para considerar que un menor porcentaje de abstención se hubiera transformado en más votos progresistas.

¿Qué puede pasar a partir de ahora en Italia?

Ahora es el turno de Mattarella, el presidente de la República, de encontrar un candidato o candidata de Gobierno al que encargar el deber constitucional de formar Gobierno. Cuando esto ocurra, deberá obtener el respaldo de la mayoría de los parlamentarios de la Cámara de Diputados y del Senado. Atendiendo a los resultados y las mayorías parlamentaria, resulta lógico que Giorgia Meloni, líder del partido y de la coalición más votada, sea la que asuma esta tarea.

Sin embargo, una vez se conforme el nuevo Gobierno con el apoyo de los tres partidos de la coalición de ultraderecha, no hay ningún elemento que garantice la estabilidad del nuevo ejecutivo. El sistema político italiano se caracteriza por la inestabilidad y los gobiernos duran de media algo menos de dos años, por lo que el inicio de un periodo de calma del que ha hablado Salvini no se puede dar por seguro.

Así, los malos resultados del líder de La Liga, que no ha alcanzado los dos dígitos, pueden provocarle problemas o presiones en su propio partido, que puede exigir un cambio de postura o de estrategia para no caer en la irrelevancia política. Del mismo modo, no se puede descartar un giro de Berlusconi, que sigue teniendo un su mano el Gobierno del país. Es decir, ambos podrían exigir a Meloni una alternancia, como de hecho ha pasado históricamente en Italia.

Además, existen diferencias de fondo entre los tres partidos en temas que ahora son fundamentales, como por ejemplo su posicionamiento ante Rusia y la guerra. Por lo que hace a Salvini, ha mostrado en reiteradas ocasiones su simpatía por Putin, mientras que Berlusconi ha llegado incluso a justificar la invasión a Ucrania, Esto choca con la postura de Meloni que, como presidenta del Partido de los Conservadores y Reformistas Europeos (ECR), es más cercana a las posiciones de la OTAN. Lo más plausible es imaginar que no se producirán cambios en este ámbito y que no se modificará la relación atlantista.

Sin embargo, situarse el lado de la OTAN no es situarse al lado de la Unión Europea, al menos no de sus posturas actuales. A pesar de que ha habido un retroceso de las tesis que defienden una salida de la UE, la relación Italia-UE sigue formando parte del debate público (de hecho, se presentó un partido político a las elecciones, Italexit para Italia, que defiende la salida del país de la unión y que llegó a contar con un escaño).

Es probable que se observe un aumento de las tensiones de la relación Roma-Bruselas como consecuencia del giro de Italia hacia el posicionamiento de «la Europa de las Naciones” de Hungría y Polonia, una suerte de nueva estrategia de la extrema derecha europea para crear una red que apoye por un proyecto europeo diferente al actual y que, se entiende, permita a los gobiernos de los estados miembros a aprobar normas legislativas que contravengan los principios actuales de la unión y que están perjudicando a ambos países. Principios relacionados con el respeto a unos mínimos democráticos y de derechos humanos.

En consecuencia, es posible que se exija una reforma de la UE que devuelva competencias a los Estados, si bien es difícil imaginar que Italia intente modificar su estructura económica fuera de los márgenes de lo permitido. Estudiando los casos de Hungría y Polonia se ve que, a pesar de la situación conflictiva que generan, no han podido llevar a cabo reformas de gran calado, si bien llevan muchos años haciendo camino para lograrlo, lo que amenaza tanto su financiación por parte de la UE como su propia permanencia en la unión.

Otro tema que puede ser muy importante es la tentativa de emprender una reforma constitucional, tal y como se prometió en campaña. A pesar de no contar con la mayoría suficiente de 2/3dos tercios para hacerlo en solitario, no se puede descartar que cuenten con el apoyo de partidos centristas para realizar determinados cambios.

Así, uno de los puntos principales en los que coinciden los tres partidos de la coalición de ultraderecha es en que todos quieren virar hacia un sistema presidencialista y dejar atrás el parlamentarismo, que recibe fuertes críticas y no cuenta tampoco con un gran apoyo en las calles. Para esto, quizá podrían contar Renzi y otros grupos minoritarios que han afirmado no ver mal esta reforma y podrían completar la mayoría necesaria. Otras reformas profundas como la del sistema judicial también serían posibles con esta configuración.

En el ámbito social es prácticamente seguro que se sufrirá un retroceso en materia de derechos fundamentales. El objetivo inicial de las políticas reaccionarias, por acción o por omisión de la obligación de actuar, serán las mujeres, las personas migrantes y el colectivo LGTBIQ, quienes ya llevan siendo años señalados en los discursos de las fuerzas de extrema derecha.

Giorgia Meloni le otorga una importancia fundamental a la familia tradicional, que para ella es uno de los pilares de Occidente. Para defender a la familia, según sus planteamientos, hay que atacar al “lobby LGTB” y a las políticas feministas. Desde el Estado no se promoverá la igualdad entre las personas y habrá que ver si, además de esto, llevan a cabo políticas regresivas en materia de derechos como sí han hechos sus homólogos. Derechos como el aborto, el matrimonio igualitario o la integración en la sociedad pueden verse gravemente afectados.

Los derechos de las personas migrantes y racializadas y de las minorías étnicas también podrían verse afectados. De hecho, intentar relacionar a estos colectivos vulnerables con la delincuencia y/o con la destrucción de los valores de Occidente ha sido una constante en Meloni hasta el punto que el resto de partidos políticos han comprado en parte su discurso.

En el ámbito económico, tal y como ya se ha planteado, no va a haber grandes cambios, de hecho, los mercados han reaccionado con estabilidad a la victoria de Meloni.

Lo que no es descartable es un empeoramiento de los derechos laborales y una sustitución del sindicalismo de clase por métodos de conciliación que no sirvan para defender los intereses de la clase trabajadora.

En este sentido, se espera una fuerte reducción de las prestaciones sociales, por lo que puede aumentar el empobrecimiento de los sectores más desfavorecidos. También los seres públicos puedes empequeñecerse si se sigue una política fiscal neoliberal, si bien la parte económica de su programa es un tanto ambigua.

El programa político de Hermanos de Italia, así como las declaraciones y acciones de afines y miembros del partido, que han llegado a realizar el saludo fascista en sesiones plenarias, que han sido descubiertos con imágenes de Mussolini en sus oficinas o incluso alguno elogiando a Hitler, da poco lugar a dudas de que, de consolidarse en el poder, Italia podría sufrir el mismo camino que Hungría o Polonia y transitar hacia democracias iliberales, una suerte de gobiernos híbridos donde, a pesar de mantener procesos electorales, no se dan las garantías ni los derechos mínimos para ser consideradas democracias plenas.

Sin embargo, es cierto que para llegar a ese punto, la extrema derecha debería consolidarse en el tiempo, ganar varios procesos electorales e incluso contar con la suficiente fuerza para realizar cambios en los engranajes más profundos del sistema político italiano.

Conclusión

Sin embargo, los cambios que produce un Gobierno de extrema derecha no son solo los que impulsa con sus políticas, sino también las transformaciones morales y las regresiones democráticas que provoca con su mera presencia. Ideas y discursos que hasta ahora eran minoritarios gozarán de una mayor exposición pública dado que se emitirán tanto desde los medios de comunicación como –a partir de ahora- desde las propio Gobierno.

Se trata de la institucionalización de propuestas y valores que durante muchos años se han encontrado presentes en el debate público sin haberse confrontado con suficiente contundencia. Esto hace que, paulatinamente, una sociedad como la italiana acabe tolerando lo intolerable, el odio y la discriminación, que no se encuentra presente solo en la extrema derecha sino que cala en todos los ámbitos de la sociedad.

Hace cien años, en 1922, llegaba al poder el líder fascista Mussolini. Ahora lo hace Meloni, heredera de directa de su legado. Como es normal, las diferencias de época entre ambos son evidentes, si bien sus similitudes también lo son. Un programa político basado en el odio, la discriminación y la desigualdad con una visión de la nación, las relaciones humanas y la historia que no se adapta a la realidad. Se trata de uno de los momentos más difíciles para Italia y para Europa desde el fin de la II Guerra Mundial. Su lema, «dios, patria y familia», que utilizaron ambos, es bastante revelador en sí mismo.

En Italia el fascismo se combatió y se consiguió acabar con él, pero sus consecuencias en términos de sufrimiento son irreparables. Si las consecuencias serán las mismas o no, solo el tiempo lo dirá.

 

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