El Franquismo y las bases militares de los Estados Unidos

La valoración de Carrero Blanco sobre la situación política internacional fue en líneas generales acertada pues fue capaz de prever algunos de los ejes fundamentales sobre los que pivotaría la posguerra

Por Àngel Marrades / Al Descubierto

Los acuerdos alcanzados en 1953 entre España y los Estados Unidos para el establecimiento de bases militares estadounidenses fueron el fruto de años de avances en los que la diplomacia franquista consiguió romper el aislamiento internacional y salir del ostracismo. Pero si algo marco el desarrollo de esta posibilidad de apertura fue el cambio de la situación internacional por la Guerra Fría. Desde el momento en que el Eje empezó a dar muestras de agotamiento en 1943 el régimen franquista comenzó a distanciarse de las fuerzas fascistas. Con el fin de la Segunda Guerra Mundial Franco ya buscaba abiertamente un acercamiento a los Estados Unidos como potencia dominante en Occidente. Sin embargo, antes de que pudiera materializarse ese horizonte la diplomacia española necesitó buscar otros apoyos en Iberoamérica y el mundo árabe.

La posguerra mundial

En agosto de 1945 el Almirante Carrero Blanco, hombre de confianza de Franco, escribía su «nota sobre la situación política», en el contexto del fin de la Segunda Guerra Mundial. La valoración de Carrero Blanco sobre la situación política internacional fue en líneas generales acertada pues fue capaz de prever algunos de los ejes fundamentales sobre los que pivotaría la posguerra; estos son el enfrentamiento entre bloques de la Guerra Fría y el advenimiento de la política social ante el peligro del comunismo, aunque falló en mencionar un punto esencial que lastraría al Franquismo: la descolonización, una política en la que destacaría por su inmovilismo y errores. El documento se escribió a la luz de la declaración de Potsdam, donde los líderes de los países vencedores establecieron los términos de la rendición del Imperio Japonés. En dicho declaración, de julio de 1945, se hace alusión a la cuestión española en los siguientes términos:

«Nuestros tres gobiernos [el Reino Unido, los Estados Unidos y la Unión Soviética] creen que tienen el deber de señalar que no apoyarán una solicitud de admisión [a la futura Organización de las Naciones Unidas, que sería fundada oficialmente en octubre de 1945] que sea presentada por el actual gobierno español, el cual, habiendo sido establecido con el apoyo de las potencias del Eje, no dispone, por razón de sus orígenes, de su naturaleza, de sus antecedentes y de su estrecha asociación con los estados agresores, de los títulos necesarios para justificar su ingreso».

Sin embargo, a pesar de esta dura declaración el Almirante interpretó correctamente que la cuestión de fondo de las alusiones a España atendía a los distintos momentos de la guerra; pues las concesiones a los soviéticos por británicos y estadounidenses no llegaron a ser fundamentales. Sí, suponía empujar al régimen al ostracismo al vincularlo con el Eje y negarle su entrada en el futuro organismo internacional, pero eran concesiones enmarcadas en las negociaciones de paz del teatro del Pacífico, donde los angloamericanos querían el fundamental apoyo soviético para forzar la rendición de los japoneses.

Aunque es cierto que la valoración de Carrero Blanco es demasiado optimista en los beneficios que supondría para el régimen este nuevo escenario, ignorando cuestiones fundamentales como el peso de la memoria colectiva por la guerra, las ofensas del Franquismo por su abierto colaboracionismo con las potencias del Eje y la importancia de la opinión pública. Esto se puede ver reflejado en que la interpretación sobre las relaciones internacionales es profundamente realista, estableciendo los intereses “fríos” como única consideración que tienen los Estados, ignorando otros factores y cálculos que podían hacer las potencias vencedoras. Llega a decir que los intereses son “el único motor de las relaciones internacionales”.

Este punto es bastante significativo, pues la propia dictadura de Franco establece como primera prioridad de su política exterior la supervivencia del régimen y establece necesario para ello ejercer toda la represión interna que sea necesaria. Es decir, aquí podemos ver sin lugar a duda que hay mucha más allá de los “fríos intereses”, pues cabe preguntarse en primer lugar: ¿los intereses de quién? Efectivamente en el caso de España el interés de una clase que quiere mantener su idea de nación, su ostentación del poder y perseverar en el resultado de la guerra civil y el orden resultante gobernado por el ejército, la Iglesia, los terratenientes y otro grupos de la  derecha.

Tampoco acierta en los tiempos, pues el régimen esperaba más que una Guerra Fría una guerra caliente, con lo que el perfil de España sería más valorado debido a su posición geográfica estratégica. “Habían calculado una ruptura inmediata de la alianza y el estallido inminente de una tercera guerra. La carta de Franco a Churchill para concertar las políticas de ambos países contra el comunismo en el otoño de 1944 habla por sí sola. Pero oficialmente la amistad de los occidentales con Moscú se prolongó más de lo previsto.” Este enfrentamiento entre bloques no ocurrió de inmediato como esperaba Carrero Blanco, sino que además en 1946 España fue condenada en la ONU mediante la Resolución 39 (I), organismo del que quedo marginada. Especialmente condescendiente se muestra respecto a las Naciones Unidas, que interpreta que no tendrán mayor importancia y por eso da poco peso a la exclusión española de este organismo internacional en 1945, pues decía “aún no se ha creado y que ya veremos si llega alguna vez a funcionar”, pero que por el contrario tendría importantes consecuencias a largo plazo y sería un importante terreno de batalla diplomática.

Además, a pesar de estas valoraciones el régimen, quizá porque sobrevaloró su posición negociadora, no actuó en consecuencia con las tesis que se marcó, pues no rompió de manera consecuente con los elementos fascistas. De hecho, acogió y dio refugio a muchos oficiales del Partido Nazi u otras figuras colaboracionistas como el belga Léon Degrelle; tampoco rompió el pacto de amistad con la Alemania Nazi. En este último es probable que Francisco Franco esperara una pronta recuperación de Alemania y con esto obtener algún tipo de favor por su lealtad, lo cual se demostró como un mal cálculo. Los intentos de beneficiarse de una neutralidad que nunca se observó estrictamente, como se demuestra en la crisis del wolframio, tuvieron un éxito escaso pues, mientras Europa se reconstruía, España vivió sus años de mayor autarquismo económico. Cabe recordar que España llegó a jugar con la entrada en la contienda en 1940-1941, algo que no olvidaron los Aliados, por mucho que se hicieran gestos como la ruptura de relaciones con el Japón imperial.

La cuestión social si sabe valorarla bien y la resalta como punto fundamental tomando nota de la victoria laborista en Reino Unido, dice explícitamente: “concediendo a lo social la máxima importancia”. Este es uno de los puntos desde los que articula la nueva imagen del régimen, dejan atrás las ideas totalitarismo del fascismo se apuesta por el conservadurismo clásico, el anticomunismo, el monarquismo y el catolicismo, donde se insertó el discurso social de la Iglesia. Pero hay un punto fundamental que el régimen no supo captar inicialmente como parte del nuevo paradigma que se abría con el final de la Segunda Guerra Mundial, la cuestión colonial. La ausencia de referencias a un tema que será de tanta trascendencia para España, aunque posteriormente sería abordada, muestra una falta de perspectiva.

También se puede ver como Carrero Blanco sobrevaloró la pugna interna del bloque anglosajón entre Estados Unidos y Reino Unido por la amistad de España, pues por mucho que no desearan una España comunista, cosa poco probable, el país tampoco contaba con la fuerza económica para buscar los términos más favorables. Al igual que el almirante era capaz de ver que las potencias anglosajonas “ante el convencimiento, o aún el temor, de que cualquier intento de cambio conduciría a esto [el peligro comunista], acabarán dejando que el régimen actual se desarrolle en paz”, las mismas potencias también supieron calcular que mientras dejarán que el régimen se desarrollase en paz no existía ningún peligro de comunismo y por lo tanto ninguna necesidad de subsidiar su economía con planes Marshall. Fue España la que terminó por aceptar las condiciones que le imponía Estados Unidos.

Es de resaltar por otro lado la ausencia de Francia en el análisis de Carrero Blanco, pues inicialmente la competencia no se dio entre Reino Unido y Estados Unidos, sino entre las dos potencias europeas, pues esta era zona tradicional de influencia franco-británica. Mientras Reino Unido apostaron por una posición cautelosa y por integrar a España en su esfera de influencia como parte de sus esfuerzos por mantener el Imperio, Francia tuvo desde un inicio una postura más favorable a los republicanos como medio para defender sus importantes intereses económicos en España, así como el acceso a sus colonias en África. Es decir, en la inmediata posguerra Franco contó con activos en su favor, tanto geopolíticos como económicos, pues el país era vital en algunas aspectos económicos y comerciales para una Europa devastada tras la guerra que necesitaba reconstruirse, por lo que no podían permitirse sanciones y menos el riesgo de una nueva guerra en la península que solo beneficiaría a los comunistas. Pero estos factores que ya señala Carrero Blanco no evitó que la política interna francesa diera sobresaltos a la posición española, especialmente en 1946 con el cierre de la frontera e invitando al intervencionismo.

Guerra Fría y anticomunismo

En la coyuntura de 1946 es donde el régimen saca a relucir precisamente esa política de “aguantar la presión”, de resistencia como principal propósito que ya advertía Carrero Blanco. Lo cierto es que el Caudillo supo entonces utilizar la carta del miedo a la intervención extranjera, la guerra civil y el nacionalismo, reforzándose hacia dentro, en contra del objetivo de conseguir la caída del dictador para una transición pacífica los sectores liberales y monárquicos estrecharon lazos con el régimen.

Es a partir del crucial año 1946 que las posturas empiezan a cambiar y la estrategia planteada por Carrero Blanco comienza a aflorar. En 1947, con la entrada en juego de la Doctrina Truman, las consideraciones en los Estados Unidos sobre el papel que puede jugar Madrid cambian pues el Pentágono observa el valor de una España anticomunista, estable políticamente y con un gran valor estratégico en términos militares. Las tesis de Carrero Blanco se confirman. Pero por otro lado no hubo ninguna competencia por la amistad de España, sino un cambio de los intereses y enfoque de las distintas potencias, algo que quizá no pudo captar porque no imagino un Washington tan dominante en Europa. Esto llevó a que cuando los Estados Unidos se inclinó a apostar por España los europeos (Reino Unido y Francia) bloquearon cualquier tentativa de una integración expresa de España al bloque Occidental por temor a perder peso en la Alianza, subsidios del Plan Marshall y una estrategia para la defensa frente a la URSS contraria a sus intereses. “El advenimiento de la Guerra Fría y el establecimiento de un orden bipolar, donde los Estados Unidos pasaban a liderar el bloque occidental y la contención al comunismo hizo que Washington subrayara el valor estratégico (…) comenzara a abandonar la perspectiva casi exclusivamente ideológica con la que había enfocado el tema de sus relaciones con Madrid, por un análisis en el que primaban los aspectos geo-políticos y militares.”

El Franquismo tuvo que esperar hasta 1950 para ver los frutos de su política de resistencia a cualquier cambio. Con los revulsivos de la revolución china y la guerra de Corea, el Pentágono contó con los apoyos para avanzar la integración de España en el sistema defensivo occidental.

Mapa de Europa a inicios de la Guerra Fría con el estallido de la guerra de Corea en 1950
Mapa de Europa a inicios de la Guerra Fría con el estallido de la guerra de Corea en 1950

Con la guerra de Corea en 1950, que se vislumbraba como horizonte de una guerra general con el bloque soviético, la Casa Blanca dejo a un lado todos los reparos anteriores y decidió a integrar a España en el sistema de defensa occidental. El debilitamiento de las potencias coloniales británica y francesa en el flanco sur exigían a Washington aprovechar la baza geográfica española y el anticomunismo del Franquismo para reforzar la presencia en el Mediterráneo. Los Estados Unidos también veían necesaria la profundidad estratégica que dotaba a España al sur de los Pirineos ante la posibilidad de una guerra terrestre en el Continente, una retaguardia necesaria para afrontar la posterior reconquista de Europa ante una inicial ofensiva soviética que podría barrer con las principales defensas continentales. En suma, el recrudecimiento de la Guerra Fría terminó por dar por ciertas las predicciones del Almirante Carrero Blanco, aunque no fuera de manera inmediata sus propósitos se cumplieron.

Las bases militares

El régimen de Franco se apresuro a firmar un acuerdo que permitiera la instalación de bases militares estadounidenses en la Península, el objetivo principal era el de asegurar la pervivencia del Franquismo mediante su integración al bloque occidental. Los aspectos técnico-militares del acuerdo reflejan una preeminencia absoluta de Estados Unidos en la relación. Washington tenía derecho completo de uso de las instalaciones militares, además las tropas estadounidenses tendrían completa libertad operativa para la rotación de fuerzas, tanto el tipo, se llegó a alojar fuerzas nucleares, como el número. Las fuerzas estadounidenses también contaban con jurisdicción militar propia y privilegios fiscales. El acuerdo suponía una cesión de soberanía, pues, aunque se establecía la soberanía conjunta (“Las zonas que en virtud de este Convenio se preparen para su utilización conjunta, quedarán siempre bajo pabellón y mando español”) un protocolo adicional secreto cedía a Estados Unidos la decisión sobre el uso de las bases “en caso de evidente agresión comunista que amenace la seguridad de Occidente”, sin necesidad de informar a Madrid previamente.

A cambio Madrid recibió compensaciones en forma de ayuda militar y económica, pero reducida y enfocada esencialmente a poner en marcha las necesidades militares de Estados Unidos. De los 625 millones de dólares recibidos en concepto de ayuda económica entre 1954-1957 el 41% se dedicaba a la propia construcción de las instalaciones militares de Torrejón, Morón, Zaragoza (bases aéreas) y Rota (base aeronaval). Estas ayudas económicas nunca superaron la cantidad ofrecida al resto de países aliados como parte del Plan Marshall (salvo Portugal). El gobierno español también pudo acceder a créditos (a tipos de interés del 5,25-5,75%) para la compra de productos estadounidenses y proyectos industriales, y sin duda las nuevas relaciones comerciales con Estados Unidos tuvieron un enorme impacto socioeconómico y cultural. La relación bilateral facilitó que grandes empresas estadounidenses se asentarán en España y ayudarán al despegue económico con inversiones, EE. UU. se convirtió en el primer inversor, y transferencias de tecnología y conocimiento. Las becas de investigación y cooperación científica, que llegaron a concretarse en la participación de España en el programa espacial estadounidense, fueron claves para la dotación de ingenieros y otros especialistas esenciales para la modernización económica del país. La ayuda militar fue de unos 450 millones de dólares en material de segunda mano, se redujo a pocas unidades y no equivalía a una modernización completa de las Fuerzas Armadas españolas, aunque si sirvió para dotar de adiestramiento en los sistemas y estrategias occidentales a los mandos militares.

Los aspectos políticos del acuerdo de 1953 daban muy pocas garantías a España, en primer lugar, el acuerdo era de tipo ejecutivo por lo que tenía la menor categoría posible. Esto suponía que dependían esencialmente de la voluntad política del presidente estadounidense de turno tanto para su renovación como su continuación, la seguridad jurídica era mínima. Esto repercutía sobre la ayuda económica, que era dependiente de las asignaciones anuales del Congreso, y por lo tanto del cabildeo que pudiera hacer el lobby español en Washington. En segundo lugar, el acuerdo no incluía una garantía de defensa a España en caso de una agresión. Los Estados Unidos buscaba con estas condiciones comprometerse lo mínimo posible con el Franquismo, para no comprometer la relación con el resto de los aliados de la OTAN, las limitadas aportaciones económicas iban en la misma dirección, lo mínimo y necesario para sostener al Franquismo como bastión anticomunista. De hecho, muchas de estas limitaciones también eran en interés del Generalísimo que tenía la garantía de que Washington no interferiría en la política interna del régimen.

La guerra de Ifni

La debilidad de la posición española en los acuerdos se hizo patente en 1957 con la guerra de Ifni, a un año de la independencia de Marruecos. Esta reveló el poco apoyo que estaban dispuestos a dar los Estados Unidos, pues veía en Marruecos un socio clave para la contención de la influencia soviética en el norte de África, y siempre apostó por la distensión para resolver los conflictos entre ambas partes. Además, los acuerdos imponían limitaciones para el uso del armamento estadounidense del que se había dotado España, limitándolo a un uso puramente defensivo. Aunque España pudo hacer uso del mismo avanzado el conflicto, también salió a la luz la limitada modernización de las fuerzas armadas. Más adelante en la crisis de Cuba de 1962 EE. UU. puso en alerta máxima las bases tan solo informando a España, otra muestra de la posición subalterna de Madrid en su propio territorio. Mientras la amenaza que para el régimen suponía el irredentismo marroquí no cubría a España con ninguna garantía de defensa, y la amenaza de los nuevos misiles soviéticos, aunque cubierta por la cláusula secreta de asistencia militar en caso de agresión comunista no suponía un compromiso muy firme, y por supuesto no comprometía al resto de socios de la OTAN.

Pero el Franquismo había juzgado suficientes esas clausulas debido a que su prioridad era la supervivencia, y el acoplamiento a los intereses de los Estados Unidos en detrimento de otros intereses del Estado español le sirvieron para conseguir el enganche al sistema de defensa occidental y conjurar cualquier tipo de subversión comunista o republicana interna, pues había ligado los intereses estadounidenses a una mínima estabilidad interna con la que se estaba comprometiendo políticamente Washington al firmar los Pactos de Madrid. Evidentemente los acuerdos supusieron un importante impulso para la normalización de España en la sociedad internacional, en 1956 consiguieron el acceso a Naciones Unidas y a las principales organizaciones económicas como el Banco Mundial o el Fondo Monetario Internacional.

Mapa del Magreb en 1958 durante la guerra de Ifni, al poco de la independencia de Marruecos y aún con colonias españolas y francesas en la región
Mapa del Magreb en 1958 durante la guerra de Ifni, al poco de la independencia de Marruecos y aún con colonias españolas y francesas en la región

El reconocimiento de la desigualdad de la relación hispano-norteamericana entre parte de los sectores del régimen llevó finalmente a plantear la cuestión de la renegociación ya en 1957 con el Ministro de Exteriores Castiella, en preparación a la fecha de 1963. Pero la posición conservadora de los militares y Presidencia, que estimaban como fundamental comprometió la posición negociadora de España.

“La renovación de 1963 dejó en evidencia la debilidad negociadora del Régimen: por razones militares y políticas, la cúpula militar no quiso poner en riesgo la conexión con EE. UU. De ahí que no se lograra un frente negociador unido, con coordinación entre diplomáticos y militares. La dinámica política interna del Franquismo permitió que estos últimos establecieran cauces de relación directa con sus colegas norteamericanos, muy dañinos para la capacidad de maniobra española.”

Los cambios por los que apostaban desde el Palacio de Santa Cruz terminaron por ser desechados por unos mucho más modestos, debido a las divisiones internas, y no cambiaron el fondo de desigualdad que presentaba el acuerdo de 1953. En definitiva, como se pudo ver hasta las negociaciones de 1969 la cuestión de los beneficios del acuerdo de 1953 para España se puede decir que fueron limitados respecto a lo que esta podía ganar en la coyuntura internacional. El Franquismo para asegurar su supervivencia entregó la neutralidad española a un precio muy barato y durante años obstaculizó los intentos de los sectores más reformistas de dar un giro a las negociaciones. España no obtuvo condiciones sustancialmente mejores hasta que no denunció el acuerdo en 1969 y obligó a los Estados Unidos a negociar un acuerdo en términos mucho menos humillantes para la soberanía española. Las limitaciones de la política exterior española muestran el anquilosamiento de su régimen y su poca capacidad de maniobra, que no podía hacer valer amenazas como la de un eje Madrid-París-Bonn, como se tanteó, en contraposición a Washington, pues no eran creíbles.

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