Por Angelo Nero
Artículo 39 de la Constitución de la República Democrática Federal de Etiopía
“El derecho a la autodeterminación, incluyendo la secesión, de cada Nación, Nacionalidad y Pueblo deberá tener efecto: (a) cuando una demanda de secesión haya sido aprobada por dos tercios de los miembros del Consejo Legislativo de la Nación, Nacionalidad o Pueblo en cuestión; (b) cuando el Gobierno Federal haya organizado un referéndum que debe tener lugar en un tiempo de tres años a partir del momento en que recibió la decisión de secesión por parte del consejo en cuestión; (c) cuando la demanda de secesión haya sido apoyada por mayoría de voto en el referéndum; (d) cuando el Gobierno Federal haya transferido sus poderes al consejo de la Nación, Nacionalidad o Pueblo que hubiese votado por la secesión; y e) se haya efectuado la división de bienes en la forma prescrita por la ley”.
Durante la mayor parte de la historia de Etiopía, el Kebra Nagast (La Gloria de los Reyes), actuó como relato fundacional de una monarquía instaurada por Menelik I, hijo del rey Salomón de Jerusalén y de la reina de Saba, y que gobernó esta parte del mundo, desde el siglo X a. C., casi de forma continuada, hasta el derrocamiento del emperador Haile Selassie, en 1974. Aunque los orígenes más ciertos de este país se remontan al siglo II a.C. en el Reino de Aksum que hasta el año 1150 floreció en la región que, en la actualidad, comprende los territorios de Eritrea y Tigray, siendo también esta, la primera región africana en adoptar el cristianismo (la ciudad tigriña de Axum, es todavía la capital religiosa de la iglesia ortodoxa etíope). Su idioma todavía se utiliza en la liturgia religiosa, y está emparentado con las lenguas tigriña y amhárica, cuyos pueblos son los constituyentes de la cultura cristiana abisinia, germen de la cultura etíope. Derivado de este “paradigma aksumita”, muchos pueblos (en Etiopía se contabilizan hasta 80 etnias diferentes) se han visto marginados a lo largo de la historia del país, tanto los más pequeños, como los nuer o los anwak, como los más grandes, los oromo, los más numerosos en el conjunto del estado.
Las tensiones entre los diferentes grupos étnicos que forman Etiopía han estado presentes desde sus inicios, de forma especial cuando hubo un cambio en la etnia, o etnias, dominantes. Hasta finales del siglo XIX, los tigriños y los ahmara constituyeron el núcleo del poder, si bien a partir de entonces la élite gobernante pasó a ser casi exclusivamente ahmara. También la propia expansión del imperio etíope, desde el norte hasta el sur, conquistando, casi siempre por la fuerza de las armas, nuevos territorios habitados por etnias diferentes, en las que estas se convirtieron, por fuerza, en marginadas. Esto se produjo especialmente bajo el reinado de Menelik II, que transformó la antigua Abisinia en la moderna Etiopía, conquistando a los pueblos sureños Oromo, Sidama, Gurage, Wolayta y otros, sin escatimar en grandes matanzas contra civiles y en la esclavitud a gran escala (se dice que sus ejércitos exterminaron a la mitad del pueblo Oromo, unas cinco millones de personas). Menelik II fue el fundador de Adis Abeba, desde entonces capital del Etiopía. Muchas veces se menciona el hecho de que este fue el único país africano que no fue colonizado por las potencias europeas, salvo la breve ocupación italiana, pero se obvia el hecho de que fue un estado colonialista, ya que colonizó una gran cantidad de territorios y pueblos.
La colonización también vino acompañada con un intento de asimilación cultural, imponiendo la lengua de la élite gobernante, la amhárica, la religión cristiana ortodoxa, y las tradiciones de los ahmaras, en un intento de uniformizar a toda la población del imperio, algo que, en España, nos resulta, todavía hoy, bastante familiar. La modernidad entraba en el estado etíope a través de la negación de la diversidad las etnias, de sus lenguas y sus culturas diversas.
Con el derrocamiento de la monarquía en 1974 por el Dreg, que llevaría al poder una junta militar presidida por Megistu Haile Mariam y la instauración del régimen de orientación marxista-leninista, el nuevo gobierno etíope acometió un profundo programa de reformas económicas, políticas y sociales, entre las que destacaron la reforma agraria, la nacionalización de los bancos, y también la igualdad entre todos los grupos étnicos, llevando a cabo una importante tarea de alfabetización (solo un 10% de la población sabía leer y escribir durante el imperio) en principio en los cinco idiomas principales: amhárico, oromo, tigriño, welayta y somalí, ampliándose luego a quince.
Sin embargo, esto no fue suficiente para apagar las aspiraciones de los pueblos que se sentían marginados en el nuevo régimen, especialmente los que habían sido embrionarios de Abisinia, que dieron lugar a los principales grupos armados que combatieron al Derg: el Frente de Liberación del Pueblo Tigray (FLPT) y el Frente de Liberación del Pueblo Eritreo (FLPE), a los que se unirían también otras organizaciones de naturaleza étnica: la Organización Democrática del Pueblo Oromo, el Movimiento Democrático Nacional Amhara y el Frente Democrático de los Pueblos del Sur de Etiopía, en una coalición, bautizada como Frente Democrático Revolucionario del Pueblo Etíope (EPRDF). Esta coalición lograría derrotan al Derg en 1991 y gobernaría Etiopía hasta 2019.
Con la llegada al poder del EPRDF se elaboró una nueva constitución y se convocaron las primeras elecciones democráticas en 1995. En la nueva constitución, aprobada en 1993, se reconoció expresamente el derecho de autodeterminación, en su artículo 39, que daría lugar a que ese mismo año ese derecho fuera ejercido por Eritrea, que se convertiría en el estado número 52 de África, después de un referéndum en el que su población lo decidiera por una abrumadora mayoría del 99%. También se reconocieron los derechos lingüísticos y culturales de los pueblos que forman Etiopía, y aunque el amhárico continuó siendo la lengua oficial, se garantizó que las administraciones locales pudiesen utilizar sus propias lenguas.
La nueva configuración política del país se estableció en base al Federalismo étnico, para lo que, en base a la distribución geográfica de las distintas etnias, el estado fue dividido en varios estados regionales o kilil, que adoptaron el nombre del grupo étnico dominante. Intentando buscar así un equilibrio entre los distintos pueblos, en igualdad de derechos, evitando las situaciones de marginalidad, política y cultural, que muchas etnias habían sufrido a lo largo de la historia. En principio fueron doce los kilil: Tigray, Afar, Amhara, Oromo, Somalia, Benishangul, Gurage/Hadiya/Kembata, Sidama, Wolaita, Omo, Keffa y Gambella, aunque a posteriori los estados de los estados de Gurage/Hadiya/Kembata, Sidama, Wolaita, Omo y Keffa se fusionaron en uno solo, el Estado Regional de las Naciones, Nacionalidades y Pueblos del Sur.
Todos los ciudadanos de Etiopía tuvieron que declarar su pertenencia a un grupo étnico, para ser asignados a un kilil, lo que también creo desajustes con los grupos minoritarios y con aquellos que, como los pueblos nómadas, no reconocían las fronteras, lo que provocó numerosos conflictos interétnicos prácticamente desde el inicio de la imposición de este sistema, a pesar de las buenas intenciones del preámbulo de la nueva constitución que señala: “las naciones, nacionalidades y pueblos están convencidos de que, al aceptar vivir con nuestros ricos y orgullosos legados culturales en territorios que hemos habitado por largo tiempo, hemos construido, a través de la interacción continua en varios niveles y formas de vida, intereses comunes y también una perspectiva común.”
El federalismo étnico viene marcado por la ideología del el Frente de Liberación del Pueblo Tigray (FLPT), hegemónica en el EPRDF, y por algunos de sus aliados, entendiendo que la descentralización del estado, el reconocimiento de la autodeterminación de los distintos pueblos, y un amplio autogobierno, que garantizara las lenguas y culturas de cada territorio, permitiría subsanar los problemas estructurales del país. Aunque no todos los grupos compartieron esta idea, y algunos, como el Frente de Liberación Oromo (OLF), así como el Frente Ogadení de Liberación Nacional (ONLF) no tardaron en tomar las armas contra el nuevo gobierno. De todos modos, hay que señalar que la solución etíope al problema étnico es sumamente original en el contexto africano, donde prácticamente todos los estados han tomado el camino contrario, el de crear un nacionalismo estatal (en muchos casos también bajo el gobierno de una etnia dominante), aunque esto no les ha librado de numerosos conflictos internos, con guerras de secesión incluidas, como la de sus vecinos de Sudán y Somalia.
El federalismo étnico ha mantenido la estabilidad política durante casi treinta años en el estado etíope, manteniendo un equilibrio, aunque no siempre exento de tensiones, entre las distintas etnias, a pesar que sus detractores, escudados quizás la idea de una nación etíope nostálgica del imperio, o a un nuevo etiopismo, opinan que este sistema ha roto con la unidad y la solidaridad entre los pueblos, y ha fomentado el sentimiento de pertenencia, más que a un país, a su propia etnia. Si bien es cierto que la organización política y administrativa, plasmada en la constitución, fue diseñada para lograr que todas las etnias tuvieran posibilidad de preservar su lengua, cultura y autogobierno, también hay que reconocer que los grupos más fuertes en el gobierno, en especial los tigray y los ahmara, han mantenido su poder con respecto a los pueblos del sur. El EPRDF ha sido acusado en numerosas ocasiones de violaciones de los derechos humanos y de corrupción, aunque también es curioso que muchas de esas voces que acusan al antiguo grupo gobernante, sean las que apoyen ahora al primer ministro Abiy Ahmed, que hizo toda su carrera política dentro del EPRDF, del que fue su líder, hasta que impulsó la disolución del Frente y la creación de una única fuerza nacional, el Partido de la Prosperidad, en diciembre de 2019.
Fruto de la descentralización política, en cada uno de los kilil se han creado universidades, se han construido infraestructuras civiles, vías de comunicación, escuelas y hospitales, se ha fomentado el uso de las lenguas nativas y se ha promocionado su cultura, aunque esto no ha solucionado los conflictos interétnicos, especialmente con las minorías dentro de cada estado regional, como sucedió en 2013, en el estado de Benishangul-Gumaz con los amharas, causando un éxodo de miles habitantes de esta etnia que abandonar este territorio, o a las tensiones entre oromos y somalís, que desde 2015 han forzado al desplazamiento de un millón de personas, según la ONU, así como también los continuos ataques a las comunidades amharas en Oromía.
La llegada al poder de Abiy Ahmed, de padre oromo y madre amhara, vino precedida, precisamente, de una oleada de protestas duramente reprimidas en las regiones de Oromía y Amhara, y tal vez por sus orígenes familiares su nombramiento como primer ministro despertó grandes simpatías entre las dos comunidades, las más numerosas del país, con sus promesas de luchar contra la corrupción, la firma de paz con Eritrea y con los rebeldes oromos y somalís, sin embargo en junio de 2019 los asesinatos de altos cargos del estado de Amhara fueron calificados como un golpe de estado contra este kilil, lo que fue seguido por una fuerte represión federal sobre la oposición amhara, y también fueron detenidos activistas como Jawar Mohammed, miembro del Congreso Federal Oromo (CFO), o del periodista Eskinder Nega, durante las movilizaciones por la muerte del popular cantante Hachalu Hundessa, así como el arresto de más de 5000 opositores políticos.
Aunque, quizás, ninguno de estos conflictos ha desequilibrado tanto el sistema político etíope como la reciente ofensiva de tropas gubernamentales sobre el estado de Tigray, que si bien parece haberse resultó con una victoria para Abiy Ahmed, se espera que las dificultades para gestionar la paz sean muchas, habida cuenta que los rebeldes tigrays han admitido solo un repliegue táctico, y se teme una reactivación del conflicto. Lo que no cabe duda es que el federalismo étnico ha saltado por los aires en Tigray…
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