El fascismo israelí divide al campo sionista. Los y las palestinas del 48 deben forjar su propia oposición

Una mujer sostiene una pancarta con fotos del primer ministro israelí, Benjamin Netanyahu (C), el ministro de Justicia, Yariv Levin (I), y el ministro del Interior, Arieh Derei (D), durante una protesta en la plaza Habima de Tel Aviv, el 14 de enero de 2023 (Reuters)

Cohen y su partido han intervenido en la creación de una red de milicias armadas semioficiales dedicadas a atacar a los palestinos de las áreas de 1948 [interior de Israel] en el Naqab (Negev) y en las ciudades costeras. 

Por Amir Majul / Middle East Eye / Viento Sur

Mientras el gobierno de extrema derecha de Netanyahu se apodera del control, en Israel se gesta un violento conflicto interno como no se presenciaba desde mediados de los 90.

El distanciamiento de las élites políticas y sociales israelíes conduce vertiginosamente al país hacia un abismo sin fin. Los recientes llamamientos del político de extrema derecha Almog Cohen, de Otzma Yehudit (Poder Judío), y de uno de los dirigentes más destacados del partido, el ex general de brigada Zvika Fogel, para detener por traición al ex ministro de Defensa Benny Gantz, al ex primer ministro Yair Lapid y al ex general de división Yair Golan son una incitación a la violencia política.

Un síntoma indicativo se produjo a principios de este mes cuando un conductor progubernamental del asentamiento de Elad intentó atropellar a decenas de estudiantes en Birsheba cuando protestaban por la decisión del gobierno de limitar los poderes judiciales. El cambio de política concede al Parlamento la autoridad para anular las decisiones del Tribunal Supremo israelí con una mayoría simple de votos así como el derecho a nombrar jueces.

Asimismo Cohen y su partido han intervenido en la creación de una red de milicias armadas semioficiales dedicadas a atacar a los palestinos de las áreas de 1948 [interior de Israel] en el Naqab (Negev) y en las ciudades costeras. Las milicias están respaldadas por la policía israelí. Asimismo Cohen había alardeado previamente de haber pisoteado a un padre y a sus dos hijos palestinos en la ciudad beduina de Rahat (Naqab) cuando era agente antidisturbios de la policía de fronteras.

Lucha por la legitimidad

Pero la mayor amenaza es la ausencia de autoridad del primer ministro Benjamin Netanyahu y la consolidación de la autoridad de todos los ministerios del gobierno dirigidos por miembros de los partidos sionistas religiosos que no están obligados por ninguna orden ni directiva. Así se hizo oficial a finales de diciembre, cuando Netanyahu y el partido Likud firmaron los acuerdos de coalición que incluyeron nombramientos, políticas detalladas y enmiendas. Estos acuerdos se han convertido en ley.

La lucha por la legitimidad entre políticos opuestos se ha convertido en la señal que mejor ilustra la inminente crisis en Israel. Supone además un cambio de dirección más que una mera discordia política pues la cultura del odio y la violencia de derechas entre los partidarios de los partidos sionistas religiosos así como las temerarias acusaciones de traición de sus dirigentes y la negación de legitimidad a la oposición pueden acabar en un baño de sangre interno.

A simple vista parece que el movimiento de centro-derecha y los periódicos liberales aceptaron los resultados electorales. Pero no se reconoce la legitimidad del nuevo gobierno y se habla de golpe contra el régimen israelí. Incluso el estamento de la seguridad se ha visto superado por los abusos de la actual mayoría en la Knesset. Pero el epicentro de la crisis israelí no desafía las políticas opresivas del Estado sino la composición del sistema gobernante.

Lo que Israel ha presenciado durante mucho tiempo es que quien controla el aparato del Estado ostenta el mayor poder aunque no cuente con el apoyo de la mayoría de los ciudadanos. Se está modificando el aparato estatal desde dentro para beneficiar  acciones de políticos incluso después de que su gobierno haya acabado –si es que alguna vez termina.

Por ejemplo, el rápido acatamiento del aparato estatal, especialmente de la policía, que declaró abiertamente que seguirá las órdenes de Ben-Gvir, es una señal de lo que está por venir y del equilibrio de poder interno en el Estado de Israel.

La división política en Israel se caracteriza además por la existencia de dos bloques que compiten por el poder, la extrema derecha sionista religiosa y los partidos de centro-derecha. El paisaje político no cuenta con una verdadera izquierda autosuficiente y capaz de enfrentarse a los fundamentos de la política de Israel, especialmente en lo que respecta a la ocupación y al racismo.

Los partidos de centro-derecha no son beligerantes con la extrema derecha, más bien  procuran preservar las herramientas del juego democrático y la estructura del Estado en su forma actual, en particular el sistema judicial y la separación de poderes.

El centro-derecha israelí –Yesh Atid, Azul y Blanco/Unidad Nacional, y Yamina/Hogar Judío– es obstinado, metódico y rápido en moverse en este sentido, y apuesta por la opinión pública judía. Tampoco le interesa una alianza con las masas árabes palestinas aunque le preocupa que le apoyen pero sin alzar su voz independiente, no como socias, y sobre la base del programa del centro israelí, que ni siquiera aborda la cuestión de Palestina ni la del racismo hacia la ciudadanía palestina de su Estado.

No obstante, se está produciendo un violento conflicto interno que Israel no había presenciado desde mediados de los años noventa. No se debe a que el centro-derecha haya pasado a las filas de la oposición sino a que la derecha sionista religiosa en el gobierno está planificando la remodelación de la estructura de las instituciones del Estado e imponer su ideología fascista.

El primer ministro ha asumido el papel de defensor de este plan y ataca a la oposición y su legitimidad haciéndose la víctima como si no formara parte del sistema aunque haya sido el jefe de gobierno que más tiempo ha estado en el poder.

Netanyahu es consciente de la importancia de precipitar el golpe antes de que estallen los conflictos dentro de su gobierno y de su heterogénea coalición. A cambio, Ben Gvir da instrucciones a la policía para evitar desórdenes, en referencia a las protestas de la oposición.

Transformación en un Estado fascista

Desde una perspectiva sionista, esta situación conduce al debilitamiento de Israel como Estado. No obstante, hay varias estrategias de salida posibles: Netanyahu podría lanzar una acción militar no prevista para proteger su posición de gobierno. Pero es poco probable, al menos a corto plazo. En su lugar, los dirigentes de la coalición de extrema derecha están provocando un cambio fundamental en las instituciones del Estado y provocado una quiebra profunda en la sociedad israelí. La transformación de la democracia israelí en una dictadura y un Estado fascista está en el origen de la crisis con los judíos estadounidenses y la administración Biden. Netanyahu pretende preservar la fachada de que su gobierno es democrático y ganar legitimidad internacional.

Otro escenario improbable a la luz del actual equilibrio de poder en Israel sería derrocar al gobierno de Netanyahu. La inestabilidad está provocando que parte de la población abandone el país, lo que puede conducir al deterioro de la economía israelí, de su calificación crediticia y del nivel de inversiones externas, indicadores éstos de una crisis global.

Por otro lado, los partidarios de los partidos del gobierno –del que forman parte grupos terroristas de organizaciones de colonos y milicias– están dispuestos a asaltar la Knesset y el Tribunal Supremo cuando lo consideren necesario. De hecho, no es casualidad que los tres partidos religiosos sionistas exigieran los ministerios que se ocupan exclusivamente de la cuestión palestina en toda la Palestina histórica, a ambos lados de la línea verde.

Sin embargo, también los grupos de la oposición legitiman o ignoran las cuestiones relacionadas con las y los palestinos del 48: la violación de sus derechos colectivos, el racismo estructural e individual que sufren así como la limpieza étnica y la judeización del Naqab.

El racismo estructural continúa

De hecho, son los grupos de la oposición los que avivan con frecuencia las llamas racistas en un intento de ganar legitimidad en la calle israelí, como cuando se oponen a que los activistas enarbolen la bandera palestina en las manifestaciones antigubernamentales.

Por tanto, esto exige que las y los ciudadanos palestinos de Israel reorganicemos nuestro movimiento político y popular para protegernos como pueblo y como causa. Además, nuestra oposición al gobierno actual debe apartarse de la israelí: un movimiento de resistencia independiente basado en nuestra propia agenda única.

El clima actual muestra suficientes indicios de que la transición al fascismo aún no se ha completado pero la deriva fascista no ha hecho más que reforzarse desde que los partidos de extrema derecha se hicieron con el control del gobierno y de los aparatos del Estado.

En resumen, Israel se encuentra en medio de una transformación política que tendrá implicaciones a gran escala en lo internacional, lo económico y lo financiero, que van a empeorar en un futuro próximo.

Aunque la oposición al gobierno de Netanyahu se esté avivando con fuerza y se cuestione su legitimidad, quienes se manifiestan lo hacen declarándose interesadamente israelíes sionistas, sin consideración alguna por la cuestión de Palestina ni por las luchas de las y los palestinos del 48, sin querer siquiera su colaboración en pie de igualdad.

La única manera de avanzar para hacer resistencia al gobierno fascista sería adoptar una estrategia de doble vía: una para la oposición israelí y otra para los y las ciudadanas palestinas de Israel, injustamente señaladas, atacadas, criminalizadas o expulsadas por completo del diálogo político. Aun así, para deslegitimar la coalición gobernante israelí, resolver la situación y transformar el equilibrio interno es imprescindible toda la presión palestina, árabe e internacional.

Traducción Viento Sur: Loles Oliván Hijós

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