El difícil equilibrio entre crecimiento económico y sostenibilidad

Por Joan Ramon Sanchis Palacio

Catedrático Organización de Empresas y Director Cátedra Economía del Bien Común

El pasado domingo 15 de diciembre se cerró la Cumbre del clima COP25 celebrada en Madrid con más pena que gloria. Se consiguió un acuerdo in extremis «Chile-Madrid, tiempo de actuar» que no es más que otra declaración de buenas intenciones sobre cómo abordar el cambio climático y emplaza a la COP26 de 2020 a tomar decisiones más valientes. Y es que la cumbre no había comenzado precisamente con muy buenos augurios, pues se tuvo que trasladar a Madrid porque el pueblo chileno ha tomado las calles para protestar por la pérdida de derechos humanos que están sufriendo como consecuencia de las medidas adoptadas por el gobierno neoliberal de Chile. Por si esto no fuera poco, tampoco ayuda a la credibilidad de este tipo de foros mundiales la imagen de una cumbre patrocinada por las empresas más contaminantes del Planeta (especialmente las energéticas) que la utilizan para hacer un lavado de cara. Tampoco parece que ayude demasiado a la imagen de estas cumbres los ataques viscerales por parte de determinados dirigentes políticos contra Greta Thunberg, adolescente que actualmente representa el símbolo juvenil de la lucha contra el cambio climático y la defensa del Planeta.

Pero al margen de estas cuestiones, el tema sobre el que me gustaría hablar en este artículo, al hilo de la emergencia climática, es la relación entre el crecimiento económico y la sostenibilidad. ¿Son ambos conceptos compatibles? o, por el contrario, ¿son irreconciliables?. Según la Teoría del Decrecimiento propuesta en los años ochenta del Siglo XX por Nicholas Georgescu-Roegen y fuertemente defendida por Serge Latouche, el crecimiento económico nos lleva irremediablemente a la catástrofe y, por tanto, la única opción posible es empezar a decrecer. «No es posible un crecimiento infinito en un planeta finito». Otros enfoques, como es el caso de la Economía del Bien Común de Christian Felber, sin ser tan contundentes, también plantean la necesidad de revisar el concepto de crecimiento económico y relegar éste a un segundo plano y someterlo por debajo del bienestar social y la calidad de vida de las personas. Pero antes de proponer soluciones, veamos qué significa el crecimiento económico y cuáles son los efectos que producen en las personas y el Planeta. Y sobre todo, veamos si existe alguna posibilidad de conseguir un equilibrio entre crecimiento económico y sostenibilidad.

El crecimiento económico y el aumento de tamaño de las empresas se han convertido en un fin en si mismo, en el objetivo prioritario del modelo productivo, por encima de las personas y de su bienestar.

Históricamente se ha considerado el crecimiento económico como algo positivo y sinónimo de progreso y desarrollo. Con el crecimiento se han conseguido grandes avances para la humanidad desde planos muy diversos como la ciencia y la tecnología. Esto ha hecho que durante siglos no se haya dudado de su utilidad y necesidad. Sin embargo, la preocupación por el medio ambiente y el clima del Planeta, ha ido creando grandes dudas sobre si realmente es algo positivo para las personas. La contaminación y el calentamiento global, provocados por un crecimiento económico desmedido, han puesto en cuestión sus bondades. Así, actualmente existe un déficit ecológico equivalente a 1,6 planetas, es decir, necesitaríamos más de un planeta y medio para cubrir toda la demanda de recursos que necesita el crecimiento económico a nivel mundial. La huella ecológica (superficie productiva necesaria para producir todos los recursos que consumimos) se ha disparado, mientras que la biocapacidad (disponibilidad de recursos) es cada vez menor. Según el Informe de WWF y Global Footprint Network «Vivir por encima de los límites de la naturaleza en Europa», el déficit ecológico en la Unión Europa es de 2,8 planetas, de manera que si se compara con los países del mundo con mayor huella ecológica, ocuparía la posición tercera por detrás de China y EE.UU., y justo por delante de India, Rusia y Brasil. España se sitúa por debajo de la media de la UE y solo tienen una huella ecológica por debajo de 4 países, lo que nos sitúa en una buena posición, aunque no por ello muy preocupante.

Los efectos ambientales del crecimiento económico son sin duda evidentes, y solo por esto deberíamos cuestionarlo y proponer un cambio radical del sistema económico que nos ha llevado a esta situación casi irreversible. Un modelo de producción, el capitalista, que basa su funcionamiento en el despilfarro de los recursos del Planeta. Pero no podemos analizar solo el crecimiento económico desde el punto de vista ecológico o ambiental; también hay que hacerlo desde el punto de vista social. Porque las consecuencias sociales de este modelo económico también son desproporcionadas. No olvidemos que el 20% de la población consume el 60% del PIB mundial y que las desigualdades económicas han ido aumentando con el paso del tiempo. El crecimiento económico se sustenta en unas condiciones laborales indignas y en muchos casos esclavizadoras de la fuerza del trabajo. Salarios indignos, desigualdades entre hombres y mujeres, diferencias o brechas salariales desproporcionadas, precarización del empleo, inseguridad laboral, entre muchos otros aspectos, son las condiciones a través de las cuales se consigue el crecimiento de la economía y de las empresas. También se producen abusos de poder derivados de comportamientos oportunistas, especuladores y monopolísticos por parte de las mismas grandes empresas que patrocinan las cumbres del clima, empresas que además son las que más incumplen el «contrato social».

Se han de tomar también medidas económicas, y sobre todo se ha de tomar una medida económica principal, clave: el cambio de modelo productivo.

El crecimiento económico y el aumento de tamaño de las empresas se han convertido en un fin en si mismo, en el objetivo prioritario del modelo productivo, por encima de las personas y de su bienestar. El bien común ha dado paso al individualismo y el afán de lucro como principios sacro-santos del sistema. Y en este contexto es imposible compaginar crecimiento económico con sostenibilidad. La sostenibilidad es la intersección entre las tres dimensiones: económica, social y ambiental; de manera que cualquier decisión económica ha de tener en cuenta los efectos que va a producir sobre el medio ambiente y sobre la sociedad. Si queremos garantizar la sostenibilidad, necesariamente se ha de supeditar la dimensión económica a las otras dos. El crecimiento económico no puede ser un fin en si mismo, si no el medio o instrumento para conseguir el bienestar de las personas y del Planeta (reducción de la huella ecológica). Por tanto, el problema no es el crecimiento económico, si no la manera con que éste se lleva a cabo, el cómo se crece y cómo se distribuye el crecimiento. Aquí es donde hay que centrar la atención. ¿Alguien está en contra de un crecimiento del comercio justo? o ¿de un crecimiento del consumo responsable? o ¿de que se creen empresas con fines sociales?. Hay casos en los que el crecimiento es necesario y es útil. Por el contrario, hemos de oponernos a ese crecimiento económico que se basa en «el todo vale mientras se consiga crecer», sin valorar los impactos sociales y ambientales del mismo. Por eso, la Economía del Bien Común puede ser un enfoque válido para conseguir el equilibrio y garantizar la continuidad de la vida humana en el Planeta, porque se basa en los valores de la ética y el humanismo.

Declarar la emergencia climática es necesario porque nos jugamos la vida en ello, pero sólo con medidas ambientales no podremos resolver el problema de raíz. Se han de tomar también medidas económicas, y sobre todo se ha de tomar una medida económica principal, clave: el cambio de modelo productivo. Pero sobre esto no se dice nada en las cumbres del clima, seguramente porque las empresas que financian estas cumbres son las mismas que mantienen y se aprovechan de este modelo productivo que nos lleva inexorablemente a la catástrofe final.

Por este motivo, la sociedad civil ha de tomar el protagonismo y la iniciativa en afrontar los cambios necesarios para ganar la batalla al cambio climático. Mientras dejemos en manos de las grandes empresas estas iniciativas, nada cambiará, porque el ansia por obtener beneficios financieros es desmedida y no tiene fin. El cambio se ha de hacer desde abajo hacia arriba. Sin olvidar que la gran decisión que se ha de tomar ha de ser una decisión económica, el cambio de modelo. Solo así conseguiremos el equilibrio entre el crecimiento económico y la sostenibilidad.

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