El día que el patriarcado me puso en mi sitio

Por María Page

Un día, estando en el colegio en clase de plástica, me agaché a guardar un libro en mi mochila. El ambiente era distendido. Nuestra profesora nos ponía la música que nosotros lleváramos mientras hacíamos las tareas. Sin embargo, ese día se tornó diferente a los demás. Ese día, un compañero, un “amigo”, decidió que sería gracioso darme un azote delante de todos mis compañeros y compañeras. Los que estaban cerca rieron. No me acuerdo quién o quiénes aplaudieron ese acto, solo me acuerdo de mi sensación. Entendí que esas cosas eran lo normal y, que algún día, tendrían que empezar a pasar. Comprendí que yo tenía la culpa de haberme agachado en ese preciso momento, dejando vía directa a mi “culo” de niña de 10 años. Me sentí culpable de parecerle atractiva a alguien. Después de todo hemos crecido bajo la frase “No te preocupes si un niño te pega o te molesta, eso es que le gustas”.

No sabía cómo empezar este artículo. Tampoco sabía si la historia de “mi primera vez” iba ser de gran interés. Pero lo curioso es que en este relato no sé cuántas mujeres se sentirán identificadas conmigo y cuántos hombres lo harán con mi compañero. Cuando hablamos de abuso o acoso sexual es difícil pensar en cuándo sufrimos, la mayoría de nosotras, el primer tocamiento, la primera caricia no deseada por parte de un amigo, de tu primer novio o de un profesor “cariñoso”. Muchas veces tendemos a olvidar la primera vez que nos sentimos vejadas por el simple hecho de haber nacido niñas. Una frase hiriente, un tirón del primer sujetador que llevaste a clase, la vergüenza de tener marcas de sudor tras una clase de educación física, todo ello nos ha acompañado durante años. Nos ha construido como las mujeres que somos ahora.

Hace trece años que me tocaron el culo por primera vez y recuerdo cómo cayó en mí un jarro de agua fría. Él, mi amigo actualmente, ni se acuerda de ese día ni, mucho menos de lo que me hizo.  No espero un arrepentimiento y un perdón inmediato. Ni lo espero ni lo quiero, la verdad. Únicamente me gustaría reflexionar sobre la presencia de comportamientos intolerables que tomamos como naturales, un juego de niños o, en su defecto, un acto derivado del comienzo de la pubertad. Poner en valor la importancia de educar a los niños en el respeto a sus compañeras, que sepan identificar cuándo lo que hacen agrede física e intelectualmente a los demás y qué consecuencias trae. Empecemos a dejar de enseñar a las niñas a ser valientes y fuertes (en cuánto a interacción de género nos referimos), y centrémonos en educar a los niños en el respeto, el cariño y la igualdad.

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