El desafío del “Aita Mari” en el Mediterráneo Central

(Imagen: Santiago Torrado para La tinta)

La extrema derecha crece y gana terreno en Europa mientras la crisis migratoria se agrava sin remedio. ¿Qué hacer frente a los Orbán y las Meloni, que pretenden ignorar los tratados internacionales y permiten que el Mediterráneo sea el más tenebroso cementerio submarino? 

Por Santiago Torrado / La tinta

En La tinta, hablamos con el Simón Vidal, capitán del barco de rescate Aita Mari, perteneciente a la organización Salvamento Marítimo Humanitario.

En lo que va de 2022, más de 88.000 personas provenientes de distintos puntos de África septentrional llegaron a Italia a bordo de embarcaciones precarias. Con la llegada al poder de Giorgia Meloni y su grupo extremista, el trabajo de las organizaciones de salvamento humanitario se enfrentan a un serio desafío, ya que se trata de uno de los países que mayor número de migrantes recibe cada año.

En el marco del creciente peso político de la extrema derecha en Europa, el destino de miles de migrantes resulta cada vez más incierto. La tinta dialogó con Iván Vidal, capitán de una de las embarcaciones que patrullan el Mediterráneo en misiones de rescate.

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(Imagen: Santiago Torrado para La tinta)

El Aita Mari -que antes se llamaba Stella Maris Berria y era un atunero fabricado en Gipúzcoa- debe su nombre al marino vasco Jose María Zubía, conocido popularmente por su labor como rescatista de náufragos a principios del siglo XX. Simón Vidal tiene 34 años y es, desde hace relativamente poco tiempo, el capitán del barco, perteneciente a la organización Salvamento Marítimo Humanitario (SMH).

—Simón, ¿qué es el Aita Mari?

—“Es uno de los tres proyectos centrales que tiene SMH. Por un lado, tenemos un proyecto de educación para la transformación social, que consiste en brindar charlas en centros educativos y otros espacios, para sensibilizar y crear conciencia sobre el tema migratorio. También mantenemos un proyecto de atención sanitaria en el campo de refugiados de Quíos en Grecia -somos actualmente una de las únicas ONG que permanece en ese territorio- y, por último, el Aita Mari, que es este barco de rescate con el que patrullamos el Mediterráneo Central”.

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(Imagen: Santiago Torrado para La tinta)

—¿Qué implica el giro a derecha en Italia, teniendo en cuenta que es uno de los países con mayor afluencia migratoria?

—Concretamente, han creado un nuevo decreto, desde el 4 de noviembre, que prohíbe desembarcar a quienes no sean mujeres embarazadas, niños o personas heridas o enfermas. Eso genera muchas situaciones de estrés a bordo. La estrategia que despliegan es esa: ralentizar al máximo el proceso de acogida de personas, jugar al desgaste. Por eso es importante que nosotros sigamos allí, exigiendo que se cumplan los tratados internacionales a los que Italia está suscrita.

En todo caso, es verdad que al cambio de política lo hemos notado todos. En la zona, también operaban el Geo Barents de Médicos Sin Fronteras, el Ocean Viking de SOS Mediterráneo, entre otros, y se ha notado.

—¿Qué impacto creés que tiene el crecimiento político de formaciones abiertamente xenófobas y antimigrantes en Europa?

—Personalmente, creo que es el fruto de la política del miedo. En medio de una situación generalizada de crisis, el miedo es una política que termina llevando a los extremos. Una respuesta a este crecimiento es la importancia de educar, discutir, mostrar con visión crítica que el problema de nuestras sociedades no es el migrante que viene con toda la legitimidad del mundo a buscar una vida mejor. Hay que generar conciencia también desde los medios, que son un arma para controlar ciertas corrientes de opinión.

—Existe un discurso muy difundido para deslegitimar el trabajo de las organizaciones humanitarias, que las vincula al tráfico de personas. ¿Qué podés decir sobre esto?

—Yo creo que quien ha visto el trabajo que hacemos no podría nunca decir que se trata de una actividad mafiosa. Es un argumento absurdo. Hay gente que se está muriendo en el mar para buscarse una vida mejor. Las mafias reales -y esto está profundamente documentado- están subvencionadas por Europa.

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(Imagen: Santiago Torrado para La tinta)

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