Por Daniel Seixo
«El comerciante no vende su producto al consumidor, vende el consumidor a su producto. No mejora o simplifica su mercancía, sino que se degrada y simplifica al cliente.«
El almuerzo desnudo, William Burroughs
«El viejo mundo se muere. El nuevo tarda en aparecer. Y en ese claroscuro surgen los monstruos.«
Antonio Gramsci
He de reconocer cierta sorpresa ante la estupefacción general por el pacto de las Cinco Llagas alcanzado por PP, Vox y Ciudadanos. Sorprendido no tanto por la obviedad del acuerdo alcanzado por dichas formaciones tras los resultados del 2 de diciembre, sino por la alarma general en el estado español por el regreso de la chaqueta del fascismo, esa que muchos se quitaron tras la muerte del caudillo, pero que nunca abandonaron realmente, que permanecía a buen recaudo en un gran armario en el que almacenar todas las cosas que parecían rechinar entonces para una joven democracia.
Si bien no voy a entrar en este pequeño artículo de opinión a analizar la conveniencia o no de tildar a Vox como un partido fascista, ni a discutir la particularidad de una democracia que se escandaliza ante unos resultados electorales, pero apenas repara en la infección que supone para la misma la resiliencia en su estructura de organismos herederos de la dictadura como son la monarquía, el partido fundado por uno de los asesinos de Julián Grimau o el renovado y remozado Tribunal de Orden Público –ahora conocido como Audiencia Nacional– sí quiero analizar brevemente, el sin sentido de ese grito de «Ya están aquí» por parte de la izquierda posmoderna. No señores, no están aquí, es que nunca se han ido.
La presencia del fanático Manuel Gavira en la Mesa del Parlamento andaluz, no supone sino la constatación de un proceso de derechización de la política española que comenzó con Felipe González en el gobierno y que curiosamente entra en su fase definitiva con otro socialista en el mismo. Y es que en la izquierda reside gran parte del problema. Nos hemos pasado décadas adorando y reanimando un proceso de transición en el que los cambios políticos y sociales fueron escasos y vinieron pautados por el ruido de sables de la derecha, un pacto no entre iguales, sino una vez más, realizado entre vencedores y vencidos de la historia. La transición española no mudo tras la dictadura el nombre de las grandes familias económicas del estado español, ni realizó tampoco cambios básicos y fundamentales en las estructuras judiciales, militares y territoriales de la dictadura. Entre ruptura y continuismo, España optó por el continuismo, rompiendo apenas los tabúes necesarios para su asimilación entre las democracias europeas.
Uno puede entender el miedo al retorno de la violencia, la inexperiencia constitucionalista de la izquierda e incluso el cansancio de una parte de la población que apenas décadas antes había sido prácticamente erradicada del panorama político español, pero lo que me resulta ciertamente incomprensible a estas alturas, es la insistencia en un modelo fallido por parte de una izquierda que en pleno 2018, camino ya del 2019, sigue insistiendo en el indigno coqueteo con la monarquía o en la defensa a ultranza de la transición.
La izquierda parlamentaria española, lleva hoy a cabo un gran experimento político, en el que la ideología transformadora ha dejado paso al consumo político individualista como estrategia electoral, nunca política. El votante y las elecciones han desplazado a la verdadera política como eje central, por tanto la ideología y la proyección de transformación social, han dado paso en esta década al discurso fragmentado y a la amplia oferta de productos de consumo políticos como fin último para los partidos.
Ya no se trata de ofrecer un programa serio y factible, ni del compromiso del militante de base o la acción política directa en el lugar de trabajo o en las calles. Hoy uno puede simpatizar con la izquierda sin comprometerse a nada, ejercer sus actos de protesta desde diversas plataformas sociales y elegir entre una amplia gama de etiquetas o identidades parciales e individuales con las que fabricarse su propia apariencia progresista. Muy alejada por supuesto de esos carcas fanáticos de la derecha que únicamente centran sus esfuerzos políticos en afianzar o mejorar sus condiciones materiales de existencia.
Hemos llegado al absurdo de la despolitización de la política y el mercadeo del anticapitalismo, nos hemos hecho veganos, ecologistas y feministas olvidando la estructura social común que todos esos movimientos combatían, olvidando o queriendo olvidar el compromiso social y el proyecto revolucionario común tras todos ellos. Somos una generación que sigue sin atreverse a romper con el pasado, incapaz de imaginarse un futuro y que ve como el monstruo de la chaqueta del fascismo que creíamos olvidado comienza a asomar su pata fuera del armario, volviendo a impregnar con ello nuestra habitación común con aquel viejo olor a naftalina y sangre, la sangre de aquellos que sí dieron la vida por combatir al fascismo.
Ante esto, no nos sorprendamos cuando en su salida del armario el fascismo se encuentre cómodo en la habitación, ni cuando catalanes, vascos o gallegos apuestan por buscar nuevas alternativas habitacionales ante el regreso del torturador al domicilio. No gritemos tampoco alarmados, ni digamos que han vuelto inesperadamente. El fascismo nunca se ha terminado de ir del estado español, pero si hoy regresa de nuevo a las instituciones, es de la mano de los complejos y las traiciones a su propio discurso de una parte de la izquierda que ahora grita alarmada ante el claro avance del adversario. Únicamente desde la unidad y la oposición a un sistema predador como el modelo de capitalismo de la Unión Europea, puede la izquierda española frenar al fascismo creciente en su estado. No puede existir durante mucho tiempo algo así como una neutralidad ante el sistema y una actitud agresiva ante sus consecuencias más deleznables. Vox, Ciudadanos o Eduardo Inda, son simplemente apéndices necesarios para la propagación del virus, la única solución factible pro tanto reside en el tratamiento contra el mismo y no contra sus síntomas.
Mientas La Ue del PP no meta mano a las multinacionales qe crean exodos
vamos a tener fascismo ..hasta que eso…
Ls mismos partidos que gritan que nos invaden son quienes apoyan esas multinacionales
La gente que mas apoya a Vox es de Murcia y Almeria, dnde mas necesitan inmigrantes para sus invernaderos…
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Mientras, la ONU recomienda a ls estados protegerse contra el racismo, ls fondos buitre
de esto y lo otro…
pero la Onu no tiene autoridad y solo sirve para consolarnos, y calmarnos,
tal vez conchavada con la comision-UE del PP que es la que puede y no hace
para que sigan engañandonos