El cocinero de la OTAN y la reactualización del hambre como recurso de la propaganda de Guerra

El reparto de pan, harina, arroz, leche condensada y chocolate se acompañó con textos como este: «Con los rojos pasabais hambre y frio, con nosotros, no» se decía a voz en grito desde los camiones de reparto.

Por Lucio Martínez Pereda

La guerra de Ucrania ha vuelto a poner de actualidad el hambre y los padecimientos de la población civil como uno de los elementos más empleados en la propaganda de guerra. Tal y como se ha podido comprobar con las imágenes y noticias en los medios del llamado Cocinero de la OTAN repartiendo raciones de comida en Ucrania, la lucha contra el hambre y la entrega de alimentos se convierte en este tipo de propaganda en un argumento destinado a obtener el apoyo de amplias capas de la sociedad.

Desde el principio de la guerra civil española los militares rebeldes comprendieron el potencial propagandístico que encerraba el reparto de alimentos en las ciudades recién conquistadas. Con la ocupación del territorio no solo se llevaba a cabo la conquista militar, sino algo conocido como «Liberación». El término desbordaba el sentido de conquista territorial para comprender el rescate de sus habitantes sometidos al dominio del marxismo. La victoria con las armas, pero también el reparto de alimentos; la conquista militar, pero también la “liberación del hambre roja” empezaron a figurar desde fechas tempranas de la guerra en el horizonte propagandístico del ejército. Mola fue el primer general rebelde en darse cuenta de sus provechosas implicaciones propagandísticas. La entrada en las localidades «liberadas» de los camiones cargados con comida empezó con las operaciones militares del Frente Norte. Gracias a los 6 camiones proporcionados por Mola se reparten más de 400.000 raciones de comida en Bilbao y Vizcaya. Al País Vasco se destinaron 1.319 toneladas de provisiones. Los repartos de alimentos, acompañados con grandes reportajes en prensa y la proyección de películas en los cines se repitieron posteriormente en Barcelona y Madrid.

En la retaguardia las aportaciones de dinero destinado a la compra de alimentos se presentaron como una contribución para librar a los españoles de la tiranía soviética. Textos propagandísticos como este se insertaban constantemente en la prensa controlada por los alzados: «Españoles son los que sufren la tiranía soviética en las regiones no liberadas. No regatees para la hora ya cercana de su liberación, la cantidad que ahora se te pide».

El ejército rebelde empezó la ofensiva definitiva contra Cataluña el 23 de diciembre de 1938. Disponía de una concentración de fuerzas apabullante y su superioridad era aplastante. Pueblo tras pueblo, las localidades son ocupadas por las tropas. Las filas de personas huyendo hacia la frontera con Francia ocupaban kilómetros y kilómetros de carretera. La población, antes de huir, asaltó las tiendas de comestibles, buscando la comida para alimentarse durante los días de viaje que les esperaban antes de llegar a la frontera. Cerca de medio millón de hombres y mujeres, intentaron escapar por las carreteras heladas que llevaban a Francia, acosados por los ataques de la aviación franquista. El día 24 las tropas alcanzan el Llobregat, la última defensa natural de Barcelona y el 26 de enero entran la capital catalana. Cuando los soldados descienden desde el monte Montjuich y el Tibidabo, se encuentran con una ciudad paralizada por el miedo. Oriol Bohigas, el arquitecto, escribe en sus memorias: “el protagonista era el pan (…) llegaba en inmensos camiones (…) todo el mundo se había convertido al franquismo, sin saber que significaba y sin intuir sus consecuencias». El reparto de pan, harina, arroz, leche condensada y chocolate se acompañó con textos como este: «Con los rojos pasabais hambre y frio, con nosotros, no» se decía a voz en grito desde los camiones de reparto. Los alimentos eran un desquite de las vejaciones y sobresaltos pasados durante la «dominación roja». Después de años de tiranía y opresión, los catalanes; heridos en su fibra patriótica; tenían «hambre» de España. La propaganda, dirigida por el entonces Jefe del Servicio Nacional de Propaganda, Dionisio Ridruejo, hablaba del reparto en Barcelona capital de un millón de raciones diarias durante 15 días, hasta la normalización del abastecimiento. Pero lo cierto es una vez logrado el efecto propagandístico de las primeras imágenes se suspendieron los abastecimientos de alimentos.

Si hubo una oportunidad de gran repercusión propagandística, esa ocasión fue la entrada de los camiones en Madrid. Finalizada la exitosa «liberación» de Barcelona faltaba el colofón final: liberar del hambre al que el «yugo rojo» tenía sometido a una ciudad de un millón de habitantes.

Minar la moral de victoria del enemigo equivale a fortalecer la propia. Cualquier esfuerzo bélico precisa de una retaguardia, que estimulada por el ánimo de la victoria esté en disposición de volcarse a favor de ese esfuerzo: solo así se conseguirá que el envío de soldados, armas, alimentos y pertrechos de guerra al frente no se considere una carga rechazable. La prensa preparó propagandísticamente la recogida de víveres publicando las «atrocidades de las hordas marxistas cometidas durante el tiempo en el que la ciudad se vio sometida al dominio rojo». Se instrumentó un mito sobre el hambre republicana hecho de los padecimientos sufridos por una población tiranizada por sus gobernantes. Los textos transmitían una visión dantesca del hambre pasada en la capital. Mientras los madrileños se veían obligados a comer animales: «perros, gatos y otros animales han servido de alimento al vecindario madrileño», los jefes» rojos se dan pantagruélicas comidas en las checas» y «se mataban entre si tras disputarse a tiros los camiones de víveres». Una imagen distópica de feroces enfrentamientos internos que contrastaba con el eficaz orden al que estaban sometidas las actividades diarias de la pacifica zona franquista. El hambre se constituyó en elemento decisivo de la representación de un caos culpable inherente a la destrucción revolucionaria.

Numerosos testimonios se refieren a acciones propagandísticas —con el hambre como protagonista— encaminadas a propagar el pesimismo en el territorio republicano. El repetido lanzamiento por parte de la aviación franquista de toneladas de pan sobre Madrid, unido a una campaña de derrotismo organizada por la Quinta Columna, buscaba «minar la moral roja». Así se reconoce en un despacho de octubre de 1938 de la Jefatura del Aire, dando cuenta de las operaciones de la aviación franquista: «La proyección de pan sobre Madrid es la mayor propaganda que se ha hecho.»

En 1938 la abundancia de comida y productos básicos de la zona franquista contrastaba con las privaciones y las dietas miserables y los constantes ataques aéreos que asolaban al territorio republicano. El hambre tenía un poder desmoralizante superior a los bombardeos. El falangista lucense Luis Moure Mariño recuerda en sus memorias como cuando estaba trabajando en Radio Nacional de Salamanca pusieron en marcha; siguiendo instrucciones del Estado Mayor; una sección titulada «platos del día». Difundían radiofónicamente los menús servidos en los hoteles y restaurantes de las ciudades rebeldes:» al lanzar esos menús a las ondas, poníamos de relevancia la abundancia que imperaba en la «zona nacional», en contraste con la miseria reinante en la «zona roja»

La falta de alimentos contribuyó a agudizar la desesperación. A principios de 1939 el pesimismo producido por la caída de Cataluña y el agotamiento físico y moral provocado por 30 meses de resistencia, había minado a los madrileños: el hambre socavó el nervio moral de las masas populares republicanas y resultó por lo menos, tan eficaz como las balas y las bombas.

La entrada de las tropas franquistas en Madrid fue una nueva oportunidad para reactivar la propaganda del hambre. La dramatización de la precariedad alimentaria de la retaguardia republicana sirvió para completar la imagen mitificada de un Franco que a su status de victorioso Caudillo militar, sumaba ahora la nueva condición de «Padre Munífico» de una patria hambrienta. El dictador dejaba para el final la conquista de la ciudad y quería hacerlo con la «Liberación» de una capital, con los mismos madrileños clamándole como padre protector que velaba por los destinos del pueblo. En abril de 1939, el ABC del jubiloso Madrid recién liberado, se refiere a la ayuda alimentaria llegada en los camiones como «pan de Franco»: «trayendo a la capital mártir hasta ahora del terror marxista el pan de Franco, pan ganado con las puntas de las bayonetas del glorioso Ejército nacional».

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