“El suicidio varía en proporción inversa al grado de integración de los grupos sociales a los que pertenece el individuo.”
Emile Durkheim
“El comunismo no priva a nadie del poder de apropiarse productos sociales; lo único que no admite es el poder de usurpar por medio de esta apropiación el trabajo ajeno”.
Karl Marx
“La muerte de mi padre fue el éxito de objetivo de ellos”
Noémie Louvradoux, hija de un trabajador de France Télécom
“Hay una guerra de clases, de acuerdo, pero es la mía, la de los ricos, la que está haciendo esa guerra, y vamos ganando“
Warren Buffett
Ahorcarse, provocarse una sobredosis, inmolarse… Entre 2007 y 2010, treinta y cinco empleados según la versión oficial, puede que cerca del doble según sus propios compañeros, decidieron quitarse la vida tras verse acosados, señalados y totalmente acorralados por diversos directivos del antaño monopolio francés France Télécom, actualmente Orange. Cuando en plena revolución tecnológica global e inmersos en la ardua tarea de intentar alcanzar la reestructuración de la empresa tras su privatización, la dirección de la empresa pretendió a toda costa forzar la salida voluntaria de cerca de 22.000 de los 120.000 trabajadores, únicamente con el objetivo en mente de conseguir mayores beneficios de cara a atraer a futuros accionistas para una empresa que aspiraba a ser líder en su sector, la situación laboral, el día a día para muchos de sus trabajadores, pasó a ser directamente insoportable. Diversos altos representantes, entre los que se encontraban Didier Lombard, consejero delegado, su número dos, Louis-Pierre Wenès, y el director de recursos humanos, Olivier Barberot, todos ellos altos cargos, decidieron entonces que con la finalidad de poder alcanzar los objetivos fijados previamente en su estrategia empresarial, las medias drásticas y el acoso moral a sus empleados, suponían sin lugar a dudas unas difusas e insignificantes líneas rojas que bien valía la pena sobrepasar en sacrificio al altar del neoliberalismo y el supuesto progreso de la compañía que dirigían aparentemente de forma exitosa con mano de hierro.
Los testimonios de los empleados de la compañía y especialmente las voces de los familiares y amigos más cercanos a aquellos que bajo una constante y extrema presión se vieron obligados a renunciar a sus vidas, suponen una década después de todo aquello un duro golpe de realidad acerca de una maquinaria humana totalmente desechable para el sistema capitalista. Meros nombres moldeables y dirigidos al colapso definitivo desde el cuadro de mandos de una multinacional inmersa en la agenda neoliberal que durante décadas dirige el rumbo y la realidad diaria del sistema capitalista en el que nos vemos inmersos y que apenas repara en las trayectorias vitales y las necesidades de aquellos que se ven obligados a sacrificar su tiempo, su fuerza de trabajo y en demasiadas ocasiones, incluso sus vidas. Orange, la que durante mucho tiempo fue primera empresa del CAC40, no es una excepción inhumana a un marco de juego moral y empresarialmente impecable en el que las ganancias y la responsabilidad son repartidas con equidad entre diferentes piezas de un mismo puzle, no nos engañemos, tengamos al menos en este momento una pizca de decencia en honor a la verdad y a todos aquellos trabajadores que decidieron quitarse la vida ahogados por un ritmo de trabajo excesivo y unos planes corporativos en los que nunca llegaron a tener voz, ni voto. Las tácticas cainitas, las empresas depredadoras y el entorno de guerra interna entre empleadores y empleados, supone una constante irrefutable en un sistema en el que el sacrificio nunca es suficiente, en el que las cuentas de beneficios nunca llegan a contentar a los dioses del mercado de valores, en el que los pequeños emperadores que dirigen las grandes multinacionales, siempre van a necesitar mayores esfuerzos por parte de sus ejércitos de esclavos asalariados de cara a lograr sobrevivir al duro invierno de la competencia capitalista despiadada y en el que nadie en esa jungla en la que se ha convertido la propia sociedad, excepto sus más allegados, acostumbran a preocuparse por un trabajador que se muestra incapaz de seguir un ritmo físico y mental diseñado para convertir a una persona en un mero muñeco roto. En todo momento prescindible por el beneficio de unos pocos, por una décima más en las pantallas bursátiles de medio mundo.
Quienes se sentaron en el banquillo de los acusados, señalados por un cainismo homicida que llevó a muchos de sus empleados a querer arrebatarse sus vidas, no son más que la punta de iceberg de este sistema capitalista, no son más que pequeños individuos representando a un liderazgo capaz de empujar a los suyos al suicidio
Cuando una década después los directivos de France Télécom se sentaron el banquillo de los acusados imputados por hostigar a muchos de sus empleados hasta el punto de obligarles a quitarse la vida, sin duda asemejaban más envejecidos, empequeñecidos por la situación y expectantes ante una responsabilidad que probablemente nunca pensaron ver depositada sobre sus hombros. Seamos sinceros, a todas luces resultan escasas las ocasiones en las que la justicia o el destino hace pagar a gente como ellos por la vida de meros sujetos anónimos pertenecientes al mundo del trabajo sobre el que reinan. Son millones los sacrificados en el mercado laboral cada año y apenas existe justicia para ellos, por lo que nada hacía pensar que en aquella ocasión fuese a resultar diferente. Aunque en cierta medida no esté demasiado publicitado, ahí fuera existe una guerra por los recursos, una guerra por el control absoluto de los medios de producción, una guerra que normalmente queremos obviar y que desgraciadamente para nosotros, miembros de la despojada clase trabajadora, vencen por ahora a todas luces las clases dirigentes, la burguesía, el tejido empresarial supranacional que sobrevive y medra por encima del bien y el mal. No nos equivoquemos, el castigo y el reproche del sistema a estos altos cargos no viene tanto por su ínfima humanidad o su perversa lógica de las relaciones grupales con la que han terminado por reducir a mero sufrimiento el funcionamiento interno de sus empresas. El castigo se centra en su torpeza para dejar que tan crueles actos saliesen a la luz pública y sirviesen como punta de lanza a una sociedad hastiada y agotada por un modelo productivo capaz de sacrificar sus vidas por un nuevo yate en Puerto Banús, otro baño en agua de manantial natural de Evian en el Hotel Victor en Miami Beach o la experiencia de rozar el asfalto con un Rolls-Royce Boat Tail por apenas 23 millones de euros en un mundo en el que millones de personas sobreviven con apenas un euro al día. No han sido por tanto castigados por su crueldad e inhumanidad, sino por la torpeza de hacerla patente sin apenas cortapisas en un mundo en el que los desheredados son millones y los explotadores suponen apenas los nombres necesarios para saldar nuestras cuentas.
Las praxis diseñadas y finalmente puestas en práctica por Didier Lombard, su número dos, Louis-Pierre Wenès, y el director de recursos humanos, Olivier Barberot, tenían como objetivo socavar las relaciones humanas entre sus empleados y con ello al fin lograr establecer un clima diario plenamente asfixiante en los pasillos de la mayor operadora de telefonía de Francia. Con suma paciencia, pero sin pausa en su labor, los directivos de la compañía establecieron las directrices propicias para avanzar en el objetivo de lograr que miles de trabajadores se quitasen de en medio fuese del modo que fuese de cara a lograr un clima económico más propicio para el nuevo rumbo de France Télecom en la descarnada disputa por el podio del capitalismo global. Los antaño imprescindibles empleados que a lo largo de los años habían aportado su conocimiento y esfuerzo para el continuo crecimiento de un proyecto común, ahora simplemente eran vistos como un mero lastre, rémoras inservibles para los nuevos objetivos y como tal debían ser contempladas en el trato diario. Desvalorizaciones, humillaciones, desplantes, tácticas cercanas, si no directamente enmarcadas en el acoso laboral y personal, todo resultaba entonces válido con tal de poder arrinconar a las piezas sobrantes de ese nuevo proyecto diseñado y ejecutado para otorgar los máximos beneficios económicos en poco tiempo de cara a lograr impresionar a los nuevos accionistas.
Todavía queda esperanza para seguir luchando, todavía resulta urgente encontrar nuevas causas, nuevos liderazgos y nuevas formas de relacionarnos.
Joel Peron de 59 años, compañero de Rémy L, quién decidió quitarse la vida quemándose a lo bonzo en el estacionamiento de la comisión de Mérignac, relata como desde la compañía eliminaron sin previo aviso su puesto de trabajo, ofreciéndole reubicarse en uno mucho inferior como teleoperador como forma de degradarlo y como tras eso relegaron a un despacho en el que se pasaba los días solo, sin tarea alguna, listo para soportar años de desprestigio diario y acoso por parte de sus superiores con el único fin de conseguir dinamitar sus resistencias hasta lograr apartarlo de la compañía.
“Soportas desvalorizaciones y humillaciones constantes. En las reuniones te dejan en ridículo en público, haciéndote preguntas para pillarte y tendiéndote trampas. Mi superior me decía que todo estaba mal y cuando hacía algo bien se lo atribuía a otro”
France Télecom aislaba a sus empleados, rompía el posible compañerismo y trabajaba poco a poco para desmoralizarlos, humillarlos y destruir sus posibles defensas ante las nuevas pretensiones de sus directivos para sus vidas. Pronto un individuo aislado comienza a notar los efectos de una constante humillación y desvalorización de su trabajo, pronto, ante la incapacidad para comunicarse con sus compañeros y poder focalizar en contexto lo que está sucediendo, comienza a dudar de su propio valor como trabajador, pero también como ser humano. Día tras día, durante largas jornadas de trabajo en la que no existe tarea o motivación alguna para tu propia persona, las palabras que te hacen sentir como un inútil, como una pieza que sobra en el tablero o incluso entorpece la evolución y progreso del grupo de trabajo, comienzan a traspasar lo laboral, para impregnarse en la propia intimidad de los empleados. Las personas comienzan a asumir que son un estorbo, las enfermedades hacen su aparición en escena y a las depresiones y los infartos se suman las tentativas de suicidio y los casos que logran en este sentido alcanzar el éxito en diferentes departamentos y secciones regionales. En un principio nombres sobrantes, puestos finalmente liberados, tragedias anónimas que a nadie importan entre las paredes de la oficina, pero con el paso del tiempo esa negra sombra es demasiado extensa como para poder taparla, pronto los focos apuntan a las víctimas, el escándalo se filtra y aquellos que seguramente eran alabados por los accionistas por sus excelentes tácticas a la hora de conseguir reducir las cargas salariales debidas al número de empleados, se encuentran finalmente sentados en el banquillo de los acusados, imputados por su responsabilidad a la hora de prender la llama que llevó a Rémy L y a muchos otros a explotar y renunciar a sus propias vidas fruto del desprecio, el acoso y la locura desatada por Fance Télecomo sobre gran parte de su plantilla. Todo ello en honor al altar bursátil, fin único de semejante alarde de falta de cordura y humanidad.
Las praxis diseñadas y finalmente puestas en práctica por Didier Lombard, su número dos, Louis-Pierre Wenès, y el director de recursos humanos, Olivier Barberot, tenían como objetivo socavar las relaciones humanas entre sus empleados y con ello al fin lograr establecer un clima diario plenamente asfixiante en los pasillos de la mayor operadora de telefonía de Francia
El suicidio sigue siendo un tabú en nuestras sociedades, algo de lo que no se habla, algo de lo que no se escribe, algo de lo que no queremos saber nada, pero que a día de hoy sigue copando las causas de muertes no naturales a lo largo de gran parte del planeta. El conocido efecto Werther, denominado así por la novela publicada en 1774 “Las penas del joven Werther” de Johann Wolfgang von Goethe y en la que su protagonista sufre de tal forma los efectos del desamor que llega a decidir finalmente arrebatarse la vida, viene a señalarnos que la difusión de la noticia de que un individuo ha decidido arrabatarse la vida, se asocia comúnmente con nuevos intentos de otros individuos por proceder con idénticas decisión. La propia novela a la que este efecto debe su nombre llegó en su momento a estar prohibida por el profundo temor de las autoridades ante una previsible ola de jóvenes imitando a su protagonista y decidiendo poner fin al dolor que esta existencia mundana les provocaba por muy diferentes razones. Por ello el mutismo ante el suicidio ha consistido siempre la totalidad de la defensa de nuestra sociedad ante aquellos componentes vitales que por imitación o mera desesperación ha provocado que muchos de nuestros congéneres hayan decidido arrebatarse la vida y renunciar a una existencia plagada de dolor y desdichas. Puede que el componente pecaminoso de esa decisión para sociedades todavía demasiado impregnadas de los postulados religiosos de manera más o menos pública, sea lo que nos ha llevado a preferir el silencio y las sombras al proceso curativo de la reflexión y la luz sobre los motivos y las causas que llevan a diferentes individuos a renunciar a sus vidas. Cierto es que autores como Émile Durkheim y su célebre obra “El suicidio” han arrojado el peso de la ciencia social sobre tan desconocida realidad para el gran público, pero no menos cierto es que resultan necesarios mayores esfuerzos en el estudio y que casos como el de France Télecom siguen siendo silenciados y ocultados a la opinión pública hasta que el daño es ya demasiado evidente e irreparable como para poder ocultarlo durante mucho más tiempo.
En realidad el suicidio supone un fracaso colectivo, un error continuo en la concepción de la vida y de los objetivos y fines realmente importantes en esta. Supone la constatación evidente de que nuestros ojos a día de hoy continúan focalizando una senda totalmente errada y que mientras el dinero, el prestigio, la fama o la fortuna suponen a día de hoy razones y motivos innegociables para gran parte de la población y sus dirigentes, la soledad, el abandono vital, el rencor, el odio y el desprecio absoluto de muchos de nuestros congéneres en aras de esos preciados motivos, sigue arrojando al altar del capitalismo miles de vidas humanas arrebatadas por su propia iniciativa o por la de otros en firme decisión de sobrepasar cualquier impedimento que les obstaculice alcanzar lo que a día de hoy consideramos como éxito para nuestras vidas. Estamos liderados por individuos o instituciones capaces de renunciar incluso a lo más básico de nuestra humanidad, incluso la raíz de nuestra existencia como seres sociales, únicamente por constatar cifras de resultados ilusorias, por meros abalorios cada día más ostentosos e inalcanzables en la soledad de su reinado sobre el bien y el mal. A todas luces, el problema de France Télecom no es un caso aislado, no es un error descontextualizado que solventar para que todo vuelva a funcionar acompasado en nuestras sociedades, verlo así resultaría realmente cínico e infructuoso de cara a lograr solucionarlo con éxito.
Con la finalidad de poder alcanzar los objetivos fijados previamente en su estrategia empresarial, las medias drásticas y el acoso moral a sus empleados, suponían sin lugar a dudas unas difusas e insignificantes líneas rojas que bien valía la pena sobrepasar en sacrificio al altar del neoliberalismo y el supuesto progreso de la compañía que dirigían
Quienes se sentaron en el banquillo de los acusados, señalados por un cainismo homicida que llevó a muchos de sus empleados a querer arrebatarse sus vidas, no son más que la punta de iceberg de este sistema capitalista, no son más que pequeños individuos representando a un liderazgo capaz de empujar a los suyos al suicidio, la desesperación y el ocaso con tal de que la ostentación y el poder siga medrando para el uno por ciento de la población, esos que a día de hoy suponen la cabeza de máquina de una locomotora que se dirige al desastre. Quienes hoy se enfrentan a esa condena judicial, moral y social, tan solo son señalados por ejecutar las reglas del juego de una forma tan evidente, descarnada y descuidada, que ha logrado exponer ante el conjunto de la sociedad las consecuencias de nuestra existencia en el discurrir de este sistema económico y social. Hoy los hemos juzgado por ponernos cara a cara frente a nuestro propio reflejo en el espejo. No nos engañemos, unos cuantos nombres en un banquillo, no van a depurar la responsabilidad social que nos envuelve, ni debería tampoco poder expiar los pecados de un liderazgo capaz de medrar incluso pagando el precio de la sangre de sus empleados.
La adicción al crecimiento a toda costa, la sumisión ante el poder y la demencia de esta élite sustentada por sus ansías de consolidar su actual status social y económico a toda costa, incluso dilapidando a sus propios congéneres si resultase necesario, nos lleva al desastre, nos encara a una senda en la que derrochar recursos, vidas e incluso esperanzas en la construcción de unos moáis regados con la sangre de un pueblo que únicamente dejará desierto y piedra para las futuras generaciones. Quizás la ceguera de nuestras puntas de lanza social, nuestros líderes y la falta de esperanza, la firme creencia en que hemos llegado al ocaso como sociedad, sea el verdadero motivo para bajar los brazos. Quizás no sea tanto un efecto contagio, como una constatación de que requiere mucho esfuerzo tan solo vivir. Sea como sea, todavía queda esperanza para seguir luchando, todavía resulta urgente encontrar nuevas causas, nuevos liderazgos y nuevas formas de relacionarnos.
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