Lo que ocurrió el domingo fue un acto cuidadosamente montado con apoyo explícito de policía militar, fuerzas armadas y Gobernadores de ultraderecha que culminó con un asalto extraordinariamente simbólico.
Por Remedios Copa
Es difícil describir las emociones que me provocan los acontecimientos vividos en Brasil en este corto, pero intenso, espacio de tiempo. Intenso en impactos extremos y contradictorios.
El civismo, la alegría, esperanza y sensibilidad que el pueblo brasileño manifestó el día 1 de enero en la explanada de los Tres Poderes, repleta con 40.000 personas, y en sus alrededores con más de un millón de participantes, nos emocionó y llenó de admiración y respeto a quienes con ellos compartimos aquellos inolvidables momentos.
Eran momentos de ilusión y esperanza para un pueblo que había sido maltratado y explotado por el neofascismo salvaje del Gobierno de Bolsonaro y su tropa de bien pagados, ya fuese con nombramientos para ocupar puestos lucrativos, o concediendo la explotación y el expolio extractivista de los recursos del país. Mientras esa política enriquecía y empoderaba a una élite minoritaria, empobrecía e ignoraba a la gran mayoría, negándoles incluso el más elemental auxilio durante la pandemia del Covid-19 y llevando al país al récord mundial de fallecidos, con más de 700.000 registrados; mientras eso sucedía el Presidente disponía de varios equipos de oxígeno de reserva en sus aposentos. Todavía en diciembre ni siquiera había comenzado la vacunación de los niños en la mayoría del país, ni había existencias de vacunas suficientes para extender la campaña.
Pero dejando de lado estos aspectos, graves por cierto, vayamos al intento de golpe de Estado del pasado domingo, día 8 de enero. Un Gobierno que, como se acaba de descubrir, parece que preparaba el golpe para perpetuarse en el poder ya desde antes de que se celebrasen las elecciones, para actuar en el caso de perderlas.
Comenzaré por expresar el estupor y la tristeza que dicho acto terrorista produjo no solo en mí, también en todo el entorno que me rodeaba. Ese día ya estábamos en Fortaleza y nos sorprendió ver de nuevo una acampada de bolsonaristas junto al cuartel, separados únicamente por la calle. A las 15 horas los acampados cantaban y bailaban, agitando banderas alrededor del cuartel. Era la hora en que los bolsonaristas de todo el Estado coordinados iniciaban si rechazo a la legalidad y al resultado de unas elecciones democráticas en las que más de la mitad de la población brasileña optó por Lula frente a Bolsonaro.
Ni que decir tiene que ver a las pocas horas como la plaza de Los Tres Poderes era tomada de forma vandálica y los tres edificios que concentran el Poder de Brasil estaban siendo profanados y destrozados, nos estaba dejando en shock. El contraste de aquel vandalismo agresivo, amenazante y destructivo que nada tenía que ver con el pueblo brasileño que acompañó al Presidente Lula el día de la toma de posesión era difícil de creer.
Lo que en principio parecía una provocación para que se tomaran medidas punitivas inmediatas, y si hubiera muertos o heridos graves mejor, porque así ya se podría decir a los brasileños que Lula era un represor. Esta opinión se comentaba en el entorno donde me encontraba, aunque también se advertía que la izquierda tenía que abrir bien los ojos porque tenía tendencia a la inocencia y los bolsonaristas estaban muy soliviantados, aunque desde la derecha intentaban justificarlo todo, (acampadas en cuarteles, manifestaciones y actos delictivos previos), como «libertad de expresión». Era obvio que algo iba a pasar, entre otros indicios, porque en los últimos días Bolsonaro seguía insistiendo en que le habían robado las elecciones, pero no todo estaba perdido y les pedía que no le decepcionaran.
Nuestro sentimiento era de una gran preocupación, miedo, (sobre todo hasta ver cómo se resolvía el desalojo), y una profunda tristeza, porque aquel Brasil que se celebraba el día 1 de enero como un triunfo para la espera y la democracia brasileña era también un soplo de esperanza en el mundo. Ver el cariz que tomaban las cosas nos recordaba los golpes blandos, y no tan blandos, que están sufriendo otros países y no solamente en América Latina.
Ahora, a día de hoy, ya se tiene información fehaciente de que este golpe, o algo parecido que muchas personas nos temíamos, aunque no de ese modo, ya fue preparado en el año anterior. Lo que ocurrió el domingo fue un acto cuidadosamente montado con apoyo explícito de policía militar, fuerzas armadas y Gobernadores de ultraderecha que culminó con un asalto extraordinariamente simbólico. Un simbolismo que la misma tarde fue recuperado y puesto en valor in situ por el Gobierno de Lula y la representación de los Poderes Judicial y Legislativo que, reunidos y mostrando la unidad de los Tres Poderes y el control de las Instituciones del Estado que habían intentado destruir los bolsonaristas, mostraban el triunfo de la legalidad y la democracia sobre el vandalismo y el golpe de Estado.
La ternura de Lula no impidió la firmeza e inteligencia para afrontar tan difícil situación. Poco después de las 18 h. Lula leía y firmaba el Decreto que ordenaba la Intervención Federal en el Distrito y la toma de las primeras medidas con carácter urgente. Hubo ceses de inmediato de determinados mandos, tanto en cargos civiles como en el ejército, y la Presidencia del Supremo Tribunal Federal ordenó la detención e ingreso en prisión del Jefe de Seguridad y antiguo Ministro con Bolsonaro, A. Torres, y del Gobernador Ibaneis que lo nombró y mantenía en el cargo.
Al día siguiente, el Presidente Lula mantuvo una reunión con los Gobernadores en su despacho del palacio de Planalto, espacio que los golpistas no fueron capaces de vulnerar. Tanto esas reuniones como las tomas de posesión de la Ministra para los Pueblos originarios, Sonia Guajajara, y la Ministra de Igualdad Racial, Anielle Franco, (hermana de la asesinada Mariela Franco), que tomaron posesión del cargo en el Congreso, tal como estaba previsto aunque con un día de retraso debido a los destrozos que hubo que solventar, fueron actos cargados de simbolismo y triunfo de una férrea voluntad de futuro democrático.
Aunque muchas acciones se han de resolver con prisión, más allá de los 300 detenidos dentro de las Instituciones la tarde del día 8 y de los 1.700 al día siguiente, existen otras medidas, además de las practicadas, que exigirán actuaciones diferentes y decididas.
La Policía Militar brasileña es una fuerza armada que en opinión de algunos debe ser disuelta porque ahora se presenta como partido político y el día 8 actuó protegiendo y apoyando el intento de golpe de estado. Otra policía que no sea militar debería sustituirla.
Las fuerzas armadas, según Vladimir Safatle, han estado chantajeando durante mucho tiempo al Gobierno y al Tribunal Electoral y habían conseguido que Bolsonaro les permitiera cerca de 7.000 cargos de influencia desde los que actuaron previamente y después de las elecciones. Con todo, la presión de los acampados en los cuarteles no logró que el ejército apoyara los actos terroristas de la Plaza de los Tres Poderes, pese a que algunos, como el Coronel de la Reserva Adriano Campos, participara en los asaltos, por lo que fue destituido de su cargo en el Hospital de las Fuerzas Armadas.
También hubo detenidos que declararon que miembros de las Fuerzas Armadas intentaron ayudarles a escapar de los edificios por salidas de emergencia antes de que las tropas de la Policía Militar les detuvieran. Afortunadamente, la división del ejército favoreció el fracaso del golpe.
Entre los detenidos en los destrozos a las Instituciones Públicas hay Diputados electos del partido de Bolsonaro, P. L., la Presidenta del Consejo Federal de Medicina, además de cargos militares, entre otros.
El apoyo incondicional de los Presidentes del Congreso y Senado y del Supremo Tribunal Federal a Lula está dando sus frutos en un proceso de limpieza de falsas adhesiones que lo que estaban era a favor del golpe de Estado.
Este martes, un pastor presbiteriano pedía a sus fieles que tomaran las armas para restituir en el poder a Bolsonaro. Anteayer, otro pastor, les pedía que no siguiesen a Lula, que «es gay y ladrón». Y así un sin fin de exhortaciones en todos los foros y medios de los que no aceptan la derrota.
Otra de las primeras medidas que ordenó Lula ya en el primer momento y que dio rápidos frutos fue la identificación de los autobuses que transportaron a los involucionistas y quien pagó esos gastos e incluso dio dinero a los participantes, muchos de ellos carentes de todo tipo de recursos. Ese mismo día ya se identificaron 40 autobuses y a quienes los habían financiado y dos días después se publicaron los nombres de los contribuyentes, entre los que hay unas 200 empresas.
Vamos de sorpresa en sorpresa, de sobresalto en sobresalto. Estos días están siendo de continuos descubrimientos sobre el alcance de la infiltración de las organizaciones bolsonaristas en sabotajes y actos terroristas que van desde destrozos de bienes públicos a cortes de tráfico, ataques a torres de electricidad, este viernes se produjo el cuarto, a los mensajes incitando y difundiendo falsedades contra el Presidente electo y, algo que también fue impedido, una manifestación nacional que habían preparado para el martes en apoyo a los detenidos y al golpe de Estado fallido.
El documento encontrado el jueves, entre los requisados a Anderson Torres, se encontraba la minuta del proyecto de Decreto para la toma del poder elaborado, según deducen, con antelación incluso al resultado de las elecciones, cuestión entre otras que implica claramente a Bolsonaro manifiesta la clara voluntad de todos ellos de no admitir el resultado de las elecciones, caso de no serle favorable, ni respetar la legalidad democrática. Ante estos hallazgos y el resultado del análisis de las declaraciones y mensajes emitidos por Bolsonaro, los brasileños no tienen dudas sobre su influencia y participación en lo que está ocurriendo y se abrió investigación sobre él, igual que sobre otros, por supuesta implicación en el golpe.
Son días inquietantes y tristes. Y no solo para Brasil. Cualquier democracia debe permanecer vigilante frente a los riesgos involucionistas que las corrientes fascistas están tratando de infiltrar para desacreditar la credibilidad de las elecciones libres y la legitimidad de los Gobiernos salidos de las urnas, vulnerando así la legitimidad de la voluntad soberana del pueblo y el cumplimiento de su Constitución.
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