Por Daniel Seijo
“El diablo no es el príncipe de la materia, el diablo es la arrogancia del espíritu, la fe sin sonrisa, la verdad jamás tocada por la duda.”
Umberto Eco
«La sinceridad es el pasaporte de la mala educación.«
Enrique jardiel Poncela
Sinceramente, que a estas alturas la secretaria de Estado de Comunicación, Carmen Martínez de Castro, mande a la mierda a los pensionistas al mismo tiempo que Rajoy firma el Libro de Honor de la ciudad de Alicante, no me sorprende un ápice, sino más bien todo lo contrario. Les hemos permitido el Caso Acuamed, la amnistía fiscal, el Caso Arena, el Caso Bárcenas, el Caso Blasco, Taula, Púnica, Gürtel, les hemos permitido manipular la televisión pública, reírse por plasma de la ciudadanía y de los periodistas, hacerlo desde el escaño ¿Por qué no iban acaso ahora a dar el paso y hacerlo en nuestra cara, en plena calle, mientras al otro lado del cordón policial se respira la miseria de la clase trabajadora, las tristes y directas consecuencias de sus políticas? No existe motivo alguno para escandalizarnos de la sinceridad de la señora Martínez de Castro cuando día tras día, con nuestro silencio, con nuestra inusitada alergia a las calles, justificamos e incluso perdonamos actos mucho más insultantes para nuestra clase social. Algunos incluso, pese a todo, se permiten el lujo de votarlos por aquella herencia cultural tan hispana del mal menor, en palabras del señor Jorge Bustos «Prefiero a un gobernante corrupto que a un comunista en el poder».
Personalmente agradezco a la señora Carmen Martínez de Castro su salida de tono, le agradezco esa chispa de humanidad –por supuesto mal entendida– que le permite salirse del guión ajena al acecho de las cámaras y lejos por ahora del control absoluto del mensaje y los medios que su gobierno pretende establecer en España. Se lo agradezco porque siempre he preferido a Mouriño y no a Guardiola, a Bush y no a Obama, a Aznar y no a Felipe. No me entendáis mal, no me tomaría una caña con ninguna de las personas que he nombrado –quizás sí con Mouriño o Guardiola– y ni se me pasaría por la cabeza otorgarles responsabilidad alguna al frente de nuestro destino común como pueblo, pero lógicamente, me siento más cómodo ante un adversario que va de cara, y por eso mismo me resultan inquietantes y peligrosas para la clase obrera figuras como Macron, James Trudeau o Albert Rivera.
«Ni a Hitler ni a Stalin les han nombrado personas non grata en Pontevedra.«
Mariano Rajoy
Los ciudadanos de a pie de calle nunca deberíamos olvidar que grandes locuras y grandes injusticias han sido impuestas contra nuestra clase social por individuos que parecían normales, que incluso en un principio podían llegar a reivindicar causas sensatas para el conjunto de la población, lobos con piel de cordero, zahorís al servicio del Ibex 35, en el peor sentido de la expresión, grandes populistas en su discurso. España no necesita más vídeos comprometidos de la señora Cifuentes robando cremas en un supermercado, no necesitamos las escuchas del entonces ministro del Interior Jorge Fernández Díaz conspirando en las cloacas de Interior o a la señora Andrea Fabra deseándonos la mejor de las suertes tras anunciar Rajoy el recorte en la prestación por desempleo a los nuevos parados.
Si como todo parece indicar, elección tras elección, hemos elegido que la corrupción suponga simplemente un trending topic recurrente o un nuevo escándalo en una actualidad ya plagada de otros tantos, únicamente con el objetivo de llegar a perdonárselo todo al sector más cínico de la ciudadanía, para de ese modo lograr seguir con nuestra triste y plácida vida como meros consumidores, entonces la sinceridad de la derecha supondrá simplemente una constatación de nuestra derrota, un golpe bajo tras caer noqueados. Después de todo, ¿Qué más da que nos manden al carajo cuando no pretendemos luchar? Únicamente es la mierda de nuestro orgullo lo que habla, no nuestra parte lógica como clase social. Cuando realmente tengamos intención de levantarnos para cambiar las cosas, cuando nos hartemos de aguantar tan bajo nivel gestor y humano entre nuestros poderes políticos, mediáticos y económicos, entonces deberemos preocuparnos por marcar un límite que no puedan traspasar nuestros políticos. Es únicamente en ese momento en el que gozará de sentido marcar un grado definido de exigencia humana y política a nuestros dirigentes. Una decisión que nos llevará sin duda a redefinir la democracia en nuestro país y que por ahora todavía parece producirnos un extraño vértigo, puede que debamos pararnos a pensar que setenta y nueve años ya son muchos renunciando a reivindicar una democracia «por y para al pueblo» por miedo a las consecuencias que eso nos traiga.
Personalmente, he decidido que siempre y cuando el contenido sea crítico, seguiré participando con mis artículos del teatro mediático que acompaña a todas estas polémicas puntuales. Pero por su puesto lo haré sin renunciar nunca a introducir al lector en el contexto e intentando únicamente señalarle el camino que se esconde más allá los azulejos amarillos, allí donde hoy aún reside el periodismo entendido como un servicio indispensable para el conjunto de la ciudadanía. Pero por principios, por ética, me negaré siempre a formar parte del circo, a ser otro compañero informando desde la zona cómoda, a renunciar a mis intereses de clase, únicamente con el fin de entretener al lector facilitando de ese modo que el sistema lo atrape. Quizás, entre todos podamos intercambiar ratos agradables en estas pequeñas polémicas en Nueva Revolución, no dudo en el fondo que su difusión y debate sea en cierta medida necesario, pero les invito a que nunca renuncien a formar parte del aquelarre, a que se sumen a la agrupación de brujas y brujos que ahí fuera han renunciado a vivir su vida y a ejercer sus derechos con una lógica puramente capitalista, a quienes ya no consumen información para a continuación decidir no arriesgarse a intentar cambiar las cosas dentro de sus posibilidades.
No existe motivo alguno para escandalizarnos de la sinceridad de la señora Martínez de Castro cuando día tras día, con nuestro silencio, con nuestra inusitada alergia a las calles, justificamos e incluso perdonamos actos mucho más insultantes para nuestra clase social
Con esta invitación al rito pagano desde la perspectiva capitalista me despido, sin con ello garantizarles que vaya a ser una existencia tranquila, ni que las cosas cambien rápidamente en nuestro país o en el periodismo una vez dado el paso, pero sí les puedo garantizar que juntos somos más fuertes y que exigir dimisiones siempre es más efectivo cuando la ética predomina en el poder y en el pueblo. Puede que para muchos obedecer sea más sencillo que luchar y puede que muchos otros se encuentren ya demasiado cansados para llevar a cabo «experimentos progresistas en España», pero que le vamos a hacer, al menos tendremos aún derecho a ser rojos, después de todo, como decía Castelao en una de sus famosas viñetas, eu «Non che nacin pra can»2
P.D. Yo también tengo ganas de gritarles que se jodan, pero me lo ahorro, soy proletario, rojo y formal.
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