El activismo: Entre valores genuinos y protagonismos vacíos

Es un trabajo constante, poco reconocido, pero genuino. Porque el activismo no necesita aplausos; necesita compromiso.

Por Isabel Ginés | 18/01/2025

El activismo, en su esencia más pura, nace del compromiso con una causa, de la necesidad de transformar realidades injustas y de construir un mundo más equitativo. Se fundamenta en valores como la empatía, la solidaridad, la valentía y la coherencia. Sin embargo, no todo lo que brilla es oro, y en los tiempos que corren, resulta inevitable notar que hay quienes se envuelven en el manto del activismo, no por el cambio que buscan generar, sino por la fama que desean obtener.

Hay personas que ven en el activismo una vía rápida para hacerse un nombre, para ocupar portadas o figurar en eventos, rascando donde sea con tal de que su nombre aparezca. Les seduce más la oportunidad de estar en mil lugares, aunque no aporten nada significativo, que la de realmente comprometerse con las luchas que dicen defender. Lo peor es que, mientras buscan protagonismo, suelen estar ausentes en los momentos donde verdaderamente se necesita valentía: en las calles, en las trincheras, en las discusiones incómodas donde se parte la cara, tanto literal como figuradamente, por una causa.

Por otro lado, está la ironía de quienes critican a los verdaderos activistas, esos que se exponen día tras día, poniendo su tiempo, su energía e incluso su seguridad personal al servicio de una lucha. Los detractores los ven como alborotadores, sin entender el peso emocional y físico que conlleva defender un ideal. Pero la vida tiene su forma de enseñar, y suele suceder que, cuando se sienten vacíos, notan la falta de esas voces que antes menospreciaron. Para entonces, suele ser tarde, porque las heridas y las puñaladas que se dan en el camino del activismo no se olvidan. No hay retorno para la confianza traicionada, y eso dice más de quien traiciona que de quien recibe el golpe.

Afortunadamente, hay quienes, lejos de buscar reconocimiento, prefieren trabajar en silencio, construyendo desde la acción y no desde las palabras vacías. Es un trabajo constante, poco reconocido, pero genuino. Porque el activismo no necesita aplausos; necesita compromiso. Y para quienes optamos por esta vía, el valor no está en contar cada acción, sino en dejar que los resultados hablen por sí mismos.

Si un día habláramos, ardería Troya. Pero no es necesario. Porque las causas verdaderas no se tratan de gritar más fuerte, sino de actuar con más firmeza. Dejemos que las luces falsas brillen mientras duren; al final, la coherencia siempre tiene la última palabra.

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