El pasado 25 de mayo, el asesinato del ciudadano afroamericano George Floyd a manos de un policía blanco de Minneapolis, desató una ola de disturbios en varias ciudades de Estados Unidos.
Por Oriol Sabata
La reacción no se debió a un accidente ni a un hecho aislado. Era un polvorín que tarde o temprano iba a estallar. La comunidad negra venía denunciando desde hacía tiempo la violencia y el racismo policial sistemático que impera en las calles del país.
De hecho, en 2014, la muerte del adolescente negro Michael Brown a manos de un agente, desencadenó una serie de airadas protestas en Ferguson. Un año más tarde, en 2015, el ciudadano Freddie Gray moría mientras era custodiado por la policía en Baltimore. Las manifestaciones tomaron un carácter más violento.
Si analizamos los diez casos de homicidio con más repercusión mediática de la última década, vemos como en ocho de ellos los agentes involucrados fueron declarados inocentes y la única consecuencia por matar a afroamericanos estando de servicio fue el despido del cuerpo: George Zimmerman, Randall Kerrick, Darren Wilson, Daniel Pantaleo, Timothy Loehmann, Brian Encinia o Raymond Tensing son algunos de los policías que hoy se encuentran en libertad bajo absoluta impunidad. Es, sin duda, una situación inadmisible.
Pero lo cierto es que adoptando algo de perspectiva histórica comprobamos que no se trata solamente de una cuestión racial. El racismo, en realidad, está estrechamente vinculado al desarrollo del capitalismo y a la lucha de clases. Es decir, existe un claro sesgo de clase que debemos analizar con detenimiento para entender la raíz del problema.
La nación estadounidense, desde sus orígenes hasta la actualidad, se encuentra atravesada por el racismo y la violencia. Lo saben bien los primeros colonos anglosajones que en 1619 establecieron un asentamiento inicial en Jamestown, y los llamados Padres Peregrinos, considerados los fundadores del país, que llegaron en el barco Mayflower un año más tarde, en 1620.
Genocidio, esclavitud y acumulación de capital
En nombre de Dios y bajo el pretexto de la búsqueda de la libertad religiosa, se inició el genocidio indígena en Norteamérica. Masacraron a la población autóctona y ocuparon sus tierras. Posteriormente, establecieron un régimen esclavista secuestrando a miles de personas del continente africano y haciéndolas trabajar de manera forzosa en grandes plantaciones de latifundistas. Fue precisamente esta mano de obra esclava la que permitió a la oligarquía terrateniente una importante acumulación de riqueza y el consecuente desarrollo del capitalismo en el siglo XIX.
Se estima que durante la segunda década del siglo, y a pesar de que ya había sido prohibido el tráfico negrero, en EEUU había más de un millón de esclavos. Teniendo en cuenta que en esa época la población total era de unos nueve millones de habitantes, la proporción es significativa y nos ayuda a entender la dimensión que tuvo este régimen de explotación forzosa y sistemática que brindó las condiciones materiales para el desarrollo del liberalismo económico en ese territorio.
Este avance de las fuerzas capitalistas tomó mayor impulso a partir de 1861 con la Guerra Civil (o Guerra de Secesión) en la que se enfrentaron el Norte, más liberal y cuyo motor era la industria y el trabajo asalariado, y el Sur, donde predominaba un pensamiento más conservador y su principal sostén eran las plantaciones de tabaco y algodón trabajadas por esclavos.
El fin de la esclavitud
Según señala el periodista y analista internacional Javier Biosca Azcoiti [1], la Proclamación de Emancipación de Esclavos llevada a cabo por el Presidente Abraham Lincoln en 1863, respondió en realidad a una estrategia militar para ganar una guerra que estaba perdiendo contra las tropas del Sur. Lo que logró con esta acción fueron dos maniobras clave: debilitar al Sur liberando la mano de obra esclava de la que dependía económicamente y permitir el reclutamiento de afroamericanos para el Ejército del Norte. Entendió que terminando con la esclavitud podía ganar la guerra. Y así fue. Pero el objetivo principal de Lincoln no era su abolición sino garantizar las condiciones para la industrialización del Norte y el desarrollo de la economía capitalista frente a la aristocracia latifundista del Sur.
A pesar del fin de la esclavitud, el racismo seguía arraigado en la sociedad estadounidense, y tras la Guerra Civil, un grupo de veteranos de las tropas del Sur crearon en 1865 la organización de extrema derecha Klu Klux Klan, que se dedicó a intimidar, asesinar y asaltar casas de negros y políticos pro-abolicionistas. El grupo llegó a aglutinar en su momento de máximo apogeo a más de medio millón de personas.
Perdura la segregación racial
A partir de 1876, especialmente en el Sur, se estableció un sistema de segregación racial en el que se separaba a negros y blancos en el transporte público, en los colegios o en establecimientos de ocio. En cuanto al derecho a elección y voto, se aplicaban una serie de filtros de carácter económico que en la practica imposibilitaban a la población negra, con menor poder adquisitivo, ejercer el sufragio o presentarse como candidatos.
Como vemos, dicha marginación siempre venía acompañada de factores socio-económicos. En 1919, tras la Primera Guerra Mundial, tuvo lugar el conocido como Verano Rojo, donde hubo protestas violentas en más de 30 ciudades del país. La llegada de miles de migrantes afroamericanos a las ciudades industriales del Norte fue aprovechada por los patronos para abaratar la mano de obra, un hecho que generó resentimiento, competencia laboral y avivó el racismo y la violencia de los sectores blancos más reaccionarios que convirtieron a la nueva comunidad negra como el chivo expiatorio de sus frustraciones y pésimas condiciones de vida tras la postguerra [2]. Estos disturbios raciales motivados por causas laborales se repiten de manera reiterada.
A partir de 1955, de la mano de Rosa Parks y Martín Luther King, se inició un movimiento de protesta en defensa de los derechos civiles que cobró importancia durante los años 60 y 70 logrando terminar con la segregación racial en 1965. Durante el desarrollo de estas luchas, líderes relevantes como Malcolm X o Angela Davis y organizaciones como los Panteras Negras, situaron la lucha de clases y el capitalismo como un elemento estrechamente aparejado al racismo y a la discriminación.
Sigue la violencia clasista y racista
Precisamente en el verano de 1965 tuvo lugar una rebelión en los barrios más humildes de los suburbios de Los Ángeles. La chispa se originó en el vecindario de Watts tras un polémico arresto del joven afroamericano Marquette Frye, que dio paso a seis días en los que la violencia en las calles se extendió a otros barrios de la zona. 14.000 efectivos de la Guardia Nacional reprimieron a los vecinos con fuego real dejando un saldo de 25 ciudadanos negros asesinados a manos de las fuerzas represoras. Una comisión de investigación arrojó que las causas principales que llevaron a estos graves incidentes fueron la pobreza, la desigualdad social, el hecho de que un tercio de los adultos se encontraran desempleados o el hacinamiento de las viviendas. Tommy Jacquette, quien participó en los disturbios, aseguró que “fue una respuesta a la brutalidad policial y la explotación social de una comunidad y de un pueblo” [3].
Sucesos similares en poblaciones de bajos recursos y excluidas por el sistema se repitieron en 1967 en Detroit, en 1992 de nuevo en Los Ángeles, en 2014 en Ferguson o en 2015 en Baltimore. Todos cumpliendo un mismo patrón: zonas urbanas marcadas por la pobreza, el desempleo y la injusticia social. Lo que evidencia que el componente de clase, más allá del racial, es determinante y no puede obviarse. Podemos afirmar que se trata de una violencia estructural, sistémica, que corresponde a factores sociales y económicos y que tiene mayor incidencia en los eslabones más vulnerables de la clase trabajadora.
Estos elementos de análisis señalan que la raíz del problema es el capitalismo. Y para erradicar la explotación y la violencia racial, el movimiento en defensa de los derechos de la comunidad afroamericana debería enmarcarse en la lucha de la clase obrera por la transformación de la sociedad y el fin de este régimen de mercado que atenta contra los intereses de las capas populares.
Notas:
[1] https://www.eldiario.es/internacional/Fin-esclavitud-EEUU-Lincoln-abolicionista_0_979902189.html
[3] https://www.latimes.com/archives/la-xpm-2005-aug-11-la-me-watts11aug11-story.html
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