Economía y cultura ¿una relación incompatible?

Por Susana Gómez Nuño

Economía y cultura pueden parecernos dos elementos incompatibles, en tanto el primero representa algo tangible, objetivable y contable, y el segundo un mundo intangible y productor de bienes con significado social. En un primer momento, ambas esferas parecen encontrarse muy alejadas la una de la otra, inmersas en una suerte de ignorancia mutua. No obstante, tras un análisis detallado de ambos conceptos, su confluencia queda de manifiesto.

Según Xavier Fina, algunos economistas del siglo XX ya escribían acerca de los vínculos entre ambas esferas, además de las críticas de los académicos de la Escuela de Frankfurt que postulaban la pérdida del valor cultural en las industrias culturales. Así mismo, la necesidad que tiene la cultura de ser gestionada es otro factor que la acerca a la economía, es decir, la cultura se sirve de ella debido a la tendencia de esta última a homologarse con el resto de actividades.

Por otra parte, aunque los creadores han sido tradicionalmente reticentes a economizar sus productos culturales, en la sociedad actual el sector creciente del ocio y la competencia han favorecido la compatibilidad entre las dos áreas: la creativa y la comercial, mediante diferentes estrategias de promoción –acordes con los postulados de la Escuela de Frankfurt y en las que se desvincula la cultura de la economía– y de marketing y publicidad –en los que priman los intereses económicos–.

Lo más conveniente es establecer un equilibrio entre el valor per se de la cultura y el valor económico de la misma

En este punto se hace necesario visibilizar el doble valor que posee la cultura y los productos culturales. El valor simbólico hace referencia al valor per se de la cultura de forma que el producto cultural sería depositario y proveedor de significado que los individuos interpretarían. Y, por su parte, el valor económico está relacionado con la utilidad, el precio y la importancia que los individuos o los mercados asignen a las mercancías. Sin embargo, ambos valores no son antagonistas ni deben supeditarse el uno al otro, siendo lo más conveniente establecer un equilibrio entre ambos.

También la economía se acerca a la cultura, en tanto se inician los estudios del impacto económico de la cultura, de forma que se establecen los principales argumentos para justificar el gasto en cultura debido a la generación de ocupación e inversiones que ello supone. Aun así, el uso instrumental de la cultura por parte de la economía desde una perspectiva basada únicamente en su impacto económico, pero carente de valor cultural, dará un resultado desfavorable en ambas esferas.

Aun siendo fruto de la creatividad, el producto cultural se consume y posee valor simbólico y económico

Si bien es cierto que se considera el producto cultural como un bien necesario con un importante valor simbólico, no debemos obviar el hecho de que la cultura es un elemento productivo de la sociedad, y como tal, un generador de riqueza y crecimiento económico. Ambos elementos, cultura y economía se nutren mutuamente, en tanto uno produce y el otro contribuye al aumento de producción. Aun siendo fruto de la creatividad, el producto cultural se consume y posee valor simbólico y económico.

En mi opinión, esta nueva forma «económica» de entender la cultura va de la mano de «políticas culturales que favorecen la integración del capitalismo en un arte cada vez más alejado de su tarea educacional y de sus funciones sociales, ambas vinculadas al desarrollo del juicio estético y la difusión de valores humanos». Por consiguiente, mi postura sobre esta cuestión se alinea, en parte, con la de los académicos de la Escuela de Frankfurt. El producto cultural, en tanto bien de consumo, ligado a la industria cultural adquiere valor económico en detrimento de su valor simbólico y se relega a la esfera del mercado. Sin embargo, el producto cultural como objeto cultural u obra de arte conserva su valor simbólico interno de forma que su valor de cambio externo  fluctúa en función de la demanda social.

Aunque las líneas conceptuales entre la alta cultura y la cultura popular se encuentran cada vez más difuminadas en nuestra sociedad actual, lo cierto es que el producto cultural, en tanto obra de arte, puede verse subyugado al neoliberalismo imperante convirtiéndose en objeto al servicio de las élites. Para paliar los efectos negativos que se desprenden del paradigma capitalista –que aleja la cultura de las clases populares y no actúa como elemento de cohesión social– se precisa un modelo de producción cultural cercano a la sociedad «que haga viables los proyectos de difusión y conocimiento de la cultura sin las afectaciones especulativas y monopolistas de la industria cultural».

Este nuevo modelo debería incluir actividades culturales gratuitas, ya que desde el momento en que la cultura se industrializa, los productos culturales, en sus diferentes manifestaciones artísticas, son absorbidos por una dinámica económica que poco a poco altera su objetivo inicial de culturizar y acercar el arte a todos los estamentos de la sociedad. Además, tal y como se ha expuesto anteriormente, el producto cultural puede restringirse y encarecerse debido a intereses políticos y/o económicos, aun a riesgo de la pérdida de su valor simbólico, haciendo que este no sea accesible a los sectores sociales menos favorecidos económicamente.

No debemos perder de vista el objetivo social y didáctico de la cultura, al tiempo que hacemos un esfuerzo por prescindir de los arraigados intereses políticos o empresariales que la subvencionan

No se está poniendo en duda la legitimidad de obtener un rendimiento económico mediante la cultura, ya que este puede reinvertirse para generar más productos culturales, en tanto su valor simbólico permanece intacto y su valor económico en los límites de lo razonable para evitar la exclusión social. Pero tampoco debemos perder de vista el objetivo social y didáctico de la cultura, al tiempo que hacemos un esfuerzo por prescindir de los arraigados intereses políticos o empresariales que la subvencionan.

En conclusión, a pesar de la polémica relación entre economía y cultura, y las antitéticas líneas argumentales propuestas por diferentes autores, podemos afirmar que, en la actualidad, ambos elementos permanecen indefectiblemente unidos conformando las dos caras de una misma moneda. Simultáneamente, nos encontramos ante una dicotomía en la que, por un lado, se demandan y defienden las actividades culturales gratuitas –las cuales posibilitarán un acercamiento al arte y a la cultura por parte de los sectores sociales con menos capacidad adquisitiva favoreciendo con ello la cohesión social– promovidas por instituciones que incentivan el arte y la igualitaria participación ciudadana, así como la independencia de contenidos, y, por otro, se mantiene el modelo actual donde prima el control de la cultura supeditada a grupos corporativos, ideologías concretas, determinadas clases sociales y fines puramente económicos.

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