En las facultades se sigue enseñando Económicas en versiones cada vez más restringidas y el término economía política —así como el de crítica de la economía política, por supuesto— ha quedado relegado a las asignaturas de historia del pensamiento económico o, como mucho, a ciertas posiciones y enfoques heterodoxos que emplean este término para diferenciarse de las escuelas convencionales. Debido a esta situación, generaciones enteras se han educado y se siguen educando en un sistema cuyo mayor logro es conseguir mantenerlas en la más absoluta ignorancia sobre las causas de los problemas económicos que cada vez sufren en mayor medida.
Por Mario del Rosal y Javier Murillo
Las preguntas acerca de por qué y cómo se organizan las sociedades para producir sus medios de vida es tan antigua como las propias sociedades. Los pensadores que, de una u otra forma, trataron de entender estas cuestiones —los que Heilbroner llamaría «filósofos terrenales»— se remontan hasta la Grecia clásica, es decir, hasta los inicios del pensamiento especulativo racional. En su nómina encontramos figuras ilustres como Aristóteles y Platón, y también a cronistas de la historia como Herodoto o Jenofonte. La Edad Media también fue testigo de todo tipo de reflexiones desde la escolástica, con figuras entre las que destacan Tomás de Aquino, Domingo de Soto o Martín de Azpilcueta.
Los inicios del capitalismo mercantil, allá por los siglos XV-XVI, dieron pie al nacimiento de varias escuelas poco sistemáticas, pero bien reconocibles, como los arbitristas castellanos, los mercantilistas ingleses (con autores importantes como William Petty, Thomas Mun, Richard Cantillon o James Steuart, además del filósofo David Hume) y los colbertistas franceses. Entre estos últimos, además del propio Colbert, hubo un aventurero, soldado, poeta y dramaturgo llamado Antoine de Montchrestien (también conocido como Montchrétien) que, a la postre, escribió un libro titulado Traicté de l’économie politique, es decir, «Tratado de la economía política». Fue el primero que utilizó esta denominación para referirse a esta ciencia social: economía política.
El nombre tuvo éxito. Los fisiócratas franceses, que deberían ser considerados los verdaderos padres de la ciencia económica y entre quienes destacaron Quesney, Turgot, Dupont o Rivière, lo usaron en sus obras y, de hecho, fueron los primeros en autodenominarse economistas. Y, por supuesto, también los economistas clásicos, con Smith y Ricardo a la cabeza, emplearon esta denominación sistemáticamente, junto a otros muchos autores como el francés Say, los ingleses Malthus y John Stuart Mill, el alemán List o el suizo Sismondi. De igual modo utilizaron el término los socialistas ricardianos, como Thompson, Hodgskin, Gray y Bray, y los utópicos, como Saint-Simon, Fourier y Owen.
A pesar de las enormes diferencias entre todos estos autores, lo cierto es que la economía política reunía una serie de elementos básicos que podemos identificar sin gran dificultad:
- Aplicaban una suerte de holismo metodológico con el cual intentaban comprender los fenómenos económicos en toda su complejidad, sin separar ramas según el objeto de estudio. De esa manera, trataban de mantener una unidad epistemológica que permitiera una visión amplia y multidisciplinar de la sociedad.
- Asumían una teoría del valor basada en el trabajo. Si bien se pueden identificar versiones muy distintas entre los diferentes pensadores, todos ellos tenían claro que el valor de las mercancías derivaba del trabajo humano que conllevaba su producción. La descripción más sofisticada de esta teoría fue, sin duda, la de David Ricardo.
- Comprendían tanto la existencia de clases sociales como la de intereses antagónicos entre ellas, de modo que, explícita o implícitamente, aceptaban la lucha de clases como un elemento central en las sociedades, aunque muchos creyeran en la posibilidad de un capitalismo armonicista.
- Tenían una concepción dinámica de la economía, lo que les hacía fijar la atención tanto en la obtención del excedente como en su acumulación y los empujó a desarrollar diversas teorías acerca de la tendencia del capitalismo a la crisis.
- En ningún caso pretendían limitarse a comprender de forma pretendidamente neutral o imparcial los aspectos económicos de la sociedad, sino que tenían perfectamente claro que su ciencia incluía tanto el análisis como la intervención política.
Sobre la base de la economía política clásica inglesa, el socialismo utópico francés y la filosofía hegeliana alemana, Karl Marx y Friedrich Engels aplicaron la concepción materialista de la historia y la forma dialéctica de pensar con el fin de enfrentar las contradicciones que observaban tanto en la economía política como, sobre todo, en la realidad social del capitalismo del siglo XIX. Con ese objetivo, dialogaron con los fisiócratas —especialmente, Quesnay—, los economistas burgueses —es decir, los clásicos como Smith, Ricardo, Petty o Cantillon— e incluso con los que llamaban economistas vulgares —simples sicofantes del capital como Say, Senior y compañía—. El resultado fue una construcción intelectual a la que concibieron siempre como crítica de la economía política, un nombre que no sólo mostraba con claridad sus pretensiones, sino que formó parte de los títulos de sus más importantes obras relacionadas con las cuestiones económicas.
Esta crítica de la economía política perfeccionó hasta sus últimas consecuencias la teoría del valor trabajo de Ricardo y, a partir de ella, desarrolló toda una teoría de la explotación, la acumulación y la crisis que suponía un ataque directo y demoledor contra el modo de producción capitalista y, por ende, contra sus defensores intelectuales, tanto los economistas burgueses como los vulgares. El resultado evidenció tanto la transitoriedad histórica del modo de producción capitalista como, sobre todo, sus contradicciones internas irresolubles y las terribles consecuencias que tienen para la clase trabajadora.
Por tanto, la crítica de la economía política iniciada por Marx y Engels era y es, necesariamente, un enfoque revolucionario destinado no sólo a interpretar el mundo, sino a transformarlo. De ese modo, resulta evidente que la ciencia económica, una vez alcanzado su máximo desarrollo a través de la crítica de la economía política, se había convertido en una amenaza para la continuidad del propio modo de producción capitalista.
La clase capitalista necesitaba imperiosamente desviar de forma radical el peligroso y subversivo curso que había alcanzado la ciencia económica. Para ello, a partir del último tercio del siglo XIX empezaron a alzarse hacia los púlpitos de la ortodoxia académica las obras de diversos autores que, hasta ese momento, sólo habían hecho aportaciones parciales y de poco alcance a algunas cuestiones económicas, especialmente por medio de herramientas matemáticas. A los precursores iniciales, como Cournot, Dupuit, von Thünen o Gossen, siguieron los tres autores que marcaron la pauta de la que sería conocida como escuela neoclásica: Jevons, Menger y Walras. Tras su estela, otros muchos continuaron haciendo aportaciones, como Edgeworth, von Wieser, von Böhm-Bawerk, von Mises, Hayek o Pareto. Pero sería el inglés Alfred Marshall el que daría el empuje definitivo a esta nueva y degradada forma de entender los fenómenos económicos.
Marshall no sólo sintetizó y trató de dar forma al ecléctico corpus identificado como neoclásico, sino que lo hizo con la clara pretensión de arrasar con todos los logros que la ciencia económica había alcanzado hasta ese momento para, de ese modo, neutralizarla. Con esa intención dio a su obra más conocida el título de Principles of Economics o «Principios de economía». En lugar de hablar de economía política (Political Economy, en inglés), un término que no sólo aclara la importancia del Estado burgués en el estudio de la economía, sino, sobre todo, la de incorporar el papel del poder y de la lucha de clases para su comprensión, decidió aplicar simplemente economía (Economics), con el que pretendía equiparar esta ciencia social a las ciencias formales, como las matemáticas (Mathematics), o a las naturales, como la física (Physics). Mediante esta argucia, que también había sido intentada por Jevons, aunque sin éxito, certificó el exilio del término clásico de economía política —y, por supuesto, el de crítica de la economía política— de la ortodoxia científica.
La abismal distancia que separa la economía de la economía política se evidencia comparando los elementos básicos de ambas:
- En lugar del holismo metodológico propio de la economía política, la economía desmenuza y separa en compartimentos estancos distintos enfoques de análisis en función del objeto de estudio. De ahí que tengamos facultades de economía, política, sociología e historia e incluso departamentos de micro, macro, economía aplicada, historia económica, etc. Facultades y departamentos que cada vez se ignoran más mutuamente, lo que permite perfilar investigadores y profesores cada vez más especializados en cada vez menos cosas, con una visión cada vez más angosta y parcial de la sociedad que se supone que pretenden comprender.
- En lugar de la teoría del valor trabajo, que mostró su peligroso potencial revolucionario en manos del marxismo, la economía se esfuerza por ignorar escandalosamente la cuestión crucial sobre el valor de las mercancías que siempre ha sido central en el análisis económico. Para ello, o bien se contenta con suponer los precios como respuesta suficiente, quedándose en la superficie de las cosas, o bien aporta teorías tan insostenibles como la utilitarista, una tesis subjetiva con la que es imposible cuantificar valor alguno.
- En lugar de asumir la centralidad de las clases sociales y la lucha de clases como motor de la historia y de las sociedades, la economía asume un enfoque individualista radical en el que entiende al ser humano como un agente que gestiona la información de los mercados desde una perspectiva estrictamente racional-cuantitativa y ajena a cualquier estructura social. Crea así la figura del homo œconomicus, un constructo artificial con el que pretende definir la ciencia económica, en palabras de Robbins, como aquella «que estudia el comportamiento humano como la relación entre unos fines dados y unos medios escasos que tienen usos alternativos».
- En lugar de la concepción dinámica que tenía la economía política, la economía se limita a una visión estática centrada en la construcción de entelequias matemáticas de creciente complejidad destinadas a desarrollar modelos de equilibrio cada vez más alejados de cualquier problema económico del mundo real.
- Y, en lugar de la doble comprensión de la economía como una ciencia social destinada a comprender los fenómenos económicos y a intervenir para solucionar sus problemas, la economía pretende hacernos creer en una división completamente absurda entre una supuesta economía positiva y otra normativa. Es decir, entre una destinada exclusivamente a describir y explicar lo que ocurre en el ámbito económico de la sociedad y otra destinada a diseñar y aplicar medidas de política económica para influir sobre ello.
Lamentablemente, desde finales del siglo XIX hasta ahora, la situación ha cambiado muy poco. Ni el keynesianismo ni su posterior decadencia pusieron en duda esta cuestión esencial. En las facultades se sigue enseñando Economics en versiones cada vez más restringidas y el término economía política —así como el de crítica de la economía política, por supuesto— ha quedado relegado a las asignaturas de historia del pensamiento económico o, como mucho, a ciertas posiciones y enfoques heterodoxos que emplean este término para diferenciarse de las escuelas convencionales. Debido a esta situación, generaciones enteras se han educado y se siguen educando en un sistema cuyo mayor logro es conseguir mantenerlas en la más absoluta ignorancia sobre las causas de los problemas económicos que cada vez sufren en mayor medida.
Recordemos que la clase trabajadora, esa que formamos la inmensa mayoría de las personas bajo el modo de producción capitalista, no tenemos absolutamente nada que perder al tratar de entender cómo funcionan de verdad las cosas. Por eso es tan importante que cuestionemos esas doctrinas que pretenden inculcarnos una ideología destinada únicamente a convencernos de la inevitabilidad del capitalismo, de la necesidad de seguir soportándolo y de la imposibilidad de cualquier forma alternativa de llevar adelante nuestras sociedades.
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